Capítulo diecinueve

Se expresaba totalmente por el movimiento, por los sutiles matices de la gestualidad y el ritmo, y todo parecía un sueño glorioso.

Halisstra sentía su cuerpo en movimiento. El aire se arremolinaba en torno a ella, fresco y estimulante. Sentía la presencia de Danifae. La curva sutil de la cadera de la que había sido su sirviente giraba de un modo que sugería duplicidad y con una gracia que hablaba de ambición. Danifae rezumaba descontento y se introdujo en la Red Demoníaca de Pozos.

Halisstra no miraba, se limitaba a danzar. Estaba allí, aunque no tenía la menor idea de dónde estaba ese «allí». No había espacio, sólo el movimiento dentro de él… el movimiento que era la voz de Eilistraee.

Danifae y Halisstra tomaron el paso de una melodía diferente.

Avanzaban hacia el mismo punto final, pero por razones diferentes, y estaban rodeadas por la misma quietud escalofriante. En el balanceo de un hombro, Eilistraee advirtió a Halisstra que no se fiara de Danifae, pero empujó a su sirviente por la senda de la antigua prisionera de guerra. Halisstra decidiría parte del camino, pero Danifae también lo haría con otro tramo. Ambas diosas tirarían de ellas y las empujarían desde extremos diferentes, enviándolas hacia un lugar y un tiempo que ningún drow en su sano juicio podía imaginar como no fuera en una pesadilla brotada de una diosa.

Halisstra sentía que se movía a través de un espacio quieto, vacío, y sabía que el espacio era la Red Demoníaca de Pozos… el plano donde habitaba Lloth, falto de almas, una vida de ultratumba vacía, sin esperanza y sin futuro. Halisstra sentía que Danifae avanzaba con ella dando vueltas a través del mismo espacio muerto y que la miraba con el mismo miedo sordo. No habría servicio, ni recompensa, sólo olvido, y Danifae llegaría a las mismas conclusiones, se vería arrastrada a la misma comprensión.

Danifae puede ser desviada, danzaba Halisstra.

Eilistraee vacilaba.

Fue esa sensación de muda incertidumbre lo que puso fin al movimiento. Había un suelo sólido, firme, de piedra arenisca, bajo sus pies, y puertas sin salida alrededor. Halisstra se volvió, se frotó la cara con las manos y trató de recuperar el ritmo de su respiración. Estaba bañada por el sudor y le dolía el cuerpo. Se sentía como si hubiera estado danzando durante horas aunque no estaba segura de haber bailado siquiera.

Halisstra miró a su alrededor, al interior del portal, buscando a Danifae. No la vio por ninguna parte. Ni siquiera sus gritos recibieron respuesta, de modo que salió de allí sin saber adonde ir.

La luz tenue de la cueva le permitió ver una estructura amplia y compleja. Halisstra sabía que estaba en Sschindylryn, pero lo ignoraba casi todo sobre la ciudad. Sin saber a ciencia cierta si estaba mirando el mundo a través de las percepciones filtradas de sus propios sentidos, sintió que el aire de la Ciudad de los Portales estaba cargado de descontento y violencia inminente. Ya había sentido lo mismo antes, en Ched Nasad.

Le vino a la cabeza una imagen de Ryld. No tanto una imagen como el recuerdo del modo en que se movía con ella y el tacto de su piel, negra como la noche. Ella lo había conducido hasta Danifae, la cual había conducido a Jeggred hasta ellos por orden de Quenthel. Quenthel sabía que ellos, o al menos Halisstra, habían dado la espalda a Lloth y habían abrazado el culto de Eilistraee.

Sin embargo, Ryld no había hecho nada de eso. Como varón, y no especialmente religioso, el maestro de armas servía a Lloth porque era lo que hacían todos los que estaban a su alrededor. Ryld, como todo drow de Menzoberranzan, había crecido con las palabras de Lloth siempre resonando en sus oídos. Halisstra había sido criada de la misma manera, pero tenía la fuerza de voluntad necesaria para tomar distancia y examinar la realidad de la situación a medida que ésta se iba desplegando.

Danifae también había hecho su elección, y esta conclusión golpeó a Halisstra en el momento en que Danifae salió de la arcada, repentinamente iluminada con una luz purpúrea. La puerta había cobrado vida, revelando la presencia de Danifae y haciendo que la vista de Halisstra se hiciera momentáneamente borrosa.

Halisstra se puso de pie, pestañeando.

—¿Y Ryld? —preguntó.

Danifae se encogió de hombros. Era un gesto rudo, definitivo que puso a Halisstra en guardia. La cara de la sacerdotisa Melarn se encendió, rechinó los dientes, pero hizo lo posible por tragarse su rabia al tiempo que rechazaba los recuerdos de las veces que había castigado a su prisionera de guerra, que la había golpeado, humillado y sometido.

—¿Dónde has estado? —inquirió Halisstra.

—Con la señora Quenthel —respondió Danifae—. Están preparándose. Me enviaron para recoger a Jeggred.

—Si sabes dónde está el draegloth —dijo Halisstra—, también debes saber dónde está Ryld.

—A Jeggred lo enviaron para matarlo —replicó Danifae—, ya te lo dije.

—Es cierto —reconoció Halisstra—, pero…

—Quieres saber si el maestro de armas ha vencido —dijo Danifae—, o si el draegloth ha satisfecho su apetito.

Halisstra tragó saliva para aliviar su garganta reseca.

—¿Vive? ¿Ha ganado Ryld? —preguntó.

Danifae volvió a encogerse de hombros.

—¿Puedes llevarme otra vez con él? —pidió Halisstra—. ¿Puedes enviarme a su lado usando estas puertas tuyas?

—Donde Jeggred te destrozaría a ti también y os comería a los dos, bocado a bocado —dijo la ex cautiva—. También puedes optar por ir hacia adelante en lugar de volver hacia atrás.

—¿Hacia adelante? ¿Hacia atrás? ¿Qué significa eso?

—Según yo lo veo, señora Halisstra —dijo Danifae—, tienes dos opciones: acudir al lado de tu amante y morir allí, o volver al templo de la superficie y a tus nuevas hermanas en Eilistraee.

Halisstra dejó escapar un suspiro y miró de arriba abajo a la hermosa elfa oscura. Danifae le respondió con una sonrisa que más bien parecía una mueca de burla.

—Están a punto de partir —le insistió Danifae—, lo harán pronto. Si vuelves al templo donde te encontré la primera vez, si les dices que Quenthel y su tripulación van hacia la Red Demoníaca de Pozos en busca de la propia Lloth, tal vez las eilistraeeanas estarían a tiempo de ayudar.

—¿De ayudar? ¿De ayudar a quién? —susurró Halisstra, y añadió en tono más alto—: ¿Debo volver con las eilistraeeanas y decirles que podemos seguir a Quenthel y a los demás a la Red Demoníaca de Pozos? ¿Te quedarías ahí mirando y no los advertirías… y no advertirías a Lloth?

—Sigo siendo una sierva —dijo Danifae—. No puedo decidir por ti ni pedirte que confíes en mí. No puedo hacerte promesas, ni darte seguridades ni garantías sobre nada. Eso tendrás que pedírselo a tu diosa. En cualquier caso, puedo enviarte a donde quieras ir.

Lo vio claro. Fue un destello, pero ahí estaba esa expresión inconfundible que encerraba incertidumbre, miedo, vergüenza y más. Danifae tenía unos celos totalmente inmaduros de que Halisstra estuviera sirviendo a una diosa capaz de responder a las plegarias de sus fieles, mientras que ella estaba atada a la memoria de una diosa muerta.

—¿Tengo elección? —preguntó Halisstra moviendo lentamente la cabeza.

—Te puedo enviar a donde quieras ir —repitió Danifae—. Dime si quieres volver a tu templo a organizar a las sacerdotisas, o…

—¿Organizar? —la interrumpió Halisstra.

La pregunta irritó a Danifae, y Halisstra quedó perpleja ante la reacción.

—Seguramente Eilistraee todavía les concede conjuros —dijo Danifae—. Podrán viajar por los planos sin necesidad de un barco del caos. Eilistraee debería poder llevarte allí sin rodeos.

Halisstra vio que la cara de su antigua sirviente cambiaba otra vez, vio que volvía el miedo.

—O también —dijo Danifae con voz profunda y calma— puedes tratar de ir en ayuda de tu maestro de armas y morir.

Halisstra cerró los ojos y pensó, deteniéndose ocasionalmente para asombrarse de pensarlo siquiera.

—El corazón —le confió Halisstra a Danifae— me impulsa a ir con Ryld, pero la cabeza me dice que mis nuevas hermanas seguramente querrán saber lo que me has dicho e ir a la Red Demoníaca de Pozos.

—El tiempo que tienes para reunirías —le advirtió Danifae— se agota rápidamente.

Halisstra cerró la boca y sintió un ahogo.

—Elige —la presionó Danifae.

—El Velarswood —dijo Halisstra de repente. Una lágrima brilló bajo la luz feérica y dejó un surco en su negra mejilla—. Llévame ante las sacerdotisas.

Danifae sonrió, asintió y señaló al umbral del resplandor purpúreo.

Las dos se miraron unos instantes. Los ojos de Danifae pasaban de uno a otro ojo de Halisstra como si estuvieran leyendo algo que llevaba escrito en sus pupilas. Halisstra advirtió una esperanza en los de Danifae.

—¿Hasta qué punto es mala la situación? —preguntó Halisstra, casi en un susurro—. ¿Hasta qué punto ha empeorado?

—¿Quién? —inquirió Danifae—. ¿Quenthel?

Halisstra asintió con la cabeza.

—Todavía puede volverse peor —dijo la antigua cautiva.

—Ven conmigo —dijo Halisstra.

Danifae permaneció en silencio largo rato antes de responder.

—Sabes que no puedo. No se marcharán sin Jeggred, y tengo que traerlo de vuelta.

Halisstra asintió.

—Después de que haya asesinado a Ryld.

Danifae asintió y bajó los ojos.

—Volveremos a vernos, Danifae —dijo Halisstra—. Estoy segura.

—Y yo, señora —respondió Danifae—. Volveremos a encontrarnos en la sombra de la Reina Araña.

—Eilistraee estará vigilándonos todo el camino —dijo Halisstra encaminándose al portal que la esperaba—. Nos estará vigilando a las dos.

Danifae asintió, y Halisstra atravesó el portal, abandonando a Ryld al draegloth, Danifae a la Señora de Arach-Tinilith y abandonándose ella a las sacerdotisas del Velarswood.

—Pareces tan sorprendido como yo —le dijo Gomph al lichdrow— de que a tu amigo Nimor le hayan crecido alas.

Dyrr no respondió, pero sus ojos, rojos como ascuas, se dirigieron lentamente hacia el alado asesino.

—Los duergars —prosiguió Gomph—, un semidemonio y sus tanarukks, y un drow asesino. Oh, pero el drow asesino ni siquiera es un drow. Te has aliado con cualquiera menos con un elfo oscuro. Claro que tú mismo hace tiempo que no eres un elfo oscuro. ¿Verdad, Dyrr?

Si el lich se sintió ofendido o afectado, no dio la menor muestra de ello.

—Sin embargo, podría aliarse con un drow —dijo Nimor—. Los dos podríamos.

—¿De verdad crees que me uniría a vosotros? —preguntó Gomph.

—No —contestó Nimor—, por supuesto que no, pero tenía que preguntarlo.

—Si lo hago —tanteó Gomph—, ¿matarás al lich?

Por su expresión, Dyrr estaba muy interesado en oír la respuesta de Nimor.

—¿Por conseguir que el propio archimago de Menzoberranzan se volviese contra su propia ciudad —dijo Nimor—, traicionase su propia casa, y acabase con el matriarcado de un plumazo? Claro que lo mataría sin la menor duda.

Eso hizo aflorar a la cara de Dyrr una sonrisa que Gomph no pudo por menos de compartir.

Nimor miró al lichdrow y le hizo una reverencia.

—Al menos lo intentaría —dijo.

El lich le devolvió la reverencia.

—Pero no vas a hacer ninguna de esas cosas ¿verdad? —le preguntó Nimor a Gomph—. No vas a dar la espalda a Menzoberranzan, a la casa Baenre, al matriarcado, ni siquiera a Lloth, que te ha dado la espalda a ti.

—¿Es eso todo? —preguntó Gomph—. ¿Es todo lo que vas a decir para ganarme para tu causa? ¿Te limitarás a formular una pregunta y a responderla tú mismo? ¿Por qué estás aquí?

—No respondas a eso, Nimor —ordenó el lichdrow con su tono imperioso de costumbre—. Está tratando de sonsacarte. Quiere tiempo para tratar de escapar o para planificar su ataque.

—O puede —interrumpió Gomph— que simplemente tenga curiosidad. Sé por qué quiere matarme, mi viejo amigo Dyrr, y puedo adivinar los motivos de los duergars, de los tanarukks, de los ilitidas y de todo lo que se mueve por las simas y pozos de cieno de los Dominios Oscuros, atraído por el hedor de la debilidad. Pero tú, Nimor, eres medio drow y medio dragón ¿no es cierto? ¿Por qué tú? ¿Por qué aquí? ¿Por qué yo?

—¿Por qué tú? —dijo Dyrr con tono burlón—. Tienes poder, mentecato. Tienes una posición. Eso hará que te maten el día menos pensado, y éste no es un buen día para Menzoberranzan.

Gomph hizo como si no hubiera oído al lich.

—Mi hermana dijo que el asesino al que había capturado —dijo dirigiéndose a Nimor— te había identificado como un agente de Jaezred Chaulssin.

Nimor asintió.

—Yo soy la Espada Ungida —declaró.

Gomph no sabía lo que significaba eso, pero no dio muestras de ello a Nimor ni a Dyrr.

—Las historias de fantasmas se hacen realidad —dijo.

—Nuestra reputación nos precede —replicó Nimor.

—Chaulssin está en ruinas desde hace tiempo —dijo Gomph.

—Sus asesinos han sobrevivido —dijo Dyrr.

Es medio dragón, dijo la voz de Nauzhror en la mente de Gomph. Ha sido identificado, archimago. Es mitad drow y mitad dragón de sombra. Tal vez más de una generación. Una especie incipiente.

—Nos hemos instalado en una ciudad tras otra —dijo Nimor—, por toda la Antípoda Oscura. Hemos estado esperando.

—Y procreando —añadió Gomph— ¿con los dragones de sombra?

Por la sonrisa de Nimor, Gomph pudo que ver que Nauzhror había dado en el clavo.

—Se acabó —dijo Dyrr, y a Gomph le resultó difícil pasar por alto el carácter definitivo de su expresión—. Se acabó todo.

—Todavía no —replicó Gomph al tiempo que iniciaba un conjuro.

Nimor batió sus alas de murciélago y salió disparado hacia las sombras. Dyrr lo siguió, más lento, envolviéndose en más conjuros de protección.

Gomph acabó su conjuro y juntó las manos. Una línea de negrura apareció entre sus palmas y se estiró hasta alcanzar la longitud de la hoja de una larga espada. La línea era perfectamente bidimensional, una grieta en la estructura de los planos.

Elevándose en el aire, el archimago de Menzoberranzan separó de golpe las manos, y la espada lo siguió en su ascensión. Usando su fuerza de voluntad, Gomph puso a volar la espada frente a él. Elegir un objetivo era simple.

Nimor tiene que morir primero, sugirió Prath, aunque era innecesario. La magnitud de sus habilidades es lo único que no conocemos.

Gomph dirigió la espada en busca del asesino semidragón. Nunca había visto nada volar tan velozmente como aquella espada. Atravesó al asesino y el dolor hizo que Nimor tuviera convulsiones. Lo que hace que una espada sea afilada es lo delgado de su filo. Al ser perfectamente delgada, era perfectamente afilada. Todo lo que Nimor pudiera tener para defenderse de las armas sería inútil.

Su sangre salpicó todo el suelo del Bazar y Nimor rugió. El sonido retumbó en los oídos de Gomph, aunque no vaciló en enviar la negra espada nuevamente en pos del asesino… pero desapareció.

Gomph se volvió en el aire para enfrentarse al lichdrow. Dyrr mantenía su bastón sujeto con ambas manos. Gomph supuso que había usado algún aspecto de la magia del arma para hacer desaparecer la espada.

Decepcionante, comentó Nauzhror. Fue un conjuro impresionante, y efectivo.

Nimor no volaba tan rápido como antes, y seguía sangrando. Gomph tenía que prestar atención alternativamente al asesino y al lich, sin descuidar su siguiente conjuro, de modo que no vio que Nimor se curaba. Pero lo hizo, al menos lo suficiente para seguir vivo.

Gomph casi tenía acabado su encantamiento cuando Nimor sopló la sombra hacia él. Al mago no se le ocurrió otra forma de describir aquello. El asesino respiró hondo y exhaló una especie de cono de negrura arrolladora.

Gomph trató de salirse de la trayectoria de la oscuridad, pero no pudo. El vacío envolvente se cernió sobre el archimago, que sintió como si lo privaran hasta del último vestigio de calor. Se estremeció, y el aire se congeló en su garganta. Su conjuro se había estropeado, desactivado en mitad de una palabra, y la energía del Tejido se había disipado.

Parte de las capas de magia defensiva con que él y los maestros de Sorcere lo habían rodeado protegieron a Gomph, impidiendo que actuara sobre él, en toda su magnitud, el poder de la oscuridad paralizante. De no ser así, Gomph habría quedado reducido a una cáscara vacía.

—Yo estaba en lo cierto —le dijo Gomph a Nimor, tratando de no jadear—. Era un dragón de sombra ¿no es verdad?

—Más que un dragón de sombra, archimago —replicó Nimor, y a Gomph le pareció que también el asesino trataba de no jadear—, y más que un drow.

El asesino semidragón sacó un estilete, fino como una aguja, que relució con una luz blanco azulada en la penumbra del desierto Bazar.

Cuidado, archimago, advirtió Prath.

Gomph hizo una mueca ante las necedades de su inexperto sobrino. El archimago estaba siempre preparado para cualquier cosa, aunque no fuese lo bastante rápido para esquivar el estilete, que le infligió una herida en el pecho.

Nimor había desaparecido del lugar donde lo había visto suspendido en el aire, a varios pasos de distancia, y apareció justo al lado de Gomph y un poco más arriba, precisamente en un ángulo muerto. Todo eso había sucedido en un instante. Y con igual rapidez, el asesino volvió a desaparecer.

La herida del pecho le tiraba y le ardía. Se miró el corte. Estaba orlado de escarcha, y la sangre que manaba era fría al tacto. Gomph notó un estremecimiento.

Algo lo golpeó por detrás y el mago gruñó y se dobló al faltarle el aire en los pulmones. Pasaron uno o dos segundos angustiosos antes de que pudiera volver a respirar. Dyrr lo había golpeado con algo, un conjuro o un arma, desde atrás.

El conjuro no atravesó tus defensas, archimago, la voz de Nauzhror resonó en su mente. De haber sido así, te hubiera desintegrado.

—Tanto mejor —musitó Gomph entre dientes antes de pronunciar la palabra de mando que invocaba al globo defensivo del bastón.

Rodeado nuevamente de magia protectora, Gomph giró en el aire, tratando de ver al menos a uno de sus enemigos. Nimor se lanzó sobre él con su paralizante estilete tratando de infligirle otra herida.

Detrás del asesino y algo desplazado lateralmente, el lichdrow movía su mano libre en el aire, proyectando una estela crepitante de luz blanca por cada uno de sus dedos.

A pesar del dolor lacerante que sentía en el pecho y en la espalda, Gomph se revolvió en el aire cuando un cono de cegadora luz blanca salió de las manos extendidas del lichdrow, amenazando con engullirlo en una ráfaga de aire gélido y hielo cortante.

El archimago logró apartarse de la trayectoria del conjuro, pero eso hizo que perdiera de vista al asesino. Se preparó para recibir otra estocada helada del arma de Nimor, pero ésta no llegó.

El asesino también tiene que esquivar el cono de frío, maestro, dijo Prath.

Gomph aprovechó el momento de respiro y sacó de su bota derecha dos delgadas dagas con hoja de platino. Mientras alzaba los cuchillos, pronunció las palabras de un conjuro que contribuiría a que las dagas fueran aún más hirientes. También las guiaría por el aire de una manera más certera y estaba seguro de que atravesarían al menos algunas de las defensas mágicas de su objetivo.

Gomph levantó el brazo y remató el conjuro. Cuando se volvió para encontrar a su adversario, el dolor había desaparecido. El anillo todavía funcionaba, curándolo casi con la misma rapidez con que podían herirlo el asesino y el lich.

Una fracción de segundo antes de que Gomph pudiera lanzar sus dagas embrujadas, Nimor volvió a aparecer cerca de él. El estilete atravesó el aire con un silbido estremecedor, trazando una línea blanca de escarcha en el costado derecho de Gomph. El dolor fue terrible, y los dedos de Gomph se contrajeron al mismo tiempo que todos los demás músculos de su cuerpo. A punto estuvo de dejar caer las dos dagas, pero no lo hizo.

Se ha ido, dijo Prath.

Era lo que Gomph esperaba.

Creo que puede haber sido el anillo, dijo Nauzhror.

¿El anillo?, preguntó Gomph.

Eso le permite deslizarse de un lugar a otro en un instante, explicó Nauzhror.

Lo que Gomph había esperado era luchar solo con Dyrr, conjuro a conjuro. Tuvo que admitir, al menos para sus adentros, que no estaba preparado para el combate cuerpo a cuerpo y que, al menos en ese aspecto, Nimor lo superaba.

Apartó esas ideas de su mente cuando oyó que Dyrr lanzaba otro conjuro. Se volvió para mirar al lich.

Éste tenía una expresión extraña en los ojos, como si algo fuera a suceder pero no supiera exactamente qué. Al archimago no le gustó aquella expresión.

Está invocando algo, dijo Nauzhror.

Cuando la última sílaba de la advertencia de Nauzhror llegó a la mente de Gomph, el conjuro del lich ya había hecho su trabajo. De la nada surgió un juego de patas insectiles que se posó en el suelo rocoso del Bazar, a ése le siguió otro y luego otro y otro más. La cabeza del insecto era más ancha que alto era Gomph, tal vez incluso el doble. A cada lado de la grotesca boca tenía un par de pinzas curvas y dentadas. Dos ojos bulbosos, multifacetados, exploraron la extensión abandonada del mercado, al tiempo que la enorme criatura se desprendía totalmente del Tejido.

Se trataba de un ciempiés tan largo como una caravana de lagartos de carga, y detrás de él, Dyrr reía mientras Nimor volaba nuevamente hacia Gomph.

«Uno por vez», se dijo el archimago.

Lanzó otro conjuro sobre el par de dagas voladoras. El ciempiés trató de alcanzar a Gomph, pero se movía lentamente, no estaba familiarizado aún con el medio y con el control que el lich tenía sobre él. Eso dio tiempo a que Gomph acabara el conjuro y arrojara las dagas. No se preocupó por afinar la puntería. La lanzó en la dirección aproximada en que estaba Nimor y dejó que el conjuro hiciera el resto. Las dagas atravesaron el aire sinuosamente, en trayectorias entrelazadas que se dirigían directamente hacia el asesino alado.

Con agilidad impresionante, Nimor se deslizó lateralmente en el aire en un intento de evitar las dagas, pero una vez dirigidas hacia un objetivo, eso no bastaba para disuadirlas. El asesino tuvo que revolverse otra vez en el aire, lanzando golpes con su estilete contra las dagas. El destello del acero, del delgado estilete del asesino y de ambas dagas, se convirtió en un torbellino emborronado en torno al asesino.

Buena jugada, maestro, comentó Prath. Eso tendría que mantenerlo ocupado.

Haciendo caso omiso de su sobrino una vez más, Gomph invocó el poder de levitación de su bastón para alzarse en el aire. Las odiosas fauces del ciempiés se cerraron a escasos centímetros de las suelas de sus botas, tras lo cual la criatura se retrajo inmediatamente para lanzar un segundo ataque. Gomph, esperando encontrarse fuera del alcance del monstruoso insecto, hacía cabriolas en el aire, tratando de abarcar todos los detalles del Bazar y de las estalagmitas circundantes a medida que ascendía.

El archimago se detuvo, quedando suspendido en el aire, entre el confundido ciempiés y el levitante lich.

—¿Te gusta mi nueva mascota? —preguntó burlón el lich—. Sólo quiere darte un besito.

—No me… —empezó a decir Gomph, pero otra vez se quedó sin aire en los pulmones cuando Dyrr, que sostenía su bastón por delante, usó el poder de éste para lanzar lejos al archimago.

Gomph podía sentir al gigantesco insecto a su espalda, cerniéndose sobre él como una fortaleza de estalactitas. Dyrr se impulsó más hacia lo alto y la corriente que generó empujó a Gomph más abajo, directamente hacia las fauces del voraz ciempiés.

El oportuno conjuro le vino a Gomph a la cabeza en un instante, y no vaciló en derrochar algo de energía extra para hacerlo rápidamente. El efecto fue el que había experimentado cientos de veces pero que siempre le había disgustado. Sintió como si el cuerpo se le adelgazara y se estremeció a su pesar, y tuvo que obligarse a mantener los ojos abiertos cuando se le nubló un poco la vista, y el mundo que lo rodeaba se volvió un poco distorsionado y en cierto modo más brillante, más definido.

Se vio rodeado por el interior del gigantesco insecto. Músculos y ríos de un semilíquido verdoso que hacía las veces de sangre, la extraña línea de láminas que aquello parecía usar como pulmones, el rumor de otros insectos demasiado grandes que había engullido recientemente, a continuación otra capa espesa de quitina acorazada… y por fin salió al exterior. Había atravesado al ciempiés como su si cuerpo fuera más bien una parte del plano Etéreo que del Primer Plano Material.

El ciempiés no tenía ni idea de lo que estaba sucediendo, por supuesto. Gomph sabía que el insecto no hubiera sido capaz de sentir su paso por su interior, pero el sabroso bocado de carne de drow que pensó que iba a engullir estaba ahora sorprendentemente detrás de él.

Con el rabillo del ojo Gomph captó un movimiento fugaz y al volverse rápidamente vio a Nimor que se abalanzaba nuevamente sobre él. Las dagas habían desaparecido, y el asesino tenía unos cuantos cortes más, aunque no parecía que la experiencia hubiera mermado en lo más mínimo su poder letal.

El ciempiés se dio la vuelta, moviendo su enorme cuerpo, que debía de pesar varios cientos de toneladas, con una agilidad y una rapidez que resultaban sorprendentes. Todavía era visible el cuerpo etéreo de Gomph, aunque parecía fantasmal y extrañamente traslúcido. El ciempiés no dio muestras de verlo, y sus abultados ojos se fijaron en Nimor.

Nimor volvió a desviarse lateralmente en el aire, y, pese a todo lo rápido que era el insecto, el asesino logró evitar sus fauces a tiempo. El ciempiés podría haberlo partido limpiamente en dos de un mordisco.

Gomph se elevó hasta quedar fuera del alcance del ciempiés mientras su cuerpo iba recuperando su forma sólida.

—Dyrr —gritó Nimor furioso—, atiende a tu mascota, maldita sea.

Aquello hizo sonreír a Gomph, pero la respuesta de Dyrr consistió en iniciar otro encantamiento. Por más furioso que estuviese Nimor con su aliado no muerto, no entraba en los planes de ambos enfrentarse el uno con el otro. El archimago sabía que él sería el objetivo del conjuro de Dyrr. A pesar de haber pasado algún tiempo en forma etérea, el globo seguía rodeándolo, de modo que Gomph sabía que Dyrr tenía que usar una magia poderosa. El archimago se volvió en el aire hasta quedar frente al lich, pero lo único que pudo hacer en los segundos que le llevó a Dyrr hacer el conjuro fue esperar que las defensas que ya tenía establecidas fueran suficientes para salvarle la vida.

No hubo ningún efecto visible cuando el lich acabó su conjuro, ni estela luminosa ni estallido atronador, pero Gomph sintió que la magia lo envolvía. El globo protector no hizo nada para repeler el conjuro, pero otras defensas entraron en acción y Gomph se concentró en ellas. A pesar de todo, su cuerpo empezó a ponerse rígido. El archimago sintió que su piel se deshidrataba. Le resultaba difícil flexionar los codos. Era como si se estuviera convirtiendo en piedra.

Empezó a caer, y antes de que pudiera volver a controlar su levitación, el ciempiés se volvió y le lanzó una dentellada. Una de las pinzas del insecto alcanzó al archimago en el muslo. Podría haberle cercenado una pierna, pero había errado el ángulo, de modo que sólo le abrió la carne, atravesó la musculatura y llegó a rozar el hueso, produciendo una vibración.

El archimago apretó los dientes para combatir el dolor. Aunque tenía los músculos agarrotados y respiraba con dificultad, se valió de su bastón para impulsarse en el aire, hacia las alturas, alejándose del ciempiés, que ya volvía a atacarlo.

La sangre manaba como un cieno espeso de la profunda herida de la pierna, y a Gomph le resultó irónico que fuera precisamente el conjuro de Dyrr lo que aparentemente le estaba salvando la vida. El anillo en el que había confiado Gomph hasta entonces parecía haber dejado de funcionar.

Nimor lo golpeó nuevamente, y el frío del estilete mágico acentuó la rigidez del mago. Se le cortó la respiración y sintió que se le revolvía el estómago, y quedó convertido en una bola en el aire. Trató de parpadear, pero tuvo que cerrar los ojos, hacer una pausa y después abrirlos lentamente.

Ha tratado de convertirte en piedra, dijo Nauzhror, cuya voz sonó nítida en la mente borrosa de Gomph. Hasta ahora lo has resistido, archimago, no vayas a rendirte ahora.

Gomph volvió lentamente la cabeza hacia la derecha. En realidad había tratado de sacudir la cabeza, pero eso fue todo lo que consiguió. El globo de magia protectora que lo envolvía desapareció al agotarse su energía. Gomph vio que Dyrr se acercaba. Estaba ya a escasos metros de él. El lich hizo un conjuro rápido, y una andanada de chispas verdes y rojas, largas como flechas, se abalanzaron sobre él. Gomph consiguió mover la pierna y extender el brazo, pero no pudo abrir la boca con rapidez suficiente para pronunciar una palabra de mando. Los proyectiles de energía del Tejido lo golpearon quemándolo y produciéndole contracciones nerviosas, haciendo que sus músculos se extendiesen para volver a contraerse a continuación. La piel del archimago se estremeció y sus articulaciones estallaron.

El dolor era insoportable y ahora sangraba profusamente por la herida del muslo. Otra vez podía moverse, pero no lo suficiente para evitar al ciempiés.

El insecto retrocedió y abrió totalmente sus enormes pinzas que cerró al lanzarse sobre él. Gomph estaba suspendido en el aire, en un punto en el que el insecto apenas podía alcanzarlo, pero las pinzas se cerraron sobre el muslo ya herido.

Gomph se sintió arrastrado hacia abajo por el ciempiés, pero algo cedió y rebotó hacia arriba. Antes de detenerse a evaluar su nueva herida, se alejó más hacia las alturas, apenas consciente de que arrastraba algo en su ascenso. Formuló un conjuro mientras Nauzhror y Prath gritaban en su mente. Algo iba mal, pero necesitaba acabar el conjuro para poder hacer cualquier otra cosa. Tenía que librarse del ciempiés o acabaría comiéndoselo a trocitos mientras el maldito lich se mantenía al margen, observándolo todo.

Gomph miró hacia abajo y vio una efusión de sangre que caía sobre la cabeza ancha y plana del insecto y después la atravesaba mientras se desvanecía. El conjuro hizo efecto y el ciempiés desapareció, pero la sangre seguía cayendo en una lluvia horripilante sobre el suelo del Bazar, allá abajo.

Gomph se llevó la mano a la pierna y palpó algo duro y desgarrado. Pasó el dedo por el borde cortante, el borde de su propio fémur. Su pierna había desaparecido. El ciempiés se la había arrancado. Pudo ver su pierna cortada en medio de una lluvia de sangre que seguía manando de su herida abierta.

Unos destellos luminosos llamaron la atención de Gomph hacia un lado. Nimor arrojó algo y Gomph instintivamente se protegió la cara, temiendo que fuera un conjuro. Lo que vio, en cambio, fue la empuñadura del estilete encantado del alado asesino, que, dando vueltas, se precipitaba hacia el lejano suelo. La estela de luz centelleante era lo que quedaba de la hoja paralizante. El conjuro de Gomph no se había limitado a eliminar al ciempiés.

Decir que Nimor no estaba satisfecho es quedarse corto.

Mientras el asesino prorrumpía en invectivas contra él, Gomph flexionó los músculos y descubrió que la rigidez había desaparecido. Sentía dolor, pero no tanto como había imaginado. Su anillo ya empezaba a luchar contra las serias heridas que el archimago había sufrido. Gomph sabía que sobreviviría, pero estaba la cuestión de la pierna.

Nimor se lanzó en picado por encima de él y desapareció en la oscuridad. Gomph no veía al lichdrow por ninguna parte. Se dejó caer lentamente en el suelo. Aterrizó en un charco de su propia sangre. Cuando empezó a recuperar la gravidez, se tambaleó y tuvo que reactivar el efecto de levitación de su bastón antes de caer en un charco de sangre coagulada. No había pensado en lo de mantenerse sobre una sola pierna. Se mantuvo levitando a escasos centímetros del suelo y, agachándose, recogió su propia pierna.

Resultaba extraño estar allí, sosteniendo la pierna en una mano, pero el archimago lo dejó fuera de su conciencia. Era evidente que el asesino y el lich estaban rehaciéndose después de que el poderoso conjuro de Gomph hubiera desactivado toda la magia que había a su alrededor, excepto la suya, y que volverían.

Gomph volvió a palpar el hueso de su muñón y comprobó complacido que la piel todavía no había empezado a crecer por encima. Giró la pierna en la mano y…

Una ráfaga de aire frío lo envolvió, lo engulló, lo impulsó hacia atrás y hacia abajo, arrastrándolo por las piedras del suelo del Bazar, hasta que su cabeza chocó contra algo que se rompió, se hizo trizas y cayó alrededor de él.

Sacudió la cabeza y de su pelo blanco se desprendieron fragmentos del pie de un hongo y de cristal. Se encontró medio incrustado en el destrozado puesto de un mercader, pero en lo único en que podía pensar era en el gran alivio que significaba seguir sosteniendo la pierna en la mano. Tenía todo el cuerpo cubierto de una fina capa de escarcha que ya empezaba a fundirse en el aire frío y húmedo del Bazar.

El lich, le comunicó mentalmente Nauzhror, estaba fuera de la disyunción.

Ya veo, respondió el archimago y se dejó invadir a continuación por una oleada de frustración.

Gomph miró hacia arriba y en derredor. Dyrr preparaba un conjuro, mientras Nimor se lanzaba por el aire hacia el archimago. Estableció otro globo de protección a su alrededor, y lo asaltó brevemente la preocupación de que el poder del bastón se agotaba con demasiada rapidez. No podía seguir protegiéndolo y haciéndolo levitar para siempre.

El lich acabó su conjuro, y Gomph sonrió cuando un cegador relámpago amarillo brotó de las manos de Dyrr para describir a continuación un arco en el espacio y estrellarse en una lluvia de chispas contra el globo protector de Gomph. No había terminado todavía de agotarse el relámpago sobre sus defensas, sin hacer siquiera que al mago se le erizara el cabello, cuando el archimago ya había hecho otro conjuro para su defensa. Las llamas brillaron casi imperceptiblemente a lo largo de todo su cuerpo.

Veamos, dijo Prath, funcionó con el huecuva, pero…

Nimor ya estaba encima del archimago, que se hizo un ovillo para repeler el ataque del asesino. Las manos del semidragón eran más grandes de lo que habían sido en su forma de drow, y cada uno de sus dedos acababa en una garra gruesa y afilada de marfil negro como la pez. Nimor trató de herir a Gomph en el hombro con esas formidables garras, pero resbalaron sin producir el menor daño sobre la superficie del escudo de fuego del mago. Unas llamaradas relucientes de color naranja surgieron del hombro de Gomph y alcanzaron a Nimor en la cara. El asesino rugió de dolor y agitó las alas una única vez, pero con tal violencia que levantó los afilados trozos de cristal que había esparcidos por el suelo, lo que formó un remolino en torno al archimago. Cada vez que un pequeño fragmento del cristal lo golpeaba, una chispa de fuego surgía como respuesta. El conjuro no produjo ninguna quemadura a Gomph, pero durante unos desconcertantes segundos se vio rodeado por una cascada de rugientes llamaradas.

Nimor desapareció entre las sombras de la bóveda de la caverna.

El remolino de cristales y fuego se aquietó y Gomph consiguió salir de las ruinas del puesto del mercado. Mientras la sangre seguía manando del muñón, reducido el dolor, gracias a su anillo, a una sensación sorda, molesta, Gomph se tomó un segundo para asegurarse de que el pie apuntaba en la dirección correcta y volvió a pegar la pierna en su sitio.

La sostuvo en su lugar y cerró los ojos. Sólo podía respirar entrecortadamente y con estremecimientos. La sensación del hueso soldándose, de cada vaso sanguíneo reconectándose a su extremo seccionado, de los nervios volviendo a la vida con una oleada de dolor, escozor, placer, nuevamente dolor, y la piel que volvía a crecer hizo que Gomph jadeara y se agitara convulso.

El lich, advirtió Nauzhror.

Sólo entonces reparó el archimago en que Dyrr estaba preparando otro conjuro. La respuesta que se le ocurrió a Gomph fue un poderoso recurso disuasorio que lo protegiera cuando el globo del bastón ya no pudiera hacerlo. Sin pararse a pensar en otras implicaciones, Gomph reunió la energía del Tejido necesaria y el campo antimágico quedó erigido a tiempo para bloquear una enorme explosión de calor lacerante y fuego cegador.

También suprimió el poder regenerador del anillo.

La magia no funcionaba en las inmediaciones de Gomph Baenre, y su pierna sólo estaba reparada a medias. Un estremecimiento lo recorrió y el dolor que, partiendo de su pierna, se propagó por todo su cuerpo en un espasmo de agonía, le hizo apretar los dientes y cerrar los ojos.

—Buena jugada, mi joven amigo —le gritó el lich desde las alturas—, pero ese campo caerá tarde o temprano. Mientras tanto, tú seguirás sangrando y yo esperando.

Gomph no se paró a considerar la amenaza del lich. El dolor era demasiado intenso para pensar.