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El padre Xavier percibía los acelerados latidos de su corazón bajo la palma de la mano. Le acarició la cabeza y el cuello con el pulgar en movimientos lentos y casi cariñosos. Devolvió la mirada de los temerosos ojos negros y sonrió. Percibía los huesos y éstos le revelaban que estaba acariciando un cuerpo que podría haber aplastado con la mano; reprimió la agitación que esa idea le provocó. Poco a poco, los latidos se tranquilizaron y el delicado cuerpo se relajó. La resistencia de las garras calientes y secas se aflojó. El padre Xavier volvió la paloma mensajera de espaldas y quitó el mensaje que llevaba enrollado en la pata. Después la soltó. La paloma agachó la cabeza pero entonces descubrió el montoncito de granos encima de la mesa y se acercó. El padre Xavier se dispuso a descifrar el mensaje.
Un poco después su mirada se perdió en el vacío mientras la paloma picoteaba. El rítmico golpeteo del pico del ave era como el tic tac de un reloj. Era contagioso. El padre Xavier se dio cuenta de que estaba tamborileando en el viejo pergamino —sobre el cual acababa de garabatear el mensaje descifrado— con los dedos. Acercó la vela, arrancó el texto y lo sostuvo sobre la llama. Antes de encenderse y de que las letras se convirtieran en humo, el pergamino se arrugó. El padre Xavier volvió a leerlas antes de que el fuego las consumiera.
«CK y AvL observados desde lejos. Misión en P fracasada. Ni rastro de T. Presencia probable en 1572; ¿¿¿ubicación actual??? ¿Cuándo veré a mi niño?»
El padre Xavier observó cómo la llama consumía la última letra del mensaje, una «Y». Dejó caer el último trozo del pergamino en la mesa y observó cómo se convertía en ceniza. «Y». Ella firmaba todos los mensajes con una «Y», como si él no supiera de quién provenían. Era como si quisiera indicarle que era un ser humano, no una herramienta, pero no podía sospechar que para el padre Xavier no existía una gran diferencia entre ambos.
La pregunta por su hijo siempre formaba parte de los informes de Yolanta Melnika. El padre Xavier sonrió. Mientras preguntara, seguiría teniendo esperanza. Mientras siguiera teniendo esperanza, haría todo lo que él quisiera.
Cogió algunos granos y la paloma se encaramó a su mano. Mientras continuaba picoteando, él le acarició las plumas grises y lisas. El único resultado del viaje atentamente vigilado de Cyprian Khlesl al sur de Bohemia había sido la certeza de que ahora al menos existía un lugar en el que ya no era necesario que él, el padre Xavier, siguiera buscando, además de incluir mucha información sobre los sentimientos de Andrej von Langenfels, que se había convertido en el acompañante de Cyprian de manera tan inesperada.
El padre Xavier llevó la paloma junto con las otras. Ahora volvían a estar todas. Yolanta ya no podría enviar más mensajes; ella se habría quedado con la última paloma si no hubiera creído que esta misión en particular estaba concluida.
«¿Cuándo veré a mi hijo?»
El padre Xavier sonrió.
—Cuando ya no te necesite —susurró.