Epílogo
En realidad, mi intención era la de narrar la historia del emperador Rodolfo de Habsburgo, del alquimista sentado en el trono imperial, del coleccionista de arte y neurótico instalado en el corazón del reino alemán, cuya crasa incompetencia para ocupar el trono allanó el camino de la indecible desgracia que supuso la Guerra de los Treinta Años. La Biblia del Diablo sólo debía suponer una parte del argumento de esta historia.
Quien haya practicado el oficio de escribir durante el tiempo suficiente, comprende que las historias mismas son las que saben cómo quieren ser narradas. En relación con esto, poseen el mismo poder que le adjudiqué a la Biblia del Diablo en mi novela: hacen todo lo posible por volverse públicas. Por eso, se podría decir que mi relato sufrió una modificación, una transmutación que estableció una relación con la alquimia, pero que redujo la figura del Gran Alquimista Rodolfo, el emperador, y lo convirtió en una viñeta, aunque conservó cierta importancia.
Lo que quedó fue un grupo de personajes históricos que no dejaron de insistir en jugar un papel en mi relato.
No cabe duda de que quien ocupa más espacio es Melchior Khlesl, cardenal, obispo de Wiener Neustadt y hacedor de emperadores. Y el reino alemán ha de agradecer sus esfuerzos, pues a ellos se deben que el emperador Rodolfo fuera depuesto en 1612 y reemplazado por el archiduque Matthias. Por desgracia, éste era tan poco idóneo para ocupar el trono como su hermano mayor, pero queremos suponer que Melchior Khlesl no tuvo la culpa. En la obra dramática de Franz Grillparzer Ein Bruderzwist im Hause Habsburg, el obispo juega un papel decididamente mefistofélico; me tomé la libertad de retratarlo de un modo más positivo. Mientras que su historia personal, su conversión a la fe católica, la conversión de su familia y su lucha contra la corte del emperador Rodolfo están confirmadas por la historia, está claro que me tomé una libertad dramática mucho mayor en cuanto a su participación en la búsqueda de la Biblia del Diablo.
Es verdad que los cardenales de Gaete y Madruzzo existieron, pero no planearon una conspiración —en todo caso, ninguna que yo conozca— y tampoco mandaron asesinar a dos Papas, dado que el auténtico cardenal de Gaete ya había muerto hacía unos cuantos años en el momento histórico en el que se desarrolla la novela. Hernando de Guevara, cuya figura delgada y cuyos lentes redondos de aspecto bastante moderno fueron retratados por El Greco en 1600 (el cuadro está en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, e ignoro si está en venta), también tiene dos Papas sobre la conciencia; durante un tiempo fue el ayudante del Gran Inquisidor cardenal de Quiroga y más adelante ocupó su puesto. Según mis investigaciones, el buen hombre realmente se llamaba Hernando y no Fernando, aunque aquél sea el nombre que aparece en el título del cuadro. Por otra parte, el Gran Inquisidor cardenal de Quiroga también se mantuvo alejado de los cónclaves descritos en el libro, porque los herejes españoles se negaban a reducir su número.
Para la descripción del Auto de fe de Toledo, me dejé guiar por la historiadora Jacqueline Dauxois. Al describir la escena, suprimí la situación política que condujo a que el Vicario General Loayasa (otro personaje histórico, junto con sus hijas) reemplazara al arzobispo, porque aquella situación era bastante compleja; aquí también me limitaré a decir que en aquel momento otro hermano del emperador Rodolfo, a saber, Albrecht von Habsburg, era arzobispo de Toledo y que siempre se mantuvo apartado de los terroríficos espectáculos de la quema de herejes.
En caso de que el lector haya creído que me limité a inventar la situación dramática que supone la muerte de tres Papas en sólo pocos meses, debo decepcionarlo; esta fluctuación letal en el trono papal se corresponde con la realidad histórica (excepto el motivo, véase arriba). Y si el lector se pregunta por el motivo novelístico que hizo que el comandante de la guardia suiza y su reemplazante sean padre e hijo, le ruego que me permita informarle de que, en este caso, también se trata de una realidad histórica. ¡Ojalá fuéramos capaces de inventar todas las biografías que la vida escribe por casualidad!
En la corte del emperador Rodolfo, además de él mismo y sus neurosis confirmadas por la Historia, se destaca el doblete formado por el barón Rozmberka y el juez superior regional Lobkowicz. Con ellos me tomé la máxima libertad. Quiero suponer que en la realidad, su profesionalidad era mayor. Tampoco hay garantías de que Giovanni Scoto sedujera a la mujer del juez superior regional, aunque en ese caso hubiera sido la única de todo Praga que no sucumbió a sus encantos. Aquí también puedo revelar el secreto acerca de adónde huyó maese Scoto después de que los señores Dee y Kelley le amargaran la vida en Praga: se instaló en la corte del duque Johann von Coburg, donde unos años después sedujo a la duquesa y provocó una historia trágica.
Los custodios son un invento, pero no el abad Martin Korytko, el muy discutido abad de Braunau (Broumov). Según dicen, su tolerancia frente a los protestantes condujo a la construcción de la iglesia de San Wenceslao en el Niedertor de Braunau, cuya proyectada demolición en el año 1618 provocó la Defenestración de Praga y con ésta la Guerra de los Treinta Años. Una figura que de algún modo tuvo la culpa de esa espantosa guerra debía ocupar un lugar importante en la novela.
El doctor Guarinoni también existió de verdad, era el médico de cabecera del emperador Rodolfo. Evidentemente, el único personaje inventado de toda la corte del emperador es el enano que se despide de Andrej de un modo tan indiferente tras el primer encuentro de éste con el emperador. Pero quizás existió un enano como ése, y una vez más, las fuentes históricas silencian a las personas realmente interesantes.
El padre Xavier es una figura inventada, pero su evolución encajaría perfectamente con un personaje histórico auténtico perteneciente a la orden de los dominicos de aquella época.
Hay un paisaje que visité durante mis investigaciones y que me produjo tanta fascinación que decidí incluirlo en la novela, aunque en realidad los protagonistas, en su viaje de Praga a Braunau, no podrían haberlo atravesado sin dar un rodeo totalmente inútil: las ciudades de rocas de Teplitz y Adersbach. Se encuentran al noroeste de Braunau y forman un fantástico panorama de torres rocosas, figuras mitológicas, gigantes convertidos en piedra y otras cosas más. Están atravesadas por senderos y rutas para escaladores. En tiempos pasados fueron escondrijos para contrabandistas, salteadores de caminos y otros delincuentes, algo que he descrito brevemente en la novela. Hoy en día, el intento de comprar un recuerdo para los niños en medio de una horda de adolescentes chillones sigue siendo muy peligroso.
En la época en la cual transcurre la novela, la lucha entre la Reforma y la Contrarreforma estaba en pleno apogeo y aunque muchos coetáneos reconocían que acabaría en catástrofe, nadie parece haber sido capaz de detenerla, sobre todo los cabecillas (el Papa y el emperador de aquella época). Los grandes políticos, como el obispo Melchior Khlesl, intentaron tomar las riendas, pero los políticos mezquinos —tan frecuentes en aquel entonces como en el presente e igual de numerosos— estaban ocupados en hacer su agosto. El tremendo accidente, que ellos no impidieron y que asoló Europa entre 1618 y 1648, devoró tanto a unos como a otros. Pero eso vuelve a ser otra historia.
La situación en Viena —desde el enfado de los mercaderes debido a la competencia extranjera y los desastres causados por las inundaciones, hasta las procesiones católicas no celebradas— proviene de la historia de Viena, muy meticulosa y de varios volúmenes, obra de Peter Csendes y Ferdinand Opll; hoy en día la situación en la casa de expósitos de las carmelitas sigue siendo la misma que en los asilos, como podrá comprobar el lector que se aleje lo bastante de los rincones lustrosos de la civilización humana (y eso no supone emprender un largo viaje). Es verdad que a fines del siglo XVI, Braunau, hoy Broumov, se vio asolada por diversas epidemias de peste y muchas inundaciones, lo que me llevó a suponer que todos los lugares en los que la Biblia del Diablo permaneció durante cierto tiempo fueron víctimas de la ira del Señor. En Broumov existen réplicas y exvotos que dan fe de ello.
La historia del fantasmagórico lago debajo de la iglesia de Heiligenstadt pertenece, con algunas variaciones, a las leyendas de la capital austríaca, como también la leyenda de la hilandera al pie de la cruz que Cyprian le narra a su amada Agnes.
¿Y la Biblia del Diablo?
Bien… Antes de hablar de ella, ¡recomiendo al lector que la visite! Según cuándo lea este epílogo, el libro se encontrará en Praga formando parte de una exposición que recorrerá todo Chequia (de septiembre a diciembre de 2007) o en la Biblioteca Real de Estocolmo. Que el lector sepa que quedará impresionado.
La Biblia del Diablo o Codex Gigas (del griego gigas: gigantesco) es el manuscrito medieval más voluminoso del mundo. Se necesitan dos hombre fuertes para levantarla, mide unos 100 x 50 centímetros y contiene más de 600 páginas manuscritas en pergamino de piel de asno y su realización supuso que 160 burros pasaran a mejor vida. El Códice fue creado a principios del siglo XIII en el convento benedictino de Podlaice, en el sur de Bohemia. El nombre «Biblia del Diablo» se debe a un dibujo a toda página del Señor de patas de macho cabrío que figura en una de las 600 páginas; pero también está relacionado con el hecho de que el autor trató de incorporar todo el saber del mundo en su obra… y desde aquel asunto con la serpiente y el fruto con pepitas del género malus domestica, detrás del intento de alcanzar todo el saber del mundo se encuentran los insistentes susurros del diablo.
El ejemplar de la Biblia del Diablo al que invité al lector a visitar más arriba —opto por la palabra «ejemplar» puesto que tras leer la novela, el lector y yo sabemos que no puede tratarse del original, ¿verdad?— pasó de estar al cuidado de los benedictinos de Podlaice al de los cistercienses de Sedlec, los benedictinos de Brevnov, los benedictinos de Broumov, el emperador Rodolfo II y por fin, a partir de 1648, al cuidado de los suecos. A finales de la Guerra de los Treinta Años, las tropas suecas la robaron del Hradschin. Hoy está —no sin alguna controversia— en poder de la Biblioteca Real de Estocolmo, que, tras una prolongada lucha interna, otorgó el permiso para que figurara en la exposición de tres meses en Praga.
Estos son los hechos. La leyenda es aún más interesante.
Dicen que un monje cargaba con un gran pecado. Como penitencia, se dejó emparedar y prometió que mientras moría lentamente de hambre y de sed escribiría un libro que contuviera toda la sabiduría del mundo. En medio del proyecto, comprendió que no podría acabarlo y le pidió ayuda al diablo. A cambio le ofreció su alma. Lucifer, que frente a transacciones similares ya había sido engañado con anterioridad (como en el caso del puente de piedra de Regensburg), creyó que un monje emparedado no podría engañarlo y se puso manos a la obra. Parece que tras escribir aproximadamente la mitad fue víctima de la habitual vanidad del autor e incluyó un autorretrato para que la posteridad supiera quién había sido el autor de la obra, pero eso ya es mi propia interpretación de los hechos. Y el lector ya ha descubierto la manera en la que interpreté el resto de esta leyenda en la novela.
Por otra parte, el que falten tres páginas de la Biblia del Diablo es un hecho histórico y sólo podemos especular acerca de su contenido y de adonde fueron a parar…