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Martes, 19:00 horas

Brian Parkhurst no estaba en casa. Ni su Ford Windstar.

Los seis detectives se desperdigaron por la casa adosada de dos pisos de Garden Court. En la planta baja había un pequeño salón, comedor y una cocina que daba a la parte posterior. Entre el comedor y la cocina, una empinada escalera conducía al primer piso, donde había un cuarto de baño y una alcoba reconvertida en despacho. El segundo piso, donde en otro tiempo había dos pequeñas alcobas, había sido reformado y albergaba ahora la suite principal. Ninguna de las tres habitaciones tenía alfombra de nailon azul oscuro.

Los muebles eran en su mayor parte modernos: sofá y sillón de cuero, aparador de teca y mesa de comedor. La mesa del despacho era más antigua, probablemente de roble encurtido. La librería denotaba un gusto ecléctico: Philip Roth, Jackie Collins, Dave Barry, Dan Simmons. Los detectives repararon en la presencia de William Blake: los libros iluminados completos.

No puedo decir que conozca mucho de Blake, había dicho Parkhurst durante la entrevista.

Un rápido repaso al libro de Blake reveló que no le habían arrancado ninguna página.

Una ojeada al frigorífico, congelador y cubo de la basura no arrojó ningún indicio acerca de la pierna de cordero. El libro La alegría de cocinar tenía el marcador colocado en la sección «flan de caramelo».

No había nada inusual en los armarios. Tres trajes, un par de chaquetas de lana, media docena de pares de zapatos, una docena de camisas. Todas las prendas eran de estilo conservador y de calidad.

Las paredes del despacho lucían sus tres títulos de enseñanza superior: uno de la Universidad John Carroll y dos de la Universidad de Pensilvania. También había un póster bien enmarcado de la producción de Broadway El crisol.

Jessica se encargó del primer piso. Registró el armario del despacho, que parecía reservado a las aficiones deportivas de Parkhurst. Al parecer, jugaba al tenis y al racquetball, además de practicar algo de vela. También había un costoso traje de neopreno.

Registró los cajones de la mesa del despacho y se encontró con los consabidos suministros. Gomas de borrar, plumas, sujetapapeles, cajitas de pastillas de menta. En otro cajón había varios cartuchos para impresora LaserJet y un teclado de repuesto. Todos los cajones se abrían sin ningún problema, salvo el cajón archivador.

Estaba cerrado con llave.

Extraño para un hombre que vivía solo, pensó Jessica.

Echó un rápido pero exhaustivo vistazo al cajón superior y no vio ninguna llave.

Jessica se acercó a la puerta y escuchó la charla. Los demás detectives estaban ocupados en lo suyo. Volvió a la mesa y sacó prestamente su juego de ganzúas. No trabajas en la Brigada de Tráfico durante tres años sin hacerte con algunas habilidades de cerrajería. A los pocos segundos, había conseguido abrirlo.

La mayor parte de los archivos eran sobre la casa y otros asuntos personales. Justificantes fiscales, resguardos comerciales, recibos personales, pólizas de seguro. También había un montón de recibos de Visa ya pagados. Jessica anotó el número de la tarjeta. Un rápido repaso a las compras no arrojó nada sospechoso. No había cargo a ninguna tienda de artículos religiosos.

Estaba a punto de cerrar el cajón cuando vio la punta de un pequeño sobre de papel manila que sobresalía de debajo del cajón. Metió la mano hasta el fondo y sacó el sobre. Estaba cerrado con cinta para ocultar su contenido, pero no sellado propiamente hablando.

El sobre contenía cinco fotos. Habían sido tomadas en el parque Fairmount durante el otoño. Tres de las fotos eran de una joven completamente vestida, adoptando tímidamente una postura de falso glamour. Dos de ellas eran de la misma joven posando con un sonriente Brian Parkhurst. La joven estaba sentada en su regazo. Las fotos tenían la fecha de octubre del año anterior.

La joven era Tessa Wells.

—¡Kevin! —gritó Jessica escaleras abajo.

Byrne estuvo arriba en un santiamén, tras subir las escaleras de cuatro en cuatro. Jessica le mostró las fotos.

—¡Hijo de puta! —exclamó Byrne—. Lo hemos tenido y lo hemos dejado escapar.

—No te preocupes. Le volveremos a pillar. —Encontraron un juego de maletas completo debajo del hueco de la escalera. No estaba de viaje.

Jessica hizo un resumen de las pruebas. Parkhurst era médico. Conocía a las dos víctimas. Había declarado conocer a Tessa Wells sólo en sentido profesional, como orientador, y, sin embargo, tenía fotos personales de ella. Tenía una historia de implicación sexual con las estudiantes. Una de las víctimas había empezado a escribir su apellido en la palma de su mano justo antes de morir.

Byrne cogió el teléfono del despacho de Parkhurst y llamó a Ike Buchanan. Puso el teléfono en modo altavoz e informó a Buchanan acerca de lo que habían encontrado.

Buchanan escuchó y luego pronunció las tres palabras que Byrne y Jessica estaban ansiosos por oír:

—Echadle el guante.

Las chicas del rosario
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