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Miércoles, 02:00 horas
—¿Es el señor Amis? —preguntó una voz dulce al teléfono.
—Hola, cariño —contestó Simon mientras diluviaba en la calle Londres Norte—. ¿Cómo estás?
—Bien, gracias —respondió ella—. ¿Qué puedo hacer por ti esta noche?
Simon utilizaba tres empresas de chicas de alterne diferentes. Para esta empresa, StarGals, se llamaba Kingsley Amis. —Estoy terriblemente solo.
—Para eso estamos nosotras aquí, señor Amis —dijo ella—. ¿Ha sido usted mal chico?
—Muy malo —respondió Simon—. Y merezco ser castigado.
Mientras esperaba a que llegara la chica, Simon echó un vistazo al proyecto de la portada del Report del día siguiente. Ya la tenía decidida; era algo que tenía muy claro hasta que no cogieran al asesino del rosario.
Unos minutos después, mientras bebía su vodka Stoli, pasó las fotos de la cámara al portátil. Esta parte de su trabajo, cuando todo su equipo estaba bien sincronizado y funcionaba perfectamente, le encantaba infinitamente.
Su corazón latía un poco más deprisa con cada foto que se veía en la pantalla.
Nunca antes había utilizado en su cámara digital la función motor de arrastre —la que permite sacar una rápida serie de fotos sin reconfigurar—. Funcionó a la perfección.
Tenía en total seis fotos de Kevin Byrne saliendo de aquel descampado de Gray’s Ferry, más otras cuantas, sacadas a distancia, del museo Rodin.
No era el momento de reunirse en callejones oscuros con traficantes de droga.
Todavía no.
Simon cerró el portátil, se dio una ducha rápida y se escanció unos lingotazos más de Stoli.
Veinte minutos después, mientras se dirigía a abrir la puerta, pensó en quién estaría al otro lado. Como siempre, sería rubia, con piernas largas, y delgada. Llevaría una falda de cuadros, chaquetita de franela azul marino, blusa blanca, calcetines hasta la rodilla y mocasines baratos. Incluso podría llevar una mochila.
Era un chico muy, muy malo.