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Lunes, 15.35, sobre Maryland

El teniente Robert Essex estaba esperando al coronel August cuando el helicóptero que transportaba al Striker aterrizó en la Base Andrews de la Fuerza Aérea. El teniente le entregó un diskette cubierto con una cinta de plata sensible a la presión. Sólo la huella digital del pulgar de August escaneada por su computadora le permitiría acceder a la información.

Mientras August recibía el diskette, el sargento Chick Grey silbó a los dieciséis soldados del comando Striker para indicarles que abordaran el C-141B. El avión —un C-141A Lockheed Starlifter transformado— tenía un fuselaje de 168 pies y cuatro pulgadas de longitud: treinta y tres pies y cuatro pulgadas más largo que su predecesor. El rediseño de la nave había permitido agregar un equipo de reabastecimiento de combustible durante el vuelo que aumentaba su alcance operativo normal de 4.080 millas.

Los cinco tripulantes del avión ayudaron a los Striker a acomodar sus equipos. Menos de ocho minutos después de la llegada de los soldados, los cuatro poderosísimos motores Pratt & Whitney alzaron la nave a los cielos.

El coronel August sabía que el coronel Squires acostumbraba a discutir todo con la tripulación, desde sus novelas favoritas hasta el sabor del café. August comprendía que eso ayudaba a relajar a la gente y la hacia sentir más próxima y deferente hacia su comandante. Pero ése no era su estilo. Y tampoco era el estilo que enseñaba como profesor invitado en el John F. Kennedy Special Warfare Center. En lo que a él concernía, una de las claves del liderazgo era que la gente nunca llegara a conocer del todo a su líder. Si no sabían qué botón apretar, cómo complacerlo, tendrían que seguir probando. Y su viejo carcelero vietcong solía decirle: Nos mantenemos juntos manteniéndonos separados.

La cabina pobremente aislada era ruidosa y el asiento era duro. Así lo prefería August. Un viaje en avión frío y turbulento. Un aterrizaje en aguas tormentosas. Una marcha larga y extenuante bajo la lluvia. Ésas eran las cosas que fortalecían a los soldados.

Guiados por el privado de Primera Clase David George, los Striker comenzaron a estudiar el inventario de todo lo que había a bordo del avión. El Centro de Operaciones tenía un depósito de equipamiento en la Base Andrews donde se guardaban uniformes para todo tipo de clima y equipos para toda clase de misión. En el cargamento de este viaje se habían incluido los uniformes de faena camuflados estándar, y también pasamontañas y sombreros. Los equipos incluían chalecos antibala Kevlar, cinturones de enganche, botas de asalto ventiladas para climas calurosos, antiparras con lentes a prueba de astillamientos, y bolsas con dispositivos especiales para llevar en la cintura. Había compartimientos para suplementos de municiones, un reflector, granadas de mano, granadas de fragmentación M560, un equipo de primeros auxilios, ganchos y anillos para escalar, y vaselina para aplicar en zonas lastimadas por las caminatas, los escalamientos, las marchas cuerpo a tierra y las correas demasiado tirantes. Las armas destinadas al equipo eran pistolas Beretta 9mm con depósitos de cartuchos extendidos y ametralladoras Heckler & Koch MP5 SD3 9mm. Las MP5 tenían silenciador integral y gran capacidad de aniquilamiento. Desde la primera vez que los había usado, August estaba convencido de que los silenciadores resultaban a la vez inteligentes y eficaces. El primer paso absorbía los gases y el segundo se encargaba del estallido y la llama. El ruido del disparo era ahogado por amortiguadores de goma. A quince pies de distancia el arma era mortalmente silenciosa.

Era obvio que Bob Herbert preveía algunos encuentros cercanos.

El comando también estaba equipado con seis motocicletas de motor silencioso y un cuarteto de VAR. Cada uno de los Vehículos de Ataque Rápido podía llevar tres pasajeros. Habían sido diseñados para atravesar el desierto a velocidades superiores a las ochenta millas por hora. El conductor y un acompañante ocupaban la parte delantera y el tirador adicional ocupaba el asiento trasero elevado. Los VAR estaban equipados con ametralladoras calibre.50 y lanzadores de granadas de 40mm.

El coronel August ya se había formado una idea del lugar al que se dirigían al apoyar el pulgar en el diskette. La cinta grabó la huella digital, la ranura “A” de la computadora leyó la impresión, y el diskette fue ingresado.

Contenía un resumen breve de lo que había pasado con el CRO, junto con las fotografías que Herbert le había mostrado a Hood. La evidencia recogida por Herbert indicaba como perpetradores a los curdos sirios, posiblemente en connivencia con los curdos turcos. La confirmación aparente de esa hipótesis había llegado hacía una hora, cuando Herbert supo por un agente ultrasecreto que operaba con los curdos sirios que había habido reuniones secretas entre ambos grupos, varias veces durante los últimos meses. En una de esas reuniones se había discutido la posibilidad de atacar una represa.

Como August había supuesto, los destinarían a Ankara o Israel. Si iban a Ankara aterrizarían en la base de la OTAN al norte de la capital. Si el Striker iba a Israel, aterrizarían en la base aérea secreta Tel Nef cerca de Tel Aviv. August había estado allí un año atrás y la recordaba muy bien. El perímetro estaba rodeado por alambrados de alta tensión. Pasando el alambrado, cada veinte pies, había una casilla de ladrillo con un centinela y un ovejero alemán. Quince pies más allá, también rodeando el perímetro, había cinco pies de arena fina y blanca. La arena estaba minada. En más de un cuarto de siglo eran pocos los que se habían atrevido a intentar irrumpir en la base. Ninguno había vivido para contarlo.

Desde Ankara el equipo volaría en dirección este, hacia una zona de maniobras dentro de Turquía. Desde Tel Nef los Striker volarían o irían por tierra a la frontera de Turquía o Siria. Si, como creía Herbert, el CRO estaba en poder de curdos sirios, era muy probable que se dirigieran al valle de Bekaa en Siria occidental. El valle era la fortaleza de las operaciones terroristas y allí el CRO sería de suma utilidad. Si los curdos sirios estaban aliados con los curdos turcos tal vez planearan quedarse en Turquía y dirigirse a las fortalezas orientales curdas alrededor del monte Ararat. Sin embargo, ese derrotero sería riesgoso. Ankara todavía estaba embarcada en una guerra extraoficial contra los curdos escondidos en las provincias de Diyarbakir, Mardin y Slirt al sudeste y en la provincia de Bíngol al este.

Debido al apoyo otorgado por el gobierno sirio a otros grupos terroristas del Bekaa, particularmente al Hezbollah, ése era un destino más adecuado. Herbert estaba convencido de que los sirios jamás permitirían el ingreso del Striker a esa región.

—Vayan donde vayan —escribió Herbert—, todavía no tenemos la aprobación del Comité de Supervisión de Inteligencia del Congreso para la incursión. Martha Mackall espera conseguirla, aunque tal vez llegue demasiado tarde. Si los terroristas siguen en Turquía, esperamos conseguirles un permiso para entrar al país y establecer un centro de control e información hasta obtener la aprobación del Congreso. Si los terroristas entran a Siria, el Striker no tendrá autorización para ingresar a ese país.

A August se le fruncieron ligeramente las comisuras de la boca. Releyó el fragmento “...no tendrá autorización...” Lo que Herbert había escrito no significaba que el Striker no entraría al país. Apenas llegado al Centro de Operaciones, Mike Rodgers había instigado a August a pasar varias noches en vela revisando el lenguaje de los comunicados entre el Centro de Operaciones y el Striker. Con frecuencia las órdenes estaban implícitas en lo que no se decía más que en lo que sí se decía. Para August eso no era ninguna novedad.

No obstante, August había descubierto que cuando Bob Herbert o Mike Rodgers no querían que el Striker avanzara siempre escribían: “... no está autorizado...”

Claramente —o más bien oblicuamente— en este caso Herbert deseaba que el Striker actuara.

El resto del material del diskette consistía en mapas, rutas posibles hacia diversos lugares y estrategias de salida en caso de que turcos y sirios no cooperaran. Llegarían a Tel Nef en quince horas. August comenzó a revisar los mapas y luego echó un vistazo a los planes de rescate en zonas montañosas o desérticas.

Gracias a los años pasados en la OTAN, August estaba familiarizado con la geografía de la región y también con los diversos escenarios de misiones militares. Las tácticas del Striker eran las mismas que utilizaban las diversas ramas del ejército norteamericano de las que provenían sus miembros. Pero a August no le resultaba familiar tener que evacuar a alguien tan próximo. Sin embargo, Kiet le había enseñado que no hay por qué temer aquello que no nos es familiar. Simplemente se trata de algo nuevo.

Mientras el coronel seguía estudiando los mapas, Ishi Honda se acercó. August levantó la vista. Honda le traía el teléfono seguro TAC-SAT, que había sido conectado a la radio del C-141B.

—¿Sí, privado? —preguntó August.

—Señor —dijo el joven—, creo que debe escuchar esto.

—¿De qué se trata?

—Un informe que llegó al LA hace cuatro minutos —dijo Honda.

El LA era el receptor de línea activa, una línea telefónica que vinculaba directamente a Bob Herbert y al operador de radio del Striker cuando sonaba. Si el Striker estaba en misión la llamada pasaba al TAC-SAT. Muy pocas personas tenían el número del LA: la Casa Blanca, la senadora Fax y diez funcionarios jerárquicos del Centro de Operaciones.

August miró a Honda.

—¿Por qué no fui informado apenas llegué? —exigió duramente.

—Lo siento, señor —dijo Honda—, pero deseaba descifrar el mensaje primero. No quería hacerle perder tiempo con información incompleta.

—La próxima vez hágame perder tiempo —dijo August—. Hasta podría serle útil.

—Sí, señor. Lo siento, señor.

—¿Qué tenemos entonces? —preguntó August.

—Una serie de bips —dijo Honda—. Alguien discó nuestro número y luego marcó otros números que siguen repitiéndose.

August tomó el tubo del teléfono y se tapó la oreja libre con el dedo índice para poder escuchar. Había nueve tonos seguidos de una pausa y luego se repetían los mismos nueve tonos.

—No es un número de teléfono —dijo August.

—No, señor —dijo Honda.

August prestó atención. Era una melodía extraña y discordante.

—Supongo que cada tono corresponde a una letra del teléfono —dijo.

—Sí, señor —dijo Honda—. Hice todas las combinaciones posibles pero ninguna tiene sentido.

Honda le entregó un papel a August. El coronel lo leyó y luego lo releyó: 722528573. August miró el tubo. Las posibles combinaciones numéricas eran prácticamente incalculables. El coronel volvió a mirar el mensaje. Definitivamente se trataba de un código, y sólo una persona podía estar mandando un comunicado codificado vía LA: Mike Rodgers.

—Privado —dijo August—, ¿esto podría provenir del CRO?

—Sí, señor —replicó Honda—. Podrían haber utilizado uno de los teléfonos instalados en las computadoras.

—Para eso tendría que haber estado encendida, y alguien tendría que haber tipiado el mensaje en el teclado.

—Correcto, señor —dijo Honda—. Pero también podrían haber conectado un teléfono celular a la computadora y mandado el mensaje a través del radar. Ese procedimiento hubiera sido más fácil de hacer en privado.

August asintió. El CRO había vuelto a ser activado. Probablemente uno de los tripulantes lo habría re activado. Para eso habría tenido que usar las manos y así, con las manos libres, había podido enviar un mensaje.

—El Centro de Operaciones también habrá recibido este mensaje —dijo August. —Infórmese al respecto.

—En seguida —respondió Honda.

El operador de radio se sentó cerca de August. Mientras telefoneaba a la oficina de Bob Herbert, August ni siquiera se molestó en mirar los mapas que tenía en el regazo. Lo único que quería era saber qué habían hecho en el Centro de Operaciones con el mensaje. Pero el hecho de que estuviera en código y fuera tan breve lo obligaba a preocuparse seriamente por la situación de Mike Rodgers.