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Miércoles, 23.34, Damasco, Siria
Ibrahim al-Raschid abrió los ojos y espió a través de la sucia ventana de la enfermería del hospital penitenciario. Lo sofocaba el fuerte olor a desinfectante.
Ibrahim sabía que estaba en Damasco custodiado por fuerzas de seguridad sirias. También sabía que estaba gravemente herido, aunque no cuánto. Sabía todas esas cosas porque había escuchado hablar de él a los enfermeros y los guardias. Había oído sus voces distantes y ahogadas por las vendas que le cubrían los oídos.
Durante los breves períodos que pasaba despierto, Ibrahim tuvo conciencia de otras cosas. Tuvo conciencia de que un hombre uniformado le había hablado, pero no pudo responder. Su boca parecía congelada, incapaz de moverse. Tuvo conciencia de que lo llevaban a un baño para lavarle y desinfectarle partes del cuerpo. La piel parecía caérsele a pedazos, como la cera endurecida de una vela. Luego lo habían vendado para trasladarlo nuevamente a la enfermería.
Cuando dormía, el joven curdo tenía visiones mucho más claras. Recordaba haber estado con el comandante Siriner en la Base Deir. Todavía podía oír al líder gritando: “¡No dispararán una sola bala en estos cuarteles!” Recordaba haber estado codo a codo con el comandante, disparándole al enemigo para impedirle entrar. Recordaba gritos desafiantes, la espera del ataque... y luego el fuego. Un lago de fuego cayendo sobre ellos. Recordaba haber luchado contra las llamas con los brazos, ayudando al comandante de campo Arkin a abrir un sendero con sus propios cuerpos para que el comandante Siriner pudiera pasar sin quemarse. Recordaba que lo habían sacado a tirones. Recordaba que lo habían tapado con tierra para apagar el fuego de sus heridas y luego lo habían llevado a algún lugar. Recordaba haber visto el cielo y oído un disparo.
Se le formó una lágrima en el ojo.
—¿Comandante...? —musitó.
Ibrahim intentó darse vuelta para buscar a sus camaradas pero no pudo. Las vendas se lo impedían. Tampoco tenía importancia. En ese lugar había sentido por primera vez que estaba solo. ¿Y la revolución? Si hubiera triunfado, él no estaría ahora allí, con el enemigo.
Tanta gente confiaba en nosotros y hemos fracasado, pensó.
¿Verdaderamente habían fracasado? ¿Era un fracaso haber plantado una semilla que otros regarían? ¿Era un fracaso haber iniciado algo que los mejores y los más valientes habían deseado durante décadas? ¿Era un fracaso haber llamado la atención de toda la humanidad frente al reclamo de su pueblo?
Ibrahim cerró los ojos. Vio al comandante Siriner y a Walid.
Vio a Hasan y a los demás. Y vio a su hermano Mahmoud. Estaban vivos y lo miraban y parecían contentos.
¿Era un fracaso reunirse en el Paraíso con sus hermanos de armas?
Con un gemido silencioso, Ibrahim se reunió con ellos.