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Martes, 14.03, Quteife, Siria

La base del Ejército Árabe Sirio en Quteife constaba apenas de unos edificios de madera y varias hileras de carpas. Había dos torres de vigilancia de veinte pies de altura, una mirando al nordeste y la otra al sudoeste. El perímetro estaba rodeado por un alambrado de púas sostenido por postes de diez pies de alto. La base había sido construida diez meses atrás, después de que las tropas curdas del valle del Bekaa atacaran reiteradamente Quteife para abastecerse. Desde entonces los curdos se habían mantenido apartados de la gran aldea.

El capitán Hamid Moutamin, un oficial de inteligencia de veintinueve años de edad, sabía que tanto los ataques como la paz posterior eran intencionales. Cuando el comandante Siriner decidió establecer su propia base en el Bekaa pretendía que los sirios establecieran una base semejante en las proximidades. El acceso a las instalaciones militares sirias era parte importante de los planes de Siriner. Cuando la base fue terminada, el capitán Moutamin utilizó sus diez años de impecable servicio militar para ser transferido a Quteife. Ese traslado también era importante para los planes de Siriner. Cuando ambos objetivos fueron alcanzados, el comandante Siriner estableció su propia base en el Bekaa.

Moutamin no era curdo. Ésa era su fuerza. Su padre había sido un dentista itinerante que prestaba servicios en varias aldeas curdas. Hamid era hijo único y solía acompañarlo en viajes cortos al salir de la escuela o en época de vacaciones. Una noche tarde, cuando Hamid tenía catorce años, el automóvil de su padre fue detenido por efectivos del Ejército Árabe Sirio en las afueras de Raqqa, al norte. Los cuatro soldados se apoderaron del oro con que su padre rellenaba las caries y también de su bolsa de tabaco y su anillo de bodas. Después les ordenaron seguir su camino. Hamid quiso resistirse pero su padre lo impidió. Poco después, el más viejo de los Moutamin detuvo el auto. Allí, en el camino desierto, bajo la luna brillante, sufrió un ataque cardíaco y murió. Hamid regresó a la casa de uno de los pacientes curdos de su padre, un imprentero anciano llamado Jalal. Telefoneó a su madre y uno de sus tíos fue a buscado. El funeral estuvo cargado de tristeza y odio.

Hamid se vio obligado a dejar la escuela y trabajar para mantener a su madre y su hermana. Trabajó en una fábrica de radios porque eso le dejaba tiempo para pensar. Así alimentó diariamente su odio contra los militares sirios. Siguió visitando a Jalal quien, después de dos años, lo presentó cautelosamente a otros jóvenes que debían saldar cuentas con los militares sirios. Todos los demás eran curdos. Mientras intercambiaban historias de robos, asesinatos y torturas, Hamid llegó a creer que no sólo el ejército sino todo el gobierno sirio estaba formado por criminales. Era necesario detenerlos. Uno de los amigos de Jalal le presentó a un joven turco que estaba de visita, Kayahan Siriner. Siriner estaba decidido a crear una nueva nación en la región, donde los curdos y otros pueblos oprimidos pudieran vivir en paz y libertad. Hamid le preguntó cómo podría ayudarlo. Siriner le dijo que la mejor manera de debilitar una entidad era desde adentro. Le pidió a Hamid que se transformara exactamente en lo que más detestaba: debía unirse al ejército sirio. Debido a su experiencia en la fabricación de radios, Hamid fue asignado al cuerpo de comunicaciones.

Durante diez años Hamid había servido a sus comandantes sirios con aparente lealtad y entusiasmo. Pero todo el tiempo había comunicado secretamente los movimientos de las tropas a los curdos sirios. Esa información los ayudaba a evitar enfrentamientos, robar reservas o emboscar patrullas.

Ahora enfrentaba la misión más importante de su carrera. Debía informar al comandante de la base que había interceptado casualmente un mensaje de un curdo turco. El hombre estaba solo, en el sector oriental de la cadena Anti-Líbano, a un cuarto de milla al oeste de la aldea de Zebdani, dentro de la frontera siria. Aparentemente, afirmó Hamid, el hombre había estado allí varios días con el objetivo de reportar los movimientos de las tropas sirias. Dio al comandante de la base la localización exacta del infiltrado.

El comandante sonrió. Indudablemente obtendría un traslado a una base más prestigiosa si lograba encontrar y capturar a un curdo que espiaba para los turcos. Despachó una unidad de doce hombres en tres jeeps con órdenes de rodear y atrapar al prisionero.

Hamid sonrió para sus adentros. Luego se tomó un descanso para asegurarse de que la motocicleta que pensaba utilizar tuviera suficiente combustible.