23 de diciembre de 2095:
Sala de recepción del hábitat Goddard
Por un instante, nadie se movió. Nadie habló. Eberly sacudió la cabeza, todavía aturdido, y se incorporó, frotándose el lado de la cara con una mano.
Holly rompió el silencio:
— ¡Pancho! ¡Por el amor de Dios!
—No tuve nada que ver —dijo Eberly, casi en un lamento—. Traté de detenerles.
Pancho resopló y siguió adelante, pasando por su lado y reprimiendo las ganas de patearlo donde más le doliese. Un par de tipos en monos de trabajo se dirigieron hacia ella; ambos portaban sendos brazaletes que decían: «Seguridad». También acarreaban unas porras aturdidoras colgadas de la cintura. Protector, Wanamaker se adelantó a Pancho.
—No pasa nada —dijo Eberly a los guardias de seguridad, mientras se ponía lentamente en pie—. Estoy bien.
—Qué pena —bufó Pancho, y, sin mirar atrás, ingresó por la escotilla abierta.
Holly apresuró el paso para alcanzar a su hermana:
— ¡Pancho, es el presidente electo de todo el maldito hábitat!
—Se quedó al margen y permitió que esos cabrones de la Nueva Moral te golpeasen hasta dejarte medio muerta —gruñó Pancho, avanzando con paso firme por el pequeño corredor, con Wanamaker a su lado.
—Eso es agua pasada —replicó Holly, poniéndose al otro lado de Pancho—. Y no eran de la Nueva Moral; pertenecían a los Discípulos Santos.
—Lo que sea.
—Han enviado a los responsables de vuelta a la Tierra. Uno de ellos fue asesinado… ejecutado, maldita sea.
Pancho se detuvo ante la escotilla abierta que se abría en el extremo del corredor, compuesto por muros de acero:
—Venga, larguémonos de aquí, antes de que esos tipos de la prensa se acuerden de que están en el negocio de las noticias y vengan a olisquearme. ¿Y a todo esto, dónde diablos estamos? ¿Voy en la dirección correcta?
La cólera de Holly desapareció; sonrió a su hermana:
—Sí, así es. Déjame, ya lo hago yo. —E introdujo un código en el teclado que había junto a la escotilla.
Pancho miró por encima del hombro. Eberly se había puesto en pie, flanqueado por los dos guardias de seguridad, mientras algunos de los ejecutivos que estaban de visita miraban con curiosidad en dirección a Pancho. Aun así, ni Eberly ni ninguno de los visitantes recién llegados había abandonado la sala de recepción.
La escotilla giró hacia adentro y Pancho sintió resoplar contra su cara un rebufo de aire cálido. Aún sonriendo, Holly hizo una pequeña reverencia y, con un balanceo de su brazo, anunció:
—Bienvenida al hábitat Goddard.
Pancho entró por la escotilla, y Wanamaker pasó después de ella. Pese a lo que ya sabía, pese a lo que esperaba, no pudo evitar quedarse boquiabierta y, con embriagada sorpresa, emitir un grito ahogado.
—La madre del cordero —musitó—. Esto es todo un mundo.
Se hallaban en una pequeña loma, lo que permitía obtener una clara visión del vasto interior del hábitat. Un paisaje verde e iluminado por el sol se extendía en todas direcciones a su alrededor. Colinas verdes que se mecían suavemente, macizos de árboles, pequeños arroyos serpenteantes se sucedían hasta una neblinosa distancia. A Pancho el aliento se le quedó en la garganta. ¡Tanto verdor! En ninguna parte más allá de la Tierra había visto tal… tal… ¡Era el paraíso! Un jardín del Edén fabricado por la mano del hombre. La brisa estaba endulzada por el suave aroma de las flores. Arbustos cargados de hibiscos de vívido color rojo y palisandros de un azul lavanda se alineaban a ambos lados de un curvado sendero, que conducía a un poblado de pequeños edificios blancos, brillantes de la luz que brotaba de los paneles solares que, como un anillo de resplandeciente luz solar, envolvían el enorme cilindro.
Parece una de esas ciudades del Mediterráneo, pensó Pancho. A lo lejos, el pueblo se hallaba situado sobre el suave montículo de una colina verde, con vistas a un lago de refulgente azul. Como la costa de Amalfi en Italia. Como una imagen extraída de un folleto turístico. Este es el aspecto que debe tener la campiña mediterránea ideal. Mucho más allá, Pancho divisó algunas granjas, pequeños campos cuadrados de fresca y brillante hierba, y más pueblos con edificios bañados en el blancor que se espolvoreaban sobre las colinas suavemente mecidas. No había un horizonte. En su lugar, la tierra se curvaba más y más hacia arriba, las colinas, la hierba y más villorrios de senderos pavimentados y chispeantes arroyos, más y más arriba, por todas partes, y Pancho tuvo que estirar el cuello para mirar por encima de su cabeza más porciones de aquel paisaje, cuyo verdor se ofrecía tan cuidadosa y adorablemente acicalado.
—Esto supera en todo a los hábitats del punto Lagrange —dijo Pancho a su hermana—. Esto es sencillamente hermoso.
—Así debe ser —sentenció Wanamaker con total naturalidad—, si se pretende que la gente lo convierta en su hogar permanente.
Pancho sacudió la cabeza llena de asombro, y murmuró un sincero: ¡Uau!
Holly le dedicó una sonrisa:
—Y yo estoy al cargo del departamento de Recursos Humanos.
— ¿Es verdad? —preguntó Pancho.
—De la buena, Panch.
Hicieron que Wanamaker buscase las dependencias que les habían sido asignadas a él y a Pancho, mientras Holly guiaba a su hermana a su propio apartamento.
—Hogar, dulce hogar —enunció Holly, mientras hacía pasar a Pancho a la sala de estar.
—Muy bonito —celebró Pancho, recorriendo cada detalle del escaso mobiliario y sus mínimas decoraciones. El lugar parecía ordenado y tenía aquel penetrante olor cítrico, casi antiséptico, de la limpieza reciente. Ha limpiado el lugar para mí, pensó Pancho, antes de preguntar:
— ¿Son paredes inteligentes?
—Y tanto. Puedo programarlas para que muestren casi cualquier cosa que quiera. —Holly se dirigió a la mesa de la esquina y cogió un bastón de control a distancia. De súbito, una pared completa de la habitación exhibió una imagen en tiempo real de Saturno y sus espectaculares anillos.
— ¡Cáspita! —exclamó Pancho—. Es casi como estar ahí fuera.
—Siéntate. —Holly hizo un gesto hacia el pequeño sofá—. Voy a por algo de beber.
Pancho se sentó en una silla tapizada mientras su hermana entraba en la cocina. Bueno, pensó Pancho, si de veras está mosqueada conmigo por mi visita, desde luego no lo demuestra. Parece verdaderamente encantada de verme. Espero no haberla avergonzado demasiado, al golpear a ese asqueroso de Eberly.
— ¿Las paredes tienen circuitos de reconocimiento por voz? —preguntó.
—Los he apagado —gritó Holly desde la cocina—. Son demasiado sensibles. No puedes mantener una conversación sin que las paredes piensen que estás dirigiéndote a ellas.
Pancho rio para sí al imaginarse las pantallas de la pared iluminándose en un caleidoscopio de imágenes mientras la gente charlaba entre sí.
Del otro lado de la partición de la cocina, Holly trajo una bandeja con dos tubos helados y los puso en la mesita de café, luego se sentó en el sofá junto a su hermana.
—Tienes un aspecto genial, pequeña —reconoció Pancho con una sonrisa resplandeciente—. Realmente genial.
—Tú también —replicó Holly, con cautela.
De un solo vistazo, cualquiera hubiera podido reconocer que eran hermanas. Ambas mujeres eran delgadas y larguiruchas: altas, de piernas largas y torneadas. El color de su piel era ligeramente más oscuro que el de un caucásico bronceado. Los rostros de ambas tenían rasgos afilados, con mejillas prominentes y barbillas cuadradas y pertinaces. Los ojos eran del mismo color castaño oscuro, brillantes de inteligencia e ingenio. Pancho había dejado que su cabello se pusiese del todo blanco y lo llevaba corto en una especie de rígido casquete. El cabello de Holly era todavía oscuro y estaba peinado de punta, a la última moda.
— ¿De veras es Eberly el administrador jefe de todo este hábitat? —preguntó Pancho, alargando el brazo para coger uno de los vasos.
—De los diez mil que aquí estamos —replicó Holly—. Ganó unas elecciones libres y justas.
—Pero estaba mezclado con aquellos fanáticos que trataron de matarte. ¿Cómo puede...?
—Eso ya pertenece al pasado, Panch. Y él trató de detenerlos, ya lo sabes. No de una manera muy eficiente, vale, pero lo intentó.
Casi bovinamente, Pancho dijo:
—Supongo que no debí haberle tumbado.
Holly emitió una risita:
—Vaya si pareció sorprendido.
Pancho le devolvió la sonrisa y tomó un sorbo de su vaso. Zumo de frutas. Bien. Susie ya había tenido más que suficiente de alcohol y drogas. Pancho esperaba que Holly fuera diferente.
—Panch, ¿por qué has venido hasta aquí? —La tensión se mostraba en el tono de la voz de Holly, en la repentina rigidez de su cuerpo.
—Para pasar las vacaciones contigo, desde luego —replicó Pancho, intentando que su voz sonase cálida, natural—. Tú eres la única familia que me queda.
Holly trató de relajarse:
—Quiero decir, ¿qué pretendes hacer aquí? Como sabes, no es que este hábitat sea un centro turístico.
La sonrisa de Pancho se atenuó un poco:
—Escucha, hermanita. Soy una mujer rica, una multimillonaria jubilada. Vivo con un tipo estupendo, y podemos ir a cualquier extremo del sistema solar que queramos. Decidí venir aquí y ver qué tal te iba.
—Me va bien.
—No te pongas a hurgar en la herida, pequeña. No estoy aquí para meterme en tu vida y tratar de decirte lo que debes hacer. Ya eres mayorcita, Sooze, y yo no...
—Ya no me llamo Susan —saltó Holly—. Desde hace años.
Pancho puso un gesto de dolor.
—Sí, lo sé. Lo siento. Se me escapó.
—Y si aún sigues preocupada por mí y Malcolm Eberly, ya puedes dejar de preocuparte. Se acabó. En realidad, nunca empezó.
—Eso pensaba, después de lo que te hizo.
—En realidad no fue él. Fueron sus amigos. Trataron de hacerse con el control del hábitat. Durante un tiempo las cosas se pusieron bastante difíciles.
— ¿Pero ya ha acabado todo?
—Sus amigos fueron embarcados de vuelta a la Tierra. Malcolm es el jefe del Gobierno del hábitat.
Las cejas de Pancho se alzaron:
—Pensaba que era el profesor Wilmot quien estaba al mando.
—Ya no. Creamos nuestra propia constitución, Gobierno, y todo lo demás, tan pronto como llegamos a la órbita de Saturno.
— ¿Y Eberly fue elegido para encabezarlo?
—Así es.
—Me pregunto si emprenderá acciones contra mí por haberle tumbado.
Holly pensó por unos momentos, y luego sacudió la cabeza:
—De haber querido hacerlo, hubiera ordenado que sus guardias de seguridad te prendieran allí mismo y en aquel mismo instante.
— ¿Eso crees?
—Sí. —La sonrisa de Holly se ensanchó de nuevo—. Él sabe que se tenía merecido lo que le hiciste.
Pancho le devolvió la sonrisa:
— ¿Sabes ese antiguo dicho sobre los húngaros?
— ¿Húngaros?
—Si te topas con un húngaro en la calle, patéalo. Él sabrá por qué.
Las hermanas rieron juntas, prolongadamente, en alto y sin forzarse a ello. Pero entonces Holly preguntó:
— ¿Cuánto tiempo te vas a quedar?
— ¡Rayos, pequeña, acabo de llegar! Dame al menos un tiempo para deshacer mi equipaje, ¿no?
Frunciendo el ceño, Holly replicó:
—No quería decir eso, Panch. Es solo que... bueno, ya no necesito que «mami» se ocupe de mí. Me he valido por mí misma desde hace más de tres años.
Pancho le dedicó una sonrisa:
—Y no quieres que ese coñazo de hermana que tienes esté todo el rato velando por ti. No puedo culparte.
Cambiando un poco de táctica, Holly preguntó:
— ¿Y bien? ¿Quién es el tipo que ha venido contigo?
— ¿Jake Wanamaker? —La sonrisa de Pancho se volvió pícara—. Un antiguo almirante de la Marina de los Estados Unidos. Dirigió varias operaciones militares para Astro durante las luchas en el cinturón.
— ¿Vives con un marinero?
—Es mi guardaespaldas.
Holly miró a su hermana durante un largo instante, y luego volvieron a estallar en carcajadas.
— ¿Quieres cenar con nosotros esta noche? —preguntó Pancho.
— ¡Cósmico! Yo también llevaré un amigo.
— ¡Genial! —dijo Pancho, con auténtico entusiasmo. Quizá se esté rompiendo un poco el hielo, pensó. Quizá las cosas vayan bien entre Sooze y yo. Luego se reprendió: no la llames así. Su nombre ya no es Susan. Ahora es Holly. Holly. Pero al mirar en los profundos ojos castaños de su hermana, Pancho recordó a la indefensa criatura que había criado tras la muerte de sus padres. Y recordó que fue ella quien suministró la inyección letal que mató a Susan cuando los médicos se negaron a hacerlo.
Tuve que matarte, Susie, dijo Pancho en silencio, para que así pudieras renacer. Y aquí estás, viva y sana, hecha una mujer, y condenadamente llena de sospechas hacia tu hermana mayor.