4 de mayo de 2096:
Anochecer
A todas luces, el cóctel de recepción tenía como propósito dar la bienvenida al destacamento de biólogos y científicos planetarios que habían llegado procedentes de la Tierra tras conocer la confirmación de Wunderly de que los anillos de Saturno albergaban organismos vivos. La plantilla de Urbain al completo, así como los más prominentes ciudadanos del hábitat, acudieron en masa para recibir a los recién llegados.
En otras circunstancias, Urbain no hubiera invitado a Manuel Gaeta. Al fin y al cabo, aquel tipo no era un científico: no era otra cosa que un saltimbanqui, un artista de la hazaña, es decir, poco más que un simio bien entrenado. Pero Gaeta vivía con la doctora Cardenas, una premio Nobel. Urbain no podía invitarla sin extender la invitación a Gaeta.
Aparte de que Urbain necesitaba a aquel simio entrenado.
La fiesta discurrió bajo el tenderete que había junto a las bellas orillas del lago, al pie de la suave colina en la que se erguía la ciudad de Atenas. Con una copa de champán en la mano, Urbain vio a Pancho Lane y su hermana con un par de tipos a los que no supo poner un nombre. Se inclinó hacia su mujer y le preguntó si sabía quiénes eran. Jeanmarie le dijo que el mayor y más alto de los dos era el compañero de Pancho, un marinero ya retirado. El otro era un ingeniero que el hábitat había admitido entre sus huestes tras su paso por Júpiter.
—Ah, sí —murmuró Urbain, reconociendo el rostro sombrío del más joven—. Creo que se llama Tavalera.
Y también estaba Eberly, por supuesto, seguido por su claque dondequiera que fuese. Urbain reprimió un gesto de disgusto. El administrador jefe estaba en su elemento, rodeado de sus admiradores, sonriendo y conversando y riéndose con ellos.
Gaeta, se dijo Urbain. Debo llegar hasta Gaeta.
Vio que su hombre y la doctora Cardenas se encontraban al borde del lago, embebidos en una conversación visiblemente seria con Wunderly. Qué extraño, pensó. Wunderly debería ser el centro de atención de la reunión, y ahí está, en un rincón, apartada de la muchedumbre junto a su grupito de amigos. Urbain sacudió la cabeza. Le queda mucho que aprender sobre las políticas del mundo científico, pensó.
Cogiendo la mano libre de su esposa, Urbain dijo a la mujer con la que esta estaba hablando:
—Discúlpenos, por favor. He de hablar un momento con la doctora Wunderly.
Y condujo a Jeanmarie hacia el pequeño grupo que se arremolinaba al borde del agua.
Wunderly hablaba sin parar con Kris Cardenas. Gaeta se hallaba entre las dos mujeres, sin apenas entender una palabra de lo que Wunderly estaba diciendo:
—… Así que cuando Da’ud me enseñó los gráficos en los que había estado trabajando, repasé los vídeos de los radiales de los anillos y, efectivamente, tenían una correlación de cinco novenos —concluyó Wunderly, casi sin resuello.
— ¿Los radiales son correlativos a la posición de Titán? —preguntó Cardenas.
Gesticulando con tanta ponderación que incluso vertió el champán en la hierba, haciendo que Gaeta se apartase de un ágil salto, Wunderly exclamó:
— ¡Sí! Nos preguntábamos qué era lo que originaba esos radiales, ¡y ahí tenemos la explicación! Y justo en el momento en que me dirijo a la Tierra.
— ¿Los radiales? —preguntó Gaeta, frunciendo ligeramente el ceño—. ¿Te refieres a esos senderos de polvo que hay en los anillos?
Wunderly asintió con vigor:
—Los senderos de polvo que se levantan sobre la planicie de partículas del anillo y luego vuelven a remitir.
—Como si estuvieran haciendo la ola en un partido de fútbol —replicó Gaeta.
— ¿La ola? —Wunderly pareció perpleja.
Mientras tanto, en el otro extremo del grupo de invitados a la fiesta, Yolanda Negroponte estaba en el fragor de una conversación con cuatro biólogos que acababan de llegar de la Tierra.
Había acudido sola a la recepción, enfundada en un hábito color hueso al que remataba una minifalda que mostraba buena parte de sus largas piernas. Había telefoneado a Habib varias veces a lo largo del día para pedirle que la acompañase a la fiesta, pero este no había respondido a sus llamadas. En aquel momento, Negroponte se encontraba en el centro de un pequeño grupo de recién llegados, intentando mantener el hilo de la conversación al tiempo que miraba por encima de sus cabezas para ver si entre la multitud divisaba a Habib.
Me teme, dijo para sí. Has sido demasiado directa. Aun así, sabía que si no iba detrás de Habib, este no tardaría en alejarse de ella. ¿Por qué tiene que ser un tipo tan difícil?, se preguntó.
¿Y por qué insistes en perseguirle?, le preguntó una voz en su interior. Hay muchos otros hombres por aquí. Podrías elegir con quién quieres estar. Pero era el guapo, amable y tímido Habib quien le interesaba. Se comportaba como un auténtico tigre cuando estaba enfadado.
— ¿Les habéis hecho ya el análisis de ADN?
Negroponte apenas si oyó la pregunta. Le costaba un enorme esfuerzo prestar atención a los cuatro biólogos que la rodeaban: dos hombres y dos mujeres.
—Alguno preliminar —respondió—. La estructura celular tiene un núcleo y lo que parecen ser ácidos nucleicos, aunque su composición química es completamente diferente a la del ADN terrestre.
— ¿Y qué hay de su estructura? ¿Es una doble hélice, como el nuestro, o triple, como el de las biotas marcianas?
Negroponte negó ligeramente con la cabeza:
—No hay ninguna evidencia de estructura helicoidal.
— ¿No es helicoidal?
—Hemos utilizado difracción por rayos gamma y hemos realizado un completo análisis de microestructuras. Los ácidos nucleicos parecen poseer una retícula cristalina.
— ¡Eso es imposible!
Negroponte esbozó una sonrisa cómplice en dirección a aquel nervioso hombrecillo, que ni siquiera le llegaba al hombro:
—Venga mañana a mi laboratorio y se lo mostraré.
Luego, su sonrisa se endulzó, prodigando un calor genuino. Vio a Habib entre los presentes, mucho más guapo que nadie con aquel traje verde bosque. Y se estaba abriendo camino entre la multitud, dirigiéndose a ella con una copa de champán en cada mano.
— Contempla la hermosa forma en que el lago refleja las luces del casco y de la tierra que hay arriba—le preguntó Jeanmarie a su marido. Urbain la ignoró. Su atención se centraba en Wunderly, Gaeta y Cardenas, que seguían junto al borde del lago.
—Buenas noches —saludó Urbain, cuando él y su mujer se acercaron lo suficiente como para hacerse oír—. ¿Están disfrutando de la recepción?
—Wunderly sonrió a su jefe:
—La comida está bien —respondió, echando una mirada a la mesa más próxima. La habían inundado de palitos de pescado, y los invitados la rodeaban. Algunos camareros robot traídos del Bistró, unas máquinas achaparradas con la cabeza plana que merodeaban silenciosamente sobre sus pequeños muñones, se enfrascaban en traer nuevas bandejas repletas de comida, desfilando como una hilera de hormigas del restaurante situado en la ciudad hasta las mesas esparcidas por la hierba.
—Ha hecho una gran contribución a la ciencia —le comentó Urbain, deferente, a Wunderly—. Lamentaré su marcha del hábitat.
Ambos sabían que Urbain se había opuesto a que centrase sus fuerzas en los anillos. Urbain había querido que todos y cada uno de los miembros de su equipo se concentraran en Titán; Wunderly se había mantenido inconmovible… y había ganado.
—No podría haber hecho esa contribución sin usted, doctor Urbain —dijo Wunderly, tratando de mostrar la misma simpatía—. Es a usted a quien le debo todo mi éxito.
—Nada de eso —replicó. Pero le dedicó una sonrisa resplandeciente.
—Y creo que hoy hemos conseguido otro adelanto no menos importante —añadió Wunderly.
— ¿Oh?
— ¡Los radiales de los anillos son correlativos a las posiciones de Titán y las otras lunas!
Urbain se quedó mirándola unos instantes:
— ¿Está segura de lo que dice?
—Da’ud Habib ha establecido la correlación y yo la he comprobado con los vídeos que tenemos de la acción de los radiales.
— ¿Pero cuál puede ser la causa? —Urbain se quedó completamente absorto—. ¿Puede tener un origen gravitacional?
—Creo que es electromagnético —dijo Wunderly—. En cuestión de magnitudes, las fuerzas electromagnéticas son más poderosas que las gravitacionales.
—Sí, es cierto. Y el campo electromagnético de Saturno es muy poderoso.
—Y abarca una distancia mayor de lo que alcanzan las órbitas de sus lunas principales.
—Cierto. Debemos calcular la energía que algo así es capaz de producir.
Kris Cardenas se metió en la charla:
—Por lo que Nadia me ha dicho, esto también explicaría los apagones que hemos sufrido; habrían sido ocasionados por las fuerzas electromagnéticas de Saturno.
—Una conclusión provechosa —admitió Urbain. Pero su atención se centraba enteramente en las noticias de Wunderly. Olvidó que él era el anfitrión de aquella recepción; de hecho, se olvidó de que había una fiesta. Incluso olvidó pedirle a Gaeta que descendiese a la superficie de Titán para buscar a su naufragado Alpha.