Es curioso, la realidad atrapada en la pantalla de una televisión. Encendió el ordenador y tecleó su clave con la desgana que acompaña a los lunes. Una sensación de hartazgo y aburrimiento que solo desaparecía con el paso de las horas, cuando la actualidad le incorporaba a su vorágine.

Aburrimiento.

Abrió el correo de manera mecánica y comenzó a borrar los mensajes de enunciado reconocible. Notas de prensa, previsiones para la semana de los gabinetes de comunicación de los partidos, ofertas en dudoso castellano que sorteaban los filtros de seguridad del sistema informático del diario para ofrecer complementos de salario a cambio de unas pocas horas de dedicación a una tarea imprecisa.

«Muerte etarras.» Dudó si borrarlo sin siquiera abrirlo. El remitente utilizaba el correo <laverdad58@gmail.com>. Pulsó sobre él.

Los etarras Aritz Picaza y Ander Landaburu fueron ejecutados en el asalto a su vivienda en la calle Espartinas de San Sebastián. La operación estaba preparada de antemano. Cree una cuenta de correo y envíemela. Le facilitaré más datos si tiene interés en conocer lo ocurrido. No tengo nada que ver con la izquierda abertzale, y tampoco soy nacionalista. Espero sus noticias.

El mensaje tenía fecha de entrada a las 6 horas de esa misma mañana.

Hay ocasiones en que uno persigue una intuición con la certeza de que le conducirá a un destino en ese momento desconocido. Es una seguridad que dispara la curiosidad, esa sensación que barre la molicie de los días monótonos, el desinterés por lo idéntico. Abrió una cuenta en gmail con el primer nombre de usuario que se le ocurrió: <curiosoimpaciente@gmail.com> y respondió a su comunicante anónimo. Un escueto «espero sus noticias».

Esa mañana dejaron de interesarle los teletipos que escupían las agencias. Resúmenes de las ruedas de prensa tras las reuniones de las ejecutivas del PSOE y el PP, con declaraciones insustanciales sobre otras declaraciones insustanciales pronunciadas el día anterior. Meros enunciados en busca de un titular. Palabras que se pisaban unas a otras con la sola intención de hacer ruido.

Cuando volvió de comer, abrió el correo y tecleó dos veces en «actualizar» en busca de una respuesta. Nada.

Los días siguientes discurrieron sin noticias, sin más interés que la comparecencia del ministro en el Congreso y otros actos protocolarios del departamento a los que los periodistas acudían en busca de una declaración que llevarse a las páginas. Preguntas sobre el último incidente, la última operación policial…, a las que el ministro respondía sin responder. Palabra tras palabra para no decir nada, lugares comunes, obviedades en las que había que bucear para encontrar un titular que justificara la información. Dejó de obsesionarse al cabo de una semana, tras el sábado y domingo de libranza que borraban las huellas de las jornadas previas.

De nuevo lunes, repasó los remitentes de los mails y descubrió otro mensaje de su comunicante anónimo. Como siempre que presentía estar ante una noticia importante, se le disparó la adrenalina.

Le acompaño un primer documento. Léalo con calma. No importa que ahora no entienda nada, ya lo hará a medida que vaya completando el puzle. No le voy a interpretar nada, solo le facilitaré información que puede usted confirmar por los medios que considere oportunos si no se fía de su autenticidad. La única limitación es que no enseñe a nadie los documentos que le iré enviando para no ponerme en peligro. Sé que tiene buenas fuentes en los servicios antiterroristas y si comenta algo con ellas, cortaré la comunicación. Confío en usted.

Descargó el documento y miró a su alrededor antes de abrirlo, como quien posee un secreto que no quiere compartir con nadie.

Informe de contacto con Joseba Carrasquedo.

Quedamos con Joseba a las 18.30 horas de la tarde en la herriko taberna de Hernani. Nos dijo que por la mañana trabaja en una fábrica y por la tarde, de 16 a 18 horas, iba al euskaltegi, y que a partir de ahí tiene el resto del día libre.

Al principio hablamos de sus estudios y de lo que quería hacer en un futuro. Más tarde, al final de la conversación, nos dijo que los doce meses que pasó en prisión preventiva quizá le sirvieron para estudiar más, porque a pesar de haber sido siempre un buen estudiante, en los últimos años notaba que bajaba la cosa en picado.

Luego empezó a contarnos que le detuvieron por un jaleo que hubo en Derio, que le aplicaron la ley antiterrorista, le tuvieron tres días incomunicado y luego el juez le metió en la cárcel. Dice que no le torturaron «como sale en las películas», que fue más «un rollo psicológico muy fuerte», y que por eso se autoinculpó. Cuenta que le sacaron una hoja con un montón de historias y que le dijeron que si se «comía» alguna, le dejarían salir en libertad. Dice que hay otros que aguantan, pero que él se vino abajo enseguida. «Luego fue un palo, porque lo de la condicional era mentira, me metieron en la cárcel.»

Primero estuvo cuatro meses en Valdemoro, donde sacó las dos asignaturas que le quedaban de COU, y luego otros cuatro en Valladolid, desde donde se examinó de selectividad porque tenía intención de estudiar Derecho. En Valdemoro dice que no podía salir a estudiar a la biblioteca porque no le dieron los permisos especiales que necesitaba. Los fines de semana estudiaba en la celda y entre semana en la sala de estar común, con tapones.

Le preguntamos si coincidió con otros chicos como él y con algún otro preso político vasco y nos dijo que en Valladolid estaba él solo en el módulo de jóvenes y en Valdemoro estaban cuatro, y que es cierto que cuando hay varios juntos son «más una piña» y los tratan mejor. Durante esta parte de la conversación nos señala tres de las fotos que están puestas sobre la barra en la herriko y nos habla de un preso de ETA de Portugalete que estudió dos carreras en los doce años que estuvo en prisión. También nos dice que en preventiva, como él, estuvo también el camarero que nos había atendido, pero que él no estudiaba. El que sí realizó algunos estudios desde la cárcel, en este caso técnicos (como auxiliar de «algo dental»), fue un tal Alberto del que no recuerda el apellido, que estuvo encarcelado con él.

Insistimos en que nos hable de más chicos que él conozca y nos comenta de gente de su cuadrilla. Dice que nunca ha sido de Ikasle Presoen Aldeko Batzondea. Lo que nos sorprende es que cuando hablamos de las movidas que había antes, recuerda con mucho detalle una manifestación de la gente de Ikasle que destrozó el campus de Loioa. Joseba lo cuenta como si lo hubiera visto (dice, por ejemplo, que había muchos encapuchados y que arrancaron las baldosas del suelo para tirárselas a la Ertzaintza). Él tenía quince años, le faltaba un mes para los dieciséis, por lo que casi seguro que fue uno de los miles de jóvenes de enseñanzas medias que acudieron a la convocatoria de Ikasle para montar bronca en la universidad, porque aquel día los llevaron en autobús al campus.

Cuando le preguntamos si conoce a alguno de los estudiantes universitarios de apoyo a los presos, nos dice que existe una Ikasle Presoen Aldeko Batzondea. Comenta que el 11 de noviembre hubo en el campus de Loioa una presentación de este grupo. Al final nos comenta que el 30 de noviembre tiene la vista de su juicio y que espera que la cosa quede solo en una condena menor por desórdenes públicos.

Cuando estamos terminando de hablar, a eso de las 20 horas, Joseba abre una ventana de la herriko para saludar a un chico. Mientras estuvimos con él le saludó sobre todo gente de su edad, pero a última hora se le acercó también una mujer de mediana edad, quizá cerca de los cincuenta años, morena, de pelo corto y muy delgada, que le cogió del brazo con un gesto de cierta discreción y le preguntó si iba a estar luego.

Nos despedimos diciéndole que vamos a recabar otros testimonios antes de publicar el reportaje y con esta excusa le hicimos varias fotografías. Parece un chico influenciable al que se puede tantear para que colabore a cambio de un breve paso por prisión para que los suyos le incorporen al santoral de patriotas.

La primera deducción lógica era que se trataba de un informe policial en el que un par de agentes se habían hecho pasar por periodistas de algún medio, posiblemente extranjero. ¿Qué relación podía tener aquello con las muertes de Aritz y Ander? Aparentemente ninguna, pero si se lo había enviado es que existía alguna que en ese momento era incapaz de descifrar.

Tecleó en Google el nombre de Joseba Carrasquedo.

Ninguna referencia.