El encanto de la diversidad
Diversidad en realidad significa variedad. A los seres humanos nos gusta la variedad. En Estados Unidos solíamos llamar a algunos de nuestros establecimientos comerciales «tiendas de variedades». En los países en los que los artículos de consumo han estado regulados por el Estado, hay ahora un clamor ciudadano que exige la variedad de la que disfrutan otras personas.
El problema reside en que los seres humanos, que eligen el traje o el coche que compran, o el programa de televisión, olvidan que nuestro planeta es el mundo de la diversidad, y que nosotros los humanos hemos estado «reglamentando las condiciones» de este pobre planeta en una monotonía que no sólo resulta aburrida sino también peligrosa.
El principal problema es que hay demasiados humanos. Demasiados individuos de cualquier especie es malo, pero si, además, esta especie está equipada tecnológicamente para agotar y destruir su hábitat, entonces se originan muchas dificultades. Ser humano significa utilizar tecnología, incluso la tala y quema primitiva para desmonte de la tierra; también el uso del fuego es tecnología, una de las primeras que adquirimos.
Los países sin petróleo (que de cualquier forma se acabará antes o después para todos) están tratando de diversificar sus fuentes de energía. Otros Estados y ciudades se preocupan por diversificar el trabajo, sobre todo cuando un área se ha concentrado demasiado en una industria. Cuando los soviéticos perdieron interés en la carrera de armamento nuclear, y después dejaron de ser soviéticos como conjunto, en las fábricas estadounidenses de armamento se produjo un estremecimiento de temor muy comprensible.
Pero de lo que nos tenemos que preocupar es del propio planeta, ya que somos parte de su vida y dependemos de él por completo. Cuando los hombres tratamos incansablemente de «controlar la naturaleza», perdemos el sentido del lugar que ocupamos en ella y nos disponemos a perder nuestro hogar. Los seres humanos deberían diversificar sus hábitats y repartirse en bóvedas lunares o marcianas o en colonias espaciales en órbita, pero puesto que no estamos dispuestos a invertir en este factor de seguridad, mejor haríamos en ocuparnos de nuestro único hogar.
Le ecología, cuyo nombre deriva de dos términos griegos que significan «casa» y «ciencia», define que nuestra «casa», el planeta Tierra, posee una increíble diversidad. Las nuevas exploraciones de las selvas pluviales han mostrado que hay que aumentar radicalmente el número de especies de la Tierra. ¿Son todas estas especies necesarias, sobre todo para el hombre? ¿Qué pasa con las ballenas, el panda, las orquídeas únicas? ¿Son necesarias? No lo sabemos. Puede que nunca seamos capaces de saber exactamente qué es necesario para nuestro propio bienestar. Por tanto, más nos valdría ser más conservadores en nuestro tratamiento de la diversidad terrenal porque no sabemos qué perjuicios puede causar su destrucción. A la misma velocidad que desaparece la selva pluviosa, los científicos descubren nuevos medicamentos procedentes de plantas amenazadas de extinción. Vacas y ovejas ocupan un terreno que en origen había de servir para mantener a criaturas herbívoras diferentes. Los caimanes, que muchos consideran monstruosos, deben vivir, formando sus «agujeros de caimán» que se transformarán en charcas y construyendo los «nidos de caimán» que luego formarán islas.
Todo está relacionado. La diversidad de la vida en la Tierra está entretejida de manera intrincada, las partes se solapan, protegiendo su existencia entre sí. Los ecosistemas funcionan mejor cuando son complejos, a base de la participación de distintas plantas y animales donde cada cual ocupa su sitio, hace su vida y no necesariamente compiten.
Para la humanidad la diversidad es un seguro a todo riesgo. Nos arriesgamos a provocar una catástrofe si concentramos la alimentación en una serie de plantas y animales reducida, cuya diversidad genética no garantiza que puedan soportar cambios sustanciales del entorno. Se aconseja que comamos más pescado, pero no protegemos las aguas en que viven los peces y en algunas áreas pescamos en exceso sin prevenir su repoblación. Nos gustan y necesitamos muchas plantas, pero no protegemos a las criaturas que las polinizan: insectos, pájaros y murciélagos.
Imagínese un guión en el que, en el planeta, no quedaran sino los seres humanos y lo que ellos han creado. Esto no es factible porque posiblemente no perduraríamos hasta tal extremo, pero sólo imaginémoslo. Hay muchas probabilidades de que restituyéramos la diversidad, millones de robots especializados para cubrir los distintos objetivos. Se seguirían discusiones sobre la conveniencia de controlarlos o no, y decidiríamos no hacerlo o no seríamos capaces de lograrlo. Con el tiempo habría robots que plantaran árboles, polinizaran las plantas y patrullaran contra los furtivos en silencio.
De todas formas, la verdad es que disfrutamos de la diversidad y del tesoro de la vida salvaje, como lo llamó Thoreau. Nos gusta ir a la playa, la montaña y el desierto, donde nos sentimos parte de algo más grande que nosotros mismos, un planeta que seguirá viviendo después de que nosotros hayamos desaparecido.
Además, ¿alguien se sentiría satisfecho comiendo sólo una fruta? ¿O basado en rebanadas de pan blanco ordinario? ¡No se olvide que la diversidad incluso sabe bien!