Un satélite calculado

En 1990, Mark Showater, del Centro de Investigación NASA-Ames de California, descubrió un nuevo satélite dando vueltas alrededor de Saturno, y lo hizo patente de una forma sin precedentes. Estudió fotos de primeros planos de los anillos tomadas en 1980 y 1981, y descubrió determinados patrones ondulatorios, de lo que dedujo la existencia de algún satélite, calculó su posición, la observó y lo encontró.

El descubrimiento de los satélites planetarios (a excepción de nuestra Luna, que se conoce desde que los seres humanos miramos al cielo) se inició en 1610. En ese año, el científico italiano Galileo enfocó su telescopio recién inventado (hacia Júpiter) y descubrió cuatro satélites de tamaño considerable dando vueltas a su alrededor. Eran Io, Europa, Ganímedes y Calixto.

En 1654, un satélite igualmente grande, Titán, fue descubierto alrededor del planeta Saturno. Antes de que terminara el siglo, se observaron cuatro satélites más, de menor (pero todavía considerable) tamaño, girando alrededor de Saturno.

Los descubrimientos de este tipo continuaron. A medida que los telescopios eran más potentes, se podía ver los satélites menores situados más lejos. Poco después de que se descubriera el planeta Urano, en 1781, William Herschel, su descubridor, localizó los satélites de tamaño intermedio girando a su alrededor. Medio siglo después se descubrieron dos más. De nuevo, poco después del descubrimiento de Neptuno en 1846, se observó un satélite de grandes proporciones, Tritón, dando vueltas a su alrededor.

Desde 1846 no se ha descubierto ningún satélite grande y es muy probable que no haya ninguno. Sin embargo, se sigue encontrando un aluvión de satélites menores.

El más emocionante de estos descubrimientos se produjo en 1877, cuando Asaph Hall examinaba las proximidades de Marte en busca de satélites pequeños. Por fin decidió abandonar, pero su mujer le animó: «Inténtalo una noche más, Asaph». Así lo hizo y descubrió los dos satélites de Marte, Fobos y Deimos.

En 1892, E. E. Barnard encontró un quinto satélite en Júpiter, mucho más pequeño que los cuatro primeros, que rodeaba al planeta a una distancia también menor. Fue el último satélite descubierto por el ojo humano. Desde entonces, los nuevos satélites han sido descubiertos mediante la fotografía.

Estos descubrimientos continuaron durante el siglo XX. Incluso en 1948, G. P. Kuiper localizó el quinto satélite de Urano y en 1949, un segundo satélite en Neptuno. Los dos eran bastante pequeños. En 1978 se produjo una auténtica sorpresa cuando J. W. Christy descubrió que el minúsculo planeta Plutón tenía un satélite casi tan grande como él.

Por tanto, cuando la era espacial amanecía, la cuenta de satélites conocidos en el Sistema Solar estaba así: Mercurio no tenía ninguno. Venus, nueve. La Tierra, uno (la Luna). Marte, dos minúsculos. Júpiter, doce (cuatro grandes y el resto bastante pequeños). Saturno tenía nueve (uno grande y varios de tamaño medio). En Urano había cinco (cuatro de ellos de tamaño medio). En Neptuno, dos. Plutón tenía uno. El conjunto hacía un total de treinta y dos.

Sin embargo, a principios de 1979, las sondas Voyager pasaron zumbando cerca de los planetas exteriores y sus cámaras detectaron pequeños satélites que no se podían observar desde la Tierra. Se descubrieron tres alrededor de Júpiter y no menos de nueve alrededor de Saturno. Girando alrededor de Urano se localizaron diez y alrededor de Neptuno otros varios desconocidos. El número de satélites conocidos actualmente se acerca a la cifra de sesenta.

El conjunto más magnífico de satélites pertenece a Saturno. Tiene hasta diecisiete, y varios de ellos comparten órbita. Tetis, satélite de tamaño medio, comparte su órbita con otros dos minúsculos, uno precediéndole y otro siguiéndole. Dione comparte su órbita con otro minúsculo satélite. Saturno posee, además, un sistema de anillos esplendente, ancho y brillante. Júpiter, Urano y Neptuno también tienen anillos, pero son delgados, oscuros, ligeros y casi imperceptibles. No sabemos por qué Saturno está tan espectacularmente dotado.

Los anillos de Saturno están formados por minúsculos fragmentos de hielo que se distribuyen de manera casi uniforme en toda su gran extensión. No obstante, hay huecos en los anillos. Al mayor se le conoce como la división de Casini y el segundo más grande es la división de Encke, y reciben sus nombres de los astrónomos que los observaron por primera vez. Los huecos son el resultado de la influencia gravitatoria de los satélites saturninos más cercanos a los anillos, de manera que a determinadas distancias los fragmentos de hielo son atraídos hacia fuera o empujados hacia el interior.

Las fotografías de los Voyager mostraban la división de Encke con los bordes ondulados. Showalter interpretó este fenómeno como la influencia de un satélite que se situara dentro de los anillos. Utilizó un ordenador para determinar la posición del satélite para producir las ondas. Después estudió las zonas de los anillos, aumentándolas con las técnicas modernas, y encontró el satélite número dieciocho de Saturno. Sólo medía 20 kilómetros de ancho, pero era mucho mayor que los fragmentos de hielo que componen el anillo. Era el primer satélite encontrado por un ordenador.

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