La mayor tormenta del Sistema Solar

En 1990, dos astrónomos aficionados, Stuart Wilbur y Alberto Montalvo, independientemente, detectaron los primeros signos de lo que sería la mayor tormenta atmosférica observada en todo el Sistema Solar. Y no se produjo en Júpiter.

Esto, en sí, constituye una sorpresa, puesto que Júpiter es con diferencia el mayor de los cuatro «gigantes gaseosos» del Sistema Solar exterior. Además, es, de los cuatro, el más cercano al Sol y el que más energía recibe de él. No sólo eso, sino que también gira más deprisa que cualquiera de los otros, lo que hace que su atmósfera se remueva con violencia. Esta combinación de gran afluencia de energía, giros vertiginosos y una fuerte atracción gravitatoria convierte a Júpiter, en apariencia, en el planeta más activo de todos. Su atmósfera es asolada por grandes tormentas que lo barren de oeste a este y que aparecen como cinturones multicolores interrumpidos por espirales de ciclones. La tormenta más aparatosa de Júpiter, la «gran mancha roja», es una especie de huracán activo durante siglos, que se extiende por un área en la que cabría con comodidad la Tierra.

Saturno está más alejado del Sol que Júpiter; es ostensiblemente menor y rota un poco más despacio. Todo esto nos llevaría a pensar que la atmósfera de Saturno debería ser más tranquila, menos turbulenta que la de Júpiter, y así es.

Urano se sitúa todavía más lejos del Sol, es aún menor y rota más despacio, por tanto debería ser más tranquilo, y lo es. En realidad, Urano es un planeta plácido con casi ninguna característica atmosférica que podamos comprender.

En 1989, cuando el Voyager II observó Neptuno de cerca -el planeta es prácticamente un gemelo de Urano, pero se encuentra más lejos del Sol- los astrónomos esperaban ver un planeta tan tranquilo como Urano. En vez de eso, comprobaron que las perturbaciones atmosféricas de Neptuno eran muy parecidas a las de Júpiter. Incluso tenía una «gran mancha roja» del tipo de la de Júpiter. ¿De dónde saca Neptuno la energía de estos fenómenos? Es un problema que desconcierta a los astrónomos.

Pero lo que Wilbur y Montalvo descubrieron el 24 de septiembre tampoco provenía de Neptuno. Era un pequeño punto blanco en Saturno. No era extraordinario en sí mismo. Saturno gira alrededor del Sol en veintinueve años y medio, y durante esta vuelta alcanza un punto en el que la inclinación de su polo norte respecto del Sol es la máxima posible. Es el punto equivalente al «solsticio de verano» terrestre. En ese momento, el hemisferio norte de Saturno recibe la máxima cantidad de energía solar, lo que significa que hay más probabilidades de que se produzcan tormentas. En consecuencia, cada treinta años, más o menos, se observan manchas blancas en Saturno.

En el otoño de 1990, Saturno atravesaba su solsticio de verano y, por tanto, se esperaban tormentas. Así que los primeros informes de la mancha blanca parecían cosa de rutina.

Pero entonces se produjo la sorpresa. La mancha blanca empezó a crecer de una forma sin precedentes. Tres días después de su descubrimiento se había convertido en un óvalo brillante. Después de una semana había alcanzado una extensión superior a 16 000 kilómetros y al cabo de un mes frisaba los 80 000 kilómetros. El 23 de octubre, la «gran mancha blanca» rodeaba a Saturno por completo y se convertía en la mayor tormenta observada en el Sistema Solar. Nunca antes se había visto nada parecido.

Quizá lo más satisfactorio del descubrimiento consistió en que el Telescopio Espacial Hubble (HST o Hubble Space Telescope) tomó fotografías de Saturno que mostraban la tormenta con mucho más detalle de lo que cualquier otro aparato con base en la Tierra podía hacerlo. Los detalles de las fotos del HST han permitido a los astrónomos estudiar la tormenta pormenorizadamente y observar su desarrollo y evolución paso a paso. Aparecieron más puntos blancos y otras líneas oscuras. Los detalles de la tormenta concordaban con los pronósticos de los científicos, lo que resulta muy satisfactorio.

¿En qué consistía la tormenta? La creencia general es que era alimentada por corrientes ascendentes de gas procedentes de la base. El amoniaco, abundante en la atmósfera de Saturno, se mueve hacia arriba y se congela en cristales blancos, de manera que lo que observamos son extensiones de miles de kilómetros de amoniaco congelado.

Fronteras II
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