CAPÍTULO 30
TÚ AÚN NO HAS VIVIDO LO NUESTRO
NORA
Agosto, 1965
La abuela no dejó de tararear en todo el día la mítica canción Rock Around The Clock, de Bill Haley. Contoneaba sus caderas con disimulo mientras preparaba café o metía en el horno la masa de un pastel. Los clientes le preguntaban qué novedad había en su vida para que se la viera tan bien y yo, que no sabía si preguntar qué había ocurrido anoche, supuse que la cita con el abuelo había sido como debía ser. Perfecta.
BEATRICE
No puedo dejar de cantar. ¡No puedo dejar de moverme! Anoche llegamos a las tres de la madrugada; me ha costado ponerme en pie hoy para abrir el café. Afortunadamente, Nora ya estaba en la cocina a las cinco de la mañana y se ha encargado de todo. Ha sido una buena aprendiz y me da miedo que los clientes prefieran sus tartas antes que las mías.
Me besó. Anoche, en la pista de baile, cuando la gente fue marchándose a su casa, John me agarró de la cintura y me dio el mejor beso que me han dado jamás. Aún siento las mariposas en el estómago que me produjeron sus labios sobre los míos; los mordisquitos pícaros y nuestras lenguas jugueteando la una con la otra. ¿En qué estoy pensando? Me sonrojo. Miro a Kate de reojo y no puedo evitar que se me escape una sonrisita nerviosa al prever que nuestra segunda cita va a ser mejor que la primera.
NORA
—Kate, ¿te importaría cerrar hoy también?
—¿Una segunda cita? —pregunté, tratando de esconder la felicidad que me producía la noticia.
—Ajá…
—Conmigo no disimules, Beatrice. ¿Te besó?
Lo había visto en cientos de películas americanas de los años sesenta. «¿Te besó?» era una pregunta común entre amigas emocionadas cuando una había tenido la cita de sus sueños. Las conversaciones entre mujeres se volverían más fogosas con el paso de los años pero, por el momento, esa inocente pregunta me parecía de lo más acertada.
—¡Sí! —exclamó como una quinceañera, dando saltitos de alegría y llevándose las manos a la boca—. Fue increíble, Kate. El restaurante era genial, tienes que ir. Hay una pista de baile subterránea en la que la gente baila, ríe y es libre. Mucho más libre que en las calles o que en cualquier otra sala de baile.
—Debe ser un sitio muy especial.
—A partir de ahora, para mí, es el más especial del mundo.
«En el futuro no lo será tanto. Un italiano con encanto y una sala de baile clandestina convertida en un restaurante jamaicano llamado C&J tan normal como otro cualquiera», pensé, disgustada.
Los abuelos nunca me mencionaron ese restaurante italiano ni su secreta pista de baile. De nuevo, pensé que siempre se habían limitado a contarme que se conocieron en un concierto. ¿Cabía la posibilidad de que ellos supieran en el futuro quién había sido yo en el pasado? Cabía la posibilidad, teniendo en cuenta las últimas palabras de la abuela, pero ¿y el abuelo?
—Ayer cerré tarde, me acompañó Jacob.
—¿Jacob?
Entrecerró los ojos e imitó mi sonrisa.
—No me digas ahora que te has enamorado del tipo duro del barrio. No te lo aconsejo, ya te dije que Betty, nuestra vecina, es una mujer bellísima y él no le prestó ni la más mínima atención.
—No, no es eso.
—¿Fue por cómo golpeó a los dos ladrones? Querida, el cuento de la damisela salvada por el príncipe ya está muy pasado de moda.
—¿También aquí? —pregunté, sin darme cuenta.
—Chica, no sé en Oregón, pero aquí algunas mujeres nos protegemos a nosotras mismas sin necesidad de hombres a nuestro alrededor.
—Creo que tú eres un caso bastante excepcional, Beatrice.
—Gracias, querida.
«No hay nada como decirle a alguien lo que sabes que quiere escuchar para cambiar de tema sin que esa persona sepa que la conoces tan bien».
—Por cierto, Kate —me interceptó cuando me dirigía a una de las mesas a pedir la comanda—. No he dejado de pensar en cómo es posible que supieras que mi madre era italiana si nunca te lo he dicho. Vamos, hablo mucho y a veces no me doy cuenta de lo que digo, pero estoy segura de que no he hablado de mis padres contigo.
—Tengo que… tengo que ir a ver qué quiere el cliente.
«Y, mientras tanto, seguiré esperando a que me cuentes, una vez más, cómo se conocieron tus padres».
BEATRICE
John ha llegado a las seis de la tarde. Hay trabajo en el café, así que, para que Kate no se quede sola todavía, le he servido un batido de fresas y él, agradecido, ha esperado pacientemente a que el local se vaciara para llevarme a su taller. ¡Qué ganas tengo de conocerlo!
—El barco todavía no está muy avanzado, pero quedará muy bonito —me comenta, ilusionado—. Blanco y azul marino, ¿qué te parece?
—Me encanta el azul. Estoy deseando verlo —le sonrío con el mismo entusiasmo que él me demuestra.
John me recuerda a mi padre. Bondadoso y amable igual que él; puede que no tenga tanto temperamento, lo cual me va a poner las cosas fáciles cuando pueda tener un mal día. Que los tengo, y muchos. De pronto, lo miro y me veo con él en una cocina imaginaria de una casa que aún no hemos comprado y un par de críos correteando por el jardín. Podría ser bonito, pero ¡eh, Beatrice!, despierta. Es vuestra segunda cita, no corras. Disfruta el momento. Y eso es, más o menos, lo que me diría mi madre. Ella bailaba con mi padre todos los días. En cualquier rincón de la casa, hasta el pequeño cuarto de baño parecía un buen lugar para bailar. Sabía, después de tanta miseria, lo que significaba vivir el día a día sin sufrir demasiado por lo que vendrá o por lo que ya pasó. Siempre quise tener a alguien con quien bailar, aunque fuera sin música de fondo, pero el miedo a la rutina o a ser como esas amigas que pasaron a mejor vida me hizo retroceder. Lo estaba esperando a él. No me cabe la menor duda cuando lo veo, ilusionado como un niño, con su barquito de madera.
En el momento en que me quito el delantal y salgo de la barra, Aurelius entra con Eleonore. Algo les pasa. La expresión de sus rostros no hace presagiar nada bueno y, aunque salgo del café mirándolos de reojo por si me entero de algo, no me da tiempo a preguntar nada porque John ya ha entrelazado su mano con la mía y vamos hacia su camioneta para acercarnos al taller.
NORA
—Kate, una tila, por favor —me pidió Aurelius.
Preocupada por las lágrimas de Eleonore, preparé la tila y se la serví poniendo una mano sobre su hombro a modo de consuelo. Ella la acarició, me miró con los ojos más tristes que he visto jamás y balbuceó esa terrible noticia que ninguna mujer con deseos de ser madre debería recibir.
—He perdido al bebé, Kate.
—Eleonore, cuánto lo siento… —murmuré, sin saber que había conseguido quedarse embarazada.
Aurelius agachó la cabeza en un intento por reprimir las lágrimas. Eleonore bebió rápido la tila; él le dijo que era mejor llevar el luto en la intimidad de las cuatro paredes de su apartamento y se despidieron de mí sin esa sonrisa que tanto los caracterizaba.
—¿Un mal día? —me preguntó una voz masculina mientras limpiaba la mesa.
—Hola, Jacob. ¿Un batido antes de entrenar?
—No, gracias. No como ni bebo nada antes de entrenar, aunque hoy me gustaría cambiar esa rutina.
Lo miré interrogante. ¿Por qué ese cambio de actitud tan repentino hacia mí? ¿Por qué esa mirada que buscaba aprobación y simpatía? ¿Qué había cambiado de la noche anterior a esa tarde?
—Te propongo una cena —me sorprendió.
—Beatrice se nos ha enamorado, así que hoy me toca cerrar el café y luego estaré muy cansada y…
—Solo será una cena —me interrumpió, tajante. Comprobé que le costaba sonar amable aunque hiciera lo posible por intentarlo—. Me da igual que sea a las once, como si quieres que comamos en el callejón. —Suavizó el tono con una sonrisa que derretiría a cualquier mujer de cualquier época.
—¿Qué? No —me negué—. No vuelvo al callejón. Da igual, déjalo.
Me di la vuelta al ver entrar a la señora Pullman para ir preparándole el café con leche hirviendo. Jacob perdió protagonismo en mi campo de visión, pero sí lo escuché murmurar algo que no me dio tiempo a entender hasta que nuestras miradas se volvieron a encontrar.
—Nora. Nora Harris.
—Shhhh… —lo silencié, dando saltitos de puro nervio.
—¿De qué te escondes? —preguntó socarrón.
—Cómo…
—¡Kate, querida! ¡Mi cafelito caliente! —interrumpió la anciana que, en ese momento, no me pareció tan entrañable como otros días.
—Voy, señora —contesté entre dientes—. Jacob, quédate aquí. Te lo contaré todo pero, por favor, no vuelvas a llamarme así. No aquí.
De nuevo esa sensación de que en cualquier momento me iba a dar un infarto de lo rápido que me latía el corazón. Y, mientras le llevaba el café a la anciana, miré a un Jacob, que cada vez me resultaba más similar al que conocí en febrero del año 2017.
«Tú aún no has vivido lo nuestro», recordé.
«¿Estábamos a punto de vivirlo?», me pregunté, sin poder ni querer dejar de mirarlo.
BEATRICE
—¿Es muy osado por mi parte decirte que tengo ganas de besarte? —John toma la iniciativa.
Estamos delante de lo que se convertirá en el buque de un pescador enamorado que ha decidido llamar a la obra de John «Laura», en honor a su esposa. Por el momento, son unas tablas de madera apoyadas en la pared de cemento; la pintura blanca y la azul reposan sobre una de las cuatro estanterías de hierro que hay en el taller. El espacio rectangular está lleno de tablas, así como de piezas únicas talladas por las manos que ahora rodean mi cintura. Quisiera decirle que me he pasado la noche en vela visualizando en mi cabeza una y otra vez el beso de anoche, pero me da miedo ir tan rápido y no quiero resultar empalagosa.
—Es bonito —termino diciéndole, acercando mi cara a la suya. Nuestras frentes chocan con torpeza y nos quedamos un rato así, a menos de un centímetro el uno del otro.
—Puedo… —murmura, respetuoso y sonriente.
—Puedes…
«Siempre podrás», me sorprendo pensando, mientras le acaricio la nuca y me dejo llevar como anoche en la pista de baile clandestina del restaurante italiano.
Cuando nos separamos, nuestras miradas dicen lo que las palabras no se atreven. ¿Cómo es posible tanta conexión si hace solo unas semanas éramos dos desconocidos que no tenían previsto coincidir? Y de eso se trata, quizá. De coincidir en el momento adecuado. Bien lo sabe el universo, que se encarga de juntar dos piezas del mismo rompecabezas en el momento en que están preparadas para encontrarse.
NORA
Eran las nueve de la noche —hora de cerrar la cafetería— y estaba tan cansada que no me apetecía quedarme hasta las once como en 2017 ni como el día anterior. Jacob, para mi sorpresa, estuvo sentado en el taburete durante dos horas. Lo miraba enarcando las cejas, como queriéndole decir: «¿No te cansas? ¿Por qué no te vas?». Aunque me moría de curiosidad por saber el motivo de su invitación. Qué era lo que me tenía que decir y, sobre todo, cómo sabía mi nombre. Él, con la amabilidad que no creía que tuviera, se ofreció en un par de ocasiones a ayudarme cuando no dejaban de entrar clientes, pero siempre me negué. «Me apaño sola», respondía con orgullo y la cabeza bien alta. En cierto modo, me gustaba tenerlo ahí. Sabía que procedía del año 2017, tenía que saberlo. Pero… ¿cómo?
—No se me dan bien las relaciones sociales —aclaró sin motivo, mientras yo iba de camino hacia la puerta para darle la vuelta al cartelito de «Abierto/Cerrado». Beatrice no me dejaba tocar la caja para hacer la cuenta del día, así que ya se encargaría ella a la mañana siguiente.
—Creo que eso ya lo sé —sonreí—. ¿Cómo lo has sabido?
—Vas a creer que estoy loco.
—Si empiezas tú te cuento mi historia —propuse con valentía—. Así nos permitimos pensar el uno del otro que estamos un poco locos.
—No sé por dónde empezar, Nora. —Suspiró, se puso de pie acercándose a mí y sacó una fotografía del bolsillo de su pantalón.
La cogí del borde con mucho cuidado, como si fuera de cristal y pudiera romperse en mil pedazos. La fotografía estaba rota y tenía los bordes amarillentos, como si los hubieran quemado, pero era actual. Actual de mi época, del año 2017. El escenario era inconfundible: el puente de Brooklyn, que tan relacionado estaba con mi familia. Debía haberse hecho en verano; Jacob y yo, abrazados y sonrientes, llevábamos camisetas de manga corta que tenían impresas el eslogan: «I love Brooklyn». Lo extraño era que todavía no teníamos el recuerdo de haber posado para esa fotografía.
—Me han dicho que será un buen día para nosotros. Que nos lo pasaremos bien y celebraremos una gran noticia.
—No lo entiendo.
—Vino a verme alguien, Nora. Más bien vine a verme a mí mismo, solo que con setenta y cuatro años. ¿Quién no ha querido saber cómo será de mayor? —comentó con tristeza—. Yo ya sé cómo seré cuando sea mayor y me contó cosas, aunque no todas, porque resulta que es perjudicial saberlo todo sobre tu vida. Pero, por muy increíble que te parezca —continuó, sacando del bolsillo otra fotografía—, estamos predestinados a estar juntos.
«Tú aún no has vivido lo nuestro».
La siguiente fotografía que me enseñó casi me corta la respiración y me hizo pensar en lo caprichoso que es el tiempo y en lo importante que es capturar momentos.
—¿Qué es esto?
—Somos nosotros después del viaje. Me iré contigo al año 2017, de donde sé que procedes y, aunque me he pasado la noche en vela tratando de encontrarle una lógica a todo esto para asimilarlo, no me importa. Nada tiene lógica, es lo interesante de esto. Arriesgar. Además, el viejo que me habló parecía realmente emocionado por haber vivido toda una vida contigo.
—¿Una vida conmigo? Yo estoy aquí por ti, Jacob. Tú me viniste a ver en 2017, te seguí hasta el callejón y aparecí aquí. También le he buscado una lógica y me he pasado muchas noches en vela preguntándome cómo es posible y he llegado a la conclusión de que mis abuelos se llegaron a conocer gracias a mi presencia en esta época y al hecho de que le derramase un café a John Lennon y le hiciera tanta gracia que nos invitara al concierto en el estadio Shea. También tengo que estar aquí para que mi madre venga al mundo en agosto del año que viene y, por lo tanto, poder existir. Pero esto me pilla por sorpresa. No…, esto no entraba dentro de mis planes o de lo que fuera que tuviera, Jacob.
—¿Beatrice es tu abuela? —preguntó confundido.
—¡Sí! Me vio en el callejón y me confundió con Kate Rivers, una camarera que tenía que venir a trabajar con ella y temo el día en el que realmente aparezca. Porque entonces no sé qué le voy a decir.
Era un alivio poder compartir mi inquietud con alguien. Jacob se quedó en silencio, pensativo, mirando a su alrededor. Supe que tenía tantas preguntas sin respuesta como yo y que un hilo invisible nos unía de alguna forma. Recordé la leyenda oriental del hilo rojo que cuenta que las personas destinadas a conocerse están conectadas. Ese hilo jamás desaparece y permanece atado a los dedos sin importar tiempo ni distancia; se estirará lo que haga falta, pero nunca se romperá. Ese tipo de conexión no la sentí nunca con George; sin embargo, a Jacob, sin conocerlo todavía, lo sentía como si desde siempre hubiera formado parte de mí. La abuela siempre decía que a pesar de lo difícil que era que sus padres, de dos mundos distintos, llegasen a conocerse, coincidieron en esta vida por algo y es por eso que empecé a creer que podía estar ahí no solo para que los abuelos empezaran a salir juntos, sino para unirme con un hombre que habría tenido cincuenta y cinco años cuando yo naciera.
—El callejón es el portal del tiempo —prosiguió. Asentí, volviéndole a prestar atención—. En el futuro, por lo que sé, viajar en el tiempo será algo más común que ahora o en tu época. Trato de disimular el shock, Nora —dijo, señalando la fotografía que aún sujetaba en mis manos—. De verdad que trato de hacerlo y no sé si realmente te voy a querer porque es como si yo mismo me lo hubiera impuesto, ya que es nuestro destino, o surgirá de forma natural.
—Estoy embarazada —le dije, con los ojos llorosos, mirando de nuevo la fotografía—. ¿Cuándo?
—2019 —suspiró, muy nervioso.
—Tú y yo… —murmuré—. ¡Si ni siquiera nos conocemos! No nos hemos dado ni un beso, no…
—Tenemos tiempo —me interrumpió, atreviéndose a posar su enorme mano en mi hombro—. Tenemos todo el tiempo del mundo.
—¿Cuánto tiempo aquí? ¿Tú lo sabes?
—Hasta noviembre. Me dijo que recibiríamos una señal.
—Creía que esto era una locura, pero no imaginé que lo fuera tanto, Jacob.
—Por lo que me dijo mi «yo» del futuro es algo normal en su tiempo, aunque a nosotros nos resulte abrumador. Viajar para que los hechos se produzcan tal y como debieran ser para que el curso de la historia no cambie. En tu caso, viniste aquí aunque no lo sospecharas y nos cueste creer que vivamos durante algún tiempo en una época que no nos pertenece para que nuestro pasado no cambie. Las personas en este tiempo, incluido yo, teníamos que conocerte y los que se queden aquí te recordarán. Eso es lo que me dijo mi «yo» viejo. Es probable que tu abuela, Beatrice, lo supiera. Obviamente, no podía decirte nada; tú misma debías descubrirlo. Mira, Nora, no sé si te iré a visitar en el año 2017; aún no lo he vivido. No obstante, espero ser más simpático de lo que fui hace unos días.
—Lo eras. Misterioso, aunque agradable. Pero hay algo que no coincide, porque el Jacob de 2017 me habló de su madre y su historia no tiene nada que ver con la tuya.
—Es posible, Nora, que la madre de la que te habló ese Jacob fueras tú misma —me explicó tranquilamente, señalando la barriga prominente con la que aparecía en la fotografía y que aún no formaba parte de mi recuerdo. Me pregunté qué pensaría en el momento de la instantánea: «Esta fotografía ya la vi. Fue en 1965».
Y todo, a partir de ese momento, empezó a cobrar sentido.