NOTAS DEL AUTOR
El Plan Madagaskar es una obra de ficción creada a partir de hechos históricos. Esos hechos y su interpretación siguen siendo objeto de una polémica que pivota sobre la idea de si los nazis siempre estuvieron decididos a exterminar a los judíos o les hubiera bastado con expulsarlos de Europa. Queda lejos de la intención de estas notas examinar todas las controversias y contradicciones surgidas del Proyecto Madagaskar. No obstante, sí quiero demostrar que ese plan se discutió en los niveles más altos, que varias ramas del Gobierno se tomaron en serio tal posibilidad y que, si se hubieran dado algunas desviaciones de la historia real, podría haberse llevado a cabo.
Aunque los planes de los nazis para con los judíos nunca fueron precisamente benévolos, no siempre fueron genocidas. En los primeros estadios de la guerra siguieron una política de expulsión y guetos. La Reserva Lublin fue creada en octubre de 1939 en las fronteras del Reich, después de conquistar Polonia. Creían que, con el tiempo, toda la población judía podría ser deportada allí y los traslados se pusieron en marcha. Los judíos que llegaron se encontraron con condiciones de vida muy duras, pero no un exterminio sistemático. Lublin estaba dirigido por un ambicioso jefe de policía y protegido de Himmler: Odilo Globocnik. No obstante, la falta de planificación, combinada con una plaga de fiebre tifoidea y las discusiones internas entre diversos jefes de las SS hicieron que el proyecto se cancelase. También se impuso la idea de que Lublin podía no ser un emplazamiento lo bastante remoto para mantener en «cuarentena» a los judíos.
El 3 de mayo de 1940, Himmler propuso formalmente un plan más ambicioso (como muestra el primer párrafo de esta novela): deportar a los judíos a una colonia africana. Dadas sus declaraciones previas, solo podía referirse a Madagascar. La fecha también es significativa: la víspera de Dunquerque y menos de un mes antes de la rendición de Francia, ya que la derrota francesa ponía Madagascar, a la sazón colonia francesa, a disposición de los alemanes.
Hitler respondió que la idea de Himmler era «ser gut und richtig», «muy buena y acertada», y que debería ponerla en práctica[9].
La idea de exiliar a los judíos a Madagascar se remonta al siglo XVIII, aunque el primer tratado sobre el tema, escrito por Paul de Lagarde, profesor de Filología de la Universidad de Göttingen, no apareció hasta 1883. El trabajo de Lagarde lo retomó más tarde The Britons, una organización dedicada a la propaganda antisemita en toda Europa. Estaba encabezada por Henry Hamilton Beamish, que se entrevistó con Hitler en 1923 para discutir el Plan Madagaskar (esa es la primera ocasión de la que se puede afirmar con seguridad que Hitler fue consciente de la existencia de dicho plan). A medida que la idea de llevarse a los judíos hasta el océano Índico se iba extendiendo, varios Gobiernos, entre ellos el británico y el francés, lo consideraron la solución idónea para sus poblaciones judías. El plan fue recibido con entusiasmo en Polonia, que lo sometió a debate dos veces (en 1926 y 1938); en la segunda ocasión, llegó a enviar una delegación a Madagascar para que llevase a cabo un estudio sobre su viabilidad. La Comisión Lepecki (dos miembros de ella eran judíos) informaron de que las condiciones de la isla eran difíciles y que existía la amenaza de una malaria endémica, por lo que concluyeron que se podían enviar siete mil familias como máximo. Cuando los oficiales de las SS empezaron a trazar sus propios planes, utilizaron ese material como punto de partida.
¿Por qué Madagascar? A lo largo del tiempo se propusieron otras lejanas posibilidades, desde la Guayana Británica (la preferida del primer ministro británico Chamberlain) a Etiopía (la del presidente Roosevelt), así como Brasil o Angola. No obstante, los antisemitas continuamente recurrían a Madagascar. Gustaba la situación geográfica, obviamente, y a eso hay que sumar las teorías que, inspiradas en la Biblia, aseguraban que Madagascar había sido judía siglos atrás y que sus habitantes, los malgaches, eran sus descendientes. Entre las pruebas espurias se contaba que la circuncisión estaba muy extendida entre los malgaches y que observaban el sabbat[10].
Cuando Hitler aprobó el plan de Himmler en mayo de 1940, lo discutió con Mussolini, señalando que «podría crearse una reserva israelí en Madagascar» (18 de junio), y analizaron la viabilidad logística junto al almirante Erich Raeder, cabeza visible de la armada alemana (20 de junio).
La fiebre por crear un grossgetto (un supergueto) en Madagascar arraigó entre los nazis durante el verano de 1940. El 3 de julio, Franz Rademacher, del Foreign Office, preparó una propuesta inicial. Su intención quedaba clara en el primer párrafo: «Los judíos, fuera de Europa». Hay que señalar que no era la primera vez que el plan aparecía en documentos nazis oficiales. La primera mención se remonta al 24 de mayo de 1934 en un documento enviado a Heydrich. Seis años después, Heydrich insistió en que las SS tenían que desempeñar un papel fundamental en el plan de Rademacher, y les encargó la tarea a Adolf Eichmann y a Theo Dannecker. Toda la discusión versaba sobre una «solución territorial final». El texto definitivo del Proyecto Madagaskar fue entregado el 15 de agosto de 1940 y Heydrich lo hizo circular entre los ministros. Es el informe más detallado que tenemos de cómo los nazis intentaban organizar la isla y decía: «… trasladar unos cuatro millones de judíos a Madagascar. Para evitar el contacto entre los judíos y otros pueblos, recurrir a una isla es una solución preferible a cualquier otra alternativa».
Para transportar tal número de personas, había que organizar una flota de ciento veinte barcos, cada uno de ellos con capacidad para mil quinientas «unidades», a razón de dos envíos diarios. Como el viaje de ida y vuelta duraba sesenta días, el documento señala: «Esto debería suponer un total aproximado de un millón de judíos al año». Se esperaba que el éxodo durase cuatro años. Los judíos se enviarían en tandas y los primeros en llegar debían ser «granjeros, expertos de la construcción y artesanos». Los viajes se sufragarían con la expropiación compulsiva de las propiedades y los bienes de todos los judíos.
La isla se dividiría en sectores según el país de origen. Los judíos trabajarían en un «programa a gran escala para extender la red de transportes» para construir nuevas carreteras y vías férreas. Los ríos serían canalizados y desviados si hiciera falta. La WVHA, el departamento económico de las SS, quería explotar los negocios franceses ya existentes y utilizar mano de obra judía, especialmente «café, té, clavo, vainilla, perfumes y plantas medicinales[11]». Madagascar era (y sigue siendo) el mayor productor de vainilla del mundo, lo que pretendían aprovechar las SS. El plan también preveía el establecimiento de una industria exportadora de carne.
Un consejo de ancianos judíos tenía que ayudar a la gobernanza de los sectores regionales, un sistema que Heydrich ya había utilizado en la Europa ocupada, con el consejo siempre subordinado a las SS. A los judíos también se les permitiría tener servicios postales, sanitarios y policiales propios. Mientras Madagascar siguiera bajo mandato alemán, como a los judíos no se les permitiría tener nacionalidad alemana, no tendrían nacionalidad, ya que a Madagascar nunca se le permitiría convertirse en Estado. La isla quedaría bajo el control directo de un gobernador de las SS. Aunque no se mencionaba en el plan del 15 de agosto, existen otros documentos que mencionaban a Phillip Bouhler (jefe de la cancillería en la oficina personal de Hitler y viejo camarada del Führer) como primer candidato para el cargo.
Vale la pena mencionar dos puntos más de la propuesta inicial de Rademacher: 1) «Diego Suárez… que es estratégicamente importante, se convertirá en una base naval alemana»; y 2) «Los judíos seguirán bajo tutela alemana como garantía de la futura buena conducta de los miembros de su raza en Estados Unidos».
¿Algo de eso es creíble? El tema divide a los historiadores. Algunos, Philip Friedman y Magnus Brechtken, por ejemplo, desdeñan el plan y lo califican de fantasía, de pantalla de humo para ocultar las verdaderas intenciones de los nazis. Otros, como Hans Jensen y Christopher Browning, insisten en que debe tomarse en serio[12]. Hay muchas pruebas que sugieren que, en aquel momento, se aceptó el plan como una solución viable.
Dejando aparte la implicación de Hitler, Himmler y Heydrich, así como la de Göring y otras figuras clave no mencionadas en estas notas, es cierto que durante el verano de 1940 se invirtió una enorme cantidad de energía burocrática en el plan. A principios de julio, Hans Frank, gobernador del Gobierno General (el nombre nazi para la ocupada Polonia), fue informado de los planes sobre Madagascar y eso lo convenció de la necesidad de detener la construcción del gueto de Cracovia, ya que no era necesario puesto que los judíos iban a ser enviados a África. Una decisión similar se tomó respecto a Varsovia. El mismo mes, se informó a los judíos polacos de que «todos ellos serían enviados a Madagascar[13]».
En octubre, los judíos franceses estaban preparados para su viaje más allá del ecuador. Para aquellos que cuestionaban la capacidad logística de embarcar a cuatro millones de personas hacia Madagascar, hay que recordar, como lo hizo el historiador Mark Mazower, que el período 1939-1945 vio el mayor experimento de ingeniería socio-étnica en la historia, con millones de judíos polacos y alemanes moviéndose por Europa como piezas en un tablero de ajedrez[14]. Teniendo en cuenta el enorme fanatismo de las SS, no es imposible imaginar que se plantease algo similar… pero por barco en vez de por tren.
El Comité Judío Norteamericano también consideró el plan seriamente y mandó un detallado informe en agosto de 1941 en el que señalaba que supondría una catástrofe: «No hay un pogromo igual en toda la historia… es un traslado indiscriminado de millones de personas indefensas a un medio primitivo y hostil[15]». Esta es quizá la prueba irrefutable de la credibilidad del plan. Aunque los nazis siguieran con su política de expulsión en el verano de 1940, no tenían interés en la supervivencia de los judíos a largo plazo. Los infortunados que llegasen a Madagascar tendrían que enfrentarse a una implacable naturaleza tropical llena de enfermedades y a la inanición. Muchos morirían… sin hacer nada. Eso les hubiera gustado a los nazis y a su contradictoria mentalidad, ya que así podrían negar una responsabilidad directa. Rademacher fue más allá al decir que: «Puede servir como propaganda de la generosidad mostrada por Alemania al permitir que los judíos se instalen (en Madagascar)».
No obstante, la historia dice que el Proyecto Madagascar nunca se aplicó. Dependía de un acontecimiento que nunca sucedió: un acuerdo con los británicos. Para mover tal cantidad de judíos, los nazis necesitaban que las líneas marítimas del Mediterráneo, del mar Rojo y del océano Índico se abrieran a los barcos alemanes. Tras la caída de Francia, se asumió que los británicos serían finalmente derrotados o que negociarían la paz. Era un requisito previo para llevar a los judíos de Europa a África.
En otra parte he escrito cómo pudo ser el acuerdo entre el Imperio británico y el Tercer Reich. De haberse producido, ¿cuál habría sido el destino de los judíos británicos? Eichmann señaló que deberían ser transportados unos trescientos mil. No podemos saber qué habría ocurrido, pero el antisemitismo estaba muy extendido en todos los estratos sociales y había señales amenazantes por parte del Gobierno. La posibilidad de deportar a los judíos del país a Madagascar se planteó en el Parlamento en abril de 1938. Un mes después, Lord Halifax, ministro de Asuntos Exteriores, discutió el tema con su contrapartida francesa, que en aquel momento estaba preparando una versión propia del plan. En noviembre, Hitler y Chamberlain hablaron del tema a través de un intermediario sudafricano. Por otra parte, los antecedentes británicos eran poco prometedores. En los años treinta, cuando los judíos eran perseguidos en Alemania, Inglaterra rechazó al noventa por ciento de los refugiados[16]. La otra alternativa, enviarlos a Palestina, tenía poco apoyo por miedo a avivar el nacionalismo árabe y desestabilizar el imperio. Anthony Eden (ministro de Asuntos Exteriores de Churchill en el período 1940-1945, y más tarde primer ministro) era descrito como «inflexible en el tema de Palestina. Adora a los árabes y odia a los judíos[17]». Habría que recordar que ni la Declaración Balfour ni la Comisión Peel llegaron nunca a nada. El Vaticano también se oponía al envío de judíos a Palestina.
En otoño de 1940, una unidad de las SS formada por «expertos técnicos cualificados» estaba preparada para viajar a Madagascar para comprobar, entre otras cosas, los puertos de desembarco, la posibilidad de construir campos y la «capacidad total de absorción» de la isla. Nunca llegaron a viajar. Como la paz con los británicos no se firmó, el plan se congeló. En los meses siguientes, las mentes pensantes de Berlín se mantuvieron muy ocupadas con la inminente invasión de Rusia.
Esto coincide con la conclusión que extrae Hans Jensen en su estudio sobre el tema: si Hitler ganaba la guerra, eso significaría el exilio de los judíos a Madagascar; si la perdía, la exterminación[18]. Para la historia alternativa, este es un «punto divergente». Mi punto de vista es que si los nazis hubieran logrado conquistar Europa Occidental en 1940, incluido un acuerdo (de la especie que sea) con Inglaterra, se habría llevado a cabo un serio intento de embarcar masivamente a los judíos del continente hasta el Océano Índico, aunque el proyecto no se hubiera completado.
La discusión sobre el Proyecto Madagascar siguió de manera intermitente durante 1940 y 1941. El 10 de febrero de 1942 se abandonó oficialmente cuando Rademacher recibió de Hitler la orden de terminar con el programa. Semanas antes, en la Conferencia de Wannsee, Heidrich ya había puesto en marcha un destino letal para los judíos.
También están basados en hechos muchos otros elementos de esta novela.
Hitler intentó reconstruir Berlín a una escala imperial tras la guerra y llamar a la capital Germania. La primera fase de la construcción, incluido el Gran Auditorio, se planeó para concluirlo en enero de 1950.
Los nazis tenían muchos planes para África. No solo querían recuperar las colonias perdidas en el Tratado de Versalles, sino conquistar nuevos territorios y extenderse desde el Sahara hasta el océano Índico. Para disponer de un tratamiento exhaustivo de este tema, véanse mis «Notas del autor» de El Reich Africano.
Alemania lideraba la investigación atómica en los años veinte. No obstante, la purga de científicos judíos en las universidades, combinada con la sospecha de Hitler sobre lo que él describía como «física judía», redujo el programa nazi para desarrollar un arma. El uranio de las bombas que cayeron sobre Japón al final de la Segunda Guerra Mundial procedía de la mina Shinkolobwe en el Congo, que Hochburg visita en esta novela.
Kraft dutch Freude (KdF), la organización de los nazis dedicada al ocio, se convirtió en el mayor operator turístico del mundo[19]. En 1937, organizaba las vacaciones de 1,4 millones de personas; sus cruceros llevaban a los alemanes a destinos tan variados como los fiordos noruegos y los oasis libios. En Prora, en la costa báltica alemana, el KdF construyó el hotel más grande del mundo: un prototipo para futuros hoteles. Sus ruinas todavía pueden verse y son tan colosales como sugiere la novela. Se tarda una hora en caminar de un extremo al otro y son dignas de visitar. Tras la guerra, la KdF intentó expandir su cadena de hoteles a Crimea (Hitler la describió como «nuestra Riviera»), Suecia, Argentina y África.
Si Alemania hubiera derrotado a la Unión Soviética, es muy probable que hubiera tenido que afrontar una guerra de guerrillas al este de los montes Urales. Hitler estaba «encantado ante esa perspectiva», ya que creía que sería un banco de pruebas para toda una generación de jóvenes nazis. La discusión anterior sobre el Proyecto Madagascar solo se centraba en los judíos de Europa Occidental. Los nazis diferenciaban entre ellos y los ostjuden, los judíos soviéticos orientales, a los que consideraban inferiores aunque más peligrosos. El plan era obligar a los ostjuden a unas marchas letales a través de Siberia para exilarlos en Birobidzhan, en el extremo oriental de Rusia. Birobidzhan había sido creada por Stalin en 1930 como enclave judío y Hitler planeaba convertirla en su basurero oriental. Es difícil imaginarse los extremos a que podía llegar Birobidzhan: monzones en verano y treinta grados bajo cero en invierno. Hoy día sigue viviendo allí una comunidad de cuatro mil judíos.
Los repugnantes experimentos médicos que los nazis llevaron a cabo con los judíos están muy documentados. De especial relevancia para esta novela es su obsesión con los gemelos. Entre 1943 y 1944, por ejemplo, experimentaron con mil quinientos hermanos en Auschwitz, la mayoría con resultado letal.
Globocnik estuvo involucrado en proyectos de construcción a una escala comparable a la que yo he inventado en Madagascar. En 1940, supervisó la construcción de un «canal judío» en Belzec, Polonia, pensado como defensa contra un ataque soviético. Tendría cincuenta metros de anchura y quinientos veinticino kilómetros de longitud (aunque solo se acabaron trece). Quería que trabajasen en él dos millones y medio de judíos con las manos desnudas, si bien, en un memorando, Heydrich redujo el número a «un par de cientos de miles».
En 1948, un equipo de la compañía Electricité de France fue a Madagascar para estudiar los cursos de agua de la isla y sus posibilidades hidroeléctricas. Uno de los ríos clave era el Sofia, cerca de Mandritsara, aunque los técnicos hicieron constar su preocupación por los sedimentos. Hasta este momento no se ha construido ninguna presa en él.