127. Estaba sumida en la mayor de las ignorancias... Por la noche sufrí violentas hemorragias acompañadas de fuertes cólicos y no pude descansar un solo instante. Al rayar el día, corrí en busca de mi madre y, sin dejar de sollozar, le pedí consejo. Pero no obtuve más que esta severa reprimenda: «Deberías haberte dado cuenta antes y no manchar de ese modo las sábanas.» Esa fue toda la explicación que me dio. Naturalmente, me devané los sesos pensando qué crimen podría haber cometido y sentí una terrible angustia.

Yo sabía ya lo que era. Incluso aguardaba la cosa con impaciencia, porque esperaba que mi madre me revelaría entonces la forma en que se fabrican los niños. Llegó el célebre día, pero mi madre guardó silencio. Sin embargo, yo me sentía toda gozosa. «Ahora —me decía para mis adentros— también tú puedes hacer niños: ya eres una señora.»

Esa crisis se produce a una edad todavía tierna; el muchacho no llega a la adolescencia más que a los quince o dieciséis años; la muchacha se torna mujer entre los trece y los dieciséis. Pero no es de ahí de donde procede la diferencia esencial de su experiencia; tampoco reside en las manifestaciones fisiológicas que le dan, en el caso de la joven, su tremendo esplendor: la pubertad adopta en ambos sexos una significación radicalmente distinta, puesto que no anuncia a los dos un mismo porvenir.

También los muchachos, ciertamente, en el momento de su pubertad, sienten su cuerpo como una presencia embarazosa; pero, orgullosos de su virilidad desde la infancia, es a esa virilidad a la que, orgullosamente, trascienden el momento de su formación; se muestran entre sí con orgullo el vello que les crece en las piernas y que los convierte en hombres; más que nunca, su sexo es objeto de comparación y desafío. Convertirse en adultos es una metamorfosis que los intimida: muchos adolescentes experimentan angustia cuando se anuncia una libertad exigente, pero acceden con alegría a la dignidad de varón. Por el contrario, para transformarse en persona mayor, la niña tiene que confinarse en los límites que le impondrá su feminidad. El muchacho admira en su vello naciente promesas indefinidas; ella permanece confundida ante el «drama brutal y cerrado» que detiene su destino. Al igual que el pene extrae del contexto social su valor privilegiado, del mismo modo es el contexto social el que hace de la menstruación una maldición. El uno simboliza la virilidad, la otra la feminidad, y porque la feminidad significa alteridad e inferioridad, su revelación es acogida con escándalo. La vida de la niña siempre se le ha presentado como determinada por esa impalpable esencia a la cual la ausencia de pene le impide lograr una figura positiva: es ella la que se descubre en el flujo rojo que se escapa entre sus muslos. Si ya ha asumido su condición, acoge el acontecimiento con alegría... «Ahora, ya eres una señora.» Si la ha rechazado siempre, el veredicto sangriento la fulmina; lo más frecuente es que vacile: la mancilla menstrual la inclina hacia el disgusto y el temor. «¡He ahí lo que significan esas palabras: ser mujer!» La fatalidad que hasta entonces pesaba sobre ella confusamente y desde fuera, está agazapada en su vientre; no hay medio de escapar; y se siente acosada. En una sociedad sexualmente igualitaria, no encararía ella la menstruación sino como su manera singular de acceder a su vida adulta; el cuerpo humano conoce en hombres y mujeres muchas otras servidumbres más repugnantes, a las cuales se acomodan fácilmente, porque, siendo comunes a todos, no representan una tara para nadie; las reglas inspiran horror a la adolescente, porque la precipitan a una categoría inferior y mutilada. Ese sentimiento de degradación pesará abrumadoramente sobre ella. Conservaría el orgullo de su cuerpo sangrante si no perdiese su orgullo de ser humano. Y si consigue preservar este orgullo, sentirá mucho menos vivamente la humillación de su carne: la joven que, en actividades deportivas, sociales, intelectuales, místicas, se abre los caminos de la trascendencia, no verá en su especificación una mutilación y la superará fácilmente. Si en esa época se desarrollan con tanta frecuencia psicosis en la joven, es debido a que se siente sin defensa ante una sorda fatalidad que la condena a pruebas inimaginables; su feminidad significa a sus ojos enfermedad, sufrimiento y muerte; y a ella le fascina ese destino.

Un ejemplo que ilustra de manera impresionante estas angustias es el de la enferma descrita por H. Deutsch bajo el nombre de Molly:

Molly tenía catorce años cuando empezó a sufrir trastornos psíquicos; era la cuarta hija de una familia de cinco; el padre, muy severo, criticaba a sus hijas en cada comida, la madre era desdichada y a menudo no se hablaba con su marido. Uno de los hermanos había huido de casa. Molly estaba ventajosamente dotada, bailaba muy bien los zapateados, pero era tímida y le afectaba penosamente el ambiente familiar; los chicos le daban miedo. Su hermana mayor se casó contra la voluntad de su madre, y a Molly le interesó mucho el embarazo de su hermana, que tuvo un parto difícil y fue preciso emplear los fórceps; Molly, que supo los detalles del mismo y que se enteró de que frecuentemente las mujeres morían de parto, quedó muy impresionada. Durante dos meses, cuidó del recién nacido; cuando su hermana se fue de la casa, hubo una escena terrible en el curso de la cual se desmayó la madre; también Molly se desvaneció: había visto a compañeras suyas desvanecerse en clase, y las ideas relativas a la muerte y los desvanecimientos la obsesionaban. Cuando tuvo la primera regla, le dijo a su madre con aire embarazado: «Ya ha llegado la cosa», y se fue a comprar paños higiénicos en compañía de su hermana; en la calle se encontraron con un hombre y ella bajó la cabeza; de manera general, manifestaba disgusto con respecto a ella misma. No sufría durante las menstruaciones, pero siempre procuraba ocultárselas a su madre. Una vez, después de observar una mancha en las sábanas, su madre le preguntó si estaba indispuesta y ella lo negó, aunque era verdad. Un día le dijo a su hermana: «Ahora me puede suceder todo. Puedo tener un hijo.» «Para eso tendrías que vivir con un hombre», le replicó su hermana. «Pero si ya vivo con dos hombres: papá y tu marido.»

El padre no permitía a sus hijas que saliesen solas de noche por temor a que las violaran, y tales temores contribuyeron a dar a Molly la idea de que los hombres eran seres temibles; el miedo a quedar encinta, a morir de parto, adquirió tal intensidad a partir del momento en que tuvo sus reglas, que poco a poco se negó a salir de su habitación e incluso quería quedarse todo el día en la cama; sufría terribles crisis de ansiedad si la obligaban a salir, y si tenía que alejarse de casa, era víctima de un ataque y se desvanecía. Tenía miedo de los automóviles, de los taxis; ya no podía dormir; creía que por la noche entraban ladrones en la casa, gritaba y lloraba. Tenía manías alimentarías y en ocasiones comía demasiado para no desmayarse; también se sentía atemorizada cuando estaba encerrada. No pudo seguir asistiendo a la escuela, ni llevar una vida normal.

Una historia análoga, que no se liga a la crisis de la menstruación, pero que manifiesta la ansiedad que experimenta la muchacha con respecto a su interior, es la de Nancy128.

Cuando tenía unos trece años de edad, la pequeña era íntima de su hermana mayor y se sintió muy orgullosa de recibir sus confidencias cuando esta se prometió en secreto y luego se casó: compartir el secreto de una persona mayor equivalía a ser admitida entre los adultos. Durante algún tiempo, vivió en casa de su hermana; pero, cuando esta le anunció que iba a «comprar» un bebé, Nancy sintió celos de su cuñado y del niño que vendría; le resultaba insoportable ser tratada de nuevo como si fuese una niña con quien hubiese que andar con tapujos. Empezó a experimentar trastornos internos y quiso que la operasen de apendicitis; la operación tuvo éxito, pero, durante su permanencia en el hospital, Nancy vivió en medio de una terrible agitación; tenía violentas escenas con la enfermera, a quien aborrecía con toda su alma; trató de seducir al médico, le daba citas, se mostraba provocativa y exigía en medio de crisis nerviosas que la tratase como a una mujer; se acusaba de ser responsable de la muerte de un hermanito, sobrevenida años antes; y, sobre todo, estaba segura de que no le habían extirpado el apéndice y que habían olvidado un escalpelo en su estómago: exigí¿) que la examinasen por rayos X, so pretexto de haberse tragado una moneda.

Este deseo de sufrir una operación —y en particular la de la ablación del apéndice— se encuentra con frecuencia a esa edad; las muchachitas expresan de ese modo su temor a la violación, el embarazo y el parto. Experimentan en el vientre oscuras amenazas y esperan que el cirujano las salvará de aquel desconocido peligro que las acecha.

No es solamente la aparición de las reglas lo que anuncia a la niña su destino de mujer. En ella se producen otros fenómenos sospechosos. Hasta entonces su erotismo era clitoridiano. Es muy difícil saber si las prácticas solitarias están menos extendidas entre las muchachas que entre los muchachos; la niña se entrega a ellas en los dos primeros años, tal vez incluso desde los primeros meses de su vida; parece ser que las abandona hacia los dos años para no reanudarlas sino mucho más tarde; por su conformación anatómica, ese tallo plantado en la carne masculina solicita las caricias más que una mucosa secreta; pero los azares de un frotamiento —la niña que utiliza aparatos de gimnasia, trepa a los árboles o monta en bicicleta—, de un contacto con ciertas prendas, de un juego o de una iniciación por parte de sus camaradas, de sus mayores, de adultos, revelan frecuentemente a la niña sensaciones que ella se esfuerza por resucitar. En todo caso, el placer, cuando llega, es una sensación autónoma: tiene la ligereza y la inocencia de todas las diversiones infantiles129. La niña apenas establecía antes una relación entre estas delectaciones íntimas y su destino de mujer; sus relaciones sexuales con los chicos, si las había, se basaban esencialmente en la curiosidad. Pero he aquí que se siente invadida por confusas emociones en las cuales ya no se reconoce. La sensibilidad de las zonas erógenas se desarrolla, y estas son en la mujer tan numerosas, que se puede considerar a todo su cuerpo como erógeno: eso es lo que le revelan caricias familiares, besos inocentes, el contacto indiferente de una costurera, de un médico, de un peluquero, una mano amiga que se posa en sus cabellos o en su nuca; experimenta y a menudo busca deliberadamente una turbación más profunda en sus juegos, en sus luchas con chicos o chicas: así Gilberte luchando en los Campos Elíseos con Proust; entre los brazos de su pareja de baile, bajo la mirada ingenua de su madre, conoce extrañas languideces. Por otra parte, incluso los adolescentes más protegidos están expuestos a experiencias de este tipo; en los medios «bien» se silencian de común acuerdo esos desagradables incidentes; pero es frecuente que ciertas caricias de amigos de la casa, tíos, primos, por no decir nada de abuelos y padres, sean mucho menos inofensivas de lo que supone la madre; un profesor, un sacerdote, un médico, han podido mostrarse audaces e indiscretos. Se hallarán relatos de tales experiencias en L'asphyxie, de Violette Leduc; en La haine maternelle, de S. de Tervagnes, y en L'orange bleue, de Yassu Gauclère. Stekel estima que los abuelos, entre otros, son con frecuencia muy peligrosos.

«Tenía yo quince años. La víspera del entierro, mi abuelo había venido a dormir a casa. A la mañana siguiente, cuando mi madre ya se había levantado, él me preguntó si no podía venir a mi cama para jugar conmigo; yo me levanté inmediatamente, sin contestarle... Empezaba a tener miedo de los hombres.» He ahí lo que cuenta una mujer

El segundo sexo
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016_split_000.xhtml
sec_0016_split_001.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019_split_000.xhtml
sec_0019_split_001.xhtml
sec_0019_split_002.xhtml
sec_0019_split_003.xhtml
sec_0019_split_004.xhtml
sec_0019_split_005.xhtml
sec_0019_split_006.xhtml
sec_0020_split_000.xhtml
sec_0020_split_001.xhtml
sec_0020_split_002.xhtml
sec_0020_split_003.xhtml
sec_0020_split_004.xhtml
sec_0020_split_005.xhtml
sec_0020_split_006.xhtml
sec_0020_split_007.xhtml
sec_0020_split_008.xhtml
sec_0020_split_009.xhtml
sec_0020_split_010.xhtml
sec_0021_split_000.xhtml
sec_0021_split_001.xhtml
sec_0021_split_002.xhtml
sec_0021_split_003.xhtml
sec_0021_split_004.xhtml
sec_0022_split_000.xhtml
sec_0022_split_001.xhtml
sec_0022_split_002.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026_split_000.xhtml
sec_0026_split_001.xhtml
sec_0026_split_002.xhtml
sec_0026_split_003.xhtml
sec_0026_split_004.xhtml
sec_0026_split_005.xhtml
sec_0027_split_000.xhtml
sec_0027_split_001.xhtml
sec_0027_split_002.xhtml
sec_0027_split_003.xhtml
sec_0027_split_004.xhtml
sec_0027_split_005.xhtml
sec_0028_split_000.xhtml
sec_0028_split_001.xhtml
sec_0029_split_000.xhtml
sec_0029_split_001.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034_split_000.xhtml
sec_0034_split_001.xhtml
sec_0034_split_002.xhtml
sec_0034_split_003.xhtml
sec_0034_split_004.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_022.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_023.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_024.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_025.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_026.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_027.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_028.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_029.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_030.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_031.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_032.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_033.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_034.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_035.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_036.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_037.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_038.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_039.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_040.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_041.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_042.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_043.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_044.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_045.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_046.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_047.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_048.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_049.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_050.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_051.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_052.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_053.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_054.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_055.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_056.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_057.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_058.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_059.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_060.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_061.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_062.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_063.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_064.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_065.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_066.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_067.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_068.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_069.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_070.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_071.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_072.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_073.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_074.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_075.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_076.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_077.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_078.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_079.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_080.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_081.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_082.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_083.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_084.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_085.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_086.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_087.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_088.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_089.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_090.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_091.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_092.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_093.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_094.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_095.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_096.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_097.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_098.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_099.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_100.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_101.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_102.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_103.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_104.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_105.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_106.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_107.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_108.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_109.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_110.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_111.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_112.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_113.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_114.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_115.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_116.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_117.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_118.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_119.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_120.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_121.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_122.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_123.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_124.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_125.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_126.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_127.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_128.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_129.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_130.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_131.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_132.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_133.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_134.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_135.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_136.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_137.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_138.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_139.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_140.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_141.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_142.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_143.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_144.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_145.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_146.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_147.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_148.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_149.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_150.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_151.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_152.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_153.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_154.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_155.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_156.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_157.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_158.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_159.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_160.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_161.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_162.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_163.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_164.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_165.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_166.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_167.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_168.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_169.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_170.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_171.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_172.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_173.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_174.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_175.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_176.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_177.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_178.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_179.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_180.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_181.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_182.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_183.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_184.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_185.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_186.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_187.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_188.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_189.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_190.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_191.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_192.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_193.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_194.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_195.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_196.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_197.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_198.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_199.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_200.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_201.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_202.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_203.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_204.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_205.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_206.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_207.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_208.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_209.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_210.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_211.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_212.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_213.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_214.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_215.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_216.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_217.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_218.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_219.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_220.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_221.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_222.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_223.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_224.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_225.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_226.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_227.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_228.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_229.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_230.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_231.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_232.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_233.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_234.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_235.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_236.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_237.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_238.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_239.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_240.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_241.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_242.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_243.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_244.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_245.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_246.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_247.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_248.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_249.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_250.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_251.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_252.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_253.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_254.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_255.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_256.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_257.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_258.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_259.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_260.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_261.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_262.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_263.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_264.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_265.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_266.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_267.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_268.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_269.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_270.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_271.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_272.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_273.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_274.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_275.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_276.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_277.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_278.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_279.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_280.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_281.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_282.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_283.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_284.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_285.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_286.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_287.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_288.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_289.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_290.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_291.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_292.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_293.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_294.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_295.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_296.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_297.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_298.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_299.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_300.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_301.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_302.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_303.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_304.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_305.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_306.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_307.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_308.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_309.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_310.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_311.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_312.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_313.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_314.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_315.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_316.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_317.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_318.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_319.xhtml