178.

Y agrega:

Te amo por ser débil y estar entre mis brazos sosegada,

como una tibia cuna donde reposases.

En todo amor —amor sexual o amor maternal— hay a la vez avaricia y generosidad, deseo de poseer al otro y de dárselo todo; pero, en la medida en que ambas son narcisistas y acarician en el niño, en la amante, su prolongación o su reflejo, en esa medida la madre y la lesbiana coinciden singularmente.

Sin embargo, el narcisismo tampoco conduce siempre a la homosexualidad: el ejemplo de Marie Bashkirtseff lo prueba; no se halla en sus escritos la menor huella de un sentimiento afectuoso con respecto a una mujer; cerebral antes que sensual, extremadamente vanidosa, sueña desde la infancia con ser valorada por el hombre: no le interesa nada, excepto lo que pueda contribuir a su gloria. La mujer que se idolatra exclusivamente a sí misma y que apunta a un logro abstracto es incapaz de una cálida complicidad con respecto a otras mujeres; no ve en ellas más que rivales y enemigas.

En verdad, ningún factor es jamás determinante; siempre se trata de una opción efectuada en el corazón de un conjunto complejo y que descansa en una libre decisión; ningún destino sexual rige la vida del individuo: su erotismo traduce, por el contrario, su actitud global con respecto a la existencia.

Las circunstancias, sin embargo, tienen también en esta opción parte importante. Todavía hoy los dos sexos viven en gran parte separados: en los pensionados, en las escuelas femeninas, se resbala fácilmente de la intimidad a la sexualidad; hay muchas menos lesbianas en los medios en que la camaradería entre chicos y chicas facilita las experiencias heterosexuales. Multitud de mujeres que trabajan en talleres y oficinas entre mujeres, y que tienen pocas ocasiones de frecuentar el trato con hombres, establecerán entre ellas amistades amorosas: material y moralmente, les será cómodo asociar sus vidas. La ausencia o el fracaso de relaciones heterosexuales las destinará a la inversión. Resulta difícil trazar un límite entre la resignación y la predilección: una mujer puede consagrarse a las mujeres porque el hombre la haya decepcionado, pero también a veces éste la decepciona porque ella buscaba en él una mujer. Por todas estas razones, es falso establecer una distinción radical entre la heterosexual y la homosexual. Pasado el tiempo indeciso de la adolescencia, el varón normal no vuelve a permitirse ninguna extravagancia pederasta; pero la mujer normal vuelve con frecuencia a los amores que —platónicamente o no— han encantado su juventud. Decepcionada por el hombre, buscará en brazos femeninos al amante que la ha traicionado. Colette ha indicado en La vagabonde ese papel consolador que representan a menudo en la vida de las mujeres las voluptuosidades condenadas: y sucede que algunas se pasan la vida entera consolándose. Hasta una mujer colmada de abrazos masculinos puede no desdeñar voluptuosidades más sosegadas. Pasiva y sensual, las caricias de una amiga no la desagradarán, porque así no tendrá más que abandonarse, dejarse colmar. Activa y ardiente, aparecerá como una «andrógina», no por una misteriosa combinación de hormonas, sino por el solo hecho de que se consideran la agresividad y el gusto de la posesión como cualidades viriles; Claudine, enamorada de Renaud, no por ello codicia menos los encantos de Rézi; es plenamente mujer, sin dejar por ello de anhelar ella también, tomar y acariciar. Bien entendido, entre las «mujeres honestas» esos deseos «perversos» son escrupulosamente rechazados; no obstante, se manifiestan bajo la forma de amistades puras, pero apasionadas, o bajo la tapadera de la ternura maternal; algunas veces se descubren clamorosamente en el curso de una psicosis o durante la crisis de la menopausia.

Con mucho más motivo, resulta vano pretender clasificar a las lesbianas en dos categorías tajantes. Por el hecho de que una comedia social se superpone a menudo a sus verdaderas relaciones, complaciéndose en simular una pareja bisexuada, ellas mismas sugieren la división en «viriles» y «femeninas». Pero el que una lleve un severo traje sastre y la otra se ponga un vestido vaporoso, no debe inducir a engaño. Examinando la cuestión más de cerca, se advierte que —salvo en casos extremos— su sexualidad es ambigua. La mujer que se hace lesbiana porque rechaza la dominación masculina, saborea frecuentemente el gozo de reconocer en otra a la misma orgullosa amazona; antaño florecieron muchos amores culpables entre las estudiantes de Sèvres, que vivían juntas lejos de los hombres; estaban orgullosas de pertenecer a una elite femenina y querían permanecer como sujetos autónomos; esta complejidad, que las reunía contra la casta privilegiada, permitía que cada una de ellas admirase en una amiga a aquel ser prestigioso que acariciaba en sí misma; al abrazarse mutuamente, cada una era a la vez hombre y mujer y estaba encantada de sus virtudes andróginas. De manera inversa, una mujer que quiere gozar su feminidad en brazos femeninos, conoce también el orgullo de no obedecer a ningún amo. Renée Vivien amaba ardientemente la belleza femenina y ella misma se quería bella; se adornaba, estaba orgullosa de su larga cabellera; pero también le agradaba sentirse libre, intacta; en sus poemas, expresa su desprecio con respecto a aquellas que, a través del matrimonio, consienten en convertirse en siervas de un hombre. Su afición a los licores fuertes, su lenguaje a veces indecente, ponían de manifiesto su deseo de virilidad. De hecho, en la inmensa mayoría de las parejas las caricias son recíprocas. De ello se deduce que los papeles se distribuyen de manera muy incierta: la mujer más infantil puede representar el personaje de una adolescente frente a una matrona protectora, o el de la querida apoyada en el brazo del amante. Pueden amarse en la igualdad. Puesto que las compañeras son homólogas, todas las combinaciones, transposiciones, cambios y comedias son posibles. Las relaciones se equilibran según las tendencias psicológicas de rada una de las amigas y de acuerdo con el conjunto de la situación. Si hay una de ellas que ayuda o mantiene a la otra, asume las funciones del varón: tiránico protector, víctima a quien se explota, soberano respetado y a veces hasta chulo; una superioridad moral, social e intelectual le conferirá frecuentemente autoridad; sin embargo, la más amada gozará los privilegios de que la reviste la apasionada adhesión de la más amante. Al igual que la de un hombre y una mujer, la asociación de dos mujeres adopta multitud de figuras diferentes; se funda en el sentimiento, el interés o la costumbre; es conyugal o novelesca; da cabida al sadismo, al masoquismo, a la generosidad, a la fidelidad, a la abnegación, al capricho, al egoísmo, a la traición; entre las lesbianas hay prostitutas y también grandes enamoradas.

Sin embargo, ciertas circunstancias prestan características singulares a esas relaciones. No están consagradas por ninguna institución ni por las costumbres, ni reglamentadas por convenciones: por eso mismo se viven con más sinceridad.

Hombre y mujer —aunque sean esposos— se hallan más o menos en representación uno delante del otro, sobre todo la mujer, a quien el varón siempre impone alguna consigna: virtud ejemplar, encanto, coquetería, infantilismo o austeridad; en presencia del marido o del amante, jamás se siente del todo ella misma; al lado de una amiga, no alardea, no tiene que fingir, son demasiado semejantes para no mostrarse al descubierto. Esa similitud engendra la más completa intimidad. El erotismo, a menudo, no tiene más que una parte asaz pequeña en tales uniones; la voluptuosidad tiene un carácter menos fulminante, menos vertiginoso que entre hombre y mujer, y no produce metamorfosis tan trastornadoras; pero, una vez que los amantes han desunido su carne, vuelven a ser extraños el uno para el otro; incluso el cuerpo masculino le parece repulsivo a la mujer; y el hombre experimenta a veces una suerte de insípido hastío ante el de su compañera; entre mujeres, la ternura carnal es más uniforme, más continuada; no son arrebatadas a éxtasis frenéticos, pero jamás caen en una indiferencia hostil; verse, tocarse, es un tranquilo placer que prolonga con sordina el del lecho. La unión de Sarah Posonby con su bienamada duró cerca de cincuenta años sin una nube: parece que ambas supieron crearse un apacible edén al margen del mundo. Pero la sinceridad también se paga. Como se muestran al descubierto, sin la preocupación de dominarse ni disimular, las mujeres se incitan entre ellas a violencias inauditas.

El hombre y la mujer se intimidan por el hecho de que son diferentes: ante ella experimenta él piedad, inquietud; se esfuerza por tratarla con cortesía, indulgencia y circunspección; ella, a su vez, le respeta y le teme un poco, y procura dominarse en su presencia; cada cual procura disculpar al otro misterioso, cuyos sentimientos y reacciones mide mal. Las mujeres son implacables entre ellas; se engañan, se provocan, se persiguen, se encarnizan y se arrastran mutuamente al fondo de la abyección. La calma masculina —ya sea indiferencia o dominio de sí mismo— es un dique contra el que se estrellan las escenas femeninas; pero entre dos amigas hay puja de lágrimas y convulsiones; su paciencia para reiterarse reproches y explicaciones es insaciable. Exigencias, recriminaciones, celos, tiranía, todas estas plagas de la vida conyugal se desencadenan bajo una forma exacerbada. Si tales amores son a menudo tempestuosos, es porque también están ordinariamente más amenazados que los amores heterosexuales. Son censurados por la sociedad y difícilmente logran integrarse en la misma.

La mujer que asume la actitud viril —por su carácter, su situación, la fuerza de su pasión— lamentará no proporcionar a su amiga una existencia normal y respetable, no poder casarse con ella, arrastrarla por caminos insólitos: esos son los sentimientos que, en Le puits de solitude, Radcliffe Hall atribuye a su heroína; esos remordimientos se traducen en una ansiedad morbosa y, sobre todo, en unos celos torturantes. Por su parte, la amiga más pasiva o menos enamorada sufrirá, en efecto, a causa de las censuras de la sociedad; se considerará degradada, pervertida, frustrada, y sentirá rencor contra aquella que le impone semejante suerte. Puede suceder que una de las dos mujeres desee tener un hijo; o bien se resigna con tristeza a su esterilidad, o ambas adoptan un niño, o bien la que desea la maternidad solicita los servicios de un hombre; el niño es a veces un lazo de unión y a veces una nueva fuente de fricción.

Lo que da un carácter viril a las mujeres encerradas en la homosexualidad no es su vida erótica, que, por el contrario, las confina en un universo femenino, sino el conjunto de responsabilidades que se ven obligadas a asumir por el hecho de pasarse sin los hombres. Su situación es inversa a la de la cortesana, que a veces adquiere un espíritu viril a fuerza de vivir entre varones —tal Ninon de Lenclos—, pero que depende de ellos. La singular atmósfera que reina en torno a las lesbianas proviene del contraste entre el clima de gineceo en que se desenvuelve su vida privada y la independencia masculina de su existencia pública. Se conducen como hombres en un mundo sin hombre. La mujer sola siempre parece un poco insólita; no es verdad que los hombres respeten a las mujeres: se respetan unos a otros a través de sus mujeres —esposas, amantes, entretenidas—; cuando la protección masculina deja de extenderse sobre ella, la mujer se encuentra desarmada ante una casta superior que se muestra agresiva, sarcástica u hostil. En tanto que «perversión erótica», la homosexualidad femenina más bien hace sonreír; pero, en tanto implique un modo de vivir, suscita desprecio o escándalo. Si hay mucho de provocación y de afectación en la actitud de las lesbianas, es porque no tienen medio alguno para vivir su situación con naturalidad: lo natural implica que no se reflexione sobre uno mismo, que se actúe sin representar los propios actos; pero las actitudes de los demás llevan a la lesbiana sin cesar a tomar conciencia de sí misma. Solo si tiene bastante edad o goza de gran prestigio social, podrá seguir su camino con tranquila indiferencia.

Resulta difícil decretar, por ejemplo, si es por gusto o como reacción defensiva por lo que ella se viste tan a menudo de manera masculina. Ciertamente, hay en ello, en gran parte, una elección espontánea. No hay nada menos natural que vestirse de mujer; sin duda, la ropa masculina también es artificial, pero es más cómoda y más sencilla; está hecha para favorecer la acción en lugar de entorpecerla; George Sand e Isabelle Ehberardt llevaban trajes de hombre; en su último libro179, Thyde Monnier proclama su predilección por el uso del pantalón; a toda mujer activa le gustan los tacones bajos y los tejidos fuertes. El sentido de la toilette femenina es manifiesto: se trata de «adornarse», y adornarse es ofrecerse; las feministas heterosexuales se mostraron antaño, sobre este punto, tan intransigentes como las lesbianas: rehusaban convertirse en una mercancía que se exhibe y adoptaron el uso de trajes sastre y sombreros de fieltro; los vestidos adornados, escotados, les parecían el símbolo del orden social que combatían. Hoy han logrado dominar la realidad, y el símbolo tiene a sus ojos menos importancia. Para la lesbiana, sin embargo, todavía la tiene en la medida en que ella se siente todavía ente reivindicante. Sucede también —si determinadas particularidades físicas han motivado su vocación— que la indumentaria austera le siente mejor.

Hay que añadir que uno de los papeles representados por el adorno consiste en satisfacer la sensualidad aprehensora de la mujer; pero la lesbiana desdeña los consuelos del terciopelo y de la seda: al igual que a Sandor, le gustarán en sus amigas, o el cuerpo mismo de su amiga ocupará su lugar. También por esta razón la lesbiana gusta a menudo de ingerir bebidas secas, fumar tabaco fuerte, hablar un lenguaje rudo, imponerse ejercicios violentos: eróticamente, comparte la suavidad femenina, y, por contraste, gusta de un clima sin insipidez. Por esa inclinación, puede llegar a disfrutar con la compañía de los hombres. Pero aquí interviene un nuevo factor: las relaciones frecuentemente ambiguas que sostiene con ellos. Una mujer muy segura de su virilidad solo querrá hombres como amigos y camaradas: esta seguridad apenas se encuentra nada más que en aquella que tenga con ellos intereses comunes, que —en los negocios, la acción o el arte— trabaje y triunfe como uno de ellos. Cuando Gertrude Stein recibía a sus amigos, solo conversaba con los hombres y dejaba a Alice Toklas el cuidado de entretener a sus amigas180. Será con las mujeres con quienes la homosexual muy viril observará una actitud ambivalente: las desprecia, pero ante ellas tiene un complejo de inferioridad tanto en cuanto mujer como en cuanto hombre; teme parecerles una mujer frustrada, un hombre inacabado, lo cual la lleva a ostentar una superioridad altiva o a manifestar hacia ellas —como la invertida de Stekel— una agresividad sádica. Pero este caso es bastante raro. Ya se ha visto que la mayoría de las lesbianas rechazan al hombre con reticencia: hay en ellas, como en la mujer frígida, repugnancia, rencor, timidez, orgullo; no se sienten realmente semejantes a ellos; a su rencor femenino se añade un complejo de inferioridad viril; son rivales mejor armados para seducir, poseer y conservar la presa; detestan ellas ese poder del hombre sobre las mujeres, detestan la «mancilla» que hacen sufrir a la mujer. También las irrita ver que ellos ejercen los privilegios sociales y el sentirles más fuertes que ellas: es una hiriente humillación no poder batirse con un rival, saberle capaz de derribarnos de un puñetazo. Esta compleja hostilidad es una de las razones que lleva a algunas homosexuales a exhibirse; solo tienen trato entre ellas; forman una especie de clubs, para manifestar que no tienen necesidad de los hombres, ni social ni sexualmente. De ahí se resbala fácilmente a inútiles fanfarronadas y a todas las comedias de la inautenticidad. La lesbiana juega primero a ser hombre; después, ser lesbiana también se convierte en un juego; el disfraz se torna librea; y la mujer, so pretexto de sustraerse a la opresión del varón, se hace esclava de su personaje; no ha querido encerrarse en la situación de mujer y se encarcela en la de lesbiana. Nada ofrece peor impresión de estrechez de espíritu y de mutilación que esos clanes de mujeres manumitidas. Hay que añadir que muchas mujeres solo se declaran homosexuales por interesada complacencia: adoptan de manera aún más consciente aires equívocos, esperando incitar a los hombres que gustan de las «viciosas». Estas ruidosas celadoras —que son evidentemente las que más se hacen notar— contribuyen a desacreditar lo que la opinión considera como un vicio y una pose.

En verdad, la homosexualidad no es ni una perversión deliberada ni una maldición fatal181. Es una actitud elegida en situación, es decir, a la vez motivada y libremente adoptada. Ninguno de los factores que el sujeto asume con esta elección —datos fisiológicos, historia psicológica, circunstancias sociales— es determinante, aunque todos contribuyen a explicarla. Para la mujer, esa es una manera, entre otras, de resolver los problemas planteados por su condición en general y por su situación erótica en particular. Como todas las actitudes humanas, irá acompañada de comedias, desequilibrios, fracasos, mentiras, o bien, por el contrario, será fuente de fecundas experiencias, según sea vivida de mala fe, en la pereza y la inautenticidad, o en la lucidez, la generosidad y la libertad.

El segundo sexo
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016_split_000.xhtml
sec_0016_split_001.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019_split_000.xhtml
sec_0019_split_001.xhtml
sec_0019_split_002.xhtml
sec_0019_split_003.xhtml
sec_0019_split_004.xhtml
sec_0019_split_005.xhtml
sec_0019_split_006.xhtml
sec_0020_split_000.xhtml
sec_0020_split_001.xhtml
sec_0020_split_002.xhtml
sec_0020_split_003.xhtml
sec_0020_split_004.xhtml
sec_0020_split_005.xhtml
sec_0020_split_006.xhtml
sec_0020_split_007.xhtml
sec_0020_split_008.xhtml
sec_0020_split_009.xhtml
sec_0020_split_010.xhtml
sec_0021_split_000.xhtml
sec_0021_split_001.xhtml
sec_0021_split_002.xhtml
sec_0021_split_003.xhtml
sec_0021_split_004.xhtml
sec_0022_split_000.xhtml
sec_0022_split_001.xhtml
sec_0022_split_002.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026_split_000.xhtml
sec_0026_split_001.xhtml
sec_0026_split_002.xhtml
sec_0026_split_003.xhtml
sec_0026_split_004.xhtml
sec_0026_split_005.xhtml
sec_0027_split_000.xhtml
sec_0027_split_001.xhtml
sec_0027_split_002.xhtml
sec_0027_split_003.xhtml
sec_0027_split_004.xhtml
sec_0027_split_005.xhtml
sec_0028_split_000.xhtml
sec_0028_split_001.xhtml
sec_0029_split_000.xhtml
sec_0029_split_001.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034_split_000.xhtml
sec_0034_split_001.xhtml
sec_0034_split_002.xhtml
sec_0034_split_003.xhtml
sec_0034_split_004.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_022.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_023.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_024.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_025.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_026.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_027.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_028.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_029.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_030.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_031.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_032.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_033.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_034.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_035.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_036.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_037.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_038.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_039.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_040.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_041.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_042.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_043.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_044.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_045.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_046.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_047.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_048.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_049.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_050.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_051.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_052.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_053.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_054.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_055.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_056.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_057.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_058.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_059.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_060.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_061.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_062.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_063.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_064.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_065.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_066.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_067.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_068.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_069.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_070.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_071.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_072.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_073.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_074.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_075.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_076.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_077.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_078.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_079.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_080.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_081.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_082.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_083.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_084.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_085.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_086.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_087.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_088.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_089.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_090.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_091.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_092.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_093.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_094.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_095.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_096.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_097.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_098.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_099.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_100.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_101.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_102.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_103.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_104.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_105.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_106.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_107.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_108.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_109.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_110.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_111.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_112.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_113.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_114.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_115.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_116.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_117.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_118.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_119.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_120.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_121.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_122.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_123.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_124.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_125.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_126.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_127.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_128.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_129.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_130.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_131.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_132.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_133.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_134.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_135.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_136.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_137.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_138.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_139.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_140.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_141.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_142.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_143.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_144.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_145.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_146.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_147.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_148.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_149.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_150.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_151.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_152.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_153.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_154.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_155.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_156.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_157.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_158.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_159.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_160.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_161.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_162.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_163.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_164.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_165.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_166.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_167.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_168.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_169.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_170.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_171.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_172.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_173.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_174.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_175.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_176.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_177.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_178.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_179.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_180.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_181.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_182.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_183.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_184.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_185.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_186.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_187.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_188.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_189.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_190.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_191.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_192.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_193.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_194.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_195.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_196.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_197.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_198.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_199.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_200.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_201.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_202.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_203.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_204.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_205.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_206.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_207.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_208.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_209.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_210.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_211.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_212.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_213.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_214.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_215.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_216.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_217.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_218.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_219.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_220.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_221.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_222.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_223.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_224.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_225.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_226.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_227.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_228.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_229.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_230.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_231.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_232.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_233.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_234.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_235.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_236.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_237.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_238.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_239.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_240.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_241.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_242.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_243.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_244.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_245.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_246.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_247.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_248.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_249.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_250.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_251.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_252.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_253.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_254.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_255.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_256.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_257.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_258.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_259.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_260.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_261.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_262.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_263.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_264.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_265.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_266.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_267.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_268.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_269.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_270.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_271.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_272.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_273.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_274.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_275.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_276.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_277.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_278.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_279.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_280.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_281.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_282.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_283.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_284.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_285.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_286.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_287.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_288.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_289.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_290.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_291.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_292.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_293.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_294.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_295.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_296.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_297.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_298.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_299.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_300.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_301.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_302.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_303.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_304.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_305.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_306.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_307.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_308.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_309.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_310.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_311.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_312.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_313.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_314.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_315.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_316.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_317.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_318.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_319.xhtml