CAPÍTULO 9

Muckross House era una mansión de estilo Tudor, construida a mediados del siglo XIX, a orillas del lago Muckross, uno de los tres lagos que había en Killarney.

Aunque la había visto en un montón de fotos por Internet, Alana quedó cautivada al verla al natural por primera vez. Tenía un encanto único, un halo de misterio que la envolvía y que susurraba secretos al viento.

Antiguamente, fue la casa señorial de una acaudalada familia, pero ahora se había convertido en un museo abierto al público, al menos en parte. Y por desgracia, la parte que a Alana más le interesaba, la biblioteca privada, se mantenía cerrada a los curiosos y custodiada por un hombrecillo tan testarudo como una mula.

—Señorita, explíqueme otra vez por qué necesita ver nuestra biblioteca —musitó el hombre, mientras se quitaba las gafas y las limpiaba con minuciosidad.

Las alzó a contraluz, buscando alguna mota en las lentes, y Alana se sintió como un insecto observado por un microscopio cuando la miró a través de ellas.

Un insecto pequeño y muy molesto.

—Ya se lo he dicho —respondió, y compuso lo que esperaba que fuese una sonrisa inocente—. Estoy haciendo mi tesis doctoral sobre mitología celta y tal vez pueda encontrar algún tomo interesante en ella.

—La mayoría del material que tenemos lo componen las cartas privadas de los antiguos propietarios de este lugar y algunos volúmenes sobre la historia de la región.

—Y eso es justo lo que estoy buscando.

—Usted ha hablado de mitología, no de historia.

—Según mi experiencia, la mitología y la historia suelen tener cierta base común en la mayoría de las culturas.

—Según su experiencia, ¿eh? —La ceja del hombre se alzó de forma arrogante—. ¿Qué edad tiene? ¿Veintidós? ¿Veintitrés?

—Tengo veinticuatro años —masculló Alana, apretando los dientes.

—Sin duda, una dilatada experiencia —musitó el hombre, condescendiente—, pero tengo órdenes de no dejar pasar a nadie que no forme parte del personal de Muckross House.

Bueno, aquello era el colmo. No iba a tolerar que aquel individuo la ninguneara de esa forma.

Clavó sus ojos en él con fijeza y se concentró, dispuesta a manipular su voluntad, mientras se concentraba en repetir en su mente una y otra vez:

«Permíteme el acceso a la biblioteca».

—Señorita, ¿se encuentra bien?

Salió de su estado de concentración al escuchar la voz del hombre y ver que hacía un ademán delante de sus ojos para llamar su atención. Algo extraño porque, después de su manipulación mental, debería de haber quedado en un ligero trance.

—Sí, es solo que… ¿Me permite el acceso a la biblioteca?

—No.

Aquella rotunda negativa, la sorprendió. Algo no había funcionado.

—¿Conoce al padre O’Malley?

El rostro del hombre se volvió inescrutable.

—¿Por qué lo pregunta?

—Nada, es solo que he notado cierto parecido y pensé que tal vez eran parientes.

—Es un primo lejano —respondió el hombre, finalmente.

Eso explicaría que los dos tuviesen la misma capacidad de resistir sus órdenes mentales.

Lo volvió a intentar una última vez. Clavó sus ojos en él con fijeza y se concentró:

«Permíteme el acceso a la biblioteca».

—Mire, señorita, lo siento, pero no puedo continuar perdiendo más el tiempo con usted.

Y sin darle opción a réplica, le cerró la puerta en las narices.

Alana se quedó mirando la superficie de madera durante unos segundos, tratando de poner en orden lo poco que había averiguado hasta el momento. Era un hecho que, tanto la catedral de Saint Mary como Muckross House, estaban custodiadas por hombres con poderes mágicos. Y eso solo podía significar que había algo de valor en los dos edificios. Tal vez, el libro que estaba buscando se encontrase allí.

Apoyó la palma de la mano en la puerta de la biblioteca con un gesto frustrado y un fogonazo de luz incidió en su mente. Como si de una película se tratase, vio a un anciano en un escritorio. Su mano era firme cuando mojó una nívea pluma de cisne en el tintero y la deslizó con fluidez sobre la hoja amarillenta de un libro.

Lo supo al instante: ese era el libro que estaba buscando.

Observó a su alrededor, tratando de identificar el lugar dónde se hallaba el anciano. Era una habitación con estanterías plagadas de libros. Una biblioteca. Y en el lomo de uno de ellos, pudo vislumbrar el logo de Muckross House.

Trató de encontrar alguna pista de la época en la que ubicar su visión. En ocasiones, sus poderes la llevaban al futuro, pero también había veces en las que veía una escena desarrollada en el presente o en el pasado. Para ello, se concentró en la figura del anciano, que resultaba un tanto borrosa. Constitución corpulenta, barba blanca y larga al estilo de Dumbledore, y vestía… ¿un chándal?

Alana abrió los ojos al instante, un poco desorientada. Era la primera visión que tenía desde el accidente y la debilitó por un momento. Una cosa tenía clara: el libro estaba allí. Detrás de aquella puerta. Estaba segura. Lo había sentido.

Ahora solo tenía que encontrar la forma de burlar al guardia y colarse dentro.

Necesitaba un golpe de suerte.

Con energía renovada por el avance que había conseguido en su misión, cogió su bicicleta y pedaleó de vuelta a la ciudad.

Se encontró con la señora Dorset, la propietaria del edificio donde estaba su apartamento, justo cuando estaba entrando en el patio.

—¡Hola, muchacha! ¿Qué tal te estás adaptando a tu vida en Killarney?

—La verdad es que muy bien, este lugar es precioso.

—Me alegro mucho. ¿Sabes que acabo de alquilar el apartamento del último piso a otra española?

No le sorprendió. En Killarney había una gran demanda laboral, tanto en hostelería como en restauración, y había muchos españoles que acudían allí en busca de trabajo, mientras perfeccionaban el idioma.

—Una chica muy simpática. Y va a trabajar nada más y nada menos que en Muckross House.

Aquel comentario atrajo toda su atención.

—¿De camarera en el restaurante?

—No, ha conseguido una beca para restaurar libros o algo así. Trabajará en la biblioteca.

Alana esbozó una sonrisa. Ahí estaba su golpe de suerte.