II

—Qué dura es la vida, ¿eh? —comentó Via.

Tras presentarse en la fortaleza de Ezoriel, más parecida a un castillo, Cassie, Via y Susurro se vieron pronto rodeadas de un boato propio de princesas medievales. Holgazaneaban desnudas en una amplia piscina de mármol llena de agua fresca y espumosa. Después de todas aquellas carreras por el Infierno se agradecía mucho un baño. Amplias plumas ribeteadas formaban abanicos que, conectados mediante hilos, se movían con parsimonia adelante y atrás y generaban una suave brisa artificial. Sobre el agua perfumada flotaban flores exóticas. Cassie se recostó con los ojos cerrados, disfrutando de todo aquello.

—Y esto es agua pura —recalcó Via—. Es un lujo increíble, muy difícil de ver en el Infierno.

—¿Cómo la consiguen? ¿Hay algún riachuelo o manantial por aquí?

—¿En el Infierno? —La idea divirtió a Via—. La fabrican gracias a esas enormes cubas de destilación.

La cabeza de Susurro parecía flotar sobre espuma. La mano que le quedaba asomó por encima del agua fragante y señaló al otro extremo del alargado atrio de azulejos. Allá, unos caballeros preparaban fardos con los cadáveres de demonios descuartizados y los arrojaban a las enormes teteras de hierro calentadas mediante hogueras. Luego hundían los trozos con pesadas varas de madera y colocaban unas tapas con tubos.

»El calor transforma la humedad de los cadáveres en vapor —explicó Via—. El gas sale entonces por los tubos y, una vez se enfría, voilá, toda el agua pura que quieras.

Cassie palideció al comprender el macabro sistema.

El nectopuerto las había llevado directamente hasta allí desde el campo de batalla, y su anfitrión, Ezoriel, las había colmado de majestuosas atenciones. El puesto de mando del ángel caído constituía una enorme fortaleza de murallas de piedra llena de torres, minaretes e incluso un foso. Una gran torre del homenaje destinada a los prisioneros ocupaba todo un muro de kilómetros de largo. El castillo se alzaba con elegancia en el centro del perímetro, y la fuerza de seguridad del complejo estaba formada por miles y miles de caballeros negros.

—Es maravilloso acunarse aquí —dijo Via, disfrutando del agua.

Cassie vislumbró el cielo por una ventana encajada en un marco de piedra. No se parecía lo más mínimo al ocaso de color rojo oscuro del Infierno. El aire fresco que soplaba de los abanicos y que se colaba por los ventanales olía tentador y puro, sin ningún rastro del hedor urbano de Mefistópolis.

—¿Dónde está exactamente este sitio? —preguntó.

—En las Infrasferas —respondió Via—. Seguimos en el Infierno, pero se podría considerar un plano de existencia distinto al de la ciudad. Se supone que hay varias esferas, pero nadie sabe gran cosa al respecto. Es un secreto que solo conocen los ángeles caídos más poderosos. Según la leyenda, Ezoriel le ganó esta esfera a Lucifer en una apuesta. Otro rumor dice que las Infrasferas existen en la misma estela que la Esfera de las siete estrellas. Y ahí es donde está el Cielo…, o al menos eso se supone.

—Extraño —comentó Cassie.

—Y tanto, pero ¿a quién le importa? —Via agitó los pies juguetona en el agua perfumada—. Nos hacía falta un respiro y no hay nada mejor que esto. Podría pasarme aquí toda la eternidad sin la menor queja.

—Eso sería muy agradable, pero nos queda trabajo por hacer —recordó Cassie, a sabiendas de que aquellos dulces lujos pronto tendrían que terminar. También a ella le gustaban, pero tenía claro que no había ido allí para darse baños de espuma.

Cuando salieron del espacioso estanque, aparecieron de nuevo aquellas chicas con flores y gasas blancas para secarlas con suaves toallas recién tejidas y vestirlas después. A continuación las condujeron hasta una amplia sala de banquetes cuyas mesas estaban abarrotadas de frutas exóticas. Una segunda cuadrilla de sirvientes (en esta ocasión chicos de la edad de Cassie) las masajearon sobre largos divanes con volutas y les ofrecieron las deliciosas frutas. Los jóvenes eran todos muy hermosos, como modelos.

—Para ti es una auténtica lástima —dijo Via.

—¿A qué te refieres?

—Tienes que permanecer virgen.

Cassie no había caído en ello, aunque por el momento el romance no era lo prioritario. Que las autoridades del Infierno anduviesen tras de una tenía la cualidad de diluir los impulsos sexuales. Además, Lissa seguía ocupando su centro de atención.

«Tengo que encontrarla».

¿Pero cómo iban a hacerlo?

Varios caballeros las escoltaron seguidamente hasta el cuarto de mando de Ezoriel. Aquel ángel de absurdo atractivo y su junta de oficiales se arrodillaron en cuanto Cassie y las demás entraron.

«Este tratamiento regio está empezando a ponerme de los nervios…»

—Bendita, ¿han sido atendidas de forma satisfactoria vuestras necesidades?

—Sí, gracias.

—Entonces me sentiría honrado, santa de mi devoción, si escucharais mi plan.

—Dispara, guapetón —dijo Via.

Cassie se limitó a asentir con la cabeza. Había un enorme mapa desplegado en la parte delantera de la sala, dibujado con tinta sobre piel de demonio blanqueada. Ezoriel cogió un largo y delgado hueso de ala de inframurciélago para usarlo de puntero.

—Mi sugerencia consiste en un ataque retardado en dos frentes, Bendita —dijo Ezoriel con su voz luminiscente—. El Alguacilazgo estará esperando que iniciéis una incursión por aquí… —señaló con el puntero la marca de la Comisión de tortura judicial—, y recomiendo que hagáis justo eso. Cuando os hayáis infiltrado en la Comisión, aguardaremos. Le daremos al enemigo tiempo para agruparse, para que crea que una nueva oleada invadirá la Comisión. Será entonces cuando dirija el grueso de mis fuerzas aquí…

El puntero cruzó la ciudad y se detuvo en el Edificio Mefisto.

»Lucifer nunca esperará que el segundo ataque sea en su casa.

Cassie recordó la explicación sobre las defensas del Edificio Mefisto.

—¿Pero no se trataría de una misión suicida? El Edificio Mefisto está rodeado de las Madrigueras de carne. ¿No son impenetrables?

—Normalmente sí —respondió Ezoriel—. Pero en estas circunstancias extraordinarias, creo que podemos contar con una ventaja tremenda. Las Madrigueras quedarán debilitadas ya que, con casi total seguridad, Lucifer trasladará lo más granado de su cuerpo de brujos a la Comisión con la esperanza de capturaros. Esa transferencia de energía fantasmal menguará el vigor de las Madrigueras.

—Las Madrigueras de carne son una entidad orgánica —le recordó Via—. Es como un sistema inmune. Piénsalo de esta manera: con su fuerza al máximo, nunca pillará ni un resfriado. Pero con las defensas reducidas…

—Un ataque masivo y simultáneo por orificios múltiples podría superar su coraza —proclamó Ezoriel—. Estaría en nuestra mano perforar las Madrigueras de carne y poner asedio al propio Edificio Mefisto, el primer paso para derrocar a Lucifer. El peligro es grande, pero sin riesgo nunca habrá victoria, y el reinado del Lucero del Alba perdurará sin obstáculos como la obscenidad que siempre ha sido.

A Cassie le parecía muy complicado.

—¿Por qué no os limitáis a usar los nectopuertos para entrar en el Edificio Mefisto, y sortear así de paso las Madrigueras?

—La nectoportación no funciona por encima de las Madrigueras. No existe hechicería que pueda realizar una tarea semejante. El transporte aéreo es igualmente ineficaz. Una vez lanzamos toda una división de soldados a lomos de inframurciélagos para tratar de superar por alto las Madrigueras. El resultado fue catastrófico. Los generadores de poder psíquico de Lucifer son demasiado potentes. El único camino es a través de las Madrigueras.

Pero otro pormenor inquietó a Cassie.

—¿Cómo vamos a colarnos Via, Susurro y yo en la Comisión? ¿Usamos la mano de gloria?

—A estas alturas, los brujos de Lucifer son perfectamente conscientes del truco —dijo Ezoriel—, y sus contramedidas harán inútil cualquier mano de gloria. En lugar de eso, os nectoportaré a vos y a vuestras amigas a los terrenos de la Comisión.

Aquello parecía bastante flojo.

—¿Y… eso es todo?

—Junto a un centenar de mis mejores soldados para que encabecen vuestro asalto.

«Eso suena un poco mejor». Cassie trató de ordenar en su cabeza todas las piezas del plan.

—De acuerdo, genial. Atacamos la Comisión y luego vosotros asaltáis las Madrigueras de carne, una repentina invasión por dos frentes. Pero si Lucifer desvía tanto poder para proteger la Comisión… —Cassie no logró hallar un modo mejor de plantearlo—, ¿no nos van a patear el culo?

—Bendita, lo que no comprendéis aún es que vos y vuestras camaradas contáis con el arma más poderosa de todas. —El ángel sostuvo el fardo que contenía el esqueleto de Fenton Blackwell—. Esto. La mayor reliquia de poder que nunca haya sido activada dentro de las fronteras del Infierno.

—No es más que un saco de huesos —protestó Cassie.

—Es mucho más que eso —replicó Via—. Si no, no nos hubiéramos esforzado tanto para traerlo.

—Esta reliquia de poder, enterrada en el mundo de los vivos y trasladada ahora al nuestro, os hará invencibles —aseguro Ezoriel.

—¿Cómo?

—Ya verás —dijo Via, y miró emocionada a Susurro.

«No te preocupes», vocalizó esta.

Cassie se encogió de hombros. Mejor aceptar su palabra al respecto.

—Teóricamente, el único fallo posible —prosiguió Ezoriel— se relaciona con la índole sobrenatural de la reliquia de poder.

—Pero si acabas de decir que nos hará invencibles —protestó Cassie—. O somos invencibles o no lo somos, ¿en qué quedamos?

—Seréis invencibles para cualquier fuerza del Infierno excepto una: el propio Fenton Blackwell. Una vez activéis la reliquia, el auténtico Blackwell lo sabrá. Lo podrá sentir en la médula de su alma condenada.

—Como te expliqué en el tren —intervino Via—, Blackwell está ahora en el Infierno y Lucifer lo transformó en gran duque. Cuando empecemos a usar la reliquia, Blackwell lo notará y vendrá a por nosotras. Como los huesos le pertenecieron, es el único que no se verá afectado por su poder.

—¡Bueno, pues eso jode todo el plan! —exclamó Cassie—. ¿De qué nos servirá esa acojonante reliquia de poder si Blackwell viene a machacarnos?

—Está demasiado lejos —dijo Via—. Para cuando llegue ya nos habremos largado. Vive en el cabo Templario, eso está en la esquina más alejada de Mefistópolis. Tardará días en encontrarnos.

—De hecho —interrumpió Ezoriel—, le llevará bastante más que eso. El gran duque Blackwell ya no reside en el cabo Templario.

—¿No… no está allí? —preguntó Via, preocupada.

—Ahora se halla en mis mazmorras —reveló Ezoriel con cierta satisfacción—. Hace unas horas ordené a mis tropas que lo capturaran. —El ángel encendió uno de los ya familiares televisores ovales, el cual mostró una figura de tres metros de alto, de cabeza angular y con cuernos, atada de cuello a tobillos por firmes cadenas de hierro. Lo rodeaba un escuadrón de guardia de caballeros negros, armados con lanzas y hachas de batalla.

—Bien. Esto resuelve esa parte de problema —dijo Via emocionada—. Y con el plan de Ezoriel lograremos matar dos pájaros de un tiro.

—Os reuniréis con vuestra hermana y asestaremos un trascendental golpe contra Lucifer y su reino de tiranía —concluyó Ezoriel.

Ahora todos los presentes en la sala miraban a Cassie, en espera de su aprobación.

—Suena bien —dijo—. Hagámoslo.

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