II

—¿Los huesos de quién? —preguntó Cassie con espanto.

—Los de Blackwell —replicó Lissa, repantigada en el asiento del tren—. Ya sabes, Fenton Blackwell, el tipo que…

—Sí, sí, no hace falta que me cuentes la historia. —Cassie rememoró el macabro recuerdo del anterior dueño de la mansión—. Mató a todos esos… —Pero no quiso ni seguir pensando acerca de ello.

—Sacrificaba bebés a Lucifer apenas unos minutos después de que nacieran. Decenas de bebés. Lo hacía a medianoche, en la habitación del óculo. Servir tiene sus recompensas, y el sacrificio humano es el mayor tributo que se puede rendir al Diablo. Blackwell fue nombrado gran duque en cuanto descendió al Averno.

Aquello tenía sentido, pero al mismo tiempo desconcertaba a Cassie.

—Pero creía que era el fantasma de mi casa.

—Un fantasma no es más que una proyección, como te contamos. —Via parecía cansada y aburrida—. Es una imagen remanente, parte del paso de los muertos. El fantasma de Blackwell carece de alma, es como una película que se activa en ciertos momentos.

—Pero el alma condenada de Blackwell está en realidad en el Infierno, ¿verdad?

—Y tanto que sí. Estará celebrando alguna fiesta en cualquier parte. Oí que vive por el cabo Templario, es donde residen muchos grandes duques. Es como el barrio bueno de Manhattan, pero en Mefistópolis. Suite en los áticos de lujosos rascacielos y todas las comodidades. Esos feos cabrones viven como reyes… para siempre.

Cassie no veía la relación. «¿Qué tiene que ver esto con…?»

—Y por eso necesitamos sus huesos. En el Infierno, los huesos del mundo de los vivos son de gran valor —dijo Via, repitiendo lo que ya había explicado—. Pero los restos óseos de alguien realmente malvado, como Blackwell, se pueden usar como reliquias de poder.

La mano de gloria aún les proporcionaba invisibilidad, y no les preocupaba que alguien oyera sus voces porque estaban en un discreto reservado del tren. El río Estigio y sus aguas residuales quedaban ya atrás. Cassie contempló por la ventanilla el ocaso carmesí y la delgada luna con forma de guadaña que colgaba por encima de las tierras baldías.

—Reliquias de poder —murmuró, retomando el tema.

—No es solo un esqueleto, sino huesos muy poderosos —dijo Via—. Pueden servirnos para rescatar a Lissa.

«¡Sí!», pensó Cassie.

—Y a Xeke —añadió.

Via frunció el ceño.

—Ya te dije que esa escenita de Xeke en la televisión… no era más que una farsa. Es un traidor.

Cassie se sentía demasiado confusa para replicar, pero en el fondo de su corazón sabía que aquello no podía ser cierto.

—Final de trayecto —dijo Via cuando comenzó a sonar una campanilla. La velocidad del tren fue reduciéndose y el vagón traqueteó aún más sobre la vía férrea. Por último, la voz del conductor anunció:

—Última parada: Terminal Tiberio, Sector exterior Sur. Gracias por usar el Seol Express.

—Recuerda —previno Via—, no pueden vernos pero sí oírnos. —Se puso de pie y mantuvo en vilo la mano amputada—. No hables hasta que lleguemos al sendero.

Cassie y Susurro la siguieron fuera del compartimento. Dos demonios cornúpetas con armadura de cuero salieron del tren por delante de ellas. Tiraban de una pareja de humanos desnudos (un hombre y una mujer) escandalosamente gordos. Los humanos estaban encadenados con grilletes y en sus abultados rostros se leía el sufrimiento. Susurro pareció alarmada cuando señaló hacia delante: bajaban del tren dos figuras encapuchadas con largas capas blancas…

«Adivinos», pensó Cassie.

Susurro se llevó un dedo a los labios. Se alejaron y Via las condujo a una esquina del andén al aire libre. Cuando ya nadie pudo oírlas, susurró:

—Esto puede ser un problema. Esos dos tipos de las capuchas blancas son extirpistas del Sacro colegio de antropomancia, los adivinos personales de Lucifer.

—¿Qué están haciendo aquí? —respondió Cassie, también en un cuchicheo.

—Lucifer debe de haber enviado extirpistas a cada punto de salida de los Sectores exteriores. No quiere correr riesgos, está jugando todas sus cartas.

—¿Para qué?

Susurro escribió con torpeza en un bloc:

«Nos buscan. Creen que podríamos estar aquí, en esta terminal».

A Cassie se le hizo un nudo en el estómago.

—Dejemos que salgan todos del andén —susurró Via.

Varios troles con maletas desplazaron sus moles para coger el tren. A lo lejos, los extirpistas y su séquito abandonaron la estación.

—Esto va mal —dijo Via.

—No lo entiendo —reconoció Cassie.

—Los rituales de esos nigromantes funcionan de verdad. Van a realizar una adivinación, y cuando lo hagan sabrán que estamos aquí…

—¿Deberíamos regresar al tren?

—No lo sé, tal vez. ¡Maldita sea!

Cassie echó un vistazo al amparo de una de las columnas recubiertas de liquen del andén. Los adivinos recorrían la misma senda que ellas tendrían que tomar para volver a casa.

Y para aumentar la confusión, comenzó a sonar un pitido. Susurro señaló a lo alto. Un televisor oval adosado al pilar mostraba un anuncio de hierros de marcar, pero unas palabras ya familiares comenzaron a recorrer la pantalla.

«¡ALERTA! ¡ALERTA! PERMANEZCA EN SINTONÍA A LA ESPERA DE UN AVANCE URGENTE DEL SISTEMA DE DIFUSIÓN DE EMERGENCIA LUCIFERINO».

A continuación apareció un rostro. Era la misma presentadora con cara de caparazón.

—Las autoridades militares acaban de informar de un ataque de insurgentes en las afueras del admirado distrito Mefisto. Mientras les damos esta noticia, se están activando nectopuertos ilegales en la ciudad…

Cassie miró atónita. En la pantalla apareció un reportaje en el que hordas de figuras con armaduras de metal negro y que empuñaban espadas y hachas se enfrentaban a pelotones de ujieres. Al fondo se veían edificios en llamas.

»Fuentes adivinatorias adelantan la hipótesis de que las noticias de la presencia de una auténtica etérea en el Infierno hayan desencadenado este brote de insurrección. La infame Rebeldía del parque Satán está dirigida por Ezoriel, el traidor a la patria, pero la Fuerza conjunta confía en que el ataque, mal planeado, no suponga ningún desafío para nuestros cuerpos de seguridad. Ya se han nectoportado escuadrones de mutilación al escenario de los combates, y están derrotando sonadamente a las tropas rebeldes…

Otra panorámica mostró nuevas imágenes de la refriega. Falanges de caballeros con armaduras negras tronchaban ujieres y gólems como si fueran hierbajos. Lo que Cassie sacó de inmediato en claro era que los escuadrones de mutilación no parecían estar derrotando a nadie.

—Qué mierda de propaganda política —se burló Via—. Están dando una paliza a los escuadrones. ¡Esto es genial!

La presentadora tragó saliva.

—Ah, y…, err… Mientras, prosigue la caza de la etérea Cassie Heydon. —Se vio durante unos instantes el retrato robot de Cassie—. Esta aún no ha cooperado con el Alguacilazgo y solo es cuestión de tiempo que el generoso comisionado Himmler no tenga otra elección que sentenciar a tortura eterna a la hermana gemela de la Etérea.

El corazón de Cassie se encogió ante la siguiente escena: Lissa colgaba de las muñecas sobre la cuba viviente de sanguijuelas cuchilla.

—Para empeorar todavía más las cosas —prosiguió la presentadora—, este XR humano, fugitivo desde hace tiempo, ha escapado de prisión tras asesinar brutalmente a cinco oficiales de confinamiento.

Fue la imagen de Xeke la que apareció entonces en el televisor.

—Se ha duplicado la recompensa ofrecida por este criminal. Se cree que es un aliado de la Etérea y su grupo.

—Más basura —susurró Via.

—Para los televidentes que acaben de conectarse, repetimos que la guerra ha estallado en el Infierno. Permanezcan en sintonía para más avances…

—Se empieza a ir todo al carajo —dijo Via. Pasó el brazo alrededor de Cassie y sonrió—. ¿Qué tal se siente una cuando es famosa?

Nuevas escenas mostraron más caballeros negros masacrando montones de ujieres en las calles en llamas. Uno de los paladines, bañado en sangre de demonio, fue directo hasta la cámara y sostuvo un cartel: «¡ETÉREA! ¡ÚNETE A NOSOTROS EN LA VICTORIA!».

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