I
Corrieron aterradas sendero arriba.
—¡¿No me habías dicho que no estarían aquí cuando volviéramos?! —gritó Cassie.
—¡Bueno, pues supongo que me he equivocado, joder! —respondió Via.
No hacía falta ni decirlo. Ahora su única opción radicaba en renunciar a todo y volver a atravesar la división hasta alcanzar la seguridad del paso de los muertos.
—¡Maldito Xeke, debe de haberles dicho dónde está la división! —protestó Via—. ¡Es el único modo por el que pueden haberlo descubierto!
Pero entonces…
—¡MIERDA! —gritó Cassie. Las tres se detuvieron en seco—. ¡En el nombre de Dios! ¿qué es ESO?
—¡Llameadores! —aulló Via—. ¡Agachaos!
Un orbe de fuego del tamaño de una pelota de playa salió disparado hacia ellas. Via se agachó justo a tiempo para evitar que la golpeara en el rostro. La bola de llamas explotó contra un árbol robusto y en cuestión de segundos lo redujo a un montón de cenizas.
Mientras se acuclillaban en una hondonada, Cassie examinó atentamente a las dos criaturas. Estaban a menos de quince metros por delante de ellas. Sus cabezas humanas lucían cuernos, caminaban sobre fes piernas y no tenían brazos. Vestían relucientes uniformes de color gris pizarra, atravesados por pesadas tiras negras. A cada lado, amarrados a las tiras, llevaban tanques de metal romos parecidos a bombonas de submarinismo. Unos tubos que salían de los depósitos llegaban hasta la parte inferior de sus mandíbulas.
—Son híbridos —explicó Via rápidamente—. Un tipo de terrademonio que fabrican para las fuerzas especiales de Lucifer. Vomitan fuego…
Otro orbe llameante bajó por la vereda. Cassie notó su intenso calor cuando pasó a solo treinta centímetros de sus cabezas.
—¡Dios, están bloqueando el camino! ¡No podemos regresar hasta la división!
—¡No me digas! —respondió Via.
Ahora aquellas dos formas ultraterrenas se acercaban por el sendero. Una voz reseca ordenó:
—¡Etérea! Entrégate y perdonaremos la vida a tus amigas.
—Pero si no lo haces, nuestras órdenes son incineraros a todas —añadió el otro.
—Y una mierda —susurró Via—. Necesitan tomarte viva, pero en cuanto a Susurro y a mí…
Cassie proyectó contra ellos, pero apareció otra bola de fuego y detuvo en seco el violento pensamiento de Cassie, que ardió por completo.
—¡No puedo llegar hasta ellos! —chilló frustrada.
Uno de los soldados inhaló hondo, se inclinó hacia atrás y abrió la boca. Pero justo cuando iba a eructar otra esfera de llamas…
—¿Qué es eso? —exclamó Cassie.
Dos caballeros con armadura negra como el carbón saltaron desde los árboles. La cabeza del primer llameador quedó cubierta de inmediato por un cazo de hierro, justo cuando iba a expeler su bola de fuego.
El soldado estalló en llamas.
El segundo fue decapitado por el tajo de la espada de otro caballero negro.
—Refugiaos tras nosotros, Bendita.
—¿Cómo? —replicó Cassie.
—Se refiere a ti —bromeó Via. Dieron la vuelta para ponerse detrás de los paladines—. Acaban de salvarnos el culo. Son soldados de la Rebeldía…
Cassie los contempló aliviada. Los dos caballeros fijaron una extraña tubería de hierro al cuello del llameador decapitado: un cañón improvisado. Uno de ellos sostuvo quieto el cuerpo sin vida mientras el otro inyectaba algo con una jeringuilla.
—¡Estamos listos, Bendita!
Un penacho de fuego surgió de la tubería y se extendió casi un kilómetro por la parte inferior de la colina. La llama roció como napalm la primera fila de demonios. Era como lavarlos con fuego.
—Qué divertido, ¿verdad? —dijo Via.
Cassie miró hacia la base del cerro y distinguió las figuras que se retorcían entre las llamas. El humo negro se alzaba en el cielo; habían quemado vivos a decenas de demonios.
«Pero hay todo un ejército ahí abajo», comprendió Cassie.
Las líneas delanteras estaban reagrupándose rápidamente. Un demonio que montaba una especie de bestia similar a un caballo alzó la espada y gritó:
—¡A la carga!
Todo el ejército se lanzó a la carrera colina arriba.
La pareja de caballeros negros sacó sus espadas.
—Nuestro deber eterno es protegeros, oh, sagrada Etérea —le dijo uno a Cassie.
El gesto resultaba halagador, pero Cassie aulló:
—¡Solo sois dos! ¡Y todo un maldito ejército de demonios viene a por nosotros!
—Es posible que tengan algo escondido bajo la manga —sugirió Via.
Entonces se produjeron los extraños sonidos. Cassie ya los había oído antes: ruidos de descompresión seguidos por un fuerte:
¡Sssssssssssssss-ONK!
¡Sssssssssssssss-ONK!
¡Sssssssssssssss-ONK!
¡Sssssssssssssss-ONK!
«Nectopuertos», recordó.
Aparecieron sobre el terreno cuatro de aquellas extrañas manchas glaucas, dos por delante de ellas y otras dos detrás del ejército demoníaco. Los borrones de luz crecieron y tiñeron gran parte del campo de batalla con su espeluznante verde pulsante. Entonces se formaron los remolinos de los canales.
La primera vez que había presenciado aquel fenómeno, fueron los escuadrones de mutilación de Lucifer los que surgieron de los puertos. Pero en esta ocasión se trataba de regimientos de rebeldes de negras armaduras.
—Esto sí que son asientos de primera fila —destacó Via.
Cassie solo pudo contemplar el espectáculo enmudecida.
»Es la Rebeldía —dijo Via—. Las mismas tropas que vimos arrasar el distrito Mefisto en la tele.
—En otras palabras, que tenemos aliados.
—Justo. La Rebeldía del parque Satán es la mayor fuerza revolucionaria del Infierno. Su ejército cuenta con medio millón de soldados.
—Ya somos muchos más —corrigió el caballero jefe—. De tres a cuatro millones. —Señaló el campo de abajo con su enorme espada—. Contemplad la grandeza de Ezoriel…
Cassie dudaba que la palabra «grandeza» fuera la que mejor describía lo que sucedió a continuación. En mera cuestión de minutos, el ejército de un millar de demonios quedó rodeado del todo por los soldados rebeldes, y lo que vino después se pareció más a una operación de trillado. Los demonios fueron abatidos como paja por el ronroneo de las espadas insurgentes. Los gritos solo eran como un terremoto que se aproximara.
Al fin, el vasto círculo de caballeros negros unió por completo sus líneas tras haber destrozado todo lo que había en medio.
Entonces surgieron las aclamaciones.
—Guau —murmuró Cassie.
El campo entero era ya una pila de carne. Ujieres, gólems y reclutas yacían muertos por igual en un extenso túmulo de metros de alto. Los generales y hechiceros también habían sido aniquilados sin cuartel. Era un muro de cadáveres descuartizados.
—Alabado sea Ezoriel —susurró uno de los caballeros.
—Eh —le preguntó Via—. ¿Cómo sabíais esto?
—Ezoriel también tiene adivinos, nuestra guerra contra Lucifer no conoce límites. Está escrito en los Archivos infernales que un día la auténtica Etérea caminará por el Infierno y nos bendecirá. —La visera negra del caballero se giró hacia Cassie—. Vos.
Cassie sintió que un escalofrío le recorría la espalda.
—Yo solo… estoy aquí para encontrar a mi hermana —pio.
—Entonces así se hará, Bendita, aunque eso suponga que todos los soldados de la Rebeldía hayan de morir en tu nombre.
—Vaya… Espero que no haga falta llegar a tanto.
Via dio unos golpecitos en el peto de la armadura negra.
—Tenemos que llegar a la Comisión de tortura judicial. ¿Podéis ayudarnos?
—Derramaremos con orgullo nuestra sangre en las bocas de los cacodemonios para ayudar a la Etérea y sus amigas. Nos bañaremos sin dudarlo en el Lago de fuego…
—Sí, sí, ya lo sé, gracias. Pero necesitamos llegar hasta allí y no va a ser fácil con todos los brujos, adivinos y reclutas armados de las legiones de Lucifer yendo a por nosotras.
—Venid y conoced a nuestro comandante —sugirió el caballero—, y todas vuestras preocupaciones quedarán disipadas.
Los paladines las escoltaron y, mientras descendían, Via explicó los detalles:
—El ángel caído Ezoriel es el líder de la rebelión. Fue uno de los ángeles que, como Lucifer, se alzaron contra Dios y fueron expulsados de los Cielos. Pero…
—¿Ezoriel comprendió el error de sus actos y se arrepintió? —adivinó Cassie.
—Exacto. Por desgracia, una vez en el Infierno puedes arrepentirte de tus pecados todo lo que quieras, que seguirás aquí. Ezoriel es el mayor enemigo de Satán. Los rumores dicen que su ejército rebelde se oculta en un lugar secreto situado más allá de los Sectores exteriores, una región llamada las Infrasferas. Y a lo largo de los últimos dos mil años no solo ha sido capaz de entrenar y equipar a su ejército, sino que ha logrado desarrollar su propia hechicería y ha robado gran parte de la tecnología de Satán.
—Como los nectopuertos —dedujo Cassie.
—Justo. Puedes estar segura de que Lucifer se cabreó de verdad cuando se enteró. Los nectopuertos eran uno de sus secretos más preciados, su orgullo y alegría. Pero ahora la rebelión también puede aprovecharlos. Su objetivo final es arrasar el Edificio Mefisto y deponer a Lucifer.
A Cassie eso le sonaba muy complicado. Todo lo que ella quería era rescatar a su hermana, pero aceptaría toda la ayuda que pudiera conseguir.
Cuando terminaron de recorrer el sendero, el campo que tenían ante sí quedó sumido en un silencio absoluto. La masa de soldados al completo se quedó inmóvil y atenta, y contempló a Cassie mientras esta avanzaba torpemente con las chanclas.
«Esto resulta… embarazoso», pensó.
Entonces alguien gritó:
—¡Bendita! —Y el ejército rebelde la aclamó, alzó las armas y ondeó las banderas.
—Hay que ver, eres todo un fenómeno —comentó Via.
Pero Cassie le respondió con un susurro:
—Sí, pero me siento casi como si les debiera algo.
—Y se lo debes. Te han salvado la vida.
Cassie no podía negarlo, pero…
—Lo sé, pero mira, yo no soy más que una chica gótica de D.C. No me va todo este rollo de etérea. Lo único que quiero es hablar con mi hermana y después regresaré a donde pertenezco.
Susurro sonrió a Via, como si compartieran un chiste.
»¿Qué?
—Cassie, posees unos poderes increíbles. Con la Rebeldía apoyándote, podrías cambiar de verdad las cosas en el Infierno. No seas tan egoísta. El poder conlleva una responsabilidad. ¿Crees que George Washington quería luchar contra los británicos? No. Pero aun así lo hizo porque era su deber.
—¡Yo no soy responsable de la gente que está en el Infierno!
—Acepta mi palabra al respecto. Cuanto más tiempo estés aquí, más se desarrollarán tus poderes. Muy pronto pasarás más tiempo en el Infierno que en el mundo de los vivos. Esta gente tiene razón. Eres en verdad una bendita.
Cassie se hundió llena de frustración. «No quiero ser ninguna bendita. ¡Solo quiero escuchar a Rob Zombie y leer el Goth Times!»
Pero, al menos, ahora Via parecía confiar mucho más en sus posibilidades de encontrar a Lissa. Se abrió otro nectopuerto y de él salieron, una detrás de otra, varios cientos de chicas hermosas. Lucían finos vestidos blancos y llevaban flores en el pelo, y brincaron alegremente junto a la línea de demonios masacrados mientras retiraban las armas caídas y los despojaban de toda armadura. A continuación apareció un mago de capa blanca que sostenía un par de bolas de cristal. Entonaba algo y, cuando chocó las bolas entre sí, estas se hicieron añicos y al instante los cuerpos desnudos de los muertos estallaron en llamas.
—Magnífico, ¿no es verdad, Bendita? —recalcó el caballero.
—Oh…, claro —replicó Cassie, parpadeando ante las descomunales llamaradas. Se elevó una enorme nube con forma de hongo—. Es un… errr…, truco muy ingenioso.
—Oprobio para Lucifer. Muerte a todos los enemigos del Ángel del arrepentimiento. Que las almas de los que han caído aquí esta noche queden confinadas para siempre en cuerpos de excregusanos.
En pocos instantes, el denso humo negro comenzó a tapar el ocaso escarlata que se extendía por encima de sus cabezas. El intenso fuego rugió y crepitó. Se podían oír lejanos chillidos entre el resplandor, provenientes de los pocos demonios que todavía no estaban del todo muertos…
La mayoría de los caballeros negros empezó a replegarse a través de los radiantes nectopuertos. A continuación, varios pelotones de los extraños dentípodos (aquellas bocas gigantes sobre piernas humanas) se dedicaron a devorar los cadáveres humeantes.
—Entonces —dijo Cassie, que comenzaba a impacientarse—, ¿dónde está ese tipo, Ezoriel?
En ese momento, una voz que solo se podía describir como luz brillante asomó detrás de ella.
—Aquí estoy, Bendita. Vivo para serviros por siempre.
Cassie se giró sorprendida y se encontró frente a una figura que debía de medir más de dos metros.
—¡Es… él! —susurró Via sobrecogida. Incluso Susurro pareció impresionada al verlo. Y todo lo que Cassie pudo pensar fue: «La LECHE…»
Ezoriel, el Ángel del Arrepentimiento, el Retador de Lucifer el Lucero del Alba, las miró desde lo alto con sus luminosos ojos azules. Llevaba una túnica militar similar a la de un legionario romano, afianzada con una armadura de cuero negro. Su espada (envainada) tenía treinta centímetros de ancho y metro y medio de largo. Por detrás asomaban los tallos de sus antaño magníficas alas, ahora poco más que una red de huesos achicharrados por la caída del Cielo. Lucía un yelmo de bronce de estilo griego clásico, finamente pulido.
Cassie no puedo evitar fijarse en el perfecto y musculoso físico del ángel. «¡Eso es un cuerpo!», pensó.
—Estaba escrito que vendríais… y lo habéis hecho —dijo aquella brillante voz—. Vuestra presencia aquí nos otorga la mayor bendición posible: vos. Cassie la Etérea, la bendita del mundo de los vivos, llegada para consagrar a los condenados.
—¿Qué te parece ese título? —dijo Via.
La enorme espada cantó cuando Ezoriel la sacó de la vaina. Cassie abrió los ojos como platos. Algo inconsciente la impulsó a arrodillarse.
—Es el mayor honor de mi vida eterna nombraros santa Cassie, la primera santa del Infierno…
La punta de la espada tocó su cabeza y sus hombros.
»Estamos a vuestras órdenes.
Cassie se incorporó, estupefacta. Cuando miró a su alrededor, descubrió que todo el mundo en el campo se había puesto de rodillas.
«Guau…»
—Entonces —preguntó—, ¿vais a ayudarnos?
—Con cada fibra de nuestro poder.
«¡Gran respuesta!»
—Bueno, tú eres aquí el comandante. ¿Qué es lo siguiente?
Ezoriel alzó la mano y al instante se abrió otro nectopuerto.
—Ahora trazaremos la estrategia en mi puesto de mando secreto.
—Genial —dijo Via—. ¡Vamos!
Siguieron al ángel hacia el puerto, pero entonces Cassie pensó algo.
—Discúlpame, Ezoriel…
El ángel se volvió.
—¿Te importaría quitarte ese yelmo? Resulta un tanto escalofriante. Sin decir palabra, Ezoriel cumplió su deseo.
Cassie se quedó mirándolo fijamente.
«¡Dios mío! ¡Es igualito a Brad Pitt!»