IV
—Cojonudo, genial. —Cassie masculló otra blasfemia. Los reportajes sobre la guerra de rebelión de la ciudad se desdibujaban en su cabeza. «Todo eso está ocurriendo por mí…»
—Ojo —anunció Via alarmada—. Se trata de un hombre-chacal, puede olfatearnos.
Bordearon el sendero hasta alcanzar un grupo de árboles de tronco escamoso. Allí Cassie vio a qué se refería Via. Una especie de bestia similar a un perro correteaba sobre la tierra agostada e iba directo hacia ellas. Su lengua, roja y de treinta centímetros, colgaba de una mandíbula inferior armada con dientes como clavos de albañil. Una espuma blancuzca le caía de la quijada en hilillos oscilantes.
—Hazlo —indicó Via—. Deprisa. Esa cosa nos delatará a los adivinos.
Cassie, confusa, trató de concentrar su energía. Siguió observando al animal mientras se acercaba al trote.
—Pero… no puedo. Es un perro. Sería como matar a la mascota de alguien.
—Esa «mascota» es un hombre-chacal —dijo Via con severidad—. Se comerá tu hígado. Si llega hasta aquí se esfumará nuestra cobertura y se nos zampará a las tres como si fuéramos galletitas para perros. Y nunca volverás a ver a tu hermana.
Cassie se fijó entonces en los rasgos del animal. Era algo parecido a una cabeza humana sobre un cuerpo de chacal. Apretó los dientes y lo miró fijamente.
La bestia se detuvo y retrocedió unos cuantos pasos. Pero eso fue todo.
Después reemprendió su marcha colina arriba.
—¡Inténtalo otra vez! —insistió Via—. ¡No tenemos hasta las malditas Navidades!
Cassie dejó que una imagen atroz inundara su mente: el hombre-chacal se lanzaba contra ellas gruñendo y sus grandes mandíbulas las destripaban como si fueran plumas de una almohada.
Volvió a mirar…
La bestia soltó un gañido y cayó al suelo, con la caja torácica aplastada al instante por la fuerza mental de Cassie. Sus ojos reventaron y de su boca manó un chorro de sangre infestada de gusanos.
«Oh, Dios. Empiezo a estar pero que muy harta de toda esta historia de ser Etérea».
Pero, para variar, tuvieron una pizca de suerte: los extirpistas no oyeron el solitario aullido del animal. Cassie, Via y Susurro echaron un vistazo desde lo alto de la ladera cubierta por la niebla, y vieron que la pareja de demonios ayudantes había atado a sus víctimas a un solo poste clavado en el suelo. Los dos humanos temblaban aterrados y la grasa de sus cuerpos ondulaba. Los extirpistas estaban a un lado, completamente inmóviles dentro de sus cogullas blancas.
Entonces los reclutas demoníacos comenzaron a despellejar a los reos.
«¡Arg, QUÉ ASCO!»
Utilizando grandes cuchillas curvas, los reclutas se dedicaron a extraer con destreza el sebo del tórax y las tripas de los individuos. Estos, como es lógico, gritaron hasta abrir los cielos. Cuando los demonios terminaron de separar y extraer la grasa, dejaron a la vista las paredes abdominales. A continuación las rebanaron con vigor y de los tajos extrajeron entrañas a brazadas.
—Venga —urgió Via—. Para cuando terminen la lectura ya estaremos de vuelta en el paso de los muertos.
Las tres comenzaron a correr sendero arriba y desaparecieron entre los árboles deformes.
—¿Qué estaban haciendo? —preguntó Cassie.
—Arrojan las tripas al suelo y los extirpistas las analizan. Es un arte muy antiguo que data de tiempos mesopotámicos, y constituye la forma más precisa de predecir el futuro —explicó Via—. Por ahora estamos a salvo y, como habremos atravesado el paso de los muertos antes de que puedan hacer sus augurios, no sabrán que hemos pasado por aquí. En otras palabras, no nos esperarán cuando regresemos.
Al menos sonaba alentador.
Se aproximaban ya a la división. Cassie pudo detectarla de antemano, pues sus sentidos de etérea no dejaban de agudizarse. Via apagó las pequeñas llamas que ardían en los dedos de la mano de gloria y se la devolvió a Susurro.
—Aquí tienes tu mano. Guárdatela en el bolsillo.
Susurro vocalizó en silencio un sarcástico «¡muchas gracias!».
Cassie fue primera. Esta vez no tenía miedo; al contrario, estaba ansiosa. La división la succionó y vino acompañada de sus gradientes de presión y temperatura. El ocaso rojizo que tenía tras de sí se volvió negro en apenas un instante. Sintió una fricción enérgica contra la piel y de pronto…
«Al fin en casa…»
Via y Susurro aparecieron detrás de ella. Habían regresado al mundo de los vivos. Estaban en medio de un bosque corriente, y la luna y el cielo nocturno eran perfectamente normales.
Justo delante tenían la casa, el hogar de Cassie.
—Esperad un momento —dijo Via—. ¿Veis eso? ¿Qué es…?
Pero Cassie ya lo había notado y se lanzó a la carrera hacia la cima de la colina. Por una ventana lateral avistó la vacilante luz anaranjada.
La casa estaba ardiendo.