III

—¿Por qué hemos venido aquí? —preguntó Cassie estupefacta cuando Via las llevó a una mansión en ruinas cerca de la avenida de la Dama de Kadesh. Los destellos del chabacano letrero decían: «LA POSADA DE ASORETH. ¡PRECIOS ECONÓMICOS!».

—Esto parece un…

—Es un albergue para vagabundos —dijo Via—. No podemos llamar la atención.

Para que la vieja que había detrás del mostrador les alquilara una habitación, Cassie tuvo que desprenderse de otra uña. Cuando la anciana les dio las gracias, la sangre salió a borbotones por un profundo tajo que tenía en la garganta.

En la fría y húmeda escalera se toparon con una diablilla de tres pechos que iba en camisón y que no les prestó atención, dedicada a desvalijar la cartera que había sacado de los pantalones de un cadáver.

«¿Un albergue para vagabundos?», pensó Cassie cuando entraron en la miserable habitación. «Más bien se parece a un matadero…» El cuarto hedía con los olores más nauseabundos. Por las paredes amarillentas subían huellas de manos ensangrentadas, y más sangre empapaba las sábanas de la cama, infestadas de piojos. Tal vez estuvieran disipándose los efectos del elixir de juicio, porque la habitación consiguió que Cassie sintiera arcadas de nuevo.

Cuando miró el baño, vio que el váter estaba lleno hasta el borde con heces de demonio. Hizo un gran esfuerzo por apartarlo de su mente.

—¿Qué querías decir antes? —preguntó—. Si esa cosa de allí no era la auténtica Lissa, ¿dónde está entonces mi verdadera hermana?

Susurro se sentó en el borde de la cama y encendió la tele. Via se repantigó en una silla junto a la ventana.

—Los alguaciles la tendrán retenida en alguna parte —respondió—. Son los únicos que pueden encargar un maldición.

—¿Y a qué te referías cuando aseguraste que el clon era un señuelo?

—Lo estaban utilizando para atraparte, pero por accidente lo atropelló aquel coche a vapor. Si eso no hubiera sucedido, te hubiera conducido directamente hasta un escuadrón de alguas. ¿Empiezas a captar lo que está sucediendo?

—No —replicó Cassie—. No tiene sentido que el Alguacilazgo me busque.

—¡Pero Cassie, si eso es lo único que tiene sentido! El simple hecho de que hayan fabricado un maldición de tu hermana demuestra, más allá de toda duda, que han descubierto tu presencia.

Cassie reflexionó sobre sus palabras y comprendió que Via tenía que estar en lo cierto. «No existe otra razón para que fabriquen el clon…»

—Significa que te han desenmascarado, Cassie. Saben que estás en Mefistópolis y que eres una etérea. Por eso te buscan. Una etérea en manos de los biomagos de Lucifer podría desatar el caos sobre el mundo de los vivos. Eres una persona viva, Cassie, en el reino de los muertos. Te persiguen para hacerse con tu energía etérica; es un poder que nunca antes han poseído.

—¡Nunca me avisaste de eso! —gritó Cassie.

—No había ninguna necesidad, ya que no había modo de que los alguas pudieran descubrirlo.

—¡Bueno, pues resulta que sí lo han descubierto! ¿Cómo?

Un extraño silencio cayó sobre ellas. De repente Via y Susurro intercambiaron miradas fúnebres.

—¿Qué pasa? —exigió Cassie con vehemencia—. ¿Por qué os miráis así la una a la otra?

—Alguien se ha ido de la lengua, Cassie —explicó Via con desaliento—. Y las únicas personas que han podido hacerlo somos Susurro, Xeke y yo. Susurro y yo hemos permanecido junto a ti todo el rato, lo que significa…

Cassie parpadeó.

—¿Xeke? ¿Estás diciendo que… que me ha delatado a los alguas? ¡Eso es imposible!

Via bajó la mirada.

—No hay otra explicación: Xeke es un traidor. La recompensa que recibiría alguien que delatara a una etérea ante las autoridades es inimaginable. Ha sido Xeke. No ha podido ser nadie más.

Cassie se sentía mareada.

—Pero si vimos a Xeke enfrentándose al escuadrón de mutilación. Leímos el cartel de «se busca», y…

—Que Xeke matara a todos esos ujieres y demonios no era más que parte de la comedia. Estaba interpretando su papel y nosotras éramos el público. En cuanto al cartel de «se busca», su propósito es hacernos creer que Xeke está de nuestra parte. Pero no me lo trago ni por un segundo. De no haber sido por el maldición, no nos hubiéramos percatado de nada.

Cassie no podía creérselo, pero claro… ¿Qué otra explicación cabía? ¿Quién, aparte de Xeke, podría haberse chivado a la policía del Diablo de que había una etérea en la ciudad?

A pesar de que Via luchaba por ser fuerte y conservar la objetividad, era evidente que el peso de la revelación estaba destrozándola. «Acaba de comprender que el hombre al que ama la ha vendido», dedujo Cassie. No podía ni imaginarse cómo debía de sentirse.

—¿Entonces qué hacemos ahora?

Via hojeó sin interés la Biblia luciferina de Gedeón que había en la mesita de noche.

—Nos quedaremos aquí durante un tiempo sin llamar la atención, hasta que se enfríe el tema. Después te devolveremos a tu propio mundo, donde ya no estarás en peligro.

—Pero no quiero volver —insistió Cassie—, todavía no. ¡Tengo que encontrar a mi hermana!

Susurro la miró con tristeza, y lo mismo hizo Via.

—Eso queda ya fuera de nuestro alcance. Tenemos que sacarte de aquí y nunca podrás volver.

—¡No pienso irme de esta porquería de ciudad hasta que vea a mi hermana! —Cassie se mostró firme—. No he llegado hasta aquí, no he caminado por encima de toda esta… —pasó la mirada con fiereza por la maloliente habitación— MIERDA, solo para regresar sin haberla visto.

—Ya discutiremos eso después —dijo Via—. Pero ahora deja que te pregunte algo: ¿qué demonios ocurrió con aquel trol en el club? Cuando Susurro y yo pasamos por allí, estaba muerto. Parecía como si alguien hubiera decorado la pared con sus sesos.

«Es cierto. El trol… y ese vendedor callejero». Toda aquella conmoción había arrinconado lo demás en una esquina de su cerebro.

—Fui yo —confesó—. Al menos eso creo. Pero no estoy segura de lo que sucedió realmente.

—¿Estabas furiosa?

—Vaya, y tanto. El trol estaba tratando de matarme.

—¿Y una luz extraña inundó la sala?

—Sí.

Via y Susurro asentían con una sonrisa.

—Resulta que otro aspecto de la leyenda de las etéreas está resultando ser cierto —añadió Via—. Un estallido emocional amplifica tu aura, así que puedes proyectar violencia con el pensamiento. Y eso es muy bueno porque, considerando lo ocurrido, vamos a necesitarlo.

Cassie no quería proyectar violencia, solo deseaba encontrar a su hermana. Pero reflexionó: «Con todos los alguas del distrito buscándome, lo más probable es que vaya a tener que proyectar un montón de violencia…»

—Dispones de una cantidad de poder tremendo, Cassie. Una vez aprendas a usarlo, aumentarán sobremanera tus posibilidades de salir de aquí de una sola pieza. Pero también tiene su lado malo: tu aura en sí misma.

—No te entiendo.

—Cuando caminas por el Infierno como ser humano vivo, toda tu fuerza vital resplandece a tu alrededor. Por eso te aconsejamos que llevaras un ónice, porque mantiene oculta tu aura la mayor parte del tiempo, salvo cuando te ves realmente dominada por la ira o por el miedo, como con ese trol. Pero siempre hay un intercambio de energía. Enséñame tu ónice.

Cassie se sacó la piedra del bolsillo y la examinó sosteniéndola entre el índice y el pulgar.

—¡Es más pequeña! —exclamó—. Solo tiene la mitad del tamaño de antes.

—Eso es porque tu aura la está consumiendo. No transcurrirá mucho tiempo antes de que se extinga por completo, y entonces estarás paseándote por ahí iluminada como un árbol de Navidad. Mierda.

—Por lo tanto tengo que conseguir otro ónice —dedujo Cassie.

—Pues sí. Lo malo es que en el Infierno no hay ninguno. Tenemos nuestras propias piedras para ciertos tipos de protección: sangfiros, tanatolita, necrofita… Pero no funcionan con alguien que esté vivo.

—En ese caso regresemos a mi casa por el paso de los muertos. Allí conseguiré más ónices, huesos y cualquier otra cosa que necesitemos. —Cassie decidió entonces ponerse firme—. Y no me digas que luego no podré regresar. Sé dónde está la senda y cómo llegar hasta aquí. No serás capaz de detenerme, puedo hacer todo lo que quiera. Soy una etérea.

—Genial —le dijo Via a Susurro—, ahora se le está subiendo a la cabeza. Pero es cierto, no podemos detenerte. Vuelve y registra cada manzana de Mefistópolis en busca de tu hermana, si es eso lo que deseas.

—Eso es lo que deseo —dejó sentado Cassie.

—Tendremos que descansar un rato —dijo Via con ojos cansados. Susurro también se estaba quedando amodorrada delante de aquel extraño televisor—. Llevamos toda la noche en movimiento. Desde nuestra perspectiva, claro; para ti solo ha pasado un segundo de tu vida.

Cassie no acabó de comprenderla, pero eso ya era algo acostumbrado. Via y Susurro se hicieron un ovillo encima de la espantosa cama y se quedaron dormidas en cuestión de segundos.

Cassie se sentía muy distinta: llena de energía y ansiosa por continuar. Se entretuvo por el cuarto sin hacer caso de las manchas de sangre y otros retazos de horror. «¿Qué otra cosa podía esperarse de un burdel del Infierno?» Miró por la ventana. Abajo, prostitutas de muchas especies diferentes se pavoneaban de un extremo a otro de la calle en busca de clientes. La luna negra se arrastraba por el cielo y se alejaba lentamente entre los monolíticos rascacielos de la distancia infinita. Una gárgola se sentaba encorvada en la cornisa del edificio de enfrente. Al parecer, miles de años de involución habían convertido en inservibles sus alas, así que se pasaban la vida gateando por los edificios. La gárgola le gruñó y le enseñó los dientes, pero cuando Cassie concentró su pensamiento, la débil proyección mental no llegó a ninguna parte.

La gárgola se rio socarrona.

«Si me ha salido antes, ¿por qué ahora no lo logro?»

En ese momento llegó un escándalo proveniente de la calle, agudos chillidos infrahumanos que se perdían en la noche. Cassie bajó la mirada y vio a un diablo proxeneta avasallando a una joven prostituta que parecía mitad trol y mitad diablilla.

—¡Para ya! —gritó desde arriba. Pero el chulo se limitó a alzar la mirada y alargar la zarpa del dedo corazón, y de inmediato siguió golpeándola.

Cassie volvió a increparlo, su aura resplandeció y la cabeza astada del proxeneta estalló con un truculento pop.

«Aún funciona», pensó satisfecha.

La prostituta la saludó.

—¡Gracias!

Cassie se limitó a sonreír y le devolvió el gesto.

Trató de distraerse con la televisión, pero no le fue fácil. Una necrófaga con un delantal blanco presentaba lo que parecía ser un programa de cocina.

—Derrita la grasa exactamente a ciento noventa grados —indicó la espantosa mujer—. Nos interesa freír los cerebros de infralechón en cuadrantes para asegurar una cocción homogénea, pero antes de rebozarlos en harina tendremos que marinarlos con un poco de leche. Es preferible la leche de melanomas de cacodemonio recién prensados, pero si no tienen… pueden improvisar.

A continuación la mujer se exprimió con destreza uno de sus propios pechos ásperos para que la oscura leche goteara en el cuenco de sesos verdosos. «¡Emeril se cagaría en los pantalones si viera esto!», pensó Cassie. Buscó otro canal y encontró un programa que se llamaba «¡VENDE TU CUERPO A CAMBIO DE ZAP!». Unos capnomantes aguardaban inmóviles mientras humildes zaperos se cortaban trozos del cuerpo para los augurios. Un hombre se serró un pie y lo colocó en un incensario lleno de brasas calientes. Los encapuchados adivinos tomaron notas e interpretaron el humo, y de la audiencia del plato surgieron los aplausos. El concursante fue recompensado con una sola jeringuilla llena de la droga que él se inyectó de inmediato por la fosa nasal. Poco después una mujer fue premiada con nada menos que seis jeringuillas por yacer desnuda voluntariamente sobre una parrilla al rojo vivo. Su piel siseó y soltó una gran nube de humo. Más aplausos. Cuando saltó del asador para recibir su recompensa, se vio que toda la parte posterior de su cuerpo estaba achicharrada y ennegrecida.

Cassie estaba a punto de apagar la tele, pero de pronto sonó un pitido y unas letras comenzaron a recorrer la pantalla: «¡ALERTA! ¡ALERTA! ¡ALERTA!». Pronto las siguió otro mensaje: «¡NO APAGUE LA TELEVISIÓN! ¡PERMANEZCA EN SINTONÍA A LA ESPERA DE UN AVANCE URGENTE DEL SISTEMA DE DIFUSIÓN DE EMERGENCIA LUCIFERINO…!»

Una presentadora, cuyo rostro parecía segmentado como el caparazón de una tortuga, se sentaba impasible tras una mesa de informativos. De los laterales de su pelo moreno (cuidadosamente peinado) surgían unas puntiagudas orejas.

—La noticia más impactante de la que se haya informado nunca ha sacudido esta noche Mefistópolis. La Agencia del alguacilazgo acaba de comunicarnos que una auténtica etérea ha entrado en el Infierno…

Cassie se inclinó hacia delante, con los ojos muy abiertos.

—… y ahora se esconde en algún lugar próximo a la plaza Bonifacio. Se ordena a todos los ciudadanos de Mefistópolis que vigilen por si descubren a esta mujer…

Ahora, en la pantalla brillaba algo similar a un retrato robot policial… del rostro de Cassie.

—¡Oh, Dios! —exclamó. Luego se giró y sacudió con fuerza a sus amigas en la cama—. ¡Via, Susurro! ¡Mirad!

Al despertarse miraron la pantalla con sopor, pero pronto se despejaron.

—¡Santa María! —murmuró Via—. Sí que corren rápido las noticias. Ahora estamos jodidas de verdad.

—El nombre de la intrusa es Cassie Heydon —prosiguió diciendo la reptiliana presentadora— y se encuentra en estos momentos en el Infierno. Los portavoces del Alguacilazgo acaban de enterarse de la infiltración de la señorita Heydon tras la captura casual de este ínfimo XR…

Entonces en la pantalla apareció el cartel de «se busca» que habían visto antes con la cara de Xeke.

—¡Lo sabía! —masculló Via—. ¡Sabía que ese traicionero hijo de puta nos había delatado!

—Esta terrible información le fue sonsacada tras un interrogatorio rutinario en la Comisión de tortura judicial…

Entonces el televisor mostró la siniestra cámara de torturas donde Xeke yacía amarrado a un potro de púas de hierro. Dos gólems uniformados colocaban pesadas piedras planas sobre su tórax. Xeke aullaba de dolor y las puntas de las púas asomaban a través de su pecho. La cámara hizo un zum sobre el rostro de Xeke, retorcido por la agonía. Este miró desesperado a la lente y soltó:

—¡Cassie, lo siento! ¡He tratado de no chivarme pero no puedo soportar el dolor! ¡Por favor, perdóname!

A Cassie le impresionó mucho contemplar el suplicio. «Xeke no ha acudido por voluntad propia a los alguas —comprendió—. Lo han torturado para obtener la información…» Haría cualquier cosa para que dejaran de atormentarlo.

Pero justo en ese momento, los gólems de la pantalla comenzaron a quitar las piedras. Xeke gruñó aliviado. De pronto apareció un rostro apenas reconocible, una cara estrecha con un monóculo en un ojo.

—Cassie Heydon —dijo con una aguda voz nasal—. Soy el comisionado de Tortura Himmler. Sin duda sabrás que se ofrece una elevada recompensa por tu cabeza. Mis alguaciles están siguiéndote el rastro en estos mismos momentos. Están en cada esquina, en cada callejón y en cada estación de metro. Es imposible que escapes de la ciudad, así que permíteme apelar a tu buen juicio. Como puedes ver, he detenido todo proceso de tortura contra tu amigo. Si te entregas, te garantizo tu seguridad así como la de tus cómplices. Todos seréis generosamente recompensados…

—No lo escuches, Cassie —dijo Via.

El comisario prosiguió:

—También he ordenado que cese el suplicio de esta otra persona. Es alguien que creo que conoces…

Cassie soltó un grito ahogado. La emisora contactó con otro estudio…, otra cámara de tortura. En la oscura sala de piedra, una mujer colgaba suspendida de unos grilletes.

Lissa.

A Cassie se le hizo un nudo en el estómago. «Oh, Dios mío, no…»

La pantalla retomó la enjuta cara del comisario.

—Tu hermana también estará a salvo… si cooperas.

La voz de Xeke tronó de fondo:

—¡No lo hagas, Cassie! ¡No lo creas! Sal de la ciudad tan rápido como…

Un repentino ¡zas!, y el arrebato de Xeke fue silenciado.

—Por favor, accede pronto a mi solicitud —urgió el comisario—. Te estaré esperando.

Hubo un plano final de Lissa, cuya expresión parecía aterrada tras los mechones de pelo negro. La cámara realizó una panorámica descendente para mostrar encima de qué la habían colgado: una cuba llena de sanguijuelas-cuchilla que se retorcían sin cesar.

—¡Malditos enfermos BASTARDOS! —aulló Cassie furiosa. En ese momento, su aura brilló con más fuerza que nunca y…

—¡Mierda! —chilló Via.

… el televisor explotó.

Las piezas llovieron encima de ellas. Cuando la nube de humo se disipó, Cassie miró a su alrededor en silencio.

—Lo siento —pio.

—Trata de controlarte —dijo Via, mientras tosía por culpa de la humareda.

—¿Y crees que puedo? Si no hago lo que dicen, torturarán a mi hermana por toda la eternidad. Y ya has visto lo que le estaban haciendo a Xeke.

Via y Susurro intercambiaron miradas suspicaces.

—Todavía no estoy demasiado segura respecto a Xeke —reveló Via—. Resulta todo demasiado oportuno. Sigo pensando que está vendido.

A Cassie la idea se le antojaba absurda.

—¿Cómo puedes decir eso? ¡Lo estaban torturando, por el amor de Dios! ¡No podemos reprocharle que le hablara a la policía de nosotras, soportaba un dolor increíble!

—Eso no tiene nada que ver con lo que te estoy diciendo. Quieren que creas exactamente lo que estás pensando, que él todavía está de nuestra parte. Y cuando te niegues a entregarte, ¿qué te apuestas a que nos encontraremos con Xeke en algún punto del camino? Y soltará alguna chorrada de cómo logró escapar.

—Eso es una locura —objetó Cassie—. Y además, ¿quién ha dicho que no vaya a entregarme?

Via y Susurro se sonrieron la una a la otra, esta última riendo en silencio y la otra en voz alta.

—¿Qué os resulta tan divertido?

—Por favor, Cassie, eres la persona más ingenua que haya conocido jamás —comentó Via—. ¿De veras crees a ese tipo?

—¿Por qué no? Me entregaré y todos estaremos a salvo. Incluso añadió que nos recompensarían.

Más risas.

—Cassie, aceptarías un té de Lucrecia Borgia. Si te entregas, los brujos de Lucifer te meterán en una prensa aural en menos que canta un gallo. Exprimirán toda tu energía etérica y la transferirán directamente a un dolmen de poder. Por eso te buscan, para usarte como batería sobrenatural que permita que Satán y sus demonios más poderosos se encarnen por completo en el mundo de los vivos. Y en cuanto a tu hermana, la soltarán a esa cuba de sanguijuelas-cuchilla y la dejarán allí mil años, y a Susurro y a mí también.

—Bueno… —Cassie tenía que pensar—. De acuerdo, esto es lo que haremos. Actuaremos como si fuera a entregarme, pero en lugar de eso rescataremos a Lissa y a Xeke.

Otra tanda de carcajadas.

—Claro. Vamos a rescatar a Lissa y a Xeke de la Comisión de tortura judicial, la mayor fortaleza del Alguacilazgo. Lo tendrías más fácil si intentaras sacar a alguien de una prisión de máxima seguridad. Es imposible.

—No lo es —insistió Cassie—. Aprovecharé mi… mi… —Señaló el televisor reventado—. Mis poderes de proyección. Si alguien se interpone en nuestro camino, yo… ¡le volaré la cabeza!

Via y Susurro no podían contener las risas, lo que empezaba a fastidiar bastante a Cassie.

—¿Contra biomagos y brujos? Se te van a merendar, Cassie —le dijo Via—. Y todas las tropas de seguridad llevan armaduras encantadas. Proyectar contra ellos sería como tratar de derribar un muro de hormigón tirándole sujetapapeles con un tirachinas. Créeme, no saldrá bien.

Cassie se enardeció.

—¡¿Entonces para qué demonios sirven mis poderes de etérea?!

—Eres una etérea sin entrenar, ni siquiera sabes cómo usar lo que tienes. Te hará falta practicar durante años antes de poder atacar el Alguacilazgo. Es un complejo arte psíquico, necesitarás entrenar tu mente y tu espíritu. Esto no se reduce a entrar un día en el Infierno y empezar a volar cabezas.

El entusiasmo de Cassie se desplomó de golpe. Pero entonces Susurro se levantó inesperadamente, buscó su lápiz y empezó a escribir en la pared: «¿Y un maleficio de inversión?».

—Sería genial, Susurro —dijo Via—. Pero precisaría una reliquia de poder y no hay modo alguno de…

Dejó la frase en suspenso como si la hubieran guillotinado. Entonces se le iluminó la cara.

»¡Tienes razón! ¡Con Cassie, podemos hacerlo!

—¿Hacer el qué? —exigió saber esta.

Via se incorporó.

—Tenemos que regresar de inmediato a tu casa.

—¿Pero cómo? —preguntó Cassie, con buen motivo—. El tipo de la tele ha dicho que todos los alguas del distrito me están buscando. Incluso están vigilando las estaciones de metro. ¿Cómo vamos a regresar a Blackwell Hall sin que nos atrapen antes?

En esa ocasión, las miradas que intercambiaron Via y Susurro fueron bastante sombrías.

—¿Cómo lo decidimos, Susurro? —preguntó Via.

Susurro escribió: «Sacando la pajita más corta, supongo».

—No, yo lo haré —decidió Via.

—¿Que tu harás qué? —insistió Cassie. Una vez más se sentía como si todo el mundo supiera de qué iban los tiros menos ella.

Pero antes de que pudieran responderle…

Tap tap tap…

Las tres se giraron con inquietud hacia la puerta. Alguien estaba llamando.

—Quedaos quietas —susurró Via—. Si fueran los alguas, no se molestarían en llamar. —Entonces se dirigió a la puerta y puso el ojo en la mirilla—. ¿Quién es?

Una bronca voz masculina replicó:

—Soy el encargado. ¿Estáis rompiendo cosas ahí dentro? Abridme.

Via echó un vistazo al televisor reventado.

—Ah, solo ha sido un pequeño accidente. Pagaremos los daños.

—Abrid de inmediato. —Se pudo oír una llave en la cerradura.

—¡Maldición! —masculló Via mientras retrocedía—. Mantened la calma, va a entrar en la habitación.

La puerta se abrió y apareció un hombre calvo de aspecto bastante normal que llevaba traje. Ya de entrada no parecía muy feliz, pero cuando descubrió la tele destrozada se cabreó aún más.

—¡¿Qué demonios estáis haciendo aquí, estúpidas zorras?! —protestó entre gritos—. ¿Qué os pensáis que es esto, una pocilga?

—Umm, no, una pocilga no —dijo Via—. Más bien una casa de putas.

—¡No te hagas la listilla, nena! —Agitó un dedo en su dirección—. ¡Habéis reventado un televisor en perfecto estado! ¿Sabéis cuánto cuestan estas cosas? ¿Os creéis que las ponemos ahí para que las destrocéis, eh? ¿O es que os pensáis que crecen en los árboles? Por Judas, esa tele era nuevecita.

—Pero si era una auténtica mierda. Sintonizaba fatal.

—Ah, ¿así que entonces podéis romperla, estúpidas zorras? Me vais a pagar ya mismo; dos billetes de Bruto o llamo a los alguas. Esos no se andan con chiquitas con gente como vosotras, arrojarán vuestros culos directos al tanque de las lesbianas. Y entonces podréis pasaros unos cuantos cientos de años siendo la putita de alguna demoniesa machorra y chupando felpudos de trolesa. A ver si os gusta eso.

Via parecía atrapada y Cassie pronto comprendió el problema. Una uña podía compensar de sobra los daños, pero si se arrancaba una delante de él…

«… sabrá que soy una etérea».

—Mira —balbució Via—, ahora mismo no tenemos nada suelto, pero lo conseguiremos pronto. Te prometo que te lo pagaremos. Te firmaré un pagaré.

El encargado se rio de ella.

—¿Qué te crees que soy, un gilipollas? Estúpidas zorras. Venís aquí, arrasáis mi motel, ¿y se supone que voy a aceptar un pagaré? —Daba vueltas por el cuarto con las manos en alto, despotricando—. ¡Por Judas! ¡Estoy hasta los mismísimos cojones de que se aprovechen de mí todos los chulos, putas y estafadores que hay en las calles! Trato de ser una persona amable y mira lo que pasa. Trato de proporcionaros a vosotras, furcias, un lugar decente para que podáis hacer algo de dinero, y mira lo que recibo a cambio de mi esfuerzo. ¡De ningún modo me voy a dejar robar por un puñado de zorras estúpidas como vosotras!

«Supongo que ha tenido un mal día», pensó Cassie.

Pero cuando el hombre se giró y les dio la espalda, Susurro tiró de la manga de Via y garabateó en la pared: «¡Bifronte!».

Via se fijó en la nuca del encargado y Cassie también notó algo. Por la parte posterior del cuello de la camisa, se le veía un extraño pliegue de piel alrededor del pescuezo.

—¡Corred! —gritó Via, y la habitación entera se convirtió en un caos. Tres troles de dos metros y pico, vestidos con elegantes trajes de tres piezas, irrumpieron en el cuarto empuñando hachas. Antes de que Cassie pudiera reaccionar, tanto ella como Via y Susurro estaban acorraladas.

El encargado se quedó delante de ellas, sonriendo con malicia.

—¿Quién demonios eres? —exigió saber Via.

—Mira que sois tontas, estúpidas zorras. Esto resulta casi demasiado fácil, ¿verdad, chicos?

Los tres troles se rieron y asintieron. Entonces el «encargado» se llevó la mano a la calva. Los dedos parecieron sacarse el pellejo del cuero cabelludo.

Hijoputa bifronte —masculló Via.

El hombre se tiró de la piel y de pronto su cara fue desplazándose hacia arriba hasta ser reemplazada por la otra que guardaba bajo el cuello de la camisa. La primera colgaba como un faldón suelto. El individuo sonreía ahora con su auténtico rostro.

—Nicky el Cocinero —escupió Via.

—Os tenía engañadas, ¿a que sí? Cuando mis soplones callejeros os avistaron, estuve a punto de cagarme en los pantalones. Ha pasado mucho tiempo, Via, mucho tiempo, y tú y ese noviete punky que tienes me debéis dinero. Nadie tima a Nicky el Cocinero. Nadie.

—Puedo devolverte el dinero —tartamudeó Via—. Solo necesitamos un poco de tiempo. Sé que suena a evasiva pero es cierto, te lo juro.

Nicky se rio en voz alta e hizo un gesto a sus matones.

—Es increíble las pelotas que tiene esta estúpida zorra. ¿Qué os parece, chicos? Me estafa y ahora se piensa que puede hacer un trato para salir del marrón. —Entonces su verdadero rostro se puso serio—. Tengo una reputación que mantener, y tú y ese punk me habéis dejado en evidencia. Soy Nicky el Cocinero, no un tontorrón gilipollas al que podéis tomar el pelo.

—Déjanos ir. Te juro que tendrás tu dinero.

Nicky se limitó a sacudir la cabeza.

—Es que ya no se trata solo del dinero. ¿No lees los periódicos? ¿No ves la tele? Los alguas han preparado un operativo para cazarte y ya han atrapado a tu noviete punky. —Sus ojos de hielo se enfocaron sobre Cassie—. Esta Ricitos de Oro que tienes por amiguita es una etérea, y yo soy quien se va a llevar la recompensa por entregarla.

—¿Cassie? —dijo Via.

Cassie temblaba. El miedo la paralizaba. Trató de proyectar un pensamiento violento contra el hombre, pero… no salió nada.

—Eh, Cassie, ¿un poco de ayuda?

Lo volvió a intentar.

Nada.

—Pero en cuanto a ti y esa pequeña zorra muda —dijo Nicky, dirigiéndose de nuevo a Via—, vosotras dos no valéis una mierda. Mis chicos os arrancarán los brazos y las piernas y os meteremos en un par de bidones. Veréis cómo os gusta coceros vivas durante mil años en un pozo de azufre. —Nicky se frotó la entrepierna con vulgaridad—. ¿Pero sabes con qué voy a entretenerme antes? Hace bastante que no echo un polvo… —Y entonces agarró a Via del pelo y la arrojó chillando sobre la cama. Rio y se subió encima de ella mientras se tiraba del cinturón…

Fue entonces cuando el miedo de Cassie se convirtió en rabia.

La habitación resplandeció con una luz plateada, tan brillante que los tres troles tuvieron que retroceder para protegerse sus inhumanos ojos. Pero entonces, uno a uno, esos ojos estallaron en sus órbitas. Un trol rugió y levantó a tientas el hacha. Cuando Cassie concentró la mirada en su brazo, este salió volando en medio de un geiser de sangre de extraño color.

—¡Cabrones! —gritó.

Miró a otro al abdomen y se le abrió, salpicando entrañas. El tercer trol se tambaleó ciego por la habitación. Cassie se concentró en su cintura y de pronto la criatura estaba en el suelo partida por la mitad.

En menos de cinco segundos la ira etérea de Cassie había hecho una carnicería con los tres troles y los había dejado desangrándose hasta morir en aquel mugriento suelo.

«Ahora es tu turno», pensó.

Nicky el Cocinero ya se había apartado de Via y se acurrucaba contra la pared.

—Mi nombre no es Ricitos de Oro —le dijo.

—Oye, mira, espera un minuto —suplicó él, con su segundo rostro rebotando detrás de la cabeza como la cresta de un gallo—. Puedo darte dinero, un montón de dinero. —Sacó con torpeza un fajo de billetes—. Tú déjame salir de aquí y será todo para ti.

—Oh, no te preocupes —le respondió Cassie—. Puedes irte.

—¿De veras?

—Claro. ¡CAMINANDO SOBRE LAS MANOS! —gritó, y entonces le cortó las piernas con un tajo de su mirada.

Nicky gritó y se cayó de la cama, sin piernas.

—¡Demonios, chica! —jaleó Via—. ¡Ya le estás cogiendo el tranquillo!

—Su… supongo que sí —dijo Cassie cuando se fijó en la matanza que había provocado—. Jesús, ¿he hecho yo todo eso?

—Y tanto que sí. ¡Eres una picadora de carne en movimiento!

Cassie no se sintió precisamente halagada. A continuación Susurro señaló al otro extremo de la habitación, donde Nicky el Cocinero trataba de verdad de irse caminando sobre las manos.

—¿Qué hacemos con él? —preguntó Cassie.

—Oh, yo me encargaré. Será un placer.

Via pasó por encima del cadáver de un trol y agarró una de las hachas. Entonces se puso de rodillas y estampó a Nicky contra la pared, sosteniéndolo con una sola mano.

Con la otra blandió el hacha.

—Nosotras… —dijo, y le cortó una oreja.

¡Thwack!

—… no somos…

Le cortó la otra oreja.

¡Thwack!

—… ¡ESTÚPIDAS ZORRAS!

La sangre salió despedida cuando el último golpe de hacha dividió limpiamente en dos la cabeza de Nicky.

Via se incorporó y sonrió en dirección a Cassie y Susurro. Gotas de sangre salpicaban su rostro como si fueran pecas.

—¿Creéis que habrá captado el mensaje?

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