III
Y tanto que eran invisibles.
Al principio Cassie no podía creérselo, pero cuando recorrieron la abarrotada calle en dirección a la parada de metro, nadie pareció fijarse en ellas. Via se limitaba a sostener la mano amputada mientras avanzaban. Los carteles de «se busca» que habían visto antes dirigidos contra Xeke habían sido sustituidos ahora por estos otros:
FIJADO POR ORDEN DE
LA AGENCIA DEL ALGUACILAZGO
(TODOS LOS DISTRITOS)
SE BUSCA
POR ETÉREA Y POR CRÍMENES CONTRA LA TIRANÍA DE LUCIFER
SE OFRECE RECOMPENSA
DE RIQUEZA ETERNA
Y TRANSFIGURACIÓN AL RANGO DE GRAN DUQUE
El detallado retrato robot de su rostro se parecía muchísimo a ella. Por suerte, mientras estudiaba el cartel los transeúntes (tanto humanos como demonios) no la vieron.
A pesar de aquella demostración, quiso confirmarlo. Se acercó tan campante hasta un gólem de casi tres metros, saltó junto a él y agitó los brazos delante de su rostro de barro sin vida. El gólem continuó mirando al frente inmóvil. Cassie saludó con más ganas todavía a un grupo de reclutas alados que patrullaba la calle al vuelo, en formación a baja altura.
No hubo reacción, se limitaron a seguir volando.
Todo un escuadrón de mantés desfilaba por un parque humeante plagado de agujeros de alimañas. Estaba claro que habían reasignado su misión para que se sumaran a la búsqueda. Cassie corrió directamente hacia el astado jefe del escuadrón y marchó a su lado. Le sacó la lengua justo delante de su deforme rostro.
El jefe de escuadrón no la vio, como tampoco lo hizo ningún miembro de la tropa.
Cassie se detuvo y dejó que se alejaran.
—Ya vale de hacer el tonto —susurró Via—. La terminal del metro está justo detrás de la esquina. No perdamos más tiempo.
No fue una larga espera. Si acaso, el transporte público era mucho más eficiente en el Infierno que en la capital de la nación. Se colaron invisibles por encima de los oxidados torniquetes y se abalanzaron al interior del primer vagón abierto. Ciudadanos de todo tipo se agarraban a las asas del techo, completamente ignorantes de que las fugitivas más buscadas de Mefistópolis montaban junto a ellos.
Cassie ya se había acostumbrado. «Qué truco tan genial». Se dejó hornear satisfecha bajo aquel calor, apoyada encima de las botas de Susurro, mientras el metro infernal las conducía de regreso a las afueras de la ciudad. Poco después estaban de nuevo a bordo del traqueteante tren que las llevaba, con sus resoplidos, por encima del tóxico río Estigio.
En dirección al mundo de los vivos.