Domingo, 2 de agosto de 1914

Ackermann y Kettner habían ordenado alistar los buques para un bombardeo de posiciones costeras fuertemente defendidas. El Breslau emplearía contra Bonê sus piezas del 105. Con suerte harían blanco en algún transporte, y aunque los proyectiles eran muy poca cosa, los de tipo explosivo podrían causar incendios excelentes. El Goeben bombardearía con su batería secundaria. Las granadas del 150 irían de maravilla contra los transportes, de dar con alguno, y contra los almacenes, depósitos, pañoles y tinglados. La batería principal se reservaba para un posible duelo con La Royale y, quizá, con los cruceros de batalla de la BMF, únicas unidades pesadas que les podrían perseguir. Las órdenes de Ackermann especificaban que la munición del 283 a disponer en las barbetas sería la perforante. Si debieran combatir con el Inflexible, el Indomitable o el Indefatigable, permanecerían en arco abierto, entre ciento sesenta y ciento setenta hectómetros, para que los proyectiles alcanzaran las cubiertas enemigas llegando desde muy alto. Según lo que decía el Jane’s de los tres buques ingleses, el espesor de las corazas horizontales de sus pañoles de munición, 38 a 64 milímetros de mediocre acero inglés —demasiada presencia de azufre—, no resistiría el impacto de una granada perforante de 323 kilos que las alcanzara en ángulo elevado a más de mil kilómetros por hora, o eso era lo que sostenía el profeta de los artilleros, Kapitänleutnant Georg von Hase, cuyos estudios sobre la forma de centrar el tiro a más de ciento cincuenta hectómetros se consideraban la «verdad revelada» del tiro naval.

El resto de la tripulación se afanaba en revisar si la disposición del barco era la reglamentada para el orden de batalla, cuando Mutz, con aspecto de no haber dormido mucho, ganó el puente de combate y tendió al Kommandant una nueva cuartilla. Según leyó este, a las 6:53 el almirantísimo recibió un mensaje de procedencia desconocida, informando haber oído la radio del GO a corta distancia de Bizerta. No estaba codificado, ni tampoco la respuesta de Lapeyrère. En ella ordenaba la paralización del embarque del Corps d’Armée XIX, el de los soldados indígenas, y que según decía el Estado Mayor sería el primero en salir para la Francia metropolitana.

—¿Algún indicio de que Lapeyrère se ha hecho a la mar?

—Ninguno, Herr Kommandant. Barremos sus frecuencias de un modo continuo, pero no nos llega nada.

El día transcurría sin apenas movimiento, tanto por no llegar comunicaciones importantes como por tener tiempo sobrado para carbonear. Según determinaba el oficial encargado de la estiba, el Goeben zarparía con 2042 toneladas de carbón y el Breslau con 1220, suficientes para llegar a posiciones de tiro a catorce nudos y regresar a veintidós. A primera hora de la tarde comenzaron a cerrarse las escotillas. Los buques ya estaban listos para iniciar su guerra. Solo faltaba que se declarase.

Los dos buques levantaban presión desde las 18:00. Poco antes, y para satisfacción de Sóuchon, Mutz anunció una nueva emisión del almirantísimo, en una clave poco menos que infantil: ordenaba que los transportes permanecieran en Bonê y Philippeville mientras no llegara él, al frente de la escolta pesada.

Lo previsto era dejar Messina cuando la oscuridad fuera total. Emprenderían su travesía listos para entrar en guerra, pero determinados a dar media vuelta si aquella se aplazaba. Ni Souchon ni nadie lo consideraban probable, pero siempre había esperanza. Una que comenzó a desvanecerse al anochecer, con los mensajes de Isendahl. El primero decía que a las tres de la tarde Wilhelm von Schon, embajador alemán en París, había entregado un ultimátum al primer ministro Viviani, según el cual Alemania se consideraría en guerra con Francia dieciocho horas después si esta no desactivaba la movilización general y desmilitarizaba sus fortalezas fronterizas. El segundo y último anunciaba la creación del GHQ, o Gran Cuartel General. Una institución propia del estado de guerra; el último del que Souchon tenía noticia fue el de Moltke durante la campaña de 1870. Era llamativo que aquel de 1914 lo presidiera otro Moltke, sobrino del anterior, el de papel tan capital en la historia prusiana. Por lo demás, era otro paso en el camino de abrir fuego contra todo.

A las 23:00 los cruceros comenzaron a moverse. Tenían por delante 450 millas. Las recorrerían en veintiocho horas. Si no sucedía nada extraordinario, a las 03:00 del martes 4 estarían en situación de hacer pedazos unos transportes atestados de soldados aterrados. Para una flotilla de opereta, como decía Milne de la MD, no sería un mal entrar en guerra.

El buque del diablo
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