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No despertó a Kincaid.
En lugar de eso, se acurrucó junto al niño sin sentimentalismos para tratar de hacerlo volver en sí. Como no dio resultado, le tomó la tensión, le comprobó la vía, escuchó su acelerado corazón y le agarró los dedos, que estaban helados. Sabía que la cosa no pintaba bien y que tenía que avisar a Kincaid pronto, per no todavía. Necesitaba unos minutos a solas con el niño. Ojalá se despertara…
Se había deslizado el silbato alrededor del cuello, escondiéndolo bajo el uniforme, y se aferró a él sólo para asegurarse de que seguía allí. Por supuesto que lo hacía. No estaba soñando. No era como sus padres perdiéndose en mitad de la noche. Esto era real y tangible y debería ser capaz de solucionarlo. Era consciente de que todas las piezas estaban allí, sólo que no sabía cómo encajarlas.
«Piensa».
Se habían marchado de la estación de los guardabosques el 10 de noviembre. A Ellie se la habían llevado al día siguiente, el 11. Por lo que Harlan había dicho, la última vez que la vio fue una semana o diez días después. A Harlan lo habían expulsado de Rule antes del Día de Acción de Gracias, así que no podía preguntarle, pero ¿no había dicho que los habían atacado al sur de Rule? Suponía que era cierto. Sin embargo, al crío lo habían traído de Oren, que estaba situado a unos ochenta kilómetros al noroeste.
Una de dos: o Ellie había llegado a Oren u otra persona le había quitado el silbato —tal vez cuando la niña se encontraba aún en el sur— y se había dirigido a Oren. O el niño había conocido a Ellie y esta le había dado el silbato u otra persona lo había hecho. Lo mirara como lo mirara, alguien se había cruzado con Ellie, quizá tan sólo seis semanas antes, cuando Chris había regresado de Oren con los libros y aquellas gafas de sol.
Y Lena. La antipática, huraña y furiosa Lena era de Oren y había intentado volver. ¿Por qué? ¿Había más gente allí? Sí. Lena tenía hermanos que tal vez aún estuvieran vivos. Así que… ¿otro enclave de supervivientes? Tenía que serlo.
La imagen de Lena espetándole algo a Chris y luego agarrándose a él, arrojándose a sus brazos…
Y Chris: «No es lo que piensas».
Bueno, ya lo sabía, ¿verdad? Había saboreado la verdad en sus labios, la había sentido en su abrazo. Lo sabía por su olor.
Entonces, si no era aquello, si no se trataba de que Lena y Chris fueran pareja, ¿qué ocurría? Volvió a repasar la secuencia y reconoció no sólo enfado, sino desesperación en el lenguaje corporal de Lena. La chica se había puesto histérica por algún motivo. Pero ¿cuál? ¿Por algo que Chris estaría en posición de conseguir…?
«¡Madre mía!». Alex ahogó un grito de sorpresa: las piezas empezaban a encajar en aquel puzle que había estado allí desde el principio.
No, Lena no estaba desesperada por algo.
Estaba desesperada por alguien.
Alex pensó que la cosa podía funcionar así:
Salir de patrulla podía significar varias cosas. Por un lado, patrullar el perímetro, ahuyentando a todo tipo de mala gente. Por otro, salir de Rule en busca de provisiones… lo que implicaba, casi con certeza, encontrarse con otros supervivientes. Había invasores, por lo que debía de haber otros enclaves, muchos otros Rule. Ella misma le había sugerido a Chris que se unieran, pero este se había negado, respondiéndole que no sabía de qué iba la cosa.
No obstante, ¿y si los hombres de Rule no eran el Ejército de la Luz, sino el de las Tinieblas?
Ahora que lo pensaba, se dio cuenta de su lógica. Claro, los hombres de Rule debían de asaltar otros asentamientos. Mira lo que pasó en Nueva Orleans después del Katrina, en Bagdad después de la invasión de las tropas o en los días en que corrías a un supermercado cuando se avecinaba una tormenta… una ventisca, digamos. Las estanterías se vaciaban en menos que canta un gallo. La gente se peleaba en los pasillos por una botella de agua y se daba tortazos en las cajas para salir. Muchos robaban, saqueaban y, a veces, hasta mataban para conseguir lo que querían.
Ahora las cosas eran un poco diferentes, pero no demasiado. Mucha gente había muerto… aquellos que no eran lo bastante jóvenes ni lo bastante viejos para ser Salvados. Lo que estaba claro era que los Cambiados no iban por ahí en busca de una rebanada de Pan Bimbo, por lo que debía de haber una horrible cantidad de gente —tal vez un buen número de Salvados— vagando por ahí, buscando lo básico para sobrevivir: calor, agua, comida y refugio. Se apostaba algo a que aquellas estanterías ya se habían vaciado. Demonios, había visto bastante en la carretera para saber que era cierto. Se había encontrado con un buen número de cadáveres… pero nada de comida. Así que ¿por qué iba a tragarse que Chris o Peter o cualquiera de los demás patrulleros iban a dar con una pequeña tienda de comestibles que aún no había sido saqueada?
Porque había querido creerlos. Bueno, aquello no era del todo exacto. No podía permitirse no hacerlo. Simplemente, no había querido pensarlo porque se sentía agradecida de estar a salvo, caliente, alimentada y protegida. Y punto. Pero si ellos —ella— tenían comida y medicinas, alguien se quedaba sin ellas. Así era como el mundo —feliz o no— funcionaba.
De modo que si eras Chris o Peter e ibas armado hasta los dientes, arramblabas con todo lo necesario. Sin embargo, Marjorie había dicho que en los pueblos dejaban entrar a la gente con niños… porque los niños eran valiosos.
¿Y si llevas a cabo un mandato especial, siguiendo una orden que sólo unos pocos —un grupo selecto— conocen?
Jess había dicho: «Seguir las órdenes no te va a convertir en un hombre».
¿Y si aquellas órdenes fueran encontrar a los Salvados?
Y no sólo eso. Tal vez la nueva regla era encontrar y traer a los Salvados, a toda costa.
Y matar a cualquiera que se interpusiese en tu camino.