CAPÍTULO 15
EN EL ÁREA DE ASIGNACIÓN de la Tienda sonó una campana y en nuestra tableta apareció un mensaje de texto.
El éxito de la Tienda depende del entusiasmo y la implicación de los clientes a los que servimos. A veces, nuestros amigos, los consumidores, están tan contentos con los bajos precios y la eficacia en la entrega de los artículos que compran que se quedan totalmente ensimismados. Cuando eso ocurre, nuestros amigos, en casa, necesitan ayuda y orientación de sus amigos de la Tienda.
Hoy, vosotros, Megan y Jake, como equipo, nos representaréis mientras intentamos ayudar a la gente a liberarse de la dependencia de los productos que consumen. Dicho de otro modo: los sacamos de sus casas y los devolvemos a la calle. Muchos de ellos han pedido días libres en su trabajo.
Por favor, examinad los temas de discusión mientras vuestro Stormer os conduce a vuestra primera parada. Buena suerte.
Así pues, nuestro Stormer nos llevó a visitar a clientes de la Tienda que estaban tan «enganchados» a los productos de la Tienda que necesitaban ser «desenganchados y reinsertados». El objetivo era conseguir que la gente dejara de comprar sus productos favoritos de la Tienda y volviera a su trabajo.
Nuestra primera parada fue una enorme mansión de estilo Tudor. Según la información de nuestras tabletas, la pareja de treintañeros que vivía allí no había salido a la calle desde hacía sesenta y cinco días. Sí, sesenta y cinco días. Tenían un pequeño ejército de licuadoras Vitamix que se había convertido en su obsesión.
−Eh, amigo, toma un sorbo de zumo de col lombarda, berzas y arándanos −dijo el marido en la entrada, sosteniendo un enorme vaso de un muy poco apetecible mejunje de color azul.
−No, gracias −dije.
−¿Señora? −dijo, ofreciéndole la misma poción a Megan.
No creo que aquel tipo se hubiera afeitado en esos sesenta y cinco días. Llevaba una camiseta sucia y unos boxers rojos, ambos cubiertos de manchas del mismo color del zumo que nos había ofrecido.
−Somos dos amigos de la Tienda −dijo Megan.
−Es cierto, sois amigos −dijo otra voz, esta femenina.
Entonces vimos a la mujer. Debía pesar más de cien kilos.
−Nuestros amigos de la Tienda nos vendieron nuestras Vitamix, y esas licuadoras o batidoras o lo que sean nos han cambiado la vida.
La mujer también sostenía un vaso lleno de un líquido que definió como un batido de fruta y yogur con chocolate.
−Es delicioso, y además es bueno para combatir cualquier malestar −dijo.
Cogí el vaso y tomé un trago. Era increíblemente delicioso. Y también era increíblemente dulce e increíblemente contundente. Habría apostado que aquella mujer había estado bebiendo litros de batidos como ese durante los últimos sesenta y cinco días.
Megan y yo intentamos tentar a la pareja con las ventajas de «volver a salir a la calle con sus colegas de la Tienda». ¿Su reacción? Nos invitaron a pasar a la cocina para conocer a su «familia».
La familia estaba integrada por cinco Vitamix distintas: dos licuadoras CIA Professional Series, dos Professional Series 500 y una licuadora G-Series 780.
−La G-Series es de última generación −susurró la mujer, en tono de confidencia.
Nos contaron cómo era su vida…, si es que a aquello se le podía llamar vida.
El marido pedía productos para preparar zumo −desde puerros a naranjas, pasando por aguacatesa la Tienda. La mujer pedía yogures Chobani y chocolate Mast Brothers a la Tienda.
El marido lo expresó perfectamente:
−La Tienda facilita tanto las cosas que ni siquiera tienes que salir de casa. −Hizo una breve pausa y luego añadió−: Bueno, una vez sí. Estaba jugando a Pokémon GO.
Acto seguido, se echó a reír.
Siguieron abundando en el tema. La pareja se había suscrito a los canales de cine, TV y deportes que ofrecía la Tienda. La Tienda les proporcionaba medicamentos («Tengo un poquito de diabetes, por lo que debo tomar metformina», dijo la mujer). La Tienda les había vendido «a un precio muy razonable» un frigorífico Thermador en el que almacenaban su surtido de batidos y la compra que les entregaban los drones.
−Pero ¿y la gente, el contacto humano, vuestros amigos? −preguntó Megan.
−¿Quién los necesita cuando tienes todo esto? −dijo la mujer.
Nos fuimos.
Nuestra siguiente parada estaba a solo dos casas de la de la pareja Vitamix.
La puerta estaba abierta. Al entrar, nos encontramos con un enorme vestíbulo con muchos espejos y lleno de vapor que olía a eucalipto y mentol. En el ambiente flotaba el sonido de una música exótica: arpa, piano y cascadas.
Apareció una mujer de unos cincuenta años, vestida con un largo albornoz blanco de tela de rizo; el pelo, rubio y peinado hacia atrás, parecía húmedo. Con un tono de voz cordial, nos preguntó si podía ayudarnos en algo.
Antes de que yo pudiera responderle, Megan dijo:
−Vaya, esto parece un spa de lujo.
−Es un spa de lujo −dijo la mujer rubia.
Al momento apareció una versión más joven de la mujer: una chica rubia de unos treinta años, vestida también con un albornoz blanco de tela de rizo. Debían de ser madre e hija.
−Apuesto a que sois de la Tienda, ¿no es así? −dijo la chica.
Le dijimos que sí.
−No funcionará −dijo la mujer mayor−. No sois los primeros. Nos han mandado a muchos. Durante los últimos seis meses han venido diez personas distintas de la Tienda. Algunas parejas, pero casi siempre mujeres. Pero lo cierto es que al ver lo que hemos hecho aquí, a veces tampoco quieren irse. Las máquinas de masaje, las saunas, incluso los tres asistentes… Nosotras los llamamos «los chicos». Todo lo hemos comprado en la Tienda, y ahora la Tienda dice que deberíamos volver al trabajo. Pero ¿por qué deberíamos hacerlo? Nos han prorrogado nuestro permiso retribuido. Y…, ¿por qué íbamos a renunciar a todo esto?
Les sugerí que retomar sus vidas y sus relaciones −gente con la que pasarlo bien y salir− podía ser divertido.
Se rieron de mí. Pensaban que estaba loco.
−Tenemos purificadores de aire, camas solares…, todo cuanto necesitamos −dijo la chica.
Entonces nos hicieron una breve visita guiada por su mágico y misterioso spa, y era…, en fin, un spa de verdad. Otra chica rubia estaba recibiendo un masaje de un hombre corpulento y mayor que ella. En la sauna seca había un tipo gordo y velludo. Y en la sauna húmeda había una mujer muy anciana.
−¿Esto funciona como un negocio? −pregunté.
−¡Oh, no! −dijo la mujer rubia−. Son solo amigos y familiares.
Otro fracaso. Salimos del spa.
−Me siento como un testigo de Jehová −dijo Megan.
−¿Qué quieres decir?
−Vamos puerta a puerta pero no convertimos a nadie.
De vuelta en el Stormer, le di un corto y dulce beso.
−Relájate y disfruta −dije.
−No −repuso Megan−. La expresión correcta sería…
Hizo una pausa, y luego, casi al unísono, dijimos:
−No hay problema.