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ANNE GUTMAN, jefa de redacción y directora editorial de Writers Place, me saluda con su habitual cordialidad.

−Tienes un aspecto horrible.

−Gracias −digo−. Y ahora salgamos de tu despacho y vayamos a un sitio donde nadie pueda vernos.

−¿Y en qué lugar estás pensando, Jacob? ¿En Júpiter o en Marte?

−¡Por Dios! Ya no puedo más. Me están vigilando a todas horas.

Ella asiente, pero estoy seguro de que lo comprenda. Ni siquiera estoy seguro de que le importe. Me inclino hacia delante y le doy la caja.

−¿Qué es esto? −pregunta−. ¿Un regalo?

−¡Es el manuscrito! ¡2020! −grito.

¿Por qué estoy gritando?

Anne echa la cabeza hacia atrás y se ríe.

−Soy incapaz de recordar cuándo fue la última vez que recibí un manuscrito impreso −dice.

La miro fijamente y bajo la voz.

−Escucha, Anne. Este libro es increíble. Contiene información sin precedentes.

−Ya sabes lo que me preocupa, Jacob −dice ella.

−Sí, lo sé: no crees que la Tienda sea un tema interesante y mucho menos que sea moralmente corrupta.

−No se trata de eso. Puede que sea moralmente corrupta, pero puedo hacerte una lista de otras cuarenta empresas que también lo son. No creo que la Tienda sea intrínsecamente mala. Solo es un monopolio creativo.

−Léete mi libro. Lee 2020. Y luego decides.

−Lo haré.

−¿Esta noche?

−Sí. Esta noche. Inmediatamente.

−¿Inmediatamente? ¡Guau! Qué rápida eres.

Anne sonríe. Intento mantener la calma. Estoy seguro de que si se lee el libro se quedará de piedra. O tal vez no. Quizá lo tire a la papelera después de unos pocos capítulos. ¿Cómo saberlo? Después de todo, no sería la primera vez que me equivoco con estas cosas.

De repente se oye un ruido. Alguien arrastrando los pies. Es difícil saber de quién se trata, pero se escuchan claramente frente al despacho de Anne. A continuación, llaman a la puerta. Antes de que Anne pueda decir nada, su ayudante abre la puerta y dice:

−Señorita Gutman, ahí fuera hay tres policías y dos detectives del Departamento de Policía de Nueva York.

−¿Qué quieren? −pregunta Anne.

−Han venido a detener al señor Brandeis.

Anne y yo nos miramos mientras su ayudante cierra la puerta. Estoy a punto de venirme abajo. Como de costumbre, ella está preparada para hacer frente a la situación.

−Ve a la sala de reuniones y sal por la escalera de incendios. Busca un lugar seguro donde quedarte.

Anne saca algo de dinero del primer cajón de su escritorio y me lo entrega.

−Yo me ocupo de la policía −dice.

−Léete el libro, ¿vale? −le digo.

−¡Maldita sea, Jacob! Por supuesto que me lo leeré.

Anne sale de su despacho y yo hago lo mismo. Lo último que le oigo decir es:

−Buenas tardes, señores. ¿Qué puedo hacer por ustedes?