XV
Percy

Percy se acordaba de lo peligrosa que había resultado Kelli la última vez que habían luchado en el laberinto. A pesar de sus piernas desiguales, podía moverse rápido cuando quería. Había esquivado sus estocadas y le habría devorado la cara si Annabeth no la hubiera apuñalado por detrás.

Esa vez contaba con cuatro amigas.

—¡Y te acompaña tu amiga Annabeth! —Kelli siseó de alegría—. Oh, sí, me acuerdo bien de ella.

Kelli se tocó el esternón, por donde había salido la punta del cuchillo cuando Annabeth se lo había clavado por la espalda.

—¿Qué pasa, hija de Atenea? ¿No tienes tu arma? Qué lástima. La habría usado para matarte.

Percy trató de pensar. Él y Annabeth se colocaron hombro contra hombro como habían hecho muchas veces antes, preparados para luchar. Pero ninguno de los dos se encontraba en buen estado para la batalla. Annabeth estaba desarmada. Sus enemigas los superaban en número. No tenían adónde huir. Ni iban a recibir ayuda.

Por un momento Percy consideró llamar a la Señora O’Leary, la perra infernal que podía viajar a través de las sombras. Pero, aunque lo hubiera oído, ¿podría llegar al Tártaro? Allí iban los monstruos cuando morían. Si la hacía ir allí podría matarla o devolverla a su estado natural como un monstruo feroz. No… no podía hacerle eso a su perra.

Así que no contaban con ninguna ayuda. Luchar era una opción arriesgada.

Eso solo les dejaba la táctica favorita de Annabeth: engañar, charlar, entretener.

—Bueno… —empezó a decir Percy—, supongo que te preguntarás qué hacemos en el Tártaro.

Kelli se rió con disimulo.

—La verdad es que no. Solo quiero mataros.

Ahí habría acabado todo, pero Annabeth intervino.

—Qué lástima —dijo—. Porque no tienes ni idea de lo que está pasando en el mundo de los mortales.

Las otras empousai daban vueltas y permanecían atentas, esperando a que Kelli les hiciera una señal para atacar, pero la animadora se limitó a gruñir y se agachó para situarse fuera del alcance de la espada de Percy.

—Sabemos suficiente —dijo Kelli—. Gaia ha hablado.

—Os aguarda una gran derrota —Annabeth parecía tan segura que hasta Percy se quedó impresionado. Miró a las demás empousai una a una y luego señaló con dedo acusador a Kelli—. Esta asegura que os lleva a la victoria. Miente. La última vez que Kelli estuvo en el mundo de los mortales se encargó de que mi amigo Luke Castellan permaneciera fiel a Cronos. Al final, Luke lo rechazó. Dio la vida para expulsar a Cronos. Los titanes perdieron porque Kelli fracasó. Y ahora quiere llevaros a otro desastre.

Las otras empousai murmuraron y se movieron con paso vacilante.

—¡Basta!

Las uñas de Kelli crecieron y se convirtieron en unas largas garras negras. Lanzó una mirada asesina a Annabeth, como si se la imaginara cortada en pedacitos.

Percy estaba convencido de que Kelli se había enamorado de Luke Castellan. Luke producía ese efecto en las chicas —hasta en las vampiras con patas de burro—, por lo que Percy no estaba seguro de que sacar su nombre a colación fuera buena idea.

—Esta chica miente —dijo Kelli—. ¡Los titanes perdieron! ¡Muy bien! ¡Pero formaba parte del plan para despertar a Gaia! ¡Ahora la Madre Tierra y sus gigantes destruirán el mundo de los mortales y nos daremos una comilona con los semidioses!

Las otras vampiras rechinaron los dientes enloquecidas por la emoción. Percy había estado en mitad de un banco de tiburones con el agua llena de sangre, pero no había sido ni de lejos tan peligroso como hallarse frente a unas empousai listas para comer.

Se preparó para atacar, pero ¿a cuántas podría despachar antes de que lo destrozaran? No sería suficiente.

—¡Los semidioses nos hemos unido! —gritó Annabeth—. Pensáoslo dos veces antes de atacarnos. Los romanos y los griegos lucharán codo con codo contra vosotros. ¡No tenéis ninguna posibilidad!

Las empousai retrocedieron nerviosas murmurando:

Romani.

Percy supuso que ya habían conocido a la Duodécima Legión y que las cosas no les habían ido bien.

—Sí, romani, por supuesto —Percy descubrió su antebrazo y les enseñó la marca que le habían hecho en el Campamento Júpiter: las siglas SPQR con el tridente de Neptuno—. Si mezclas a griegos y romanos, ¿sabes lo que consigues? ¡Una bomba!

Percy pateó el suelo, y las empousai retrocedieron atropelladamente. Una se cayó de la roca la que se había encaramado.

Eso hizo que Percy se sintiera bien, pero las vampiras reaccionaron rápidamente y volvieron a acercarse.

—Atrevidas palabras para dos semidioses perdidos en el Tártaro —dijo Kelli—. Baja la espada, Percy Jackson, y te mataré rápido. Créeme, hay formas peores de morir aquí abajo.

—¡Espera! —Annabeth volvió a intentarlo—. ¿No sois las empousai servidoras de Hécate?

Kelli se mordió el labio.

—¿Y qué?

—Que Hécate está ahora de nuestra parte —dijo Annabeth—. Tiene una cabaña en el Campamento Mestizo. Algunos de sus hijos son amigos míos. Si lucháis contra nosotros, se pondrá furiosa.

A Percy le entraron ganas de abrazar a Annabeth; esa chica era un genio.

Una de las empousai gruñó.

—¿Es eso cierto, Kelli? ¿Ha hecho las paces nuestra señora con el Olimpo?

—¡Cállate, Serephone! —gritó Kelli—. ¡Dioses, qué pesada eres!

—Yo no pienso cabrear a la Dama Oscura.

Annabeth aprovechó la oportunidad.

—Más vale que todas hagáis caso a Serephone. Es mayor y más sabia.

—¡Sí! —chilló Serephone—. ¡Hacedme caso!

Kelli embistió tan rápido que a Percy no le dio tiempo a levantar la espada. Afortunadamente, no le atacó a él. Kelli arremetió contra Serephone. Durante medio segundo, las dos diablas se fundieron en un torbellino confuso de garras y colmillos.

Y de repente todo acabó. Kelli se alzó triunfante sobre un montón de polvo. De sus garras colgaban los restos andrajosos del vestido de Serephone.

—¿Algún asunto más? —espetó Kelli a sus hermanas—. ¡Hécate es la diosa de la Niebla! ¡Sus caminos son misteriosos! ¿Quién sabe de qué bando es partidaria realmente? También es la diosa de las encrucijadas y espera que hagamos nuestras propias elecciones. ¡Yo elijo el sendero que nos lleve a la sangre de los semidioses! ¡Yo elijo a Gaia!

Sus amigas sisearon en señal de aprobación.

Annabeth miró a Percy, y él comprendió que se había quedado sin ideas. Había hecho lo que había podido. Había conseguido que Kelli eliminara a una de las suyas. Ya solo les quedaba luchar.

—Durante dos años estuve revolviéndome en el vacío —dijo Kelli—. ¿Sabes lo molesto que es ser volatilizada, Annabeth Chase? ¿Volver a cobrar forma poco a poco, totalmente consciente, soportando un dolor terrible durante meses y años mientras tu cuerpo vuelve a crecer y por fin romper la corteza de este sitio infernal y abrirte paso hasta la luz del día? Y todo porque una niña te apuñaló por la espalda.

Sostenía la mirada a Annabeth con sus ojos malignos.

—Me pregunto lo que pasa si un semidiós muere en el Tártaro. Dudo que haya pasado antes. Averigüémoslo.

Percy saltó y blandió a Contracorriente describiendo un gran arco. Cortó a una de las diablas por la mitad, pero Kelli se hizo a un lado y atacó a Annabeth. Las otras dos empousai se abalanzaron sobre Percy. Una le agarró el brazo con el que sujetaba la espada. Su amiga se subió a su espalda de un salto.

Percy trató de hacerles caso omiso y se dirigió a Annabeth tambaleándose, decidido a morir defendiéndola si no le quedaba más remedio, pero Annabeth se estaba defendiendo bastante bien. Rodó por el suelo hacia un lado, esquivó las garras de Kelli y se levantó con una piedra en la mano con la que golpeó a Kelli en la nariz.

Kelli gimió. Annabeth recogió grava y la lanzó a los ojos de la empousa.

Mientras tanto Percy repartía golpes a diestro y siniestro, tratando de quitarse de encima a su empousa autoestopista, pero las garras de la vampira se clavaron más en sus hombros. La segunda empousa le sujetaba el brazo y le impedía usar a Contracorriente.

Con el rabillo del ojo, vio que Kelli se abalanzaba sobre Annabeth y le arañaba el brazo con sus garras. Annabeth gritó y se cayó.

Percy fue hacia ella dando traspiés. La vampira que tenía en la espalda le clavó los dientes en el cuello. Un agudo dolor recorrió todo su cuerpo. Las piernas le flaquearon.

«Sigue en pie —se dijo—. Tienes que vencerlas».

Entonces la otra vampira le mordió el brazo de la espada y Contracorriente cayó al suelo con gran estruendo.

Ya no había vuelta de hoja. Su suerte se había acabado. Kelli se cernía sobre Annabeth, paladeando el momento del triunfo. Las otras dos empousai rodearon a Percy, echando baba por la boca, listas para saborear otra cosa.

Entonces una sombra descendió enfrente de Percy. Un profundo grito de guerra rugió por encima de ellos y resonó a través de las llanuras del Tártaro, y un titán cayó en el campo de batalla.

La Casa de Hades
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