XVI
Percy
Percy pensó que estaba padeciendo alucinaciones. No era posible que una inmensa figura plateada cayera del cielo, aplastara a Kelli y la redujera a un montón de polvo de monstruo.
Pero eso es exactamente lo que pasó. El titán medía tres metros de altura y tenía el pelo plateado y revuelto como Einstein, unos ojos de plata pura y unos musculosos brazos que sobresalían de un uniforme azul de conserje hecho jirones. Su mano sujetaba una enorme escoba. Por increíble que pareciera, en su placa de identificación ponía: BOB.
Annabeth gritó y trató de alejarse arrastrándose, pero el conserje gigante no estaba interesado en ella. Se volvió hacia las dos empousai restantes, que se alzaban por encima de Percy.
Una fue tan tonta que atacó. Se lanzó con la velocidad de un tigre, pero llevaba las de perder. Del extremo de la escoba de Bob salió una punta de lanza, y el titán la redujo a polvo de un golpe mortal. La última vampira trató de huir. Bob lanzó su escoba como un enorme bumerán (¿existía el escoberán?). El utensilio partió a la vampira y regresó a la mano de Bob.
—¡BARRE! —el titán sonrió alborozado e hizo un baile de la victoria—. ¡Barre, barre, barre!
Percy se quedó sin habla. No podía creer que les hubiera pasado algo bueno. Annabeth parecía igual de conmocionada.
—¿Có-cómo…? —dijo tartamudeando.
—¡Percy me ha llamado! —dijo el conserje alegremente—. Sí, él me ha llamado.
Annabeth se alejó un poco más, arrastrándose. El brazo le sangraba copiosamente.
—¿Te ha llamado? Él… Un momento. ¿Eres Bob? ¿El auténtico Bob?
El conserje frunció el entrecejo al reparar en las heridas de Annabeth.
—¡Ay!
Annabeth se estremeció cuando él se arrodilló a su lado.
—No pasa nada —dijo Percy, mareado todavía a causa del dolor—. Es amistoso.
Se acordó de cuando había conocido a Bob. El titán le había curado una desagradable herida del hombro solo con tocársela. Efectivamente, el conserje acarició el antebrazo de Annabeth y este sanó en el acto.
Bob se rió entre dientes, satisfecho consigo mismo, se acercó a Percy dando brincos y le curó las heridas sangrantes del cuello y el brazo. El titán tenía unas manos sorprendentemente cálidas y suaves.
—¡Curados! —declaró Bob, con unas arrugas de satisfacción en sus inquietantes ojos plateados—. ¡Soy Bob, el amigo de Percy!
—Esto… sí —logró decir Percy—. Gracias por la ayuda, Bob. Me alegro mucho de volver a verte.
—¡Sí! —convino el conserje—. Bob, ese soy yo. Bob, Bob, Bob —anduvo arrastrando los pies de un lado a otro, visiblemente contento con su nombre—. He venido a ayudar. He oído mi nombre. En el palacio de Hades nadie llama a Bob a menos que haya porquería. Bob, barre estos huesos. Bob, limpia estas almas torturadas. Bob, un zombi ha explotado en el comedor.
Annabeth lanzó una mirada de desconcierto a Percy, pero él no podía darle ninguna explicación.
—¡Entonces he oído la llamada de mi amigo! —el titán sonrió—. ¡Percy ha dicho: «Bob»!
Agarró a Percy del brazo y lo levantó.
—Es genial —dijo Percy—. En serio. Pero ¿cómo has…?
—Ya hablaremos luego —la expresión de Bob se volvió seria—. Debemos irnos antes de que os encuentren. Ellos se acercan. Sí, ya lo creo.
—¿Ellos? —preguntó Annabeth.
Percy oteó el horizonte. No vio ningún monstruo que se acercara; solo el inhóspito terreno baldío.
—Sí —confirmó Bob—. Pero Bob conoce un camino. ¡Vamos, amigos! ¡Nos divertiremos!