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Fuera de juego
La temporada de 1982 tuvo para mí una pobre cosecha, pues sólo conseguí tres victorias en Europa —los Opens de Madrid, Francia y el Masters de San Remo—, aparte de retener el título del Mundial Match Play, mientras que la siguiente fue más fructífera. En 1983 sumé el Masters de Augusta y el Westchester Classic, en Estados Unidos, el Sun City Challenge, en Sudáfrica, y además tres títulos en Europa.
Ese año supuso para mí un tardío aunque triunfante regreso a los links del Royal St. George's, Sandwich, donde en 1975 había tenido una floja actuación en el PGA, que ganó Arnold Palmer. En esta ocasión empecé jugando las dos primeras vueltas con Ian Woosnan y Brian Waites. Recuerdo que el primer día estábamos los tres en el green del hoyo 6, que es un par 3. Yo había dejado mi bola a unos siete metros del hoyo, Brian algo más cerca que yo. Ian había dejado la suya a un metro con un golpe fantástico. El caso es que cuando me tocó patear, al mirar la caída de mi pat por el lado del hoyo, vi que había un marcador de guante cerca del mismo. En ese momento recordé que el día anterior se había disputado allí un pro-am y me dije: "¡Joder con estos amateurs nunca recogen sus marcas.'". Como muchos sabrán, los amateurs tienen por costumbre señalar las bolas con una marca que viene insertada en los guantes. Yo pensé que aquella la había dejado uno de ellos. El caso es que cogí el marcador y lo tiré al bunker. Cuando me di la vuelta para mirar la caída de mi pat por el otro lado, vi que Woosnam me estaba mirando un tanto desconcertado.
—¿Qué pasa, Ian? —le pregunté.
—Ocurre que acabas de tirar mi marca al bunker —me respondió.
—Perdona, pero no me he dado cuenta, pensé que era de un amateur, pues, ya sabes, ellos utilizan un marcador de guante.
—Sí, pero has tirado mi marca...
Fuimos al bunker a buscar su marca y como no la encontramos, pusimos otra donde los dos creímos que estaba y seguimos jugando.
Es increíble, pero en el golf suelen pasar estas cosas. Un año antes, por ejemplo, jugando el pro-am del Abierto de España en el Club de Campo de Madrid, iba en mi vuelta individual 7 bajo par después del hoyo 11. En el siguiente, mis compañeros amateurs tuvieron algunos problemas y demoraron el juego hasta el punto que olvidé golpear el último pat, pues debí darlo por hecho mentalmente. Me fui al tee del hoyo 13 y ¡salí! En ese momento los amateurs me advirtieron de que no había acabado el hoyo anterior. Como es lógico, el hoyo no me sirvió para contar. Esto ilustra lo difícil que resulta mantener la concentración en golf, y lo mucho que puedes perder por una tontería. Esta no fue la única vez que fui descalificado por errores que podría llamar tontos.
Como le ocurrió a Padraig Harrington en el Benson & Hedges Internacional del 2000, jugado en The Belfry, que fue descalificado por olvidarse de firmar la tarjeta, lo cual favoreció el triunfo de José María Olazábal. Parecido me pasó a mí en 1983, en el Dunlop Masters jugado en St. Pierre. En realidad, no me olvidé de firmar la tarjeta, sino que lo hice sumando erróneamente un golpe menos de los que realmente había hecho. La descalificación posterior por esta equivocación fue correcta, pero el problema fue que los jueces la advirtieron cuando acabé de jugar el torneo el domingo y no antes.
Es más, esperaron a que entregara la tarjeta de mi cuarta vuelta para avisarme. Se me acercó el arbitro Tony Gray y me dijo:
—Tengo malas noticias para ti, estás descalificado.
—¿Por qué? —le pregunté muy sorprendido.
—Esto pasó el jueves —me dijo mostrándome la tarjeta con el error.
—¿Y por qué no lo dijisteis entonces? —le pregunté más sorprendido aún.
—Porque acabamos de darnos cuenta ahora —dijo por decir algo.
Mi convicción entonces y ahora es que no me lo dijeron en cuanto revisaron las tarjetas ese mismo día, porque les convenía tenerme jugando todo el torneo. Lamentablemente, a lo largo de mi carrera he tenido muchas fricciones de esta naturaleza, que en más de una ocasión me han dejado fuera de juego.
Estas tensiones con el Circuito acabaron de un modo u otro repercutiendo en mi carrera. En 1984 gané el Open Británico, el Mundial Match Play y el Sun City Challenge. Al año siguiente logré el cuarto Mundial Match Play en cinco años, cuatro torneos stroke-play en Europa y el USF and G Classic, jugado en Nueva Orleáns, Estados Unidos.
Pese a las tensiones con el Circuito, continué poniendo todo mi empeño en estar en lo más alto y, salvo en los años 1981 y 1982, me mantuve entre los cinco primeros del ranking europeo. En 1986, volví a encaramarme en el primer puesto, pero entonces, el fracaso en el Masters de ese año hirió mi confianza y perjudicó bastante mi juego. Es cierto que gané seis torneos, pero podía y debía haber ganado algunos más.
Mi primera victoria se produjo en el Dunhill British Masters, que se jugó en Woburn. Pero, entre Augusta y Woburn desperdicié una ventaja de dos golpes en los últimos dieciocho hoyos del Open de Cannes. "Regalé" el triunfo a John Bland, que me sacó además cuatro golpes. Nunca hasta entonces me había pasado eso, pero volvió a ocurrirme en el Open de Italia ante David Feherty, en el Open de Madrid y el Abierto de España, en ambos casos ante Howard Clark.
Clark era de esos jugadores que siempre son muy meticulosos con sus rivales. Con él he jugado en el equipo de la Ryder y, en las cuatro veces que hemos coincidido, Europa ganó tres y logró el empate de 1989, año que supuso retener la Copa. Como compañero de equipo fue muy bueno, pero como rival se transformaba. Por ejemplo, en el Open de Madrid de 1986 salimos juntos en la última vuelta y en uno de los primeros hoyos la bola de Howard se fue al agua. Me preguntó entonces si podía dropar sin penalización, porque consideraba que era "agua accidental". Como a mí no me pareció que fuera así, le dije que no podía mover la bola. Al oír mi negativa, se alteró y comenzó a pisar el suelo para que aflorara el agua. Viendo su reacción y para evitar una situación molesta, le sugerí que llamara al arbitro.
—No entiendo qué problemas ves para que no pueda dropar —me dijo alterado.
—El problema que veo es que estás muy nervioso —le dije con calma.
El arbitro no le dio la razón. Conseguí sacarle una ventaja de dos golpes, pero el incidente me descentró de tal modo que a partir del hoyo 12, Howard Clark combinó sus aciertos con mis errores y ganó el Open. Tres años más tarde, en el mismo torneo, el triunfo fue mío por un golpe. El resultado había cambiado, pero no el carácter de Howard Clark, quien al acabar el juego se quejó acusándome de que todo el día había estado molestándole. Según él, miraba mis pats cuando a él le tocaba jugar. En realidad, lo único que yo hacía para aprovechar el tiempo era estudiar mis caídas mientras él hacía lo mismo. Está de más decir que, cuando él colocaba la bola, yo me paraba. Pero Howard Clark es de esa clase de gente que necesita echar la culpa a alguien para justificar sus propios errores. Son esos jugadores que, si no estás mentalmente fuerte, acaban por sacarte de quicio y ponerte fuera de juego. De cualquier forma, Clark fue un jugador muy competitivo.
Después de Woburn gané cuatro de los cinco torneos que disputé a continuación, los Opens de Irlanda, Francia, Holanda y Montecarlo. Aquí, recuerdo que estábamos en el hotel, Adolfo Morales mi abogado de entonces, mi hermano Vicente y yo, que estaba entreteniéndome con mis palos en la habitación. No recuerdo quién me incitó a que lanzara una bola a través de la ventana hasta el jardín de la rotonda del Casino. El caso es que la bola se pasó de vuelo y rompió el cristal de una ventana del Casino. Mi hermano Vicente, que había bajado a buscar la bola sin saber lo que había pasado, se encontró con cinco policías. Lo que ocurrió es que mi hermano tuvo que calmar a los policías, explicarles que había sido un "accidente" y, en fin, prometerles que me diría que nunca más se repetiría ese suceso.
El torneo que no gané, y es el que más ilusión me hacía, fue el Open Británico que se jugó en Turnberry. Pero la verdad es que en ningún momento estuve en condiciones de disputar el título. Necesité finalizar con 64 golpes para acabar el sexto empatado. Ganó Greg Norman, que desplegó un juego sensacional aquella semana de tiempo horrible.
Algunos de los triunfos que conseguí esa temporada supusieron para mí una satisfacción personal extra. Por ejemplo, mi victoria en el Open de Holanda, que se jugó en Noordwijk, coincidió con el décimo aniversario de mi primera victoria en el Circuito europeo y precisamente en el mismo torneo. Como la primera vez, volví a ganarlo por ocho golpes, esta vez ante Pepín Rivero. Aparte de ese valor sentimental, este triunfo me convirtió en el primer jugador que alcanzaba a lo largo de su carrera el millón de libras en premios del Circuito europeo. También fui el primero en alcanzar esa cota y superar el millón de dólares en el Circuito de la PGA. Da que pensar que hubiera necesitado diez temporadas y treinta seis victorias en Europa, para acumular estas ganancias, cuando ahora son frecuentes los cheques de un millón de dólares para un primer puesto. Pero para mí, más importante que el dinero ganado era que en esa temporada volvía a ocupar el primer puesto del ranking europeo.
La temporada siguiente volvió a ser pobre. Sólo gané el Suisse Open de Cannes, tras vencer en el desempate a Ian Woosnam, siete días después de perder otro con Larry Mize y Greg Norman en Augusta; el APG Larios y el Campeonato de España para Profesionales. Mi mayor alegría fue participar de la victoria europea en la Ryder Cup.
El nuevo fracaso en Augusta volvió a pasarme factura y dejarme mera de juego esa temporada. No dejaba de darme vueltas en la cabeza la razón por la que había fallado aquel pat en el desempate. Este pat fallido me hizo perder seguridad y tardé bastante en recuperarla. A pesar del triunfo a la semana siguiente en Cannes, lo cierto es que había empezado a fallar los pats cortos, sobre todo los importantes. Éste es un juego muy mental, pues cuando haces algo mal y se te mete en la cabeza, cuesta mucho sacártelo de ahí.
El golpe fallado en el Masters resultó ser muy caro, no tanto por el juego que desplegué, sino porque perdí ese punch final, ese toque de seguridad que te da la victoria. Quiero decir que no gané en todas las ocasiones en que pude hacerlo. En veintitrés torneos acabé seis veces entre los diez primeros; once veces segundo o tercero y no fallé el corte en ningún campo. Además, aporté a Europa cuatro puntos de los cinco posibles cuando conseguimos el histórico triunfo en la Ryder jugado en Muirfield Village. Todo esto me demostraba y también a los demás que no estaba dispuesto a que me dejaran fuera de juego. Iba a seguir dando lo mejor de mi golf.