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El pan de Cruyff
Aunque perdí la batalla con el Circuito europeo y la cuestión nunca se resolvió satisfactoriamente, tengo la sensación de que mi postura ganó finalmente la guerra. En 1992 el Circuito anunció que se sancionarían los torneos que pagaran fijos de salida, pero al mismo tiempo hizo una redefinición del término. Según las nuevas normas, un jugador no puede cobrar nada por el mero hecho de participar en un torneo, pero si durante su participación hace algo especial, como dar una conferencia, inaugurar un ala nueva de la casa-club o dar un clinic, es merecedor de unos honorarios justificados. Algo semejante ya habían hecho en Estados Unidos.
Por otro lado, la realidad es que se continúan pagando fijos de salida, aunque disimulados bajo otros nombres o conceptos, lo cual me recuerda las palabras del príncipe Salinas, ese personaje que interpretaba Burt Lancaster en la película El Gatopardo, que decía: "Algo debe cambiar para que todo siga igual".
La cuestión es que los que están en la dirección del Circuito saben que la constitución y el desarrollo de éste se deben fundamentalmente a los fijos de salida. De no ser por el fijo de salida, los americanos no saldrían de su Circuito.
Años más tarde, la garantía de los fijos contribuyó a que los principales jugadores europeos estuviéramos más predispuestos a jugar en el Circuito europeo que de irnos detrás de los suculentos cheques y mejores servicios que ofrecían en Estados Unidos. La aplicación de los fijos de salida creó entonces en Europa una dinámica positiva que hizo del Circuito europeo un producto atractivo para los promotores y patrocinadores, y al mismo tiempo un lugar propicio para que jugadores menos dotados pudieran ganarse bien la vida. Todo lo cual redundaba en beneficio de la difusión del golf.
Una de las cosas que más me molestaron de la actuación del Circuito europeo en 1981 fue su decisión claramente perjudicial y discriminatoria para los jugadores europeos, quienes no podían cobrar fijos, mientras que los no europeos sí. Creo que los mejores jugadores europeos de aquellos momentos —Langer, Lyle, Faldo, Woosnam y yo— colaborábamos decididamente en el progreso del Circuito y nos merecíamos el dinero que acertábamos a negociar con los organizadores de los torneos. En mi caso, y creo que también en el de otros compañeros, una vez inscrito en un torneo, nunca gradué mi participación según el monto fijo. Y siempre di todo lo que podía. Esto mismo no se puede decir de todos los jugadores americanos que vinieron a Europa en aquellos años. No quiero dar nombres, pero he conocido a algunos que se limitaban a pasar unas vacaciones con sus familias. No digo que fallaran a propósito el corte, pero sí que dormían como benditos cuando no lo pasaban.
Este tipo de actuaciones siempre me ha disgustado, no sólo porque es muy poco profesional y malo para el deporte, sino también porque era una burla para los jugadores europeos, para quienes las puertas del Circuito americano estaban cerradas, y cuando pudimos cruzarlas, no pedimos esos fijos, que los americanos obtenían con suma facilidad aquí.
Ya sé que oficialmente en Estados Unidos no hay fijos de salida, pero también sé que hay muchas formas de definirlos y de hacerlos efectivos. A veces basta ir a una recepción o a una cena, hacer una exhibición un lunes, firmar el diseño de un campo o diseñarlo, y hasta acordar determinadas cantidades en contrato con un patrocinador, como lo ha hecho, por ejemplo, Tiger Woods con la marca de coches Buick, uno de los principales patrocinadores del Circuito americano.
La verdad es que todavía no alcanzo a comprender cuál es el problema del Circuito europeo respecto de los fijos. Si un patrocinador está dispuesto a pagar 150.000 euros o más, a un jugador para usar su nombre y su imagen como reclamo publicitario de su torneo, no veo que pueda haber nada malo en ello. Es el patrocinador el que invierte su dinero y quien puede hacerlo de la manera que mejor le parezca. No es cierto que ese dinero que el patrocinador destina a fijos de no hacerlo vaya a engrosar los premios. El jugador que diga o piense esto, sencillamente se engaña.
Cuando en 1981 surgió el conflicto por los fijos de salida, los jugadores tuvieron una reacción muy tibia y prácticamente no secundaron mis reivindicaciones. La razón estaba clara. Hasta ese momento, si bien los fijos de salida estaban reconocidos por las normas de la ETPD, yo era el único que los cobraba y por tanto los demás, erróneamente, no se sentían afectados de modo directo. Muchos pensaron que era una cuestión de codicia, cuando en realidad los fijos de salida son un derecho por el que se reconoce a un jugador de primera línea el derecho de imagen y de presencia en un marco determinado, en este caso el deportivo.
No debe olvidarse que el deportista de alto nivel es una pieza clave del espectáculo deportivo, pues genera un importante flujo económico del que se benefician el deporte, las instituciones y las empresas patrocinadoras. Por otra parte, ha de tenerse en cuenta que el período productivo del deportista es relativamente corto comparado con el de otras profesiones, y que un accidente, una lesión o cualquier otro imponderable pueden privarle de su fuente habitual de ingresos con los que se gana la vida. En cierta ocasión, Johan Cruyff, cuando era jugador del Barca, declaró que deseaba ser capaz de capitalizar su talento y su fama, porque: "cuando acabe mi carrera, no podré ir a la panadería y decir: 'soy Cruyff, déme una barra de pan' ".
Ahora intento comprender que no había nada personal contra mí en la decisión de Ken Schofield de prohibir el pago de fijos de salida a los jugadores europeos. Seguramente su intención era salvaguardar la integridad del Circuito, tal como él la entendía, sin darse cuenta de hasta qué punto ponía en peligro la pervivencia del Circuito y de la Ryder Cup. Si en ese momento me hubiera ido a jugar a Estados Unidos, estoy seguro, y lo digo sin presunción, que el Circuito europeo no tendría la importancia que tiene ahora, como tampoco la tendría la Ryder Cup si yo hubiera mantenido lo dicho en un momento de ofuscación de que nunca más volvería a ella.
A Ken Schofield hay que reconocerle la modernización del Circuito europeo a partir de 1976, cuando recibió el prometedor legado de John Jacobs, su antecesor. Desde entonces y hasta ahora el Circuito ha crecido hasta convertirse en un negocio muy rentable. Sin embargo, la política seguida para ese crecimiento casi nos cuesta el pan a los jugadores y por poco no acaba con el Circuito.
En julio de 1994 jugué con Jack Nicklaus un partido de exhibición para inaugurar The London Club, en Kent, cuyo campo él había diseñado. Durante el vuelo que nos llevaba rumbo a Turnberry, donde se jugaba el Open Británico, Jack y yo comentamos las respectivas gestiones de los circuitos americano y europeo. Tanto él como yo coincidimos en que Deane Beman y Ken Schofield habían hecho muchas cosas buenas, pero también muchas otras equivocadas. Recuerdo que fui más allá que Jack cuando le comenté que algunas de las decisiones tomadas por Schofield habían sido tan negativas que quizás debería empezar a pensar en retirarse.
Uno de los problemas que tiene el Circuito, y que puso de manifiesto la auditoria de Andersen en 2001, es la falta de comunicación y la lentitud de las respuestas. Me atrevo a decir que el principal escollo radicó en que Ken no atendió a la gente, a la que se supone que tiene que escuchar, principalmente a los jugadores más veteranos del Circuito. Es cierto que se han hecho muchas mejoras, pero casi siempre se hicieron tarde o después de algún tipo de conflicto. Durante un torneo que se jugaba en Sunningdale, le dije a Schofield:
"Ken, los jugadores necesitamos medios de transporte y que se mejore el servicio de los campos de práctica."
Las dos cosas se concretaron, pero con una lentitud pasmosa. La causa de esa tardanza en hacer las cosas es quizás la tremenda burocracia del Circuito. Hay un exceso de gente en nómina, alguna innecesaria, incluso no capacitada para su función, que cobra sueldos altísimos. También sobre esto hablé con Ken:
—No parece lógico que tu gente produzca tantos gastos y dispongan de muchos privilegios —le dije.
—Vale, de acuerdo, pero ellos no pueden jugar para ganar lo que tú cobras —fue su insensata respuesta.
Así era Ken.
Por descontado que la gente tiene derecho a ganarse la vida. Equiparar a un administrativo con un jugador de torneos es ridículo. Sobre estos equívocos es por lo que se generan gastos evitables. Un mejor control de los ingresos y gastos del Circuito hubiera permitido, por ejemplo, crear un fondo de pensiones para los jugadores, como el que tiene el Circuito americano.
Se supone que los jugadores somos los "propietarios" del Circuito, pero lo cierto es que no pintamos nada de cara al futuro, no tenemos ni voz ni voto en su gestión y tampoco interés económico, salvo aquel que figure entre los favoritos del Comité y tenga asegurado un puesto de trabajo o un jugoso contrato para diseñar un campo o un proyecto del Circuito.
Está claro que la estructura organizativa del Circuito tiene muchos puntos flacos. Un ejemplo es que por un lado se considera a los jugadores agentes individuales y libres para hacer cuanto les convenga, y por otro, individuos sujetos a las normas del Circuito, según las cuales no pueden jugar donde quieran ni cuando quieran. La conducta arbitraria de los directivos se basa precisamente en esta contradicción.
Por otra parte, en las deficiencias de la organización y su política de gestión también tenemos una cuota de responsabilidad los jugadores. Todos estamos representados ante la organización a través de los comités, pero la mayoría apenas si se preocupa de lo que se diga y decida en una reunión. Como es de suponer, a la mayoría sólo le interesa jugar al golf y no quiere ni oír hablar de las reclamaciones o reivindicaciones de los otros jugadores por las condiciones en que se desarrollan los torneos.
Creo que los jugadores tienen mucho con jugar y prepararse para hacerlo al máximo nivel, y que la actual estructura organizativa del Circuito no favorece la defensa de sus intereses en la medida que sería necesaria. Por eso creo que debería haber una persona que siguiera de cerca el Circuito y se interesase constantemente por los jugadores, algo así como un ombudsman, un "defensor del jugador", que hable con ellos y con los promotores, con todo el mundo, preguntando: "¿Cómo ha ido esta semana? ¿Qué hay que mejorar en este torneo? ¿Cómo resolvería usted este problema? ¿Qué opina sobre este otro?". En fin, que permanentemente se tuviera información de la situación real. Ahora nada de esto ocurre. No hay preguntas y tampoco respuestas. No hay comunicación.
En el marco de funcionamiento del Circuito también hay que tener en cuenta a IMG (International Management Group), organización que no sólo promueve varios torneos, sino que en muchos sentidos presuntamente controla la forma de operar del Circuito europeo. Un ejemplo muy significativo era el contrato que había entre IMG y el Circuito en relación a los derechos televisivos. Este contrato decía que el Circuito no podía denunciar el acuerdo mientras IMG, a través de TWI, su división de televisión, fuese uno de los principales productores y distribuidores independientes en la programación de deportes. La existencia de este contrato garantizaba a IMG el mantenimiento de su posición dominante en el Circuito.
Tengo la impresión, aunque no puedo asegurarlo por desconocer las cuestiones legales, de que no puede ser legal un contrato de esta naturaleza leonina. En todo caso era, o es si es que continúa vigente, un contrato escandaloso que muchos jugadores denunciamos, sencillamente porque a ninguno nos gusta que nos manipulen.
Hoy, George O'Grady, desde el 1 de enero de 2005 sustituto de Ken al frente del Circuito Europeo, tiene ante sí objetivos claros y concretos que debe solucionar, por el bien de los jugadores y del propio Circuito. Creo en George, pues es una persona dialogante, buen conocedor del Circuito, muy profesional y además inteligente.
Seguro que es un buen dirigente, pues su don de gentes está fuera de duda. Así lo demostró apenas asumió el cargo dando carpetazo al problema que planteó José María Zamora, director y arbitro del Circuito europeo, después de la discusión que ambos mantuvimos en el Club de Pedreña por la sanción que me impuso en el torneo de Madeira.