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La cuerda de IMG y los japoneses

Concluidas mis funciones de capitán de la Ryder Cup, analicé la situación con mis hermanos y llegamos a la conclusión de que lo mejor era que Baldomero se ocupara ya de todos mis asuntos. Realizamos el cambio en invierno antes del inicio de la temporada del Circuito europeo de 1998, cuyo primer torneo era el Dubai Desert Classic, que se jugaba a finales de febrero. Estando en Dubai una noche, a eso de las nueve y media, recibí en el hotel una llamada telefónica. "Hola Seve, soy Mark McCormack, tengo entendido que Roddy Carr ya no está contigo y me pregunto si es posible reanudar la conversación que tuvimos hace veinticinco años sobre si IMG podría ocuparse de tus asuntos."

IMG (International Management Group) es la empresa de representación deportiva más grande, más poderosa y más influyente en el mundo del golf. IMG fue fundada por Mark McCormack, un abogado de Cleveland. A principios de los años sesenta sus tres primeros clientes fueron Arnold Palmer, Gary Player y Jack Nicklaus, los "tres grandes" del golf. Casi veinte años más tarde, apenas iniciada mi relación con Barner, IMG llegó al extremo de proponerme que rompiera el contrato con UMI y me mera con ellos, garantizándome importantísimos fijos de salida por cada uno de los 11 torneos que debía jugar. Por entonces era una cifra astronómica. La oferta estaba condicionada a la exclusividad de participación en torneos organizados por IMG.

Desde aquellas fechas, IMG volvió a la carga varias veces y siempre con el mismo resultado. Por esta razón McCormack llegó a declarar que su incapacidad para captarme como cliente la consideraba como el mayor fracaso de su carrera profesional.

Tengo la impresión de que el interés de McCormack se debía fundamentalmente a que, en los torneos que organizaba, su compañía pagaba fijos de salida, cuyo monto lograba reducir gracias a las comisiones de los jugadores que representaba. Al no ser yo cliente suyo, a él se le escapaba un buen pellizco.

Pero desde finales de los setenta a finales de los noventa habían pasado muchos años y cambiado las circunstancias, de modo que consideré que sería estúpido no querer hablar con McCormack. Fue así como Baldomero y Mark se reunieron durante la celebración del Open Británico que se jugó en el Royal Birkdale aquel verano.

—¿Está dispuesto Seve a hacer exhibiciones los lunes? —fue lo primero que preguntó Mark McCormack en cuanto se sentaron.

—¿Es eso lo que está ofreciendo IMG a Seve? ¿Jugar los lunes? —le preguntó Baldomero sibilinamente.

—Intentamos ayudarle en lo que podemos —le dijo el otro.

—Mira, Seve no está en situación de hacer exhibiciones los lunes; no necesita el dinero como para hacer este tipo de cosas. Seve siempre ha preferido vigilar su carrera deportiva. Siento que no podamos llegar a ningún acuerdo —le respondió Baldomero.

Y en esto consistía toda la oferta de IMG No nos pareció que fuese ésta la mejor oferta de un hombre realmente interesado en llegar a un acuerdo conmigo, porque había sido él quien había tomado la iniciativa llamándome. El Trofeo Lancóme era un selecto torneo que organizaba IMG Desde 1976, el año en que gané a Arnold Palmer en un partido emocionante, los franceses me querían ver siempre en el torneo. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, la actitud de IMG era cada vez más extraña, dando expresivas muestras de que le daba lo mismo si yo jugaba o no. En 1994, Peter Germán, de IMG, me ofreció jugar el Lancóme, pero advirtiéndome de que no tenía previsto pagarme ningún fijo de salida. En realidad, no me hubiera importado si no hubiese sabido que a otros, entre ellos Greg Norman, se lo pagaban. No podía entender este trato, pues estaba jugando bien, ya que en mayo había ganado el Benson & Hedges International, en septiembre había quedado octavo en el European Open jugado en East Sussex, y la semana anterior al Lancóme había quedado segundo detrás de Ian Woosnam. Total, que no acepté jugar gratis, pero sucedió que Norman se retiró y me llamaron urgentemente. Milagrosamente apareció la previsión de dinero para pagarme el fijo de salida. Acabé tercero.

Dos meses después de la "tentadora" oferta de McCormack en Birkdale, me volví a topar con la descortesía de Peter Germán en el Lancóme. Es habitual que la organización del torneo se ocupe de los billetes del avión y del hotel, pero también lo es que un jugador de primera línea adelante el dinero, para posteriormente arreglar cuentas. Así lo hice yo en esa ocasión, sin que IMG se ocupara de nada. Recién llegado al hotel reservado por mí, recibí una llamada de Germán.

—Seve, si quieres puedes venir al Trianon Palace —que era el hotel oficial—, pues estás invitado a habitación y desayuno.

—Peter —le respondí dándome cuenta de que le sobraban habitaciones contratadas y pagadas—, ¿por qué no me dejas en paz? Creo que no me merezco este trato, después de apoyar tantos años este torneo... Gracias, pero me quedo donde estoy.

Si IMG hubiera sido mi representante desde el principio, creo que finalmente hubiera acabado dejándola, como hizo Greg Norman. El problema principal de esta empresa es su propia cartera de representados que les permite negociar un patrocinio o acuerdo comercial con una amplia oferta de jugadores, de modo que uno no sabría si negocian por ti o por sus propios intereses. De estar con IMG no me hubiese extrañado que dijera a un patrocinador: "Si quieren a Seve Ballesteros en este torneo, también tienen que aceptar a fulanito", es decir, a un jugador de segunda o tercera fila al que les interesa promocionar.

IMG es una compañía que indudablemente ha contribuido mucho al desarrollo del Circuito europeo, pero también es cierto que se ha aprovechado de esto sacando grandes beneficios. Cuando McCormack oía alguna crítica de esta naturaleza salía respondiendo que "la gente tiene que entender que fuimos los primeros y que nosotros hemos creado todo esto". Sin duda eso es cierto, y también lo es que fueron los primeros en promover el marketing y el control de los derechos de televisión del Circuito europeo a través de TWI y de European Tour Production, empresa en la que el Circuito y él eran consocios.

IMG fue la primera en entrar en el sector y, sin competencia alguna, alcanzó un gran desarrollo monopolizando la organización y el patrocinio de los torneos, controlando los derechos televisivos y las representaciones de grandes jugadores, y llevando a cabo una política que ha impedido que otras agencias puedan hacerle sombra.

Dado mi carácter, yo no necesito como representante a una empresa como IMG, sino a una persona preparada, muy profesional, honrada y de total confianza. Con IMG hay demasiados conflictos de intereses como para que pueda, a mi juicio, defender bien a sus representados, a quienes exprime al máximo sin que ellos puedan negarse. La bandera que IMG enarbola para esta política es que les hace ganar mucho dinero, pero muchas veces dan cifras que están lejos de la realidad, al menos en lo tocante a Europa. Suele hacer correr la voz de que, por ejemplo, ha obtenido para un determinado jugador un suculento contrato de dos millones de libras al año. En estos casos lo más probable es que los dos millones sean ciertos, pero no suelen ser libras, sino dólares, y no por un año, sino por cinco, siempre y cuando el jugador maximice su rendimiento hasta niveles sobrehumanos. Es evidente que este tipo de información forma parte de su maquinaria publicitaria orientada a promotores, patrocinadores y al entorno comercial, pero quienes conocen bien este negocio no se dejan embaucar. La cuerda de IMG siempre rodea algún cuello.

Los contratos comerciales crean al jugador un buen número de obligaciones que le roban muchas horas que podría dedicar al entrenamiento. En este sentido, al principio cometí un buen número de errores, aun sin la ayuda de IMG. Por ejemplo, entre 1980 y 1985, tenía que pasarme cuatro días de las Navidades en el Doral Country Club de Miami, por obligación contractual. En general te presentan todo de un modo muy atractivo y fácil de cumplir, pero cuando llega el momento descubres que todo es mucho más restrictivo y arduo de lo que parece. Pero la culpa es de uno, porque no te fijas o tu representante no hace el trabajo que le conviene al jugador, porque ve en él una máquina de hacer dinero.

Pero no todas las empresas se comportan del mismo modo, y de algunas se recibe un trato muy gratificante. Recuerdo, por ejemplo, mi primera visita a Japón en 1975. Tenía diecisiete años, llegué sin palos, sin bolas y sin zapatos. Cuando entré en la habitación del hotel me encontré allí una bolsa Mizuno, mi patrocinador japonés, grabada con mi nombre, con mis nuevos palos, varias docenas de bolas, seis guantes y dos pares de zapatos con clavos. Me sentí la persona más feliz del mundo. Casi estuve a punto de llorar, porque estaba solo en ese país tan lejano y diferente. Me sentía como en Navidad.

A lo largo de los años, siempre me he sentido muy bien con los japoneses. Con ocasión de un rodaje en España de un anuncio con la cerveza Sapporo, la agencia desplazó desde Japón un equipo de filmación de dieciséis personas para un trabajo que se suponía duraría tres días, pero que se prolongó hasta diez. Durante ese tiempo, en diciembre, que llovió a cántaros en Sotogrande, la empresa se gastó una fortuna procurando que todos pasáramos lo mejor posible ese tiempo.

El recuerdo de mi relación está lleno de anécdotas, algunas de ellas muy divertidas, como la que me ocurrió una vez que viajé a Japón a jugar un partido de exhibición con Isao Aoki. Cuando llegamos al lugar donde jugábamos, a eso de las once de la noche, nos dijeron que nos instaláramos en la casa-club, que era un pequeño edificio, con un solo cuarto de baño. Durante la madrugada me desperté con unas ganas tremendas de orinar y salí al pasillo, pero no conseguí encontrar el cuarto de baño. Volví a la habitación y me asomé por la ventana, pero vi que estaba demasiado alta para saltar. No sabía qué hacer, cuando en eso vi una botella de whisky Suntory. Abrí la ventana, vacié la botella y ya se lo pueden imaginar. A la mañana siguiente, Aoki entró en mi habitación y lo primero que vio fue la botella vacía. "Debías de estar muy contento anoche, pues te bebiste toda la botella."

Le miré y no dije nada. No fui capaz de decirle la verdad.

Otro año, durante el torneo Dunlop Phoenix, estaba yo sobre las siete y media de la mañana afeitándome en la habitación del hotel —por alguna razón que desconozco durante veinte años me dieron la 731— cuando el espejo empezó a vibrar. Lo primero que se me ocurrió pensar fue: "¡Vaya día de golf que nos espera, hace un tiempo de perros!". Entonces empezaron a temblar las ventanas y a moverse el suelo. Bajé corriendo a recepción y allí me encontré con que los huéspedes empezaban a evacuar el hotel porque era un terremoto. Algo semejante me había pasado años antes en Gran Bretaña. Esa vez el doctor Campuzano, que en esa ocasión había ido a verme jugar, me despertó a eso de las tres de la madrugada golpeándome la puerta de la habitación: ¡Seve, Seve, sal, que se quema el hotel!

Pero como yo me imaginé que era una broma, seguí durmiendo hasta que el teléfono empezó a sonar. Tenían que evacuar el hotel porque, en efecto, se estaba quemando.

Algunas de las cosas que me gustan de los japoneses es que son organizados, elegantes en el vestir, respetuosos con la naturaleza, el entorno y cuidadosos con la limpieza de sus ciudades. También durante los años que llevo tratándoles he observado su progresiva europeización, lo que no significa que sea necesariamente bueno para ellos, porque su cultura tiene muchas cosas que nos convendría aprender. En cierta ocasión viajé para promocionar el campo de golf de la familia Tezuka, que yo había diseñado. Me acompañaban Vicente, Pedro Moran y una intérprete llamada Junko Tanaka. El caso es que cuando los hermanos Tezuka, Shun y Noriko, salieron a recibirnos, una azafata me entregó un ramo de flores. Entonces a Pedro se le ocurrió la idea de que propusiera llevar las flores al padre de los Tezuka, cuyas cenizas estaban en el ático del edificio, y le rezáramos. Los hijos se mostraron encantados con la propuesta y subimos. En la estancia había un cuadro del señor Tezuka, arroz, sake y varitas de incienso para quemar mientras se reza. Shun encendió una, yo otra, y empezamos a rezar. Pasaron los minutos y yo veía que el rezo era interminable, cuando ya no pude más de tanto que me dolía la espalda, me levanté y le dije a Shun: "Lo siento, pero me duele la espalda..."

Pero Shun y Noriko se levantaron enseguida y no hacían otra cosa que darme las gracias. Estaban muy conmovidos. Después me enteré de que el visitante fijaba el tiempo del rezo siendo el primero en levantarse, y que ninguno le había dedicado más de un minuto. Según Vicente, nosotros rezamos cuarenta minutos.

Cuando uno abandona Japón, nota enseguida las diferencias de trato que se dan a los visitantes o a simples pasajeros. Una vez, volando de Tokio a Londres, hice escala en Moscú y, como tenía que esperar dos horas, me quedé leyendo en el aeropuerto. Cuando anunciaron el embarque, seguí sentado para no tener que hacer cola. Al verme, un policía se me acercó y hablándome con malos modos me dijo que fuera a la cola. Le dije que prefería esperar y que después subiría, que no tenía prisa en hacerlo. Su reacción fue pedirme a gritos el pasaporte, y yo le dije que no se lo daría. Entonces llamó por walkie-talkie y vi que una patrulla venía a por mí. Estaba visto que los rusos no son tan amables como los japoneses, así que sin chistar me fui a la cola antes de que las cosas pasaran a mayores.