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Aficiones y querencias
Creo que las aficiones, las simpatías, las querencias y también las fobias definen en parte el carácter de las personas y, en cierto modo, también su cultura cívica y su forma de entender la vida. Por mi parte, como ya he dicho, tengo afición por la caza, probablemente porque es un deporte muy del norte de España, y también por el boxeo, porque exige destreza, buena condición física y capacidad para resistir los golpes que te dan. Es un deporte duro que no admite queja. Otra de mis grandes aficiones —y esto me identifica con la mayoría de los varones españoles— es el fútbol.
Soy aficionado del Racing de Santander, porque es el equipo histórico de Cantabria y por "culpa" del doctor Santiago Ortiz de la Torre, como ya he contado. Cuando empecé a seguir al Racing recuerdo que estaba en segunda división, categoría a la que vuelve de tanto en tanto algunas temporadas. Sus permanencias en primera suelen ser muy complicadas, porque es un equipo modesto que tiene que vérselas con muchos equipos de su misma condición y con los grandes de siempre que dominan la Liga española. Quizás por este motivo, muchos españoles somos aficionados del equipo de nuestro pueblo y admiradores de los equipos grandes, como el Barcelona, el Real Madrid, el Athlétic de Bilbao, Valencia o Atlético de Madrid.
Siento gran afición por el Barcelona, pero el Real Madrid es un equipo que también me gusta y con él tengo buenas relaciones. Una experiencia muy bonita vivida con el fútbol ocurrió hacia finales de 1997, cuando en el estadio Santiago Bernabeu participé en un partido benéfico dentro de la campaña contra la drogadicción juvenil. Desde el campo, pude comprobar que es verdad lo que una vez dijo Jorge Valdano sobre el "miedo escénico" que el estadio provoca en los equipos rivales, porque con las tribunas llenas resulta impresionante. Como una cosa trae a la otra, ahora recuerdo algo que aquí, en el Santiago Bernabeu, le ocurrió a mi hermano Manuel.
Manolo es el primero de mis hermanos que empezó a competir influido, como todos nosotros, por el entorno del Club de Pedreña y por mi tío Ramón Sota, quien hacia los años sesenta llegó a ser el mejor jugador de golf de España y uno de los mejores de Europa. Convertido en profesional, Manolo también fue el primero en salir a competir al extranjero, y cuando tuvo que ir a jugar el Open de Italia, resulta que no tenía el dinero que necesitaba para el viaje. Mi padre vendió dos vacas a diez mil pesetas cada una y, recuerdo, que en el momento de dárselas nos habíamos reunido en la cocina de casa para contar los billetes de mil pesetas, uno, dos, tres... bajo la mirada reprobadora de mi madre, que movía la cabeza como diciendo: "Ay, Dios mío, con lo que cuesta ganarlo". Cuando mi padre acabó, mi madre no se pudo contener.
—¿A dónde vas, Mero, dándole veinte mil pesetas a este hijo? ¿Tú sabes el dinero que le estás dando?
—¡Calla, calla, mujer, que verás que saldrá bien y que será un gran campeón! —le respondió mi padre mirando a Manolo, como advirtiéndole "te lo doy, pero no me falles, que me haces quedar mal con tu madre".
Total que Manolo, con las veinte mil pesetas en efectivo, se fue con mi tío Ramón Sota en coche a Madrid, de donde salía en avión hacia Milán. Como el vuelo partía por la noche y esa tarde jugaban el Real Madrid y el Valencia, mi tío y él se fueron a ver el partido.
Esa misma noche sonó el teléfono en casa, mi padre lo cogió y casi enseguida le oí exclamar:
—¡Ay, Dios mío!
—¿Qué pasa, Mero, qué pasa? —quiso saber mi madre.
—¿Que qué ha pasado? ¡Qué a nuestro hijo no se le ocurre otra cosa que ir al fútbol, y allí le han robado el dinero durante el partido!
Como mi padre ya no podía hacer nada, mi tío Ramón le prestó el dinero para que Manolo pudiera viajar. Afortunadamente acabó quinto y recuperó el dinero, pero mi padre se tuvo que tragar el disgusto de haber vendido dos vacas de las catorce que tenía en la cuadra y que a mi hermano le robasen el importe de esa venta.
Supongo que estas cosas pasan en cualquier lugar donde haya grandes aglomeraciones. En un campo de fútbol lo realmente malo es la violencia que suele verse por parte de algunos grupos o aficiones intolerantes. No puedo entender que la gente pueda hacer esas barbaridades. A todos nos gusta que nuestro equipo gane, pero si pierde tampoco pasa nada, pues no es otra cosa que un juego y, como en toda competición, alguien tiene que perder o ganar y también empatar. A mí me causa un gran desagrado y también asombro, porque, repito, no puedo entenderlo, cómo algunos aficionados se vuelven histéricos incluso antes de que empiece el partido. Nada más gratuito, feo y denigrante que los insultos dirigidos al arbitro. Cuando voy con mis hijos a ver los partidos del Racing, en cuyo campo tenemos entradas de abono, siempre les digo que se puede ser apasionado sin perder el decoro, porque entre la violencia física y la verbal apenas hay un paso. Ya sea como aficionado o como deportista, es muy importante que respetes a los demás; cuando lo haces sientes que puedes convivir con todos, porque también te sientes respetado. En esto consiste vivir en una democracia.
Una arteria principal de Pedreña es la "avenida Severiano Ballesteros". Me llena de orgullo que una calle de mi pueblo lleve mi nombre, porque es una muestra del respeto y cariño que me dispensan mis vecinos. Durante la dictadura de Franco no pasaba por la cabeza de nadie que la calle mayor de un pueblo llevase el nombre de un golfista, en todo caso de un futbolista o de un torero, pero no de un jugador de golf.
Muchas cosas han cambiado en España desde la llegada de la democracia. Por empezar, la sociedad española ha pasado de ser una sociedad eminentemente rural y atrasada a ser una sociedad moderna y avanzada en todos los sectores de su actividad. Una sociedad que ha sabido pasar de la dictadura a una Monarquía parlamentaria con verdadero espíritu tolerante para integrarse en la Unión Europea. Mi generación ha tenido la suerte de ver y de vivir en un muy corto espacio de tiempo la radical y positiva transformación de nuestro país. Una transformación ejemplar que ha sido fruto del esfuerzo y la voluntad de la mayoría de los españoles, desde el rey Juan Carlos y una clase política que supo estar a la altura de las circunstancias históricas, hasta la gente de a pie sin distinción de clases sociales. Creo que el rey Juan Carlos ha jugado un papel importante y fundamental sobre todo en los difíciles años de la transición. Es lógico que sea una persona tan querida en España.
Son muchos los beneficios que la democracia ha traído para todos los españoles. Cabe recordar que cuando de niño era caddie ni siquiera se me permitía cruzar por delante de la Casa-club para no molestar a los socios. Con tales costumbres y normas de quienes lo gobernaban era impensable que uno de nosotros fuese aceptado como socio, aun en el supuesto caso de que la familia hubiese tenido el dinero suficiente para costear la cuota. Quiero decir que no era sólo una cuestión económica, sino de estatus social.
Pero mi afición al golf y mi querencia por el Real Club de Pedreña son superiores a cualquier prejuicio social o mezquindad personal. Los reconocimientos institucionales y el cariño de los vecinos me han demostrado que había elegido el camino correcto. Cuando ya mi juego no me da las satisfacciones que me daba, me encuentro con que el esfuerzo que he hecho por la difusión del golf, mi primera y gran afición, ha fructificado compensando con creces los dolores de espalda y los de cabeza por las intrigas de dirigentes o simplemente por los días de mal juego.
Un gran aliciente para mí es que mis hijos son también aficionados al golf y que ya demuestran tener muy buenas maneras. Me agrada mucho enseñarles y acompañarles. En 2001, una semana antes del Open Británico en Lytham, me sentí muy feliz haciendo de caddie a Javier, cuando estrenó su primer juego entero de palos. Aquel día, mientras le acompañaba, le contaba cómo habían sido mis victorias en los Británicos de 1979, 1984 y 1988, la forma en que hice tal o cual golpe. Entonces, acaso sintiéndose partícipe de todo aquello, Javier, dio un formidable drive de 170 metros. Aunque lo mejor de él es su juego corto de mucho carácter.
No creo que nadie se asombre si aseguro que una de las razones por las que he seguido intentando llevar a buen término mi carrera es porque deseo con toda mi alma que Javier, Miguel y Carmen me viesen ganar un torneo. Me hubiese gustado que ellos no dependieran de unas imágenes de vídeo para comprobar que su padre supo jugar muy bien al golf.