La polémica columnista británica Paulina Rogers, conocida por un estilo periodístico de fuerte tono subjetivo, fue la primera persona en utilizar la expresión «los Tres» para referirse a los niños que sobrevivieron a los accidentes aéreos del Jueves Negro.
Este artículo se publicó en el Daily Mail el 15 de enero de 2012.
Han pasado tres días desde el Jueves Negro y me encuentro en mi despacho privado, recién construido; estoy contemplando la pantalla del ordenador sin poder dar crédito a lo que veo.
Y no es, como podrán pensar, porque siga conmocionada por la terrible casualidad de que cuatro aviones de pasajeros se hayan estrellado el mismo día. Aunque también. ¿Quién no está impactado? No; me encuentro revisando la numerosísima lista de páginas dedicadas a teorías conspirativas, en cada una de las cuales se encuentra una hipótesis distinta y más extraña que la anterior sobre el motivo de la tragedia. En una sesión de escasos cinco minutos en Google ya aparecen varios sitios consagrados a la afirmación de que a Toshinori Seto, el valiente y generoso capitán que decidió que el vuelo 678 de Sun Air aterrizara en una zona no habitada para no causar más víctimas, lo habían poseído unos espíritus suicidas. En otra se empeñan en que los cuatro aviones sufrieron un ataque de unos malvados extraterrestres. Los investigadores de accidentes han señalado de forma rotunda que se puede descartar la posibilidad de un atentado terrorista, sobre todo en el caso del incidente de Dalu Air en África, en el que los informes de los controladores aéreos confirman que la catástrofe se debió a un error del piloto, pero a cada minuto que pasa aparecen nuevas páginas antiislámicas. Y los fanáticos religiosos («¡Ha sido una señal de Dios!») se esfuerzan en no quedarse atrás.
Resulta inevitable que un acontecimiento de esta magnitud acapare completamente la atención mundial, pero ¿por qué la gente se muestra tan dispuesta a ponerse en lo peor o a perder el tiempo con teorías retorcidas y francamente estrafalarias? Es evidente que las posibilidades de que suceda algo así son muy remotas, pero ¿de verdad estamos tan aburridos? ¿Somos todos, en el fondo, troles de internet?
Con diferencia, lo más ponzoñoso son los rumores y las teorías que circulan sobre los tres niños supervivientes, Bobby Small, Hiro Yanagida y Jessica Craddock, a quienes, por abreviar, pasaré a llamar los Tres. Y responsabilizo de ello a los medios de comunicación, que se han encargado de que la voracidad con que el público esperaba noticias de estas pobres criaturas se alimentara minuto a minuto. En Japón hay gente trepando muros para conseguir imágenes del pobre chiquillo, que, como no conviene olvidar, perdió a su madre en el accidente. Otros acudieron enseguida al lugar de los hechos y entorpecieron las labores de rescate. En el Reino Unido y en Estados Unidos, los pequeños Jessica Craddock y Bobby Small están ocupando más primeras planas que la última metedura de pata de la familia real británica.
Conozco mejor que nadie el estrés que pueden causar la atención y las conjeturas incesantes. Cuando me separé de mi segundo marido y decidí contar en esta misma columna detalles íntimos de nuestra ruptura, me vi inmersa en un huracán mediático. Durante dos semanas apenas pude poner un pie fuera de casa sin que un paparazzo apareciera y pretendiera sacarme una foto sin maquillar. Me inspira una empatía absoluta lo que los Tres están viviendo en estos momentos, y seguramente le pase lo mismo a Zainab Farra, de dieciocho años, quien, hace diez años, fue la única superviviente de otra devastadora catástrofe aérea, la que se produjo cuando el vuelo 715 de Royale Air se estrelló mientras despegaba en el aeropuerto de Adís Abeba. Al igual que los Tres, Zainab fue la única superviviente infantil. Al igual que los Tres, con posterioridad acabó situada en el centro de un circo mediático. Hace poco, Zainab ha publicado su autobiografía, El viento bajo mis alas, y ha pedido públicamente que dejen a los Tres en paz para que puedan asimilar su milagrosa supervivencia. «No son monos de feria —declara—. Son niños. Por favor, lo que necesitan ahora es tiempo y espacio para cerrar las heridas y procesar todo lo que les ha sucedido».
Y cuánta razón tiene. Deberíamos estar dando gracias al cielo de que no hayan muerto, en vez de perder el tiempo urdiendo estrafalarias teorías conspirativas en torno a ellos, en vez de convertirlos en tema de cotilleos de portada. Los Tres: yo os rindo homenaje, y espero desde lo más profundo de mi corazón que encontréis la paz mientras asimiláis los terribles acontecimientos que se cobraron las vidas de vuestros padres.