A continuación se reproduce el segundo testimonio de Reba Louise Neilson, la «amiga íntima» de Pamela May Donald.
Stephenie me dijo que casi le dio un telele cuando escuchó el programa de radio del pastor Len en el que este habló del mensaje de Pamela. Él siempre le comentaba a su círculo íntimo lo que iba a decir en el programa, después de los estudios bíblicos, pero esa vez lo soltó sin previo aviso. Tras oírlo, apenas pude dormir. No entendía por qué no nos había contado antes algo tan importante a los miembros de su congregación. Luego explicó que solo se había dado cuenta de la verdad ese mismo día y que le había parecido que su obligación era difundir la noticia lo más pronto posible. Tanto Stephenie como yo coincidimos en que esos niños no podrían haber sobrevivido a algo así sin que los guiase la mano de Dios, y que si los colores de los aviones coinciden con la visión de Juan en el Apocalipsis, pues… ¿cómo va a ser una casualidad? Pero cuando el pastor Len empezó a decir que Pam era una profetisa, como Pablo y Juan…, bueno, eso me costó aceptarlo, y no fui la única.
Ya sé que no siempre podemos entender lo que el Señor ha dispuesto para cada uno de nosotros, pero ¿Pamela May Donald, profetisa? ¿La buena de Pam, la que se ponía histérica si se le quemaban los brownies del acto navideño para recaudar fondos? No le comenté a nadie mis dudas, y no dije lo que pensaba del asunto hasta que Stephenie lo sacó a colación cuando fue a visitarme. En esa época, el pastor Len nos inspiraba a las dos todo el respeto del mundo, de verdad, y decidimos no contarles nada de lo que opinábamos ni a él ni a Kendra.
Tampoco es que viéramos mucho al pastor en esos días, justo después de la emisión del programa. ¡No sé de dónde sacó tiempo para dormir! Ese miércoles ni siquiera acudió al grupo de estudios bíblicos; de hecho, me llamó y me pidió que dirigiera yo la reunión. Me contó que iba a desplazarse a San Antonio para verse con un diseñador de páginas web. Quería crear un foro propio de internet para hablar de lo que él llamaba «la verdad de Pam», y añadió que no llegaría tarde.
—Pastor Len —le pregunté—, ¿cree usted que debería meterse en temas de internet? ¿Acaso no es la obra del diablo?
—Reba, tenemos que salvar a la mayor cantidad de personas posible —me contestó—. Debemos transmitir el mensaje de la forma que sea. —Y luego citó una frase del Apocalipsis—: «Cuando Jesucristo regrese, todo ojo le verá».
¿Cómo podía yo discutirle esa idea?
Mi hija Dayna me enseñó la página un par de días después, cuando la lanzaron: ¡se llamaba pamelaprofeta.com! En la pantalla de inicio aparecía una foto enorme de Pam, que debía de tener varios años, porque ella aparentaba al menos un decenio y unos quince kilos menos. Stephenie me contó que el pastor se había metido incluso en el Twitter ese y que ya le estaban llegando correos y mensajes de todas partes.
Bueno, pues más o menos una semana después de que la página ya estuviera operativa apareció la primera de esas personas a las que Stephenie y yo empezamos a llamar los «mirones pesados». Al principio acudían sobre todo de condados vecinos, pero cuando el mensaje del pastor se convirtió en un «fenómeno viral» (así es como lo llaman, según Dayna), comenzaron a llegar esos mirones pesados de sitios tan alejados como Lubbock. El número de miembros de nuestra congregación se duplicó de la noche a la mañana. ¡A mí me tendría que haber puesto felicísima que tanta gente recibiera la llamada del Señor! Pero debo reconocer que aquello no dejaba de inspirarme ciertas dudas, sobre todo cuando el pastor creó un letrero, para el exterior de la iglesia, en el que se leía: «Condado de Sannah, lugar de origen de Pamela May Donald», y cuando empezó a llamar pamelistas a sus fieles.
Muchos de los mirones pesados también querían ver la casa de Pamela; el señor Len le planteó a Jim la posibilidad de cobrar un precio por la entrada, y luego utilizar el dinero para «publicitar el mensaje de forma extensa». A ninguno de nosotros nos pareció una buena idea, y pensé que era mi obligación hablar a solas con el pastor y expresarle cuáles eran mis inquietudes. Por mucho que Jim hubiera acogido a Jesús en su corazón, estaba bebiendo más que nunca. El sheriff Beaumont se vio obligado a darle un aviso por conducir bajo los efectos del alcohol un par de veces, y, siempre que me pasaba por su casa a prepararle algo de comer, apestaba tanto que parecía que se duchaba con whisky. Yo sabía que Jim no iba a llevar nada bien lo de que unos desconocidos lo estuvieran incordiando todo el día. Sentí un alivio tremendo cuando el pastor estuvo de acuerdo conmigo. «Tiene usted razón, Reba —me dijo—. Le doy gracias a Jesucristo todos los días al saber que usted siempre me hará espléndidamente de mano derecha». Y luego añadió que debíamos vigilar más de cerca a Jim, quien «todavía seguía luchando contra sus demonios». Stephenie, el resto de los miembros del círculo íntimo y yo establecimos un sistema de turnos para cerciorarnos de que Jim comiera y para comprobar que la casa no acabara hecha un desastre mientras él atravesaba el período de duelo. El pastor Len tenía muchas ganas de traerse las cenizas de Pam a Estados Unidos, en cuanto acabase la investigación, para organizarle una ceremonia fúnebre como Dios manda, y me pidió que me enterase de cuándo las iba a mandar Joanie. Cuando le sacaba este asunto, Jim no me hacía ni caso. No estoy segura del todo, no era de los que cuentan las cosas, ni siquiera cuando no estaba bajo la influencia del alcohol, pero creo que no había llegado a hablar con su hija. Se notaba a las claras que había tirado la toalla. La gente le llevaba comida y leche fresca, pero muchas veces él dejaba que se pudriese todo; ni se molestaba en meter las cosas en la nevera.
¡Cuantísimo jaleo tuvimos esas semanas, Elspeth!
Después de crear la página web, el pastor Len nos llamaba a Stephenie o a mí casi todos los días y nos decía que las señales que él había vaticinado estaban llegando a raudales y por todas partes. «¿No lo ha visto en las noticias, Reba? —me preguntaba—. Se ha producido el brote ese de fiebre aftosa en el Reino Unido; es una señal de la hambruna que van a padecer los impíos y los ateos». Luego estaba lo del virus aquel que se propagó por todos los cruceros, el que se extendió de Florida a California, lo cual tenía que significar que la plaga comenzaría a hacer estragos al cabo de poco tiempo. Y, claro, si hablamos del asunto de la guerra, pues de eso nunca falta, con todos esos islamofascistas con los que tienen que lidiar nuestros pobres y valientes marines, por no mencionar a esos norcoreanos chalados. «Pero es que eso no es todo, Reba —me dijo también el pastor—. He estado pensando… en las familias con las que están viviendo esos tres niños. ¿Por qué ha querido el Señor ubicar a sus mensajeros en hogares así?». Tuve que reconocer que sus palabras tenían cierto sentido. Bobby Small no solo vivía con una familia judía (aunque sé que los judíos también ocupan un lugar en los designios divinos), sino que además Stephenie me había contado que había leído en el Inquirer que el pequeño era uno de esos niños probeta. «No lo ha engendrado un hombre —añadió—. Es algo que va contra natura». Y luego estaban las noticias que decían que a la niña inglesa la habían obligado a vivir con un homosexual de esos en Londres, y que el padre del niño japonés estaba fabricando unos androides que suponían una abominación. Dayna me enseñó un vídeo en el YouTube ese en el que salía uno de ellos; ¡me quedé verdaderamente escandalizada! Era igualito que una persona de verdad, y ¿qué dijo el Señor sobre la creación de falsos ídolos? También estaban todos esos comentarios impuros sobre los espíritus malignos del bosque en el que se estrelló el avión de Pam. Me dio muchísima pena que mi amiga se muriera en un sitio tan horrible. Hay que ver qué cosas tan raras creen en Asia, ¿verdad? Como los hindúes, por ejemplo, que tienen esos dioses falsos que parecen animales con demasiados brazos. Como para no tener pesadillas después. Por supuesto, el pastor Len explicó todo esto en su página web.
No recuerdo exactamente cuánto tiempo después de que el mensaje del pastor Len empezara a ser un fenómeno viral fuimos Stephenie y yo al rancho, a hacerle una visita a Kendra, que se había llevado a Snookie a su casa; Stephenie dijo que era nuestro deber como cristianas ir a ver cómo lo estaba llevando Kendra. Las dos sabíamos que tenía problemas de nervios y habíamos comentado largo y tendido que daba la impresión de encontrarse peor por esas fechas, con tantos mirones pesados como estaban invadiendo el pueblo. Stephenie llevó uno de sus bizcochos, pero, si soy sincera, no me dio la impresión de que Kendra se alegrara especialmente de vernos. Acababa de bañar a la perra, que no apestaba demasiado, e incluso le había puesto un lacito rojo en el cuello como si fuera la mascota de un famoso. Mientras estuvimos ahí, Kendra apenas nos hizo caso; estaba todo el tiempo pendiente de la perra, como si fuera un bebé. No nos ofreció ni una CocaCola.
Estábamos a punto de marcharnos cuando llegó el pastor Len con la furgoneta, en medio de un gran estruendo. Entró a toda velocidad en la casa. Nunca he visto a nadie tan encantado de haberse conocido como lo vi a él ese día.
Nos saludó y después exclamó:
—Lo he conseguido, Kendra. ¡Lo he conseguido!
Ella tampoco le hizo el menor caso, así que nos tocó a Stephenie y a mí preguntarle a qué se refería.
—¡Me acaba de llamar el doctor Lund! ¡Me ha propuesto que participe en su congreso de Houston!
¡Stephenie y yo no podíamos creernos lo que nos estaba contando! Por supuesto, las dos veíamos el programa del doctor Theodore Lund todos los domingos. A Pam le había dado muchísima envidia que Lorne me regalara por mi cumpleaños un ejemplar firmado del libro Las mejores recetas familiares, de Sherry Lund.
—Sabes lo que significa esto, ¿verdad, cariño? —le preguntó el pastor a su mujer.
Kendra dejó de hacerle carantoñas a la perra y preguntó:
—¿El qué?
Y él sonrió de oreja a oreja y contestó:
—Pues te voy a decir el qué. Que por fin me voy a estar moviendo entre los peces gordos.