El siguiente artículo, del periodista y documentalista británico Malcolm Adelstein, se publicó originalmente en la revista Switch Online el 21 de febrero de 2012.

Me encuentro en el gigantesco vestíbulo del Houston Conference Centre, donde se está celebrando, como todos los años, el Congreso de la Profecía Bíblica sobre el Fin de los Tiempos, mientras sostengo una biblia en cuya portada aparece un hombre que pesca a mosca y espero a que un personaje que ostenta el curioso nombre de Flexible Sandy acabe de promocionar su última novela. Pese a que la cuota de inscripción asciende a cinco mil dólares, el congreso atrae a miles de asistentes de todo Texas e incluso más lejos, y el aparcamiento está repleto de autocaravanas Winnebago y de todoterrenos que lucen matrículas de lugares tan apartados como Tennessee y Kentucky. También da la impresión de que aquí todos me sacan al menos dos decenios: un mar de cabellos canos se extiende en ondas a mi alrededor. No exagero si afirmo que el territorio en el que me encuentro me resulta absolutamente desconocido.

Felix Flexible Sandy ha tenido una vida de lo más accidentada. Antes de convertirse al cristianismo evangélico a principios de los años setenta, triunfó profesionalmente como contorsionista, trapecista y empresario circense: era una versión sureña y pecaminosa del hombre de circo P. T. Barnum. Después de que Cuerda floja a Jesucristo, la biografía de Flexible, se convirtiera en un best seller en los años setenta, cuenta la leyenda que el doctor Theodore Lund, la estrella en ascenso del movimiento de la Profecía Bíblica, se puso en contacto con él para que escribiera el primero de una serie de libros de ficción centrados en el Fin de los Tiempos. Redactada en una prosa ágil, al estilo de Dan Brown, la serie relata lo que sucederá después de que se produzca la Ascensión de los Justos y de que todos los que se han salvado desaparezcan literalmente en un abrir y cerrar de ojos, cuando los ateos que queden en la Tierra se vean obligados a lidiar con el Anticristo, un personaje que guarda un asombroso parecido con el exprimer ministro británico Tony Blair. Nueve best sellers después (se calcula que se han vendido más de setenta millones de ejemplares), Flexible Sandy aún mantiene una actividad frenética. Acaba de lanzar su web, faltapocoparalaascension.com, una página en la que se detallan las catástrofes ocurridas a nivel nacional y global, para informar a los miembros (a cambio de una pequeña cuota, desde luego) de cuánto puede faltar, a partir de determinado día, para el Armagedón. Con su cuerpo enjuto y su piel siempre bronceada, Flexible, de ochenta años, transmite el vigor de alguien a quien dobla en edad. Mientras atiende a la sinuosa fila de fans devotos que se extiende delante de él, no pierde la sonrisa ni un solo instante. Acudo con la intención de convencerlo de que participe en una serie de documentales que estoy produciendo sobre el gran desarrollo del Movimiento Estadounidense del Fin de los Tiempos. En los últimos meses le he mandado correos electrónicos a su publicista, una mujer tensa y eficiente que me ha estado observando con desconfianza desde mi llegada, para concertar una reunión. La mujer me insinuó la semana pasada que quizá podría lograrla si me presentaba en el Houston Conference, donde el escritor iba a presentar su último libro.

Para quienes no sepan nada al respecto, la profecía sobre el fin de los tiempos expresa en esencia el convencimiento de que, cualquier día de estos, los que han aceptado a Jesucristo como su salvador personal (es decir, los cristianos renacidos) subirán a los cielos (es decir, ascenderán), mientras que el resto de los humanos nos veremos obligados a soportar siete años de tremendos sufrimientos bajo el yugo del Anticristo. Esta creencia, que se basa en una interpretación literal de varios profetas bíblicos (entre los que destacan el Juan del Apocalipsis, Ezequiel y Daniel), se encuentra mucho más extendida de lo que la gente se cree. Solo en los Estados Unidos se calcula que más de sesenta y cinco millones de personas creen que los acontecimientos explicados en el Apocalipsis pueden suceder de veras antes de que fallezcan.

Muchos predicadores que propagan estas profecías, los de más alto nivel, pueden mostrarse esquivos a la hora de hablar con la prensa no evangélica, pero yo era tan ingenuo como para creer que mi acento inglés ayudaría a que Flexible y yo rompiéramos el hielo. Desembolsar cinco mil dólares es una exageración si lo único que se va a conseguir es una biblia temática. (Por cierto, en el vestíbulo también se venden biblias para niños, para «esposas cristianas», para cazadores y entusiastas de las armas de fuego, pero esa en la que aparece el hombre que pesca a mosca me ha llamado la atención. No sé muy bien por qué. La pesca nunca me ha interesado). Además, soy bastante optimista y espero, si Flexible accede a hablar conmigo, poder convencerlo de que me presente al verdadero gerifalte, al doctor Theodore Lund. (Tampoco lo espero demasiado; otros periodistas me han dicho que tengo más probabilidades de que me inviten a una sesión de bailes eróticos junto a Kim Jong-Il). El doctor Lund, una superestrella del movimiento evangélico, posee su propia cadena de televisión, una franquicia de megaiglesias de la Verdadera Fe, que reciben anualmente «donaciones» por valor de cientos de millones de dólares, y es atentamente escuchado por el expresidente republicano Billy-Bob Blake. También tiene una cantidad de seguidores que está a la altura de los que obtienen los miembros más destacados de Hollywood: sus tres servicios dominicales se emiten a nivel internacional, y se calcula que unos cien millones de personas siguen todas las semanas su programa de entrevistas centrado en las profecías. Aunque no es tan intransigente como los dominionistas, la secta fundamentalista que promueve de manera activa un gobierno estadounidense que siga a rajatabla los preceptos bíblicos (lo que implicaría la pena de muerte para quienes practiquen abortos, así como para los homosexuales y los niños desobedientes), el doctor Lund se opone de forma férrea al matrimonio gay, defiende sin ambages el derecho a la vida, cuestiona el cambio climático y no se muestra contrario a utilizar su poder para influir en las decisiones políticas, sobre todo en lo tocante a la política relativa a Oriente Medio.

La fila de fans que esperan a que Flexible les firme sus ejemplares va avanzando lentamente. «Estos libros me han cambiado la vida», me cuenta la mujer que está delante de mí, sin que yo le pregunte. Lleva un carrito de la compra en el que hay altos montones de varias ediciones de los libros de Desaparecidos. «Ellos me condujeron a Jesús». Charlamos sobre sus personajes preferidos. (Siente predilección por Peter Kean, un piloto de helicóptero que recobra una fe que estaba perdiendo, demasiado tarde, cuando presencia cómo su esposa, cristiana renacida, sus hijos y su copiloto ascienden a los cielos delante de él). Llego a la conclusión de que sería de mala educación presentarme ante Flexible sin un ejemplar de su novela, de modo que cojo un par de un altísimo expositor. Al lado de los montones de libros de la serie Desaparecidos hay colocados unos libros de cocina de imágenes brillantes que me llaman la atención. En la portada aparece una mujer maquilladísima y con los ojos tirantes de los que acaban de someterse a un estiramiento facial. La reconozco: se trata de Sherry, la mujer del doctor Lund y copresentadora del programa semanal de entrevistas del predicador que se emite después del sermón. Esos libros de cocina suelen aparecer en lo más alto de las listas de best sellers de The New York Times, y el manual de sexualidad que coescribió con su marido, Intimidad a la manera cristiana, tuvo un éxito clamoroso en los años ochenta.

Mientras Flexible interactúa briosamente con su geriátrica base de fans, me fijo en los paneles en los que se anuncian las charlas, los grupos de oración y de debate que se han programado, uno detrás de otro, a lo largo del fin de semana, en la mayoría de los cuales también se han incluido siluetas de cartón, a tamaño real y de colores brillantes, de los predicadores famosos que constituyen el mayor reclamo del evento. Además de varias charlas sobre la cuestión de «¿Está usted preparado para la Ascensión?», también hay simposios sobre el creacionismo y un añadido al programa, incluido de manera apresurada: una «reunión informal» con el pastor Len Vorhees, el último recién llegado al ámbito del Fin de los Tiempos. Vorhees ha desatado recientemente una pequeña tormenta en Twitter a raíz de su extraordinaria declaración de que los tres niños que sobrevivieron a las catástrofes del Jueves Negro son, en realidad, tres de los cuatro jinetes del Apocalipsis.

Por fin la cola va menguando y me toca el turno. La arisca publicista le susurra algo al oído a Flexible, y este me dedica una luminosa sonrisa. Sus ojillos lanzan destellos, como si fueran botones negros y brillantes, y comenta:

—De Inglaterra, ¿eh? Estuve en Londres el año pasado. Es un país impío que necesita ser salvado, ¿verdad, muchacho?

Le aseguro que no cabe la menor duda de eso.

—¿Y a qué se dedica usted, muchacho? Patty me acaba de decir que quiere entrevistarme o algo así, ¿eh?

Le cuento la verdad. Que hago documentales televisivos, que me encantaría charlar con el doctor Lund y con él sobre sus carreras profesionales.

Los ojos como botones de Flexible se clavan en los míos con mayor intensidad.

—¿Trabaja usted en la BBC?

Le contesto que en el pasado sí lo he hecho. No es del todo mentira; mi primer empleo fue de chico de los recados en la BBC de Manchester, aunque me despidieron al cabo de dos meses por fumar porros en un camerino, detalle que prefiero omitir.

Da la impresión de que Flexible se relaja.

—Un momento, muchacho, a ver qué puedo hacer.

La cuestión resulta mucho más fácil de lo que esperaba. Le hace otro ademán a la publicista, quien consigue dirigirle una sonrisa a Flexible mientras me mira con cara de pocos amigos, todo a la vez; ambos cruzan unas pocas palabras entre cuchicheos.

—Muchacho, ahora Teddy está ocupadísimo. Le propongo una cosa: ¿por qué no sube al ático dentro de un par de horas? Veré qué puedo hacer para presentarle al doctor, que es muy fan de la serie esa que echan ustedes, Cavendish Hall.

No entiendo muy bien qué tiene que ver conmigo Cavendish Hall, un almibarado drama de época que está causando furor en todo el mundo, pero resulta que Flexible Sandy sigue creyendo que trabajo en la BBC. Me marcho a toda prisa antes de que la publicista lo convenza de que cambie de opinión.

En vez de volver a la habitación de mi monísimo hotel (que, por suerte, está incluida en la cuota de inscripción), decido ver si aún puedo asistir a alguna de las charlas. Llego treinta minutos tarde a la «reunión informal» del pastor Len Vorhees, pero le digo al conserje que soy amigo personal de Flexible Sandy y me deja entrar.

En el auditorio Starlight solo se puede estar de pie, y lo único que se ve de Len Voorhes es la parte superior de su cabello de peluquería, mientras el pastor se pasea por delante del público. La voz le tiembla de vez en cuando, pero queda claro, al oír cuánta gente repite «Amén», que su mensaje está llegando. Soy vagamente consciente de que la extraña teoría de este hombre ha suscitado un enconado debate en el ámbito de los creyentes del Fin de los Tiempos, sobre todo dentro del movimiento preterista, cuyos miembros, a diferencia de casi todas las demás facciones, creen que los acontecimientos que se describen en el Apocalipsis ya han sucedido. Y me entero de que, sin ningún género de duda, casi todas las descabelladas afirmaciones del pastor Len se basan en el Apocalipsis. Según la profecía de san Juan, los cuatro jinetes traerán guerras, peste, hambre y muerte; el sacerdote comienza a enumerar las diversas y recientes «señales» que, según él, demuestran su teoría. Entre ellas se encuentra la truculenta narración de la muerte, en las fauces de un caimán, de un paparazzo que supuestamente había entrado sin permiso en la habitación de hospital de Bobby Small (en la lista de desgracias del Apocalipsis también se encuentran los ataques cometidos por animales), y asimismo los detalles de la propagación de un norovirus que convirtió una flota de cruceros en barcos infernales repletos de vómitos. El pastor logra concluir con la aseveración, francamente aterradora, de que la guerra no tardará en arrasar los países de África y que la gripe aviar diezmará la población de Asia.

Con muchas ganas de tomarme una copa bien cargada, salgo con sigilo mientras todos dicen «Amén» y aguardo mi audiencia con Flexible Sandy y el doctor Teddy Lund.

Me quedo patidifuso cuando me hace pasar a la suite el doctor Lund en persona, quien me recibe con una deslumbrante sonrisa que deja al descubierto el resultado de una ortodoncia de última generación. «Encantado de conocerlo, muchacho», me dice mientras me coge la mano con las suyas. Su piel desprende un brillo algo artificial, como si el hombre fuera una fruta irradiada. «¿Le apetece algo de beber? A ustedes los británicos les gusta el té, ¿verdad?». Respondo entre balbuceos que sí, que en efecto, y dejo que me conduzca adonde se encuentran sentados, en unas butacas de tapicería carísima, Flexible y un hombre de traje impecable, de cincuenta y tantos años. Tardo un segundo en percatarme de que el cincuentón es el pastor Len Vorhees. Resulta evidente que no se encuentra tan cómodo como los otros dos; me recuerda a un niño que quiere estar muy formalito.

Nos presentamos y dejo que el sofá de enfrente se me trague. Todos me dedican grandes sonrisas, pero sus miradas son cualquier cosa menos risueñas.

—Flexible me ha dicho que trabaja usted en la BBC —comienza a decir el doctor Lund—. Le aseguro, muchacho, que no soy muy de ver la televisión, pero la serie esa de Cavendish Hall me gusta. En esa época sí que sabían comportarse, ¿verdad? No les faltaba moral. Y usted ha venido porque quiere hacer un documental o algo así, ¿no?

Antes de que yo pueda contestar algo, añade:

—Aquí vienen muchos tipos que quieren entrevistas. De todo el mundo. Pero una cosa le digo: es posible que este sea el momento idóneo para transmitirle el mensaje a Inglaterra.

Estoy a punto de responder cuando aparecen dos mujeres por la puerta que lleva a uno de los dormitorios de la suite. Reconozco a la más alta de las dos porque es Sherry, la mujer del doctor, que va tan peinada y maquillada como en la fotografía de la parte posterior de su último libro de cocina. La señora que se encuentra detrás de ella no podría ser más distinta; está delgada como un fideo, lleva sin pintar la boca, llena de arrugas, y sostiene en los brazos un caniche, o algo así, diminuto y repantigado.

Me pongo de pie, pero el doctor Lund me hace un gesto para que me vuelva a sentar. Me presenta a Sherry y me anuncia que la otra mujer es Kendra, la esposa del pastor Len, quien apenas me dirige una mirada, y Sherry me sonríe durante un nanosegundo antes de volverse hacia su marido. «Teddy, no olvides que Mitch viene de camino a verte». Me lanza otra sonrisa ensayada. «Vamos a sacar a Snookie a que le dé un poco el aire». Y enseguida se va de la suite con Kendra y la perra.

—Vamos al grano, muchacho —me pide el doctor Lund—. ¿En qué consiste exactamente su idea? ¿Qué tipo de documental piensa hacer?

—Bueno… —contesto. De repente, sin ningún motivo, mis ensayadísimas frases de presentación se me olvidan y se me queda la mente en blanco. Desesperado, me fijo en el pastor Len Vorhees—. Quizá podría empezar… He asistido a su charla, pastor Vorhees… Me ha parecido…, bueno, interesante. ¿Le puedo preguntar por su teoría?

—No es una teoría, jovencito —replica Flexible con un gruñido, mientras logra no perder la sonrisa—. Es la verdad.

No tengo ni idea de por qué estos tres hombres me ponen tan nervioso. Quizá se debe a la fuerza de sus convicciones colectivas y de sus personalidades; nadie consigue ser un predicador de los que aparecen en la lista de los quinientos personajes más ricos del país sin tener carisma. Consigo controlarme. «Pero… si usted afirma que los cuatro primeros sellos se acaban de abrir, ¿no contradice esto sus creencias? ¿La idea de que los fieles subirán al cielo antes de que los jinetes arrasen la Tierra?». La escatología (el estudio de las teorías sobre el Fin de los Tiempos) se está complicando muy deprisa. De acuerdo con mis investigaciones, me parece que el doctor Lund y Flexible creen en la teoría de la Ascensión Previa a la Gran Tribulación, según la cual esa ascensión de los justos se producirá justo antes del período de siete años de gran tribulación; esto es, antes de que el Anticristo asuma el poder y nos haga la vida imposible a todos. Las creencias del pastor Len se ajustan a la teoría de la Ascensión Posterior a la Gran Tribulación, que afirma que los cristianos renacidos se quedarán en la Tierra en calidad de testigos en la fase del fuego y el azufre, que, según él, acaba de empezar.

Al pastor Len le tiemblan los apuestos rasgos y no deja de toquetearse la solapa, pero Flexible y el doctor Lund sueltan unas risitas al unísono, como si yo fuera un niño que acaba de decir una impertinencia divertida.

—No hay ninguna contradicción, muchacho —me asegura Flexible—. Esto se explica en el capítulo 24 del Evangelio según san Mateo: «Pues se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá hambre y terremotos en diversos lugares. Todo esto será el inicio de los dolores del alumbramiento».

Entonces interviene el doctor Lund:

—Esto está sucediendo en todo el mundo. Ahora mismo. Y sabemos que esos dolores del alumbramiento marcan la apertura de los primeros cuatro sellos. También sabemos, porque se dice en el Apocalipsis y en Zacarías, que a continuación los cuatro heraldos salen a recorrer el mundo. El blanco al oeste, el rojo al este, el negro al norte y el caballo de color claro al sur. Ahora que se han abierto los sellos, el castigo caerá sobre Asia, América, Europa y África.

Me cuesta seguir este razonamiento, pero consigo captar el último fragmento.

—¿Y Australia? ¿Y la Antártida? —pregunto.

Flexible vuelve a soltar una risita y menea la cabeza por lo obtuso que soy.

—No forman parte de la descomposición moral, muchacho. Pero ya les llegará el turno. Los gobiernos mundiales y la ONU se reunirán para crear a la bestia de los diez cuernos.

Ahora que no me han agarrado de la solapa y no me han echado a patadas, me siento algo más confiado. Señalo que el DNTS ha indicado que los accidentes se pueden atribuir a causas perfectamente explicables (un error del piloto, un posible choque de pájaros o un fallo mecánico), y no a una intervención de lo sobrenatural (no sé cómo, pero logro expresar esta idea sin que parezca que hablo de extraterrestres o del diablo).

El pastor Len abre la boca para decir algo, pero el doctor Lund se le adelanta:

—Ya contesto yo, Len. ¿Piensa usted que Dios no es capaz de lograr que esos acontecimientos parezcan accidentes? Quiere poner a prueba nuestra fe, distinguir a los creyentes de los impíos. Hemos escuchado su llamada. Pero nosotros nos dedicamos a salvar almas, muchacho, y, cuando se encuentre al cuarto jinete, hasta el más reticente volverá al redil.

Noto que me quedo boquiabierto.

—¿El cuarto jinete? —pregunto.

—Eso es, jovencito.

—Pero en el accidente de África no hubo supervivientes.

El pastor Len y el doctor Lund se miran, y este último le dirige una levísima inclinación de cabeza.

—Creemos que sí —revela Len.

Respondo entre tartamudeos que, según el DNTS y las agencias africanas, es imposible que sobreviviera cualquiera de los pasajeros del vuelo de Dalu Air.

El doctor esboza una sonrisa carente de humor y replica:

—Eso mismo dijeron en los otros tres incidentes, y mire lo que el Señor ha querido mostrarnos. —Se calla unos instantes y me hace la pregunta que yo estaba esperando—: ¿Usted se ha salvado, muchacho?

Esos peculiares ojos de Flexible Sandy, semejantes a botones, se clavan en los míos y de pronto he vuelto al colegio, y estoy delante del director. Me invade un fuerte deseo de mentir y asegurar que sí, que soy uno de ellos, que estoy en el grupo de los salvados. Pero se me pasa y les digo la verdad:

—Soy judío.

El doctor Lund muestra un semblante de aprobación. La sonrisa de Flexible Sandy no decae.

—Necesitamos a los judíos —declara el doctor—. Son ustedes una parte importante de lo que se avecina.

Sé a qué se refiere. Después de la Ascensión y del gobierno del Anticristo, Jesús volverá para derrotar a los infieles y para quitarle el trono al Anticristo en un santiamén. Se supone que esa batalla tendrá lugar en Israel, y el doctor Lund, como muchos creyentes de la profecía, es un firme y elocuente defensor del Estado de Israel. Está convencido, como se dice en la Biblia, de que Israel es de los judíos y solo de los judíos, y sostiene de forma inflexible que hay que oponerse rotundamente a los intercambios de tierras y los acuerdos de paz con Palestina. Se rumorea que durante el mandato del presidente Billy-Bob Blake, el doctor visitaba con frecuencia la Casa Blanca. Tengo muchísimas ganas de plantearle la cuestión más obvia y más polémica (por qué una persona que cree de veras que el fin del mundo es inminente se molesta en entrar en política), pero se levanta antes de que se me ocurra cómo hacérsela.

—Que le vaya bien, muchacho —me dice—. Hable con mi publicista, ella le echará una mano.

Tras otra serie de apretones de manos, me despiden. (Al cabo de unos días hago lo que él me ha propuesto, pero recibo por toda respuesta un brusco «El doctor Lund no se encuentra disponible», y un silencio absoluto tras mis otros intentos de comunicarme con Flexible Sandy).

Mientras me marcho del congreso, con la biblia del pescador a mosca y los libros de Desaparecidos bajo el brazo, paso junto a una falange de corpulentos guardaespaldas que rodean a un hombre que luce un traje aún más caro que el del doctor Lund. Lo reconozco de inmediato. Es Mitch Reynard, exgobernador de Texas, quien hace un par de semanas anunció su intención de presentarse a las primarias presidenciales del Partido Republicano.

Los tres
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