Reba Louise Neilson

Elspeth, me duele hablar de esto. Pero creo que tengo que dar mi versión. La gente en general tiene que saber que en el condado de Sannah hay buenos cristianos que jamás han querido que les sucediera nada malo a esos niños.

Supongo que el pastor Len empezó a dejar de veras que el mal anidara en su corazón justo después de que Kendra cogiera y se fuera, cuando el doctor Lund se desvinculó de él de manera definitiva. También estaban todos esos periodistas que se burlaban de él (Stephenie me contó que incluso hicieron un número paródico sobre él en Saturday Night Live, aunque ella no suele ver programas de esos). Y los tipos aquellos, los mirones pesados, tampoco ayudaban mucho. Llegó toda una nueva oleada de ellos después de que encontraran a Kenneth Oduah en África y de que la gente empezara a decir que el abuelo de Bobby Small había vuelto a hablar aunque tenía el alzhéimer ese. Vinieron tantos que, según me contaron, el pastor tuvo que alquilar retretes químicos para que se los instalaran, y su rancho apenas se veía desde la carretera por culpa del número de autocaravanas Winnebago y camionetas que estaban aparcadas en su finca. No digo que algunos de ellos no fueran buenos cristianos, pero a veces los veía por el pueblo y algunos tenían la mirada perdida, como si se les hubiera roto el alma. Los que eran como el Monty ese.

Aunque en mi opinión fue Jim quien de verdad inclinó la balanza.

Cielo santo, aquel fue un día espantoso. Recuerdo hasta el mínimo detalle. Yo estaba en la cocina preparándole un sándwich a Lorne, de mortadela y queso, el que más le gusta, y tenía la tele puesta. Miranda Stewart estaba entrevistando a Mitch Reynard, que decía que los Estados Unidos iban derechitos al infierno y que había llegado el momento de devolver unos sólidos principios morales al país (Stephenie cree que se parece un poco a George Clooney, pero yo no estoy tan segura). En esa época, el doctor Lund y él siempre estaban saliendo en los telediarios; los sectores progresistas los estaban atizando de lo lindo, pero ellos se mantuvieron firmes, y muy bien que hicieron. Sonó el teléfono justo cuando estaba a punto de llevarle la comida a Lorne. No me importa reconocer que me sentí incómoda al oír la voz del pastor Len al otro lado de la línea. Pensé que quizá me iba a preguntar por qué llevaba una temporada sin ir ni a la iglesia ni al grupo de estudios bíblicos, pero lo único que me preguntó fue si había visto a Jim. Me dijo que estaba organizando una de sus reuniones de oración especiales a primera hora de la mañana, y que Jim había aceptado ir al rancho y hablarles a los nuevos mirones pesados de lo buena mujer que había sido Pam. Yo contesté que hacía como una semana que no lo veía, pero que tenía previsto llevarle una lasaña esa noche. El señor Len me pidió, si no me importaba, que me acercara antes para ver si estaba bien, porque no le cogía el teléfono. Añadió que esperaba verme en la iglesia ese domingo y colgó.

Después de eso estuve más de media hora de lo más intranquila, había una parte de mí que todavía se sentía culpable por haberle dado la espalda a la iglesia de esa manera; a continuación fui llamando a los miembros del círculo íntimo para ver si alguien tenía noticias de Jim. La verdad es que a esas alturas casi todos habían dejado de llevarle comida y de pasarse por su casa a comprobar cómo estaba. Stephenie, Lena y yo éramos las únicas que todavía íbamos de vez en cuando, aunque él nunca parecía agradecerlo. Luego llamé a Jim tres o cuatro veces, pero no me cogió el teléfono. Lorne estaba en la parte de atrás; le pedí que me llevara a casa de Jim para comprobar que no había perdido la conciencia por estar borracho, por si se había dado un golpe en la cabeza o algo así.

Todos los días le doy las gracias al Señor de que Lorne hubiera librado ese día; no habría podido enfrentarme a aquello yo sola. Supe que había sucedido algo fuera de lo común en cuanto se detuvo el coche. Lo noté por el número de moscas que pululaban por el interior de la puerta mosquitera, tantas que estaba negra.

Lorne llamó enseguida a Manny Beaumont, y nos quedamos en la furgoneta mientras él y su ayudante entraban. El sheriff Beaumont declaró que resultaba evidente que había sido un suicidio; Jim se había metido la escopeta en la boca y se había volado la tapa de los sesos. Y le había dejado una nota al pastor Len. No supimos qué decía en ella hasta que el sacerdote la leyó en el funeral de Jim. Fue entonces cuando el curso de los acontecimientos cambió de verdad.

Puede que Jim cometiera un pecado contra Dios al quitarse la vida, pero Stephenie, yo y algunos miembros más del círculo íntimo accedimos a preparar las flores para la ceremonia. Los mirones del pastor, unos desconocidos que ni siquiera habían tratado a Jim, abarrotaban la iglesia. Lorne comentó que el señor Len había montado todo el tinglado para las cámaras de televisión que había allí, porque sin duda esperaba que el doctor Lund lo viera en las noticias.

—Jim es un mártir —aseguró el pastor—, uno de los testigos, al igual que su esposa, Pamela. Se nos acaba el tiempo. Todavía tienen que salvarse miles de personas antes de que sea demasiado tarde. Nos hace falta más tiempo, pero Jesucristo no va a estar esperando eternamente.

Lorne dice que las autoridades lo tendrían que haber frenado en ese mismo momento. Pero ¿qué iba a hacer el sheriff Beaumont? Estamos en Estados Unidos, la gente tiene derecho a hacer lo que quiera dentro de su propiedad, y el pastor Len no había violado ninguna ley. No, en ese momento no. No dijo directamente que a esos niños hubiera que matarlos.

El señor Len había sido mi luz y mi guía durante muchísimo tiempo. Yo confiaba en sus palabras, hacía caso a sus sermones, lo admiraba. Pero lo que decía, eso de que Pamela era una profetisa, que el suicidio de Jim no era un pecado sino su forma de mostrarnos que el quinto sello se había abierto, no me pareció nada bien, esa es la verdad. Creo que Jesús me habló y me dijo: «Reba, aléjate. Aléjate ya. Del todo». Eso hice. Y ahora sé, en mi fuero interno, que acerté.

Los tres
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