Transcripción de las grabaciones de voz de Paul Craddock, marzo de 2012.
12 de marzo, 5:30
Solo ha sido una copa, Mandi. Solo una… He tenido otra noche de esas, Stephen ha vuelto a aparecerse, pero esta vez no ha dicho nada, tan solo…
(Un ruido sordo, y después el sonido que se produce al tirar de la cadena).
Nunca más. Nunca más, joder. Darren, el de los servicios sociales, ya te he hablado de él, va a venir dentro de pocas horas y no puedo dejar que me note el olor rancio a alcohol. Aunque beber me ayuda, eso no puedo negarlo.
Ay, Dios.
12 de marzo, 11:30
Creo que la cosa me ha salido bien. Me he cerciorado de no apestar a enjuague bucal, que es una señal inequívoca. He encontrado un desodorante, de esos de aerosol y baratos, en el fondo de armario del baño, así que a lo que atufaba era a almizcle de fábrica. Pero es la última vez que voy a correr un riesgo así.
Aunque tampoco es que pase mucho tiempo al lado de Darren. Jess, como siempre, ha conseguido acaparar toda su atención. «Darren, ¿quieres venir a ver Mi pequeño poni conmigo? El tío Paul me ha comprado la serie entera». Antes del accidente no era tan extrovertida, desde luego. Eso ahora lo tengo claro. Ni Polly ni ella eran lo que se dice unas niñas precoces. Les daba vergüenza estar con desconocidos, pero supongo que es normal que haya cierto cambio de actitud. Darren cree que deberíamos plantearnos mandarla al colegio después de las vacaciones de Pascua. A ver qué piensa el doctor K.
Gracias por ser tan comprensiva cuando he estado una temporada sin mandarte grabaciones. Porque… expresar así las cosas… me ayuda mucho, la verdad. Te prometo que dentro de poco volveré a hablar de los asuntos que interesan. Será cosa del dolor, ¿no? Una fase de negación o algo así. ¿No es ese uno de los períodos que atraviesa todo el mundo cuando está viviendo un duelo? Joder, menos mal que Jess no está pasando por todo esto. Da la sensación de que lo ha aceptado todo, ni siquiera ha llorado todavía, ni la primera vez que le quitaron las vendas y se vio las cicatrices. Tampoco se notan tanto, nada que un poco de maquillaje no pueda arreglar cuando sea algo mayor. Y el pelo le está empezando a crecer otra vez. El otro día lo pasamos muy bien mientras elegíamos sombreros por internet. Escogió uno muy elegante de fieltro. No me puedo imaginar a la Jess de antes del accidente haciendo algo así; no era un accesorio muy propio de Missy K., cuyo sentido estético al vestir parece el de una drag queen retrasada y daltónica.
Aun así…, aceptarlo todo como Jess ha hecho…, no puede ser normal, ¿no? Casi me siento tentado de enseñarle las fotografías familiares que guardé antes de que ella volviera por si puedo provocar algún tipo de reacción emocional, pero todavía no estoy preparado para verlas y pongo mucho cuidado en no alterarme demasiado cuando estoy con ella. Ahora que han difundido lo que llaman las conclusiones preliminares de la investigación del accidente, le pido al cielo que esto me permita pasar página. Los de 277 Juntos me están ayudando. No les he contado lo de las pesadillas. No lo pienso hacer, ni loco. Confío en ellos, sobre todo en Mel y en Geoff, pero nunca se sabe. Los putos periódicos publican cualquier cosa, ¿no? ¿Has visto ese reportaje tan lacrimógeno que han sacado en el Daily Mail, o el Daily Heil, como lo llamaba Stephen, sobre Marilyn? Dice que le han diagnosticado un enfisema, «y lo único que quiero es ver a la pequeña Jessie antes de morir, bua, bua». Puro chantaje emocional. Todavía espero encontrarme a Fétido y a Gómez merodeando en torno a nuestra casa. Aunque supongo que ni siquiera en la familia Addams son tan tontos para saltarse una orden de alejamiento. Y siempre puedo llamar a Gavin, el hijo supermacho de Mel, para que les dé un susto de muerte si llegan a presentarse, ¿verdad?
Dios mío, cómo estoy. Aquí parloteando como un imbécil. Es por culpa del estrés. No estoy durmiendo lo suficiente. No me extraña que esos cabrones estadounidenses de Guantánamo utilicen la privación de sueño como método de tortura.
(Suena el politono de un móvil: el tema principal de Doctor Zhivago).
Un momento. El teléfono.
11:45
Estupendo. Ha sido muy bonito. Un periodistilla, como siempre, esta vez del Independent. ¿No era un periódico sensato, en teoría? Quería saber mi opinión sobre los rumores de que uno de esos fanáticos religiosos tan gilipollas va a empezar a buscar al cuarto jinete, por increíble que parezca.
¿Eso qué coño tiene que ver conmigo? Por Dios. ¿El cuarto niño? Menuda chorrada. El reportero incluso ha tenido la desfachatez de preguntarme si había observado algún cambio en el comportamiento de Jess. ¿De verdad que así es como la prensa funciona ahora? ¿Dando crédito a encantadores de serpientes y chalados de la religión? ¿Son los locos quienes dirigen el manicomio? Huy, esto no me ha quedado mal. Que no se me olvide dejar esta frase cuando borre todo lo relacionado con mis sueños.
Bueno. Un café, luego visto a Jess y voy a hacer la compra a Waitrose. En la calle hoy solo hay dos paparazzi de esos que parecen neandertales. No creo que me cueste salir sin que se den cuenta.
15 de marzo, 23:25
Hummm…, no sé muy bien qué comentar sobre lo que ha pasado. Ha sido un día extraño.
Esta mañana, por mucho que hubiera paparazzi, he decidido que nos tenía que dar un poco el aire. El encierro me estaba volviendo loco, y Jess ha estado viendo demasiado la tele, eso está claro. Pero casi nunca podemos salir, a no ser que queramos que nos frían a fotos. Menos mal que a la niña no le interesan las cadenas de noticias, pero solo puedo oír el tema principal de Mi pequeño poni un número limitado de veces sin que me estalle la cabeza. Hemos ido caminando por la acera hasta las caballerizas del final de la calle, mientras nos seguía un grupo de periodistas de pelo grasiento, peinado con raya a un lado para taparse la calva.
—¡Jess, una sonrisa para la foto! —chillaban, jadeando en torno a ella como si fueran una caterva de pederastas que hubieran salido del hospital psiquiátrico de Broadmoor para hacer una excursión de un día.
He tenido que hacer acopio de todas mis fuerzas para no espetarles que se fueran a tomar por culo, pero he puesto la cara de buen tío y Jess les ha seguido el juego, como de costumbre: ha posado junto a los caballos y me ha dado la mano mientras volvíamos a casa.
Como al día siguiente nos tocaba cita con el doctor K., he pensado que podía ser buena idea tratar de que la niña me hablase un poco de Polly, Stephen y Shelly. Me está preocupando que se muestre tan autosuficiente y… feliz, supongo. Porque así es como está todo el puto rato, como si hubiera salido de una cursi comedia de situación estadounidense de los años ochenta. Incluso ha dejado de decir palabrotas.
Como siempre, me ha escuchado con calma, aunque con ese gesto suyo algo condescendiente.
Le he señalado con un ademán el episodio de Mi pequeño poni que se estaba reproduciendo una y otra vez. Debo reconocer que, pese a ese tema principal tan espantoso, la serie resulta curiosamente adictiva. A estas alturas, prácticamente me conozco todos los episodios de memoria. «Jess, ¿te acuerdas de cuando Applejack se niega a que sus amigos la ayuden y se acaba metiendo en un lío? —he empezado a preguntarle con mi voz de tío Dicharachero—. Al final, Twilight Sparkle y los demás la ayudan y se da cuenta de que a veces la única forma de sobrellevar ciertas situaciones difíciles es contárselas a sus amigos».
Jess no ha dicho nada. Me ha mirado como si estuviera completamente chalado.
—Lo que quiero que sepas es que puedes apoyarte en mí todo lo que quieras. Y no pasa nada si lloras cuando estás triste. Soy consciente de que debes de echar mucho de menos a Polly, a papá y a mamá. Sé también que yo no puedo ocupar su lugar.
—No estoy triste —me ha contestado.
A lo mejor los ha borrado de su cabeza. A lo mejor finge que nunca han existido.
Por enésima vez le he preguntado:
—¿Quieres que vea si alguno de tus amigos quiere venir a jugar mañana?
Ella ha bostezado, ha respondido: «No, gracias», y ha seguido viendo a esos malditos ponis.
3:30
(Sollozos).
Mandi. Mandi. Ya no lo aguanto más. Ha estado aquí… No le he podido ver la cara. Ha vuelto a repetir lo mismo, es lo único que dice:
—¿Cómo has podido dejar que entre esa cosa aquí?
Ay, Dios. Joder, joder.
4:30
Es imposible que me vuelva a dormir. Ni de coña.
Son tan reales… Los sueños. De una realidad increíble. Y… joder. Esto ya no es de locos, es peor…, pero esta vez estoy seguro de que me ha llegado un olor, un leve hedor a pescado podrido. Como si, con el paso del tiempo, el cuerpo de Stephen se estuviera descomponiendo. Y sigo sin verle la cara…
Bueno. Ya basta.
Tengo que frenar esto.
Todo esto es una locura.
Pero… se me ocurre que es posible que todo lo que me pasa surja de un sentimiento de culpa. A lo mejor mi subconsciente necesita que me enfrente a este tema.
Hago por Jess todo lo que puedo, claro que sí. Pero no puedo evitar sentir que me falta algo. Que debería hacer más.
Como cuando murieron mis padres. Se lo dejé todo a Stephen, permití que se ocupara él de los detalles del funeral. En esa época yo estaba de gira con una obra de Alan Bennett en Exeter. Me parecía que mi carrera era más importante; me convencí de que mis padres no habrían querido chafarme mi salto al estrellato, ja, ja. Menudo salto al estrellato. La mayoría de las noches nos podíamos dar por satisfechos si conseguíamos mitad de aforo. Seguía enfadado con ellos, imagino. Con mis padres no llegué a salir del armario, aunque lo sabían. Dejaron bien claro que yo era la oveja negra de la familia y que Stephen era su ojito derecho. Ya sé lo que te he contado antes, Mandi, pero mi hermano y yo no teníamos una relación muy estrecha de pequeños. No es que nos peleáramos ni nada, pero… él le caía bien a todo el mundo. Yo no estaba celoso y, aunque la situación era fácil para él, para mí no lo era. Menos mal que apareció Shelly. Si no hubiera sido por ella, no habríamos vuelto a acercarnos.
Pero yo sabía…, siempre lo he sabido…, que Stephen era demasiado bueno. Mejor que yo.
(Un sollozo).
Incluso me defendía cuando no me lo merecía.
Y en el fondo, muy en el fondo, yo sabía que él sabía que yo no valía para cuidar a Jess.
Shelly y él… habían triunfado en la vida, ¿o no? Y lo que soy yo…
(Se sorbe la nariz con fuerza).
Hay que ver cómo me he puesto, parezco una señorita plañidera.
Solo es el sentimiento de culpa, nada más. Culpa y arrepentimiento. Pero con Jess lo haré mejor. Le demostraré a Stephen que Shelly y él acertaron al darme la custodia. A lo mejor entonces me deja en paz.
21 de marzo, 23:30
Me he dado por vencido y le he pedido a la señora Ellington-Burn que cuide a Jess mientras yo iba a la reunión de esta noche de 277 Juntos. Por lo general me llevo a la niña, que siempre se porta como un angelito. Mel le prepara algo que hacer en el vestíbulo del centro social, un dibujo para colorear o algo de ese estilo, y también cojo el Mac de Stephen para que vea a Rainbow Dash y a las otras ponis una y otra vez, pero ciertos miembros de 277 Juntos…, no sé, me da la impresión de que se sienten un poco incómodos si está ella. Como es lógico, todos son muy cariñosos con la niña, pero es que… Bueno, tampoco puedo culparlos. Les obliga a recordar que sus familiares no sobrevivieron, ¿verdad? A algunos eso les parecerá injusto. Y sé que querrán preguntarle cómo fueron los últimos segundos de antes de que el avión se estrellara. Ella asegura que no se acuerda de nada, y ¿por qué iba a hacerlo? Se quedó inconsciente cuando sucedió todo. El investigador del Departamento de Investigación de Accidentes Aéreos (DIAA) que fue a hablar con ella antes de que celebraran esa rueda de prensa hizo todo lo posible por rebuscar en su memoria, pero ella declaró con mucha firmeza que lo último de lo que se acordaba era de estar en la piscina del hotel de Tenerife.
La señora E-B prácticamente me ha echado de casa, estaba impaciente por quedarse con Jess. A lo mejor se siente sola. Nunca he visto que nadie vaya a verla, al margen de los testigos de Jehová, pero claro, casi siempre tiene una actitud de vieja antipática. Por suerte no se ha traído a su perro de ladrido agudo, así que al menos no he tenido que preocuparme de que dejara su asqueroso pelo de caniche en todas las fundas de los sofás. No creo que esa actitud desdeñosa que tiene la vecina conmigo sea algo personal. Geoff me dijo que a él lo miraba como si llevara mierda en el zapato (un típico comentario de Geoff), así que creo que solo se debe a lo muy superior que se cree la señora respecto a todo el mundo. Me causaba cierto nerviosismo dejar a Jess con ella, pero la niña se ha despedido de mí tan contenta. Esto nunca lo he expresado en voz alta, pero… a veces no sé muy bien si le importa una mierda que yo esté con ella o no.
En todo caso… ¿Por dónde iba? Ah, sí. Estaba hablando de 277 Juntos. He estado a punto de soltárselo todo. De contarles lo de Stephen. De hablarles de las pesadillas. Dios mío. Pero al final no he dejado de darles la matraca con la cuestión de la atención mediática, de decirles que eso me estaba deprimiendo. Me he dado cuenta de que les estaba quitando tiempo a todos los demás, pero no podía parar.
Al final Mel ha tenido que interrumpirme porque se estaba haciendo tarde. Mientras tomábamos el té, Kelvin y Kylie se han levantado y nos han dicho que querían anunciarnos una cosa. Ella se ha puesto muy colorada y ha empezado a retorcer las manos, y él nos ha contado que llevaban un tiempo saliendo y que pensaban comprometerse. Todos hemos comenzado a llorar y a aplaudir. Si soy sincero, me he puesto un poco celoso. Hace meses que ni siquiera tomo una copa con alguien con quien pudiera tener la menor gana de echar un polvo, y ahora tampoco es que haya muchas posibilidades de que eso suceda. Me imagino lo que diría el Sun. «El tío chiflado de Jess convierte su hogar en un antro de perversión sexual», o algo así. Les he dicho que me alegraba por ellos, aunque él es mucho mayor que ella y da la sensación de que se han precipitado un poco; apenas hace un mes que empezaron a salir.
Aun así, él es buen tipo. Kylie tiene suerte de estar con él, es muy sensible debajo de todos esos músculos y de esa actitud de «qué pasa, colega». A mí comenzó a gustarme un poco después de escuchar cómo leía el poema aquel en la ceremonia fúnebre. Pero sabía que, en mi caso, el asunto no iría a ningún sitio: Kelvin no podría ser más hetero. Lo son todos. Soy el único gay del grupo, ja, ja, de puta madre. Después de que todos los felicitaran, Kelvin ha añadido que a sus padres, fallecidos en el accidente, les habría encantado conocer a Kylie, y que llevaban décadas incordiándolo para que se casara. Con esas palabras, todos volvimos a caer; Geoff prácticamente se puso a llorar a moco tendido. Todos sabíamos que Kelvin les había regalado a sus padres el viaje a Tenerife para celebrar que llevaban cuarenta años de casados. Tiene que ser absolutamente espantoso vivir con eso, lo cual me llevó a acordarme de la madre de Bobby Small, que viajó a Florida para buscar un sitio donde sus padres pudieran instalarse, ¿no? Horroroso. Para que luego hablen del karma, coño.
Algunos de los miembros del grupo iban a ir luego a un pub para tomar unas copas y celebrarlo, pero he llegado a la conclusión de que apuntarme no era muy buena idea. La tentación de tomarme una bien cargada habría sido demasiado fuerte. No sé muy bien si me lo he imaginado, pero varios de ellos parecían aliviados cuando he dicho que no. Seguramente la paranoia, mi vieja amiga, vuelve a hacer de las suyas.
Cuando he regresado, la señora Ellington-Burn estaba repantigada en el sofá y leía una novela de Patricia Cornwell. No daba la impresión de tener mucha prisa por volver a su casa, de modo que le he preguntado si había notado algo distinto en Jess después del accidente; al margen del aspecto físico, evidentemente. Quería comprobar si era yo el único que pensaba que en la personalidad de la niña se había producido alguna transformación propia de Doctor Who.
Ha reflexionado un buen rato al respecto; luego ha hecho un ademán con la cabeza y ha contestado que no está segura del todo. Pero ha añadido que esa noche Jess había sido «un auténtico cielo», aunque, para mi sorpresa, le había pedido ver algo que no fuera Mi pequeño poni. La señora E-B ha reconocido a regañadientes que se habían hecho una maratón de programas de telerrealidad de todo tipo, de Britain’s Got Talent a America’s Next Top Model. Luego Jess se había ido a la cama sin que hubiera tenido que pedírselo.
Como seguía sin mostrar la menor intención de marcharse, le he vuelto a dar las gracias con mucha intención y le he sonreído con un gesto de expectación. Se ha puesto en pie y me ha mirado a los ojos, mientras le temblaban los mofletes de esa enorme cara de bulldog que tiene.
—Un consejo, Paul —me ha dicho—. Cuidado con lo que tiras al cubo del reciclaje.
Me ha invadido otra oleada de paranoia; durante un instante he creído que a lo mejor había encontrado una de mis botellas de lo que llamo «el alcohol de subsistencia» y que estaba a punto de chantajearme. He insistido mucho en que ya no bebo, así que no me conviene nada que una cosa así se sepa. No con la que está cayendo. «Lo digo por los periodistas —me ha aclarado—, los he pillado rebuscando en los cubos un par de veces. Pero no te preocupes, he hecho que se fueran por donde habían venido». Después me ha dado unos golpecitos en el brazo. «Lo estás haciendo muy bien. Jess está de maravilla. No podría estar en mejores manos».
La he acompañado a la puerta y después me he echado a llorar. Estaba tan aliviado que me he quedado sin fuerzas. Aliviado al ver que, al menos a una persona, le parecía que lo estaba haciendo bien con Jess. Aunque fuera esa vieja arisca.
Y ahora estoy pensando que es imperioso que controle todo lo tocante a las pesadillas. Recuperar el equilibrio y dejar de sentir pena por mí mismo definitivamente.
22 de marzo, 16:00
Acabo de volver del doctor K.
Después de que haya terminado con Jess (lo de siempre, que parece que lo lleva todo bien, que sin duda podemos plantearnos que vuelva pronto al colegio, etcétera), he intentado hablar con él de algunas de las cosas que me preocupan. Le he comentado que he estado teniendo pesadillas, pero no he entrado en detalles por motivos evidentes. Es un hombre con el que resulta fácil hablar, bondadoso, con cierto sobrepeso, pero en plan oso achuchable, no te entran ganas de decirle: «Tápate esos michelines enseguida». Ha asegurado que mis pesadillas son una señal de que mi inconsciente está procesando mi dolor y mi ansiedad, y que en cuanto la atención mediática decaiga, las cosas volverán a equilibrarse. También me ha dicho que no debo subestimar la presión a la que me están sometiendo los periodistas, la familia Addams y los locos que siguen llamando de vez en cuando. Que no pasa nada si tomo algo que me ayude a conciliar el sueño, y me ha extendido una receta de unas pastillas con las que me ha garantizado que dormiré como un tronco.
Bueno…, a ver si funcionan.
Pero voy a ser sincero. Incluso con esas pastillas, dormir me da miedo.
23 de marzo, 4:00
(Un sollozo).
No he soñado. Ni he visto a Stephen. Pero esto… esto es, eh…, peor no, pero…
Me he despertado más o menos a la hora en que Stephen aparece, a las tres de la madrugada, y me han llegado voces desde algún sitio. Y luego una carcajada. La de Shelly. Con una nitidez absoluta. He salido de la cama de un brinco y he bajado a toda pastilla al piso inferior, con el corazón en un puño. No sé con qué esperaba encontrarme; quizás a Shelly y Stephen en el pasillo, y que me contaran…, joder, pues no sé, que los habían secuestrado unos piratas somalíes o algo así, y que por eso no habíamos tenido noticias suyas. Solo estaba despierto a medias, supongo que por eso no pensaba con claridad.
Pero solo era Jess. Estaba sentada a pocos centímetros del televisor y miraba el DVD de la boda de sus padres.
—¿Jess? —le he preguntado en voz baja porque no quería asustarla.
He pensado: «Coño, ¿por fin ha decidido asimilar que han muerto?».
Sin darse la vuelta me ha preguntado:
—Tío Paul, ¿estabas celoso de Stephen?
—¿Y por qué iba a estar celoso? —le he contestado.
No se me ha ocurrido decirle que por qué lo llamaba Stephen y no papá.
—Pues porque ellos se querían y tú no tienes a nadie que te quiera.
Ojalá pudiera reproducir el tono de voz que ha empleado, como si fuera un científico a quien le interesa un espécimen.
—Eso no es verdad, Jess.
Y entonces ha añadido:
—¿A mí me quieres?
Le he respondido que sí. Pero era mentira. Yo quería a la Jess de antes. El Paul de antes quería a la Jess de antes.
Joder, joder. No me puedo creer lo que acabo de soltar. ¿Qué quiero decir con eso de la Jess de antes?
La he dejado mientras volvía a ver el DVD; me he ido a la cocina y he acabado encontrando una vieja botella de jerez de cocinar. La había escondido: ojos que no ven, corazón que no siente.
Ahora la niña sigue mirando el vídeo, en bucle. Va por la cuarta vez, oigo la música que pusieron durante la ceremonia: «Better Together», del puto Jack Johnson. Y se está riendo. Hay algo que le hace gracia. Pero ¿qué es lo que podría ser divertido?
Mandi, ahora estoy sentado y contemplando la botella.
Pero no la pienso tocar. No.