A continuación se transcriben las declaraciones que grabó Paul Craddock el 12 de febrero de 2012.

22:15

Pues aquí estamos otra vez, Mandi. Vaya, cada vez que digo tu nombre me acuerdo de la canción esa de Barry Manilow. ¿Es verdad que se la dedicó a su perra? Lo siento, no es este el contexto más indicado para ponerse frívolo, pero me pediste que soltara todo lo que me pasara por la cabeza, y con estas cosas dejo de pensar en…, bueno, en Stephen, el accidente, toda esta mierda.

(Un sollozo).

Lo siento. Lo siento. Estoy bien. Me pasa a veces, creo que tengo la situación controlada y entonces… Bueno. Jess lleva seis días en casa. Todavía da la impresión de que ha perdido gran parte de la memoria; recuerda poco de su vida anterior al Jueves Negro y nada del accidente. Sigue llevando a cabo su ritual matutino, como si viviera desconectada del mundo real y tuviera que acordarse de quién es: «Soy Jessica, tú eres mi tío Paul, y papá, mamá y mi hermana están en el cielo». Aún me siento un poco culpable por lo del cielo: Stephen y Shelly eran ateos, pero a ver cómo le explicas la idea de la muerte a una niña de seis años sin mencionar el cielo. Tengo muy presente que el doctor Kasabian (madre mía, el otro día me equivoqué y lo llamé doctor Kevorkian, esto no lo incluyas) me dijo que le va a hacer falta cierto tiempo para adaptarse, y que los cambios de comportamiento son normales. Como ya sabes, no se han detectado lesiones cerebrales, pero he investigado un poco más por internet y resulta que el síndrome de estrés postraumático puede tener efectos raros. Aunque hay un aspecto positivo, y es que se muestra mucho más comunicativa, más que antes del accidente, por extraño que parezca.

Esta tarde ha pasado un detalle curioso mientras la estaba acostando, pero no sé si lo podemos meter en el libro. ¿Recuerdas que te conté que estábamos leyendo El león, la bruja y el armario? Lo había elegido Jess. Bueno, pues sin venir a cuento me ha soltado:

—Tío Paul, ¿al señor Tumnus le gusta besar a otros hombres, como a ti?

Me he quedado patidifuso, Mandi. Stephen y Shelly habían decidido que las niñas eran demasiado pequeñas para tener con ellas la típica conversación sobre la semillita de papá en la tripa de mamá, menos aún para entrar en más detalles sobre la cuestión, así que, que yo sepa, no habían comentado nada de mi homosexualidad con las gemelas. Y no le dejo que vea los periódicos ni que entre en internet, por todas las gilipolleces que están diciendo en los Estados Unidos sobre ella y los otros dos niños. Por no mencionar la basura que la puta Marilyn y la familia Addams siguen contándoles a los tabloides sobre mí. Me planteé preguntarle quién le había dicho que me «gustaba besar a otros hombres», pero me pareció mejor no darle gran importancia al tema. Es posible que algún periodista lograra hablar con ella y que los del hospital lo hayan ocultado.

Pero ella no estaba dispuesta a dejar el tema. «Bueno, ¿sí o no, tío Paul?», ha seguido preguntando. ¿Conoces el libro, Mandi? El señor Tumnus es el primero de los animales parlantes con los que se topa Lucy al cruzar el armario y entrar en Narnia, el tipo ese con barba de chivo y patas de ciervo, un fauno o algo así. (Que, la verdad, me recuerda mucho al terapeuta especializado en traumas que vino a casa justo después de que me contaran lo de Jess). Y hay que decir que, en la ilustración, el señor Tumnus parece marica perdido, sale con un puto pañuelito rojo alegremente colocado en torno al cuello. Supongo que tampoco sería tan descabellado pensar que acababa de estar buscando sexo al aire libre con algunos centauros del bosque. Ay, Dios. Esto tampoco lo incluyas. Creo que he contestado algo del tipo de: «Pues si lo hace será porque le apetece, ¿no?», y he seguido leyendo.

Hemos avanzado bastantes páginas, y me he puesto un poco nervioso cuando hemos llegado al fragmento en el que Aslan, el león parlante, se entrega a la reina malvada para que esta lo mate. Stephen me había contado que, al leerles esta parte a las niñas el año pasado, ellas habían llorado muchísimo; Polly llegó a tener pesadillas.

Pero esta vez Jess no ha soltado ni una lágrima.

—Pero Aslan ¿por qué hace eso? Es una tontería, ¿verdad, tío Paul?

He decidido no explicarle que la muerte del león es una alegoría cristiana, que representa todo el rollo ese de que Jesucristo muere por nuestros pecados y tal, así que le he respondido, más o menos:

—Bueno, es que Edmund ha traicionado a los otros, y la reina mala dice que lo va a matar; entonces Aslan propone ocupar el puesto de Edmund porque es bueno y amable.

—Pues a mí me sigue pareciendo una tontería. Pero me alegro. Edmund me cae bien.

Por si no te acuerdas, Mandi, Edmund es el chico egoísta, mimado, mentiroso e imbécil.

—¿Por qué?

—Porque es el único de los niños que no es un puto cobardica —me ha contestado.

Cielo santo, no he sabido muy bien si debía regañarla o soltar una carcajada. Ya sabes que te he contado que aprendió muchos tacos cuando estaba en el hospital; se los debió de oír a los celadores o a las limpiadoras, porque no me imagino ni al doctor K. ni a las enfermeras diciendo burradas en su presencia.

—No hables así, Jess —le he advertido.

—Así, ¿cómo? —Y luego ha añadido—: Las cosas no funcionan de esa forma. ¡Un puto armario! Eso es imposible, tío Paul.

Me ha dado la impresión de que esa idea le divertía, y se ha quedado dormida poco después.

Supongo que debería agradecer que esté hablando y que se muestre comunicativa. Por lo que se ve, no le afecta que le hable de Stephen, Shelly y Polly, pero todavía es pronto. El doctor K. asegura que debería prepararme para algún tipo de reacción emocional a lo que ha vivido, pero hasta ahora todo va bien. Todavía queda mucho para que la mandemos al colegio. Lo último que nos conviene es que los niños le cuenten lo que se está diciendo de ella, pero nos vamos acercando poco a poco a una vida normal.

¿Y qué más? Ah, sí, mañana viene Darren, de los servicios sociales, para comprobar «que lo estoy llevando todo bien». ¿Te he hablado de él? Es un tío majo, lleva un poco el rollo ese hippie de las barbas y las sandalias, pero noto que está de mi lado. Igual tendría que pensar en contratar a una niñera o algo así, aunque la vieja entrometida de al lado, la señora Ellington-Burn (¡qué te parece ese apellido!), se pasa el día dándome la lata para que la deje cuidar a Jess. Mel y Geoff también me han dicho que están dispuestos a hacer de canguros. Hay que ver el empuje que tienen esos dos. Creo que podrías poner una frase como: «Mel y Geoff siguieron siendo mi principal apoyo en la época en que yo me esforzaba por adaptarme a mi nuevo estatus de padre soltero». ¿Demasiado ñoño? Bueno, podemos mejorarlo. Los primeros capítulos te han quedado muy bien, estoy seguro de que no habrá ningún problema.

Un segundo, voy a coger el té. ¡Joder! Mierda, se me ha derramado. Ay. Cómo quema. Ya está…

Por suerte, hoy no ha llamado ningún chalado. Los del grupo que está convencido de que Jess es una extraterrestre dejaron de hacerlo cuando pedí a la policía que les diera un aviso, así que ahora solo quedan los fanáticos religiosos y los de la prensa. De los del cine puede ocuparse Gerry, que sigue pensando que deberíamos esperar un poco y luego venderle al mejor postor la historia de Jess. Parece una actitud un poco codiciosa, sobre todo teniendo el dinero del seguro, pero es posible que Jess me dé las gracias cuando sea mayor si le dejo la vida resuelta económicamente. Una decisión difícil. No sé cómo lo estará sobrellevando todo el niño estadounidense, el escrutinio público debe de ser una locura. Me da muchísima pena su abuela, aunque al menos vive en Nueva York y no en uno de esos estados del cinturón bíblico. Supongo que el furor acabará desapareciendo. Ya te he contado que otro programa de entrevistas estadounidense está tratando de juntar a los Tres, ¿verdad? En esta ocasión, uno de los más importantes. Querían que Jess y yo fuéramos a Nueva York, pero ella no está preparada en absoluto para algo así. Entonces propusieron que hiciéramos una entrevista por Skype, aunque todo el asunto se fue al garete cuando el padre del niño japonés y la abuela de Bobby contestaron que nanay. Ya habrá mucho tiempo para esas cosas. Algunos días lamento no poder apagar el puñetero teléfono, pero necesito estar disponible para los de los servicios sociales y otras llamadas importantes. ¡Ah! ¿Te había dicho que la semana que viene voy a salir en Charla matutina con Randy y Margaret? No dejes de ver el programa ni de decirme qué te parece. ¡He accedido únicamente porque el redactor de invitados no ha dejado de darme la lata! Y Gerry dice que es una buena oportunidad para dejar las cosas claras después de todas las gilipolleces que se han dicho sobre mí en el Mail on Sunday.

(Suena el politono de un móvil: el tema principal de Doctor Zhivago).

Un momento.

Otra vez la Marilyn de los cojones. ¡A estas horas de la noche! No pienso cogerlo. Gracias, identificador de llamadas. Lo único que querrá es cantarme las cuarenta y preguntarme cuándo voy a llevarles a Jess para que la vean. No puedo pasarme la vida dándoles largas, porque acabarán recurriendo enseguida a su periodistilla preferido del Sun para ponerse a rajar, pero sigo esperando una disculpa después de esas declaraciones hechas a mis espaldas en la revista Chat en las que aseguraban que yo estaba como una regadera. Mandi, espero que no te estés tomando en serio todas sus chorradas. ¿Crees que deberíamos comentarlas más en el libro? Gerry dice que tendríamos que pasar de puntillas por el tema. La verdad es que tampoco hay mucho que contar. Hace diez años metí un poco la pata, sí, tampoco es para tanto. Y desde que me enteré de la noticia, no me he sentido tentado de tomar ni una sola copa.

(Bosteza).

Creo que por hoy ya está bien. Buenas noches. Me voy a la cama.

3:30

Bueno, bueno, no pasa nada. Respira.

Acaba de ocurrir algo muy jodido. Mandi…, yo…

Respira hondo, Paul. Solo está en tu cabeza. Solo en tu cabeza, coño.

No te lo guardes, cuéntalo. Eso. Joder, por qué no. Esto lo puedo borrar, ¿no? Psicología narrativa, el doctor K. se sentiría orgulloso de mí.

(Risas entrecortadas).

Madre mía, estoy empapado de sudor. Chorreando. Se me empiezan a olvidar ciertos detalles, pero ahí va lo que recuerdo.

Me he despertado de repente y he notado que había alguien sentado en un extremo de la cama; el colchón estaba algo hundido, como si estuviera aguantando un peso. Me he incorporado mientras me invadía una enorme oleada de pavor. Supongo que he notado de forma instintiva que quienquiera que fuese pesaba demasiado para ser Jess.

Creo que he dicho: «¿Quién anda ahí?», o algo así.

Los ojos se me han acostumbrado a la oscuridad y he visto una figura al final de la cama.

Me he quedado inmóvil. Nunca había sentido un miedo semejante. Era… Coño, Paul, piensa. Por Dios. Era como…, como si me hubieran inyectado toda una carretilla de cemento en las venas. He estado mirando ese bulto una eternidad mientras me quedaba encorvado, quieto, y le observaba las manos.

Entonces ha hablado:

—¿Qué has hecho, Paul? ¿Cómo has podido dejar que entre esa cosa aquí?

Era Stephen. Le he notado enseguida en la voz que era él, aunque el cuerpo lo tenía distinto. Retorcido. Con la espalda más inclinada, la cabeza quizá demasiado grande. Pero era muy real, Mandi. A pesar del terror, durante un instante he tenido la certeza de que estaba ahí, y he sentido un tremendo arrebato de alegría y alivio. Creo que he gritado: «¡Stephen!». He extendido el brazo para tocarlo, pero ya había desaparecido.

5:45

Dios mío. Acabo de reproducir lo grabado. Es muy curiosa la forma en que un sueño puede parecerte de lo más real en el momento y luego disiparse tan deprisa, ¿verdad? Será mi subconsciente, que me está diciendo algo. En todo caso, ojalá pasara el tiempo más rápido y amaneciera ya. No sé muy bien si mandarte esto o no. No quiero parecer un tío majara, menos aún teniendo en cuenta todas las historias que ya circulan sobre mí.

Y a saber qué significaba eso de: «¿Cómo has podido dejar que entre esa cosa aquí?».

Los tres
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