Fuencarral
Fuencarral, que era un pueblo, es ya un barrio de Madrid en la prolongación de la avenida del Generalísimo. En Fuencarral predomina el obrero especializado, el empleado y el delineante. Hay lo que se llama un «poblado dirigido», en el que parece que se ha suprimido la especulación del suelo a base de ayudar municipalmente al propietario, de modo que la casa le salga escuetamente por lo que cuesta la construcción.
La gente de Fuencarral es de derechas de toda la vida. Tienen una Virgen a la que cada año dedican la loa, que ellos, por deformación dicen «la loba». A esta Virgen le llevan fruta, perdices y todo lo que encuentran a mano. Durante años han querido hacer sus procesiones atravesando la calle principal, pero resulta que la calle principal es una de las primeras carreteras nacionales, salida de Madrid hacia el Norte, y los alcaldes han luchado mucho por persuadir al vecindario de que una carretera nacional con nombre de autopista no puede cortarse para una procesión, paralizando así la circulación del país, por muy milagrosos que sean los santos patronos del lugar.
En Fuencarral han vivido y viven también algunos estetas. Por ejemplo, el director de cine Basilio Patino, que está allí con su mujer y su hijo. Patino llamó al carpintero para que le hiciese una estantería, y el carpintero envió a un peón que es de las Hermandades del Trabajo, Acción Católica, Cursillos de Cristiandad, etc. El chico llegó a casa del cineasta y vio un Cristo y un Che Guevara en la pared, se volvió al taller y le dijo al maestro:
—Maestro, yo a ese señor no le trabajo. Tiene el Che Guevara junto a Cristo, en casa.
El maestro carpintero le explicó el conflicto a Patino, éste mandó llamar al aprendiz, charlaron largo rato y parece que se pusieron de acuerdo sobre la religión, la revolución, el Evangelio, el diario boliviano y la humanidad, de modo que Patino, por fin, va a tener estantería. Y es lo que el maestro carpintero le decía luego al aprendiz: «Si es que os tomáis demasiado en serio todo lo que os dicen en los Cursillos de Cristiandad, hombre».
La gente de Fuencarral sabe que Patino hace películas y lo que les extraña es que, alternando con Lucía Bosé, viva en ese barrio, casi modestamente. Quizás el alcaloide de Fuencarral sea la UVA. La UVA es la Unidad Vecinal de Absorción, que todo el mundo conoce ya por su nombre frutal. En la UVA hay gitanos, quinquis, ladrones, pobres de solemnidad y curas.
Hay un sacerdote de la UVA que reúne a toda esta gente los domingos por la mañana y les hace una homilía de cuatro minutos que cae como dinamita sobre los rostros atezados del gitano y el quinqui. Lo que se dice el Evangelio social.
En la UVA pasa de todo, y cada noche se acerca por allí un coche patrulla de la Policía a dar un garbeo y ver a quién hay que llevarse. Es el viento solano, el fulgor y la sangre, la nueva «busca» barojiana, el barrio de las latas, la reyerta lorquiana y el toro de la insatisfacción social subiéndose por las paredes de adobe. Fuencarral, por lo demás, vive absorbido por la gran ciudad, es ya, en todo, un barrio de Madrid. La gente de bien hace procesiones y la gente del bronce monta sus noches del Norte en guerra. El barrio crece, la gente se compra televisores y la nueva clase —que es, por ejemplo, la de los delineantes— no quiere trato con la de los fresadores, clase inferior e irredenta. Así van las cosas. Fuencarral crece anárquico a la salida Norte de Madrid. Es un tumor más de la ciudad caótica. Por vivir, vive en Fuencarral hasta un diplomático que ha pasado años en Brasil y encuentra esto casi tan fascinantemente revulsivo como las chozas negras de Río de Janeiro, sólo que con menos folklore, menos música y más telediario.
Pelé, por ejemplo, el negro Pelé, que ahora anda por los mil goles de artesanía, es tan popular en Fuencarral suburbio como en Río suburbio. El pueblo tiene sus mitos comunes en todas partes. Dicen que en Fuencarral, cuando la guerra, mataron a mucha gente, pero no dicen quién la mató.