El Ateneo

El Ateneo científico, literario y artístico de Madrid, es un sitio de peluche y erudición en el que se enfría el recuerdo encenizado de las grandes tardes de Unamuno y Valle-Inclán. El Ateneo ya no es la apoteosis de otros tiempos, y la tarde de lleno hasta la bandera que yo recuerdo, fue una conferencia de Cela, con diapositivas, «Toreo de salón», que salió luego en libro. Con esta conferencia inauguraba Fraga Iribarne su liberalización cultural. Hubo grandes automóviles, grandes damas, sombreros de flores, penachos académicos y militares. Camilo, con su prosa luciente y escandalosa, abrió el minué de las libertades en aquel Madrid de hace unos años.

Otra conferencia con lleno fue la de homenaje a Góngora, poco antes o poco después de la de Cela, en la que estuvieron Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre, entre otros. También se llenó el aula grande, naturalmente, el día que habló el fallecido canciller Adenauer. Por lo demás, las conferencias, exposiciones, recitales y coloquios del Ateneo, así como las sesiones de teatro y cine-club, llevan una vida tranquila y familiar.

Don José María de Cossío ha presidido el Ateneo desde que lo nombrara el anterior Ministerio. Don José María metió su despacho en la cacharrería, y allí está todas las tardes entre autógrafos de escritores, libros de gastronomía y poemas de Alberti. Don José María lleva el Ateneo con fina gracia liberal, secundado antes por el novelista Ramón Solís y por el poeta López Anglada. En el Ateneo ya no hay escándalos, como la famosa conferencia de González Ruano sobre Cervantes, y sólo en las paredes de los servicios pueden leerse cosas polémicas sobre el régimen, los yanquis, el Opus Dei y la Universidad. Los ateneístas se cambian una dialéctica constante sobre la pared de este sitio privado, y puede ir siguiéndose día tras día la inquietud política de un señor, la respuesta de un contestatario anónimo, la contrarrespuesta, la intervención ingeniosa de un tercero, y así. Este Ateneo underground de los servicios, es hoy el más levantisco. El otro, el de peluche cansado y escaleras dolientes, lleva una vida académica, discente y tranquila. Lo que caracteriza al Ateneo son los opositores.

Chicos y chicas que empiezan a estar metidos en años, eternos opositores a quienes veo en la biblioteca y en el bar, y que casi nunca entran a las conferencias. Son el mayor contingente de socios del Ateneo. Ellos empiezan a perder el pelo y ellas aún no se han decidido por la minifalda. Son una juventud gris, esforzada, opositora, en la que se palpa ese viejo problema nacional que es ganar un puesto en los escalones oficiales. Los opositores del Ateneo son como la encarnación de un editorial sobre el sistema de opositar en España. Ahí están, tristes de café con leche, monótonos. Les veo año tras año. Nacen noviazgos en el bar y en la biblioteca, en los salones con tresillo y ceniceros modernistas, a la sombra de los retratos de los viejos escritores, de Juan Ramón y Panero, pasando por José Antonio Primo de Rivera que, muy joven, fue socio del Ateneo.

Mientras en los Ministerios y en los periódicos se debate el problema de si las oposiciones tienen o no tienen razón de ser, estas víctimas de la otra fiesta nacional, el examen nemotécnico, estos estudiantes tristes tienen para mí algo de las vidas vulgares de Wenceslao Fernández-Flórez. Ellas estudian farmacia y ellos quieren sacar aduanas o cosas así. Una juventud que empieza a dejar de serlo, nada contestataria. Una juventud que quiere un empleo, una nómina segura, una familia y una vida tranquila.

Las bodas más resignadas y dulces de Madrid salen, estoy seguro, del Ateneo. Antes había por los pasillos del viejo caserón un carlista nonagenario, con boina roja, que arengaba a los indiferentes opositores con sueño. Se murió el carlista y ahora tenemos a Gustavo Fabra, un joven escritor y profesor, barba rubia y ojos claros, que es como el último retoño inteligente de la Revista de Occidente. Gustavo es especialista en Valle-Inclán.

En los bajos del Ateneo hay una peluquería, que pertenece a la institución, donde los opositores van a cortarse el pelo cuando se cansan de estudiar o no se les ocurre nada que escribir en la pared del water. Hay también una hemeroteca donde unos señores muy serios hojean los periódicos como en una casa regional. El Ateneo de hoy ha perdido virulencia y ha ganado paz y confort. Antonio Iglesias Laguna ha escrito una interesante historia del Ateneo. Conozco a un puñado de hombres y mujeres que están dejando sus mejores años entre estas viejas maderas, preparando unas oposiciones, mientras el país se decide o no se decide por fórmulas más racionales y europeas de seleccionar su alta y baja burocracia. El Ateneo tiene tres teléfonos de ficha, que suelen estar estropeados.