Las modelos

Las modelos, las pobrecitas modelos, otra vez las modelos, que quisieron formar una asociación, un sindicato, algo, y no les salió o no les dejaron, una asociación, qué ocurrencia, pero usted sabe lo que dice, hija mía, las asociaciones están prohibidas, fuera de la ley, las asociaciones, pues no dice usted nada, están pendientes de un debate, de una aprobación, de una reunión de las Cortes. Y las modelos madrileñas, que sólo querían defender sus derechos, su trabajo, sus cuerpecitos gentiles, se han vuelto a quedar desamparadas. «Pero si no era una asociación política», dicen. «Nosotras somos apolíticas.» Era tan hermosa aquella mujer, en el poema de Vicente Huidobro, que no sabía hablar. Son tan hermosas las modelos que no entienden de política. Siempre han cobrado poco, y ahora algunas de ellas hacen también de vendedoras, después del desfile, a ver si le colocan el modelito a la señora marquesa y se van con la comisión.

Las modelos. Una vez vino un impuesto que quería gravar los desfiles como si fueran espectáculos. De hecho, cada pase de modelos, de modas, lleva un impuesto de acuerdo con la longitud de la pasarela. Las casas de modas madrileñas prescindieron de sus modelos fijas. Las chicas estaban en la calle. Ahora, la modelo fija hace sus ocho horas de San Sebastián femenino, ocho horas en que la asaetean de alfileres en su torso escueto, y todo por cuatro o cinco mil pesetas mensuales, más la comisión de las ventas, si es vendedora, y los modelitos que se le antojen sin grandes facilidades, a pagar a plazos, pero con poco descuento o con ninguno. Las mejores, las más importantes, andan volantes, las llaman hoy aquí, mañana allá, y se llevan dos o tres mil pesetas por pase. Así van viviendo nuestras pobres y bellas modelos. Esto no es vida, dicen.

La alta costura se acaba, claro. Ahora, las casas viven del prêt-à-porter, de la boutique, y los cuatro modelos importantes que todavía se pone la señora marquesa. Parece que Pedro Rodríguez sigue siendo una de las firmas que más vende en Madrid. Marbel hace la ropa más atrevida, la más espectacular, y había una modelo que vivió en una residencia y llevó a la señora de la residencia a ver el pase.

—¡Jesús, hija mía, qué desnudeces!

La puso de patitas en la calle. Que en su residencia no podía estar una señorita que enseñaba tanto. «Y yo que lo hacía por ponerle a la señora al día, un poco de cultura, vamos, que siguen vistiendo refajo.» En Barcelona están las cosas mejor, más organizado el trabajo. Los mutilados de la guerra civil han querido hacer una asociación y no les han dejado. Las modelos, que no están precisamente mutiladas de nada, tampoco han podido hacer su asociación para exigir carnet, profesionalidad, esas cosas. Ocurre que si una chica española se va de modelo a París, nadie la quiere, porque primero están las francesas. Pero si viene a Madrid una maniquí francesa fracasada en su país, quemada, aquí la ponemos la primera, es la que más cobra, la que más trabaja, porque no hay protección a la mano de obra nacional, ni al cuerpo de obra nacional, aunque el cuerpo nacional sea un cuerpo tan de tener en cuenta como el de las maniquíes, que son todas ellas eso que alguien llamó «falsas delgadas», señoritas que parece que no, pero vaya que si hay de qué y de dónde. La verdad es que las explotan.

La profesión, para qué vamos a engañarnos, está mal vista en el país, como tantas otras profesiones que puedan afectar a la honra de la española, con su tipo de manola. No hay academias de modelos. Un italiano puso una y le fracasó. Van por libre y aprenden sobre la marcha. Pocas son profesionales de verdad. Por eso querían colegiarse las fetén. Aunque en esto, como en la literatura, la que tiene algo que vender no necesita colegio. Como toda hembra que trabaja, la modelo está discriminada, explotada, mal pagada, desvalida. Y es tan dulce que apenas se queja.