Manuel Viola

Manuel Viola, después de sus años de hambres y gitanos, después de sus siglos de París y de circo, después de su historia de torero, pintor abstracto, fantasma ronco de la noche madrileña, se fue a América, expuso, vendió, hizo grandes cuadros sobre la marcha, para no tener que viajar con la impedimenta de su arte, organizó peregrinaciones en recuerdo del «Che» Guevara, y ahora ha vuelto a España.

Viola no se opera las cuerdas vocales porque teme que, si le quitan la ronquera, a lo mejor le va a salir una voz de colegiala. Era amigo y vecino del general Rojo, hasta que éste murió, y el general le explicaba por qué perdió la guerra el ejército republicano. Se veían por las tardes, tomaban café y discutían. Viola ronco y el otro melancólico. Él amortajó a González Ruano y conmovió los periódicos madrileños con la noticia de la muerte de Ramón Gómez de la Serna. Siempre es actualidad en Madrid Manuel Viola, el torero del arte abstracto, el pintor del cante jondo, el bailador de las danzas macabras de Goya y El Greco.

En esa calle de Ríos Rosas, en esa casa donde durante unos años vivieron en buena vecindad Camilo José Cela, Ruano y Viola, ya solamente queda el pintor, con Lorenza y su estudio, lleno de cuadros, y una terraza que da al norte frío de Madrid, a los nuevos Ministerios y a la Plaza de Castilla. En la terraza, sillas desvencijadas, lienzos a medio pintar y los juguetes rotos de la niña, que ya no juega porque es mayorcita. Manuel Viola, entre Lucía Bosé y Antonio Marín, entre el Club «Pueblo» y la resistencia francesa, hizo poemas surrealistas, vendió cuadros famosos, amó a las mujeres, anduvo con un circo y tuvo peleas. Manolo Caracol y él, cuando se encuentran, se dan el gran abrazo ceremonial de ser los dos roncos más roncos y más geniales del país. Tiene una ronquera de siglos.

Viola ha ganado mucho dinero con sus cuadros. Ahora, el abstracto se lleva menos y otros pintores han tratado de evolucionar hacia fórmulas de más actualidad. Viola sigue fiel a sí mismo, dándole espatulazos veloces a la noche del viento. Ha ilustrado a Federico García Lorca y ahora ha creado una atmósfera mágica para una comedia. Es la melena blanca y revuelta, la llama pálida que ilumina la alta noche madrileña del alcohol, el flamenco y los versos.

Cuando estaba aquí Víctor García, el argentino genial de padres gallegos, el inventor de Las criadas, de Genet —de la que hizo la mejor representación que se hiciera nunca—, Viola y él andaban contra el viento de invierno, como dos aparecidos en sueños. Viola es el pintor español que le gusta a André Malraux. Salvador Dalí lo tiene por un pintor religioso.

—A lo mejor me paso toda la noche pintando. Si Lorenza, por la mañana, con los ojos de sueño, me dice que no, moviendo la cabeza, lo borro todo.

Pero Lorenza no le suele decir que no; le suele decir que sí y que adelante. En casa de este matrimonio conocí yo a gentes inolvidables, como aquel Alberto Greto que se ponía de místico con un plato como aureola y los ojos en blanco. Luego se suicidó en Barcelona, después de haber inventado varias cosas. Viola habla siempre, habla mucho, es un gran barroco de la conversación, con una enorme cultura. Su voz se pierde en oscuridades de ronquera. No importa perder retazos de su conversación, cuando la palabra se le oscurece totalmente, porque esto añade misterio y riqueza a lo que está diciendo, que siempre es rico y misterioso. Sus grandes cuadros llenan la enorme sala y unos fantasmas violentos se mueven entre sus colores, en un teatro. Es un hombre que vive peligrosamente, un pintor maudit que se destroza contra el viento negro de cada noche. Lo que importa es verle vivir, asistir a su tremenda aventura humana. Alejarse en la noche, como Baudelaire, «dándose la frente contra las estrellas».