Los olores
Cuando se entra por Barajas, en avión, desde algún país europeo y aséptico, se advierte que Madrid huele a moro. Cada ciudad tiene su perfume, como cada persona. Ya que no alma, las ciudades tienen olor. ¿Cuál es el olor de Madrid? Puede que sea un híbrido de gambas a la plancha y estación de metro.
Ahora se habla nuevamente de desinfectar y desinsectar los locales públicos de la ciudad, los transportes, todo. No sé si es por la meningitis, por la hepatitis o, sencillamente, por el mal olor. Hay taxis que huelen a ropa vieja y bares que huelen a urinario. Cierto café tenía el almacén del torrefacto junto a los servicios, y los clientes hicieron esta coplilla:
Milagros de don Daniel:
en el café huele a water
y en el water huele a café.
Don Daniel era el dueño del establecimiento. Madrid, que está en el centro de España, mira más para el Sur, quizá, que para el Norte y, desde luego, huele más a Sur que a Norte. Hay todavía en esta ciudad olores de zoco africano, y por debajo del funcionalismo, la tecnocracia y el cosmopolitismo, le salen a Madrid los flatos y los humores de viejo poblachón donde se fríen muchas morcillas y se le pone ajillo a muchas gambas. Hay calles estrechas, como Infantas, donde se entabla la guerra de los olores, de acera a acera, en dos frentes olfativos que cruzan el olor a marisquería con el olor a pollo asado, a tintorería antigua, a estanco, a tienda de comestibles, a taller de planchado —los talleres de planchado huelen a sábana de enfermo, muy sudada— y a restaurante económico.
Curzio Malaparte escribió un cuento prodigioso que se titulaba Perro como yo, donde el escritor especulaba con el mundo de olores que él habría disfrutado de haber sido perro. Efectivamente, nos perdemos muchos mundos sensitivos por no tener el olfato del perro o la vista del lince. Para agudizar la vista se han inventado muchas cosas, pero no se ha inventado nada, que sepamos, para agudizar el olor, para que podamos oler más de lo que olemos, lo cual sería maravilloso en el campo, en el mar, y sería enloquecedor en Madrid, cuando pudiésemos oler al mismo tiempo todos los olores a callos de todos los callos a la madrileña que se están guisoteando continuamente en la ciudad.
Nos parece muy oportuna esta campaña de desinsectar o desinfectar la ciudad, tanto por la higiene como por la estética del olfato, pues la verdad es que, aunque el barroquismo olfativo de Madrid no deja de ser muy literario, preferiríamos ya una ciudad con menos malos olores. Le pregunté a un autor de teatro famoso qué colonia usaba él, un día en que el ilustre me olía especialmente bien. Se puso muy violento y me dijo que se había echado al descuido alguna de las cosas que tenía por casa su mujer, y que no sabía lo que era. Es decir, que el famoso se avergonzaba de oler bien, de ponerse colonia, y esto, en un intelectual, nos descubre hasta qué punto vivimos arraigados todavía, subconscientemente, en el celtiberismo de lo natural, del cuanto más feo más hermoso.
Un cronista municipal se escandalizaba un día, en su columna, de que una señorita, en la peluquería, se había ofrecido a hacerle las uñas, como si se hubiese ofrecido a otros cuidados más secretos de su persona física. Otro intelectual que todavía se asusta de que haya que llevar las uñas sin melladuras, sin picos, sin lutos. Ahora hay una ola de contestatarios que han llegado, por la otra punta, a las mismas conclusiones que estos señores que cito. Son las chicas del contexto que encuentran burgués, decadente y reaccionario el lavarse, ponerse colonia o ir a la peluquería. Andan por ahí sucias y guapas como una moneda —que dijo el poeta de la chica del carbonero—, se llenan de enfermedades y de olores.
Marañón estudió a aquel rey que se deleitaba con los aromas nauseabundos, pero nadie ha estudiado a fondo todavía esa ola de anarquismo juvenil antihigiénico, hippy, que no se lava. Un escritor revolucionario ortodoxo, español, acaba de dar una buena pasada a los jóvenes contestatarios que se disfrazan de pobres o van sucios. Le parece eso otra forma de alienación. A los viejos olores madrileños del Rastro, el metro, las freidurías, el pincho moruno, la cloaca y el vertedero, se une ahora la nueva ola de malos olores juveniles de la plaza de Santa Ana y otros sitios donde se reúne la juventud que no se lava porque el jabón es una invención burguesa, un producto de consumo. De vez en cuando, sobre todo esto, vienen goyescas fetideces del Manzanares.