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Un dolorcito en la cabeza me hizo volver a la realidad. Quizás a quien se lo cuente nunca llegue a creerme, pero que más da si mi vida ha estado plagada de momentos raros y difíciles. No podía negarlo este era uno de ellos.
Desde que llegó el Lic. de la O entre en un estado de abandono total.
No supe bien a bien en que momento me llevaron a servicios periciales para hacerme la prueba de radisonato para ver si había disparado.
Tampoco recuerdo ningún dolor por la golpiza que traía encima.
Simplemente me abandone, salí de mi cuerpo y vague por una calle oscura y solitaria.
Como entre sueños recuerdo haber rendido mi declaración ante el ministerio público. También vagamente recuerdo el rostro enfurecido del Lic. de la O.
─ Así no se pude Calavera, hazme caso.
No tenía porque ocultar la verdad. No quería hacerlo.
Pero mientras todo estos sucedía seguía perdido en aquella calle, que parecía terminar en un bosque. Que loco.
En otro momento pudiera pensar que traía un viajesote encima. No ahora.
Llegue al bosque, todo seguía oscuro, apenas iluminado por una luz plateada que parecía ser de la luna llena.
Frente a mi se abría un camino en medio de los troncos gruesos de unos árboles enormes.
De pronto apareció un lobo blanco que me miraba fijamente con unos ojos brillantes.
Pese a lo que se pudiera pensar no sentí miedo alguno. Por alguna razón sabía que el animal no iba a atacarme.
Con el dolor de cabeza llegaron a mi más recuerdos que se guardaron en medio de aquellas lagunas mentales, mientras seguía en el bosque.
─ ¿Usted llamó al periodista Isidro Donoso?
─ No.
─ ¿Entonces porque la última llamada que recibió el hoy occisa es del número de un aparato que usted tenía en su poder?
─ Era el número de un detenido –mis respuestas eran involuntarias y tenía la mirada perdida porque eso me dijo el Lic. la última vez que me miro, cuando empecé con este dolor de cabeza.
─ Cuando usted fue asegurado iba solo ¿a qué detenido se refiere?
─ Es parte de una investigación en proceso, no puedo hablar al respecto.
El lobo seguía mirándome fijamente. Su mirada era sin duda temeraria, pero no amenazante. Era como si en ese momento nos pudiéramos comunicar.
─ Entonces ¿quiero suponer que el detenido fue quien llamó a Isidro Donoso?
─ Así fue.
─ ¿Cómo se llama este supuesto detenido?
─ No puedo responder a esa pregunta –entre los nebulosos recuerdos que tengo, creo haber visto el rostro del Lic. de la O hinchándose al escuchar esa respuesta.
─ Pero usted estaba con este hombre cuando le llamó al ahora occiso ¿no es así?
─ Si
Era inútil que el Lic. de la O intentara hacerme señas, o que tratara de evitar mis respuestas.
Mi mente no estaba ahí.
Seguía con el lobo blanco. Ahora quería que lo siguiera al interior del bosque.
Comenzamos a caminar. Guiados por la luz plateada y en medio de un viento que silbaba a su paso.
─ ¿Sabe usted que le dijo este hombre al periodista?
─ Si.
─ ¿Puede decirnos que fue lo que le dijo?
─ Lo cito para verse con el en el centro.
─ Pero fue usted quien apareció en el centro y no el presunto detenido que tenía en custodia ¿no?
─ Si.
Era como si estuviera en dos sitios a la vez. Una parte de mi, mecánica y física era la que respondía las preguntas del ministerio público. La otra seguía en el bosque siguiendo al lobo blanco que descendía de una especie de loma rodeada de árboles frondosos.
─ ¿Puede explicarnos por qué?
─ Mi intención era detener al periodista.
─ ¿Quiere decir que usted le tendió una trampa?
Ahí comenzó una discusión entre abogados. Lo recuerdo vagamente como todo lo demás.
─ Solamente pretendía detenerlo.
─ ¡¿Entonces admite que le tendió una trampa?!
Quizás en otro momento hubiera exaltado e imaginó que el Lic. de la O estaba sorprendido con el peculiar espectáculo que presenciaba.
El lobo seguía descendiendo por el cerro y podía escuchar el soplido del viento, pero no alcanzaba a sentirlo. La luna seguía plena.
Era una sensación de libertad en medio de mi desgracia. Por lo menos esa fue la explicación que tiempo después me dio una psicóloga de la Peni cuando le platique mi experiencia.
─ Creo que estabas en un shock profundo.
Y vaya que si estaba en un shock profundo, pero en ese momento y mirándole las piernas. Cuando olía su perfume que contrastaba con todos los olores de la prisión y envuelto entre su voz y ese cabello lacio que le llegaba más debajo de los hombros no podía pensar en otra cosa.
Pero eso fue mucho después, porque en aquel momento era la mirada del lobo y el paraje desolado verde plateado lo que me tenía ensimismado.
Por eso ni reaccione a los gritos de los abogados que insistían rematarme dentro de la trampa que ya me habían tendido.
─ Las pruebas nos muestran que usted disparó su arma ¿Qué puede decir sobre eso?
─ Cuando iba llegando me tocó ver a los agresores y dispare contra ellos.
─ ¿Entonces porqué los médicos forenses encontraron balas de su arma en el cuerpo del periodista?
Ni siquiera esa pregunta me sacó de mi letargo. El lobo seguía caminando a paso lento.
Me daba la impresión de que estaba ante miles de miradas en el bosque. Ojos que salían de entre los árboles y en medio de la oscuridad y hasta puedo jurar que tenía una especie de comunicación con el animal aquel.
De pronto estábamos de nuevo subiendo y en lo alto de esa colina se veía humo elevándose hasta la circunferencia de la luna.
El humo comenzó a llenar el cielo como nubes. Disperso. Luego los tambores o por lo menos eso imaginaba.
Y la pregunta se repetía una y otra vez ¿usted le disparo al periodista? Se perdía junto a las imágenes, con el sonido encerrado en una botella.
“No tengas miedo continúa, ya casi llegamos”.
De verdad debí haber estado como drogado. Un lobo hablando. Había perdido todo el sentido de la realidad y en esos instantes estaba encerrado en el bosque, caminando tras un lobo blanco.
En la cima de la colina alcance a divisar una figura familiar. Aún estaba oscuro y había una fogata. Junto al fuego estaba un hombre parado con los brazos extendidos hacía el cielo lanzando una serie de rezos en quien sabe que lenguaje.
Nunca había visto a mi amigo el Nagual con algo en la cabeza que parecía ser un penacho o la cabeza de algún animal, pero su mirada era la misma y su sonrisa mansa me inspiró una confianza que ya necesitaba, estuviera donde estuviera.
─ Tenías que ser tu viejo loco –le dije mientras el lobo se sentaba a uno de sus costados, siempre mirándome.
─ El universo tiene caminos insospechados.
─ ¿Y ahora que me diste de tomar?
─ Nada.
─ ¿Cómo me hiciste dormir en plena audiencia?
─ Tu mismo lo necesitabas. Un lugar para ocultarte y aquí estamos.
─ ¿Y tu que haces aquí?
─ Mientras tu espíritu me necesite yo estaré, la madre luna nos observa y el fuego es la luz al final de tu camino. Estoy aquí porque está por llegar tú tiempo.
─ ¿De que tiempo hablas?
─ De tu tiempo para morir.