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Aunque no me extrañaba mucho si estaba algo desconcertado por lo de mi compa el Nagual, pero más que eso por el tal Gitano Jiménez.

No podía creer que nadie haya visto al tipo de la guitarra. Clarito mire como más de una persona  le había obsequiado una moneda.

A lo mejor y el compa esa dijo que se llamaba así nada más para ver que cara ponía, pero como yo no sabía ni madre de la leyenda fue dioquis su esfuerzo.

─ ¿A poco no viste al tipo de la guitarra? –le insistí al Kelo, que estaba más preocupado por regresar a su celda que por responder mi pregunta.

─ No mire a nadie con una guitarra patrón, y perdóneme si le corto el chorro, pero debo regresar a mi celda si a los cerdos se les ocurre pasar lista y no estoy ahí me va a ir como en feria.

Ante tales argumentos no tuve opción. Prometió que regresaría en cuanto pudiera.

Después de eso no tuve mucho tiempo de pensar más en el asunto. Por fortuna había tenido el cuidado de ocultar perfectamente bien la mercancía que me había traído el Coronel, porque de otra forma no hubiera tenido margen de acción a la hora en que llegaron los custodios cual gorilas furiosos a la carraca.

A pesar de que tocaron la puerta como desesperados no la tumbaron. En cuanto les abrí entraron tres guardias que no había visto antes.

─ ¡¿Eres Javier Calavera?! ¡¿Quién más está contigo?! –y puras de esas chingaderas gritaban los canijos, mientras uno de ellos me tenía contra la pared.

Luego empezaron a registrar todo valiéndoles madre el tiradero. Por supuesto no pudieron encontrar nada, pero de todos modos me esposaron y me sacaron al patio con el resto de los internos.

En uno de los patios nos sentaron un par de horas y después, sin más ni más nos permitieron volver a las celdas, no sin antes advertirnos que no podríamos salir hasta nuevo aviso.

─ Se les va a caer el cantón a estos cabrones –me comentó el reo que estaba junto a mi mientras estábamos sentados en el patio. Era una de esas confesiones que te salen nomás porque sí y yo me limité a escucharlo.

─ ¿A quiénes? –le pregunté nomás para que continuara con su plática.

─ A estos pinches cerdos ¿a quién más? ¿No me digas que no sabes porque es todo este desmadre?

─ No.

Guardó silencio por un momento, luego continuó: Fue una bronca entre pandillas, pero parece que los custodios se metieron y madrearon a un mara, y dicen que hasta lo mandaron al hospital.

─ ¿Mara?

─ Si un mara salvatrucha, hay uno que otro por aquí y como los sureños rifan, pues los batos esos tienen que aguantar la vara. Pero ya sabes cómo son los cerdos custodios, con eso de que apoyan a la raza del Pacman, nomás hay broncas y salen al quite.

Durante todo ese tiempo tuvimos que tener cuidado de no subir la cabeza ni la voz, porque un par de guardias se paseaban entre las filas con sus macanas en las manos y al menor murmullo que detectaban repartían madrazos.

Mi interlocutor, al que nunca antes había visto y yo tuvimos suerte de no ser sorprendidos en nuestro breve dialogo.

Fue así como me entere de todo el desmadre que estaba sucediendo y que se podía salir de control en cualquier momento.

Buena parte de la tarde de ese día la tuve que pasar encerrado, como todos quizás. Incluso nos permitieron salir a uno de los comedores y sirvieron un platillo que de sólo verlo daba asco.

Comí un poco sólo por matar el hambre y volví a mi carraca, porque el ambiente se sentía algo tenso.

Pasaron un par de horas. No sé que me desesperaba más si la tensión en el ambiente o de nueva cuenta el encierro. Pinche encierro. Encendía la televisión, miraba un rato, luego me paraba y me fumaba un cigarro, hasta que se le hincharon a los guardias y nos dejaron salir.

Lo primero que atravesó por mi mente fue desafinar la bronca, pero no quise sacar la mercancía hasta estar seguro, así que me fui directo a la carraca del Santi.

Mi amigo se veía preocupado, ni siquiera se sorprendió de verme, estaba sentado en una mecedora en el pequeño patio recibidor y apenas y volteo a verme cuando le llamé.

─ ¿Qué tienes? ¿Parece que vienes de un velorio?

─ El Patrón sigue malo, se puso peor con estas chingaderas que están pasando, porque el pinche Cervantes trae la onda de que nosotros estamos apoyando a los contras de los sureños.

Hasta yo me preocupe.

─ No pues si está canijo ¿Pero ustedes como saben?

─ Ya te lo he dicho Calavera aquí todo se sabe.

─ Si todo se sabe seguro ¿Habrás oído hablar del Gitano Jiménez? –en realidad no supe porque desvíe la conversación tan bruscamente, pero como diría el Nagual: las cosas pasan por algo.

─ No me digas que crees en esas pendejadas. Con razón le caes bien al patrón.

─ Sólo te pregunte por el Gitano Jiménez.

─ Pues la raza dice que se aparece tocando su guitarra y sobre todo a los recién llegados, ya sabes cómo es la gente hay una zona donde le tienen hasta un altar.

─ ¿Pero quien fue?

─ Era medio brujo el cabrón, se ganaba la vida cantando en el comedor, cuando no estaba echándole las cartas a otros reos, de hecho dicen que lo mataron porque le echó las cartas a alguien y no le gustó lo que dijo. Dicen que fue el Pacman.

Me quedé en silencio por un momento hasta que el Santi me interrumpió con otra pregunta: ¿Pero porqué tanto interés en el Gitano Jiménez? ¿No me vayas a salir con la jalada de que se te apareció?

─ Pues algo por el estilo.

─ Al patrón le va a encantar tu historia. El tal Gitano Jiménez le echaba las cartas, le hacía limpias y puras de esas.

─ Creo que vas a tener que llevarme a ver a Don Paulino.

─ Te digo que se siente mal, no va a querer recibirnos.

─ Le vas a decir que un amigo del Gitano Jiménez envió el remedio para su enfermedad.

─ A pinche Calavera no me vayas a salir con que también eres brujo.

─ Es importante mi Santi, se que no me crees y la neta me siento ridículo haciendo esto, pero tengo que hacerlo.

El cabrón del Santi se estaba aguantando la risa, pero a pesar de eso no se rajó y aunque iba todo nervioso me llevó hasta la carraca de Don Paulino, que era custodiada por un par de reos.

─ El patrón no quiere ver a nadie Santi, ya te lo dijo.

─ Dile que Calavera le trae un mensaje del Gitano Jiménez.

El tipo nos volteo a ver sorprendido.

─ Sólo dile por favor, si después de eso no quiere verme me retiro sin hacerla de pedo –dije.

El guarura no dijo nada, se metió a la carraca de Don Paulino y en cuestión de segundos estaba de vuelta para dejarnos pasar.

─ Necesito que me consigan dos litros de agua pura para tomar –sabía que ya no habría más objeción.

Don Paulino estaba sentado en un reclinable y se veía bastante desmejorado.

─ ¿Viste al Gitano?

Solamente asentí con la cabeza.

─ El Gitano y yo tenemos un amigo en común y él me dijo que tenía que venir a traerle un remedio para sus males –después le explique todo lo que había sucedido en el comedor omitiendo algunas cosas claro está.

─ Haz lo que tienes que hacer Calavera.

Por fortuna traía conmigo la famosa carne de los Dioses, pero lo que más me preocupaba era tocar a Don Paulino y quedar en ridículo.

─ Ten confianza viejo amigo, sólo tócalo como te indique y los espíritus te indicaran cuando debes detenerte –escuché en ese momento la voz del Nagual y eso me dio confianza. Así que a darle, me dije y el viejo cerró los ojos en cuanto toque su cabeza.

Antes había pedido que nos dejaran solos, y aunque ni yo mismo lo creí, en cuanto cerré los ojos y toque a Don Paulino sentí una especie escalofríos en todo el cuerpo y mire luces de colores por todas partes.

En efecto hubo un momento en que no pude más y un par de minutos después me detuve.

Don Paulino tampoco creía lo que había sucedido.

─ Tu amigo debe ser muy bueno para estas cosas.

─ Lo es.

Para entonces me habían traído la jarra con agua, preparé la bebida y le serví un vaso a Don Paulino que lo bebió sin dudar.

─ Le voy a dejar esta jarra para que este bebiendo el agua hasta que se acabe. 

─ Está bien.

─ Ya tengo su mercancía –de nuevo cambié de tema abruptamente, pero está vez no me sirvió de mucho, porque Don Paulino se sentía algo cansado y sólo me dijo que después hablaríamos de eso.

Donde la oscuridad penetra
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