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Batista se quedó gritándome que era un cobarde hasta que otro de los militares le asestó un buen golpe en el estómago.

Por el momento no tenía la intención de alegar con Batista, que fue trasladado a una de las camionetas junto con la bailarina que seguía a llanto partido, pero ya no con los gritos que daba al principio.

En el operativo nos acompañaba un agente del ministerio público federal. Sinceramente no se como el Coronel había logrado a esas horas de la noche conseguir órdenes de cateos y la presencia del ministerio público, pero ahí estaban.

El agente del ministerio público fue quien nos dio indicaciones de que nadie tocara ni la droga ni las armas, pero eso no me impidió andar de curioso en el lugar.

─ ¡Licenciado! –grite al ver manchas de sangre seca en varios paquetes que estaban como escondidos hasta atrás del resto de los bultos de cocaína –creo que va a tener que pedir que vengan los peritos a examinar esto antes de trasladarlos –le dije y le señale las manchas.

El agente del ministerio público me dio la razón, y sin intercambiar muchas palabras llamó de inmediato para solicitar la presencia de los peritos.

─ A este tipo le van a saltar muchas broncas –comentó uno de los militares que estaban ahí fisgoneando junto conmigo.

En ese momento me llamó Míreles.

─ ¿Qué paso Calavera? ¿El Coronel quiere saber como les fue?

─ Muy bien mi teniente. Cayó el ratón en la ratonera. La droga también estaba aquí y con suerte vamos a poder relacionarla con el asesinato de los colombianos.

─ Perfecto. Dígale a Malaquías que trasladen de inmediato a los detenidos para acá. Tenemos que interrogarlos lo antes posible.

Malaquías era el encargado, por lo menos de manera oficial, de este operativo. Era un tipo tan prieto como la noche, bigotón y con cara de perro bravo y hambriento. Creo que era otro de los hombres de confianza de Míreles y el Coronel.

─ ¿Y a ustedes como les fue? 

─ En la casa de seguridad bien, rescatamos a los empresarios y hay dos detenidos, pero de la ex policía ni sus luces. El Tercer punto estaba vacío. Lo malo es que los medios ya se enteraron, porque en el rescate hubo un muerto. Pero seguramente acá lo va a poner al tanto el Coronel, es más véngase con Malaquías y el detenido. 

Busque a Malaquías para informarle sobre las órdenes que recibí. Agentes federales intentaban dispersar a los mirones, cuando se escucharon las sirenas de las patrullas municipales.

En cuestión de minutos estábamos de nueva cuenta rodeados por municipales, que descendieron con sus armas en la mano pidiendo que nos identificáramos.

Malaquías que estaba al frente fue el primero que les grito que se largaran que se trataba de un operativo federal.

Curiosamente el policía municipal que estaba al mando era uno al que todos le decían el Alacrán y era compadre del marrano Colorado.

La verdad no se decir cual de estos dos personajes es peor. Lo cierto es que el Alacrán llegó muy bravo con el rifle en mano y de volada se puso al tu por tu.

─ ¡Quiero ver sus identificaciones cabrones o nadie se va a mover de aquí!

Pero se puso la cosa cuando llegó otro viejo amigo, el Martillo un fotógrafo y se quiso poner a tomar fotos.

El Alacrán fue el primero en molestarse al sentir el primer flash en el rostro y sin miramientos ordenó que pusieran diez quince al Martillo. Ahí te van ni tardos ni perezosos dos gorilas municipales a tratar de quitarle la cámara.

No se como le hice pero en cuestión de segundos estaba en medio de los municipales y el Martillo.

─ ¡A ver señores oficiales! Respetando más al compañero que es representante de la prensa.

─ ¡Tú no te metas hijo de la chingada que son órdenes de mi jefe! –me contestó uno de los policías, pero eso le dio tiempo al Martillo de retroceder, pero a mi me pusieron el cañón de una pistola automática en el rostro.

Reaccioné de inmediato y en un movimiento rápido le torcí el brazo al municipal que había actuado más por impulso y coraje, por eso no me fue difícil desarmarlo, la bronca fue cuando su compañero me golpeo con la cacha de su rifle en el lomo.

El Martillo seguía tome y tome fotografías y creo que en la primera oportunidad que tuvo hizo un par de llamadas a sus colegas para que se dejaran venir al lugar de los hechos.

Los policías municipales me quisieron detener también, pero al rato estábamos otra vez en medio de un zafarrancho, porque los militares y federales intervinieron a mi favor.

Las cosas se complicaron minutos más tarde, porque a pesar de que ya era muy noche, aparecieron, quien sabe de donde, varios camarógrafos y reporteros.

─ ¡Ya ve lo que ocasionó! –le gritó el agente del ministerio público al Alacrán cuando miró a la parvada de reporteros que ya andaba por todas partes –en vez de andar creando conflicto póngase a acordonar la zona junto con su gente para que los reporteros no me vayan a contaminar la escena del crimen, y no se le ocurra a usted detener a ninguno de ellos, porque yo mismo me encargo de abrirle una averiguación previa.

Al policía no le quedó más remedio que seguir las órdenes del agente del ministerio público que ya se había identificado plenamente.

Por desgracia los medios de comunicación ya tenían imágenes suficientes sobre la gresca y ahora estaban atentos a cada paso de lo que se hacía.

Menos que nunca me quité el pasamontañas y en la primera oportunidad le informe a Malaquías sobre las órdenes que habían dado Míreles y el Coronel.

─ Va estar medio cabrón sacar a los detenidos ahorita –comentó.

─ Pues no se como le vamos a hacer, pero si no los sacamos ahorita capaz de que al rato el agente del ministerio público se pone sus moños –le respondí.

Malaquías aprovechó la confusión de los medios de comunicación que estaban batallando con el cordón que estaban poniendo los municipales para ordenar la retirada.

─ Súbase patrón que ya nos vamos, ya le encargue a uno de los muchachos que se quedé pendiente con el MP.

Todo fue tan rápido que nadie supo que era lo que estaba ocurriendo con certeza.

El Alacrán quiso detenernos pero como estaba dialogando con uno de los licenciados del MP ya no nos alcanzó.

─ Teniente estamos saliendo del área con los detenidos, ahí por favor comuníquese con el MP porque aquí ya se calentó mucho el terreno.

Salimos en convoy dos camionetas, pero clarito mire como unas patrullas de la policía municipal se movilizaban cuando nos vieron retirarnos y al rato ya los traíamos atrás de nosotros.

─ Vale más que le pida refuerzos al Teniente porque nos vienen siguiendo –le dije a Malaquías.

─ ¡Usted no se preocupe que aquí va a arder Troya! –me contestó Malaquías mientras cortaba cartucho con su pistola y le daba instrucciones a su gente de tirar a matar si alguien nos intentaba bloquear el camino.

Donde la oscuridad penetra
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