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Cuando estas esperando algo las horas pasan como escurridas, como que no encuentras que hacer.

Llevaba varias horas esperando viendo la televisión después de haber salido de la carraca de Don Paulino, pero la verdad no le estaba poniendo atención a los programas.

Don Paulino se había quedado tomando, pero seguramente igual que yo quedó intrigado por lo del petirrojo.

Sinceramente tenía muchas otras cosas que distraían mis pensamientos, pero no dejaba de sacarme de onda por lo del pajarillo ese, tanto que me puse a buscar el amuleto que me había dado mi amigo el Nagual, porque ahora lo necesitaba más que nunca.

No sé cuanto tiempo estuve fumando y hasta aproveche para ponerme un par de pericazos mientras llegaba Ocampo con mis encargos.

Creo que eran las once de la noche pasaditas cuando por fin apareció. Estaba pálido, traía aliento alcohólico y en una bolsa que me entregó estaba el uniforme que le había encargado.

─ ¿Y nuestro apoyo?

─ Lo deje vigilando cerca de la celda del Pacman, me iba a avisar por radio cualquier cosa.

─ ¿Estás seguro de que no tienes miedo?

─ No te preocupes.

─ Es que te ves algo nervioso –ya no me contestó nada, simplemente se me quedó mirando mientras me vestía con el uniforme.

─ Espero que tú estés seguro de lo que vas a hacer.

Tampoco le contesté nada.

En cuestión de minutos estábamos en camino a los edificios donde estaba el Pacman.

Procuré ponerme la cachucha a modo de que nadie distinguiera bien mi rostro, pero tenía la gran ventaja de que como no tenía mucho encerrado no muchos de los internos, ni de los custodios me ubicaban bien, por eso incluso algunos custodios que nos salieron al paso nos saludaron.

A pesar de eso Ocampo se veía nervioso, sudaba mucho, traía los ojos bien abiertos y volteaba para todos lados.

─ ¡Con una chingada! Cálmate o va a valer madre el asunto.

─ Estoy calmado –me contestó mientras encendía un cigarrillo.

Llegamos hasta donde nos esperaba el otro custodio. Un tipo flaco con la barba crecida y unos ojos de maldito que no podía con ellos.

Estaba ahí parado como si nada. Con los brazos cruzados, muy en su papel el bato y como traía las mangas de la camisa recogidas alcancé a verle el tatuaje de una serpiente alada, algo así como un dragón en el brazo.

Le extendí la mano y de inmediato me respondió el saludo.

─ Javier Calavera mucho gusto –le dije.

─ Aquí todos me dicen el Mingo mi amigo, puede llamarme igual –obviamente el tipo estaba mucho más curtido que el baboso del Ocampo en estos menesteres y eso me tranquilizó un poco.

─ Tienes ubicado al Pacman.

─ Permíteme reconocer los huevos que tienes mi compa, porque ya era hora de que alguien le pusiera un estate quieto a este infeliz, y si lo tengo bien ubicado esta en brazos de Morfeo bien quitado de la pena en su celda, aquí más adelantito esta un bato que la va a querer jugar de felón porque es de su gente, pero no creo que haya mayor problema si le hablas fuerte.

─ ¿Cuál de los dos me va a acompañar?

─ Tu decides mi estimado –contestó el Mingo.

Sin dudarlo me decidí por él y le pedí a Ocampo que se quedara vigilando en ese punto.

Y no me equivoque. De entrada el rostro de Ocampo se relajó al escuchar mis instrucciones y el Mingo dibujo en el suyo una sonrisa maliciosa que le podía enchinar la piel a cualquiera.

Metros más adelante el malandro que estaba parado en el pasillo la quiso hacer cardiaca.

─ Ábrete a la chingada de aquí y no la hagas de pedo –le dijo el Mingo.

─ Pero es que al jefe no le gusta que lo molesten a estas horas.

─ Ya te dije que son instrucciones, y ya sabes que yo no me ando con chingaderas si te pones pendejo a ti también te va a cargar el payaso.

El tipo dudo por un momento, pero el Mingo le habló con tanta decisión, además debió presentir al ver mis ojos que estábamos dispuestos a todo que mejor se hizo el disimulado y se quitó de nuestro camino.

El Pacman medio se despertó con el sonido de la puerta de su celda al abrir, pero no tuvo tiempo de reaccionar porque me le fui encima con el tolete y le di un buen golpe que lo devolvió a su cama.

Sin necesidad de que le dijera nada el mingo sacó un cincho de plástico con el que amarró las manos de nuestra víctima y yo le puse la funda de una almohada en la cabeza y así lo sacamos de ahí.

Fue todo tan sincronizado que apenas y se escucharon unos golpes y sólo uno de los reos de las celdas continuas alcanzó a despertar, pero con eso bastó para que se hiciera un desmadre, porque cuando íbamos saliendo con el Pacman comenzó a gritar para alertar a los otros internos.

─ No se preocupe mi compa la mayoría de los reos no tienen lleve de las celdas, pero no vaya siendo y aceleré el paso.

Salimos tan pronto como pudimos de esos edificios, y nos llevamos al Pacman hasta el fondo de la famosa zona VIP.

Para cuando abandonamos los edificios ya se estaba haciendo un alboroto mayor y Ocampo volvió a ponerse nervioso.

El Pacman iba más aturdido por el golpe que balbuceaba quien sabe que tantas cosas fue cuando lo metimos en una mini carraca que estaba sola cuando pudo hilar bien sus amenazas.

─ ¡No saben con quién se están metiendo hijos de la chingada!

Lo primero que se me ocurrió para callarle el hocico fue ponerle un macanazo ahí mero que lo mando de nalgas al suelo.

La funda que le cubría la cara como era blanca se manchó de sangre.

Ocampo prefirió mantenerse al margen fumando como chacuaco en la puerta mirando para todos lados mientras el infierno se empezaba a encender.

En cuanto le quité la funda al Pacman comenzó a toser. El Mingo se acercó y sin decir agua vas que le acomoda un patadón en el estómago que le sacó todito el aire. Tuvimos que esperar unos minutos a que se repusiera.

─ Creo que aquí ya no eres tan fiera –le dije mientras le levantaba la cara de las greñas.

─ Ya me suponía que tenías que ser tú –me contestó todavía bien bofeado.

─ Que bueno que estés consciente, lástima que no vas a poder llevar vivo el mensaje a tus patrones.

─ Si tú crees que matándome te vas a salvar y vas a acabar con este desmadre estas muy equivocado, pobre pendejo, yo no soy de quien tienes que cuidarte –alcanzó a decir antes de ponerse a toser de vuelta y soltar una carcajada entre sus lamentos.

Donde la oscuridad penetra
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